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Literatura

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Aunque «cultura» sea un término demasiado polisémico, la ubicación de la literatura en una cultura es imprescindible, pues es una de sus manifestaciones más recurrentes. Pero más allá de la afirmación de que la literatura es por tanto una «presencia» (Gumbrecht, 2004, p. 11; Gymnich, 2006), la definición de su entidad, al igual que sucedía con cultura, es conflictiva y plural.

La discusión acerca de qué es «literatura» no contradice su existencia, pudiendo extraerse de aquí que todo texto nace de y en una cultura. Este nacimiento se puede situar en un momento temporal y espacial determinado, y tradicionalmente se ha delimitado en periodos históricos, momentos políticos, estados sociales, tendencias artísticas o movimientos literarios. No obstante, una afirmación que sostuviera que todos estos entornos fueran culturas sería imprecisa, pero no sucede lo mismo con la elaboración de hipótesis en sus consecuentes contextos culturales. El nacimiento de la literatura en una cultura reclama su estudio dentro de su contexto, que es el marco de los rasgos necesarios para la explicación de un texto (Danneberg, 2000). La propuesta aquí defendida de contexto, aunque dentro de esta definición y de las tendencias más recientes del estudio de contextos (Jahraus, 2007), intentará compatibilizar también esta una visión actual de cultura.

La perspectiva de la Teoría de la Cultura acerca de una definición de «literatura» es compleja, ya que ha juntado muchos elementos de cada una de sus predecesoras, reformulándolos novedosamente por separado. Dejando de lado el renacimiento del New Criticism a finales del siglo XX (Spurlin & Fischer, 1995), es decir, del estudio inmanente de una visión unitaria y concreta del texto literario (Danneberg, 1996), en la Teoría de la Literatura del siglo XXI apreciamos dos grandes tendencias: el dominio de la neohermenéutica (Gnüg, 2009) y un renovado (post)estructuralismo (Münkler & Roesler, 2000, p. 139 y sig.).

En primer lugar cabe mencionar aquellas teorías que ven en la literatura una composición unitaria de componentes lingüísticos y directamente relacionados con el autor (Schleiermacher, 1977 [1838], p. 167), como es frecuente en la hermenéutica literaria (Japp, 1977). Esta forma de trabajo se trata simplemente de una de las múltiples aplicaciones de la hermenéutica filosófica (Grondin, 2012 [1991]), a cuya cabeza se encuentra todavía a día de hoy la figura de Hans-Georg Gadamer. La herencia del discurso hermenéutico para el estudio de la literatura valora la totalidad, unidad y coherencia de la obra literaria (Winko, et al., 2009, p. 6), que han hecho de la literatura un vehículo transmisor de verdad (Gadamer, 2010 [1960], p. 122 y sig.). Las corrientes hermenéuticas actuales se orientan especialmente hacia preguntas sobre la comprensión del texto, de su verdad, y de la función del autor; fieles a los presupuestos más tradicionales, sigue por tanto vigente la consideración de que los textos son artefactos creados por sujetos, y en esta definición de literatura, el papel del debilitado autor postestructuralista se restablece devolviéndole a un punto relativamente intermedio (Spoerhase, 2007). Las teorías de la recepción emparentadas con la hermenéutica siguen presentes dentro de la interpretación a partir del presupuesto primigenio de una búsqueda en el texto únicamente a partir de la interacción con el lector (Iser, 1975) y la inducción del triadisches Modell («modelo triádico») de imaginación, ficción y realidad (Iser, 2009 [1991]).

En un segundo lugar se pueden agrupar aquellas visiones de la literatura centradas en los componentes lingüísticos y en la literaricidad del texto herederas del formalismo y del estructuralismo (Winner, 1998), mientras que las visiones más emparentadas con el formalismo han radicalizado su orientación hacia la lingüística (Albrecht, 2000). Otras ampliaciones posibles de la expansión del discurso semiótico pueden ser la semántica espacial (Lotman, 1993 [1972]) o los conceptos carnavalescos de Bachtin (2000 [1969]). Por «estructuralismo» se pueden entender las descripciones sistemáticas de la literatura surgidas del deseo de contar con un método teórico equivalente en Filología al de las Ciencias Naturales, cuyos nombres e ideas de fondo se remontan a Ferdinand de Saussure. Las funciones y la aplicación del método estructural de Barthes o Jacobson llevaron al estructuralismo a sus límites, lo que aceleró la llegada de un «postestructuralismo». Este se ha convertido en las últimas décadas del siglo XX en una visión de la literatura no sólo lingüística, sino también aglutinadora, actuando como punto de unión en una red de discursos de diversa índole (Kittler & Turk, 1977, p. 40) a partir de la visión de obras como tejidos heterogéneos (Barthes, 1971, p. 228 y sig.).

Estas visiones de literatura se centran en los textos, pero pueden expandirse frecuentemente también a teorías sociales como las teorías del discurso de Foucault (2010 [1970]). La crítica ideológica o la Teoría de la Literatura marxista, en la que la literatura se contempla como el fruto de la tensión entre individuo y poder (Gansberg, 1977, p. 7), ha derivado también en una historia social de las letras, donde la literatura se contempla como un complejo núcleo de comunicaciones e intercambios de diferentes contextos (Pfau & Schneider, 1988, pp. 3-8), de teorías sistémicas (Berghaus, 2004) o de productos culturales, que deben ser comprendidos en sus contextos de partida dada su categoría de realidades sociales (Jurt, 1995, p. 75 y sig.). La importancia de los colectivos para el estudio de la literatura ha motivado la búsqueda en el texto como nudo de tensiones o discursos centrando el análisis en él. El mejor ejemplo de un estudio literario de «problemáticas» son los estudios de género (Schlößler, 2008), aunque no le quedan lejanos ni los Estudios Postcoloniales (Lazarus, 2004a), ni los estudios de la memoria cultural (Erll, 2011). Se podrían citar otros muchos también, por ejemplo cuestiones relacionadas con la identidad, la religión, los nacionalismos, la igualdad, etc.

Cercanas a este grupo están también la perspectiva crítica denominada «antropológica», que parte también de la Thick Description (Geertz, 1973, p. 3 y sig.), así como las teorías rituales (Drücker, 2007), de las que el etnólogo Victor Turner fue un gran introductor con sus teorías de la «liminalidad» (Turner, 1986). También la búsqueda en el texto de la fantasía como corrección de la insatisfactoria realidad (Freud, 2000 [1907], p. 173), de donde se deriva la literatura definida como una expresión del deseo (Gallas, 1992, p. 603), ocupa el centro de esta investigación en la que podemos ver en Freud su origen y en Lacan su aplicación posterior. En este sentido, tampoco se debe pasar por alto la constitución cultural que se genera gracias a la red de intercambios a causa de la literatura, tal y como se analizan en el New Historicism (Baßler, 1995).

Todas estas interpretaciones han cosechado alabanzas y críticas de sectores diferentes. La definición de «literatura» se convierte por tanto en un mero posicionamiento hipotético, tal y como lo atestigua la diversidad teórica de la Teoría de la Literatura. Los múltiples aspectos discutibles para la constitución de una definición de literatura se complementan y contradicen a un mismo tiempo. No sin ironía lamentó Kaube tanta mutabilidad al reconocer que «no ha habido siglo en que no reinara la preocupación acerca del estado de las Humanidades» (Kaube, 2003, p. 17). Sin embargo, precisamente a partir de esta pluralidad ha obtenido la revisión cultural su mayor ganancia: una necesidad de cooperación tras la espiral interpretativa (Nünning, 1995a).

La historia de la Teoría de la Literatura constata el incomprensible enfrentamiento acerca de qué es «literatura». Esta disputa se asemeja al desacuerdo sobre la definición de «cultura», lo que se entronca en una tendencia de la ciencia en general en la que la rivalidad de las posiciones deriva en un profundo desacuerdo conceptual. Esta rivalidad científica es favorable, pero también cuestionable:

«Ihre Zielrichtung ist die ständige Erweiterung der Geltungsbereiche und die immer weiter gehende Präzisierung der Theorien. Sie veranstaltet eine Konkurrenz von Vorschlägen zur Verbesserung, die keine Gnade mit dem Überholten kennt. An sie hat die okzidentale Kultur die Gestaltung des «offiziellen» Weltbilds und schließlich sogar die Auswahl dessen übertragen, was überhaupt als wirklich gelten darf» (Franck, 1998, p. 59).

«Su objetivo es la continua expansión de los campos de actuación y de la precisión cada vez mayor de las teorías. Actúa de forma irrebatible para las propuestas de la mejora sin piedad para las teorías superadas. En ella encuentra la cultura occidental la forma de la visión «oficial» del mundo y transmite incluso la selección de todo cuanto debe tener validez».

Con la ampliación de la Teoría de la Cultura, cuya principal intención es la interconexión del saber, se ha posibilitado a partir de todas estas teorías una síntesis de hipótesis contundente para la elaboración de un concepto teórico interpretativo común. Los presupuestos de la Teoría de la Cultura pueden considerarse por tanto renovadores y recogen en sí ideas formuladas ya anteriormente, especialmente por el postestructuralismo. La visión conciliadora de una Teoría de la Literatura culturalmente expandida debe verse como la recopilación de una pluralidad postestructuralista propia de la postmodernidad.

Culturalmente hablando, la definición que con más consenso se comparte es la de la literatura como una forma material del reflejo del programa mental «cultura» (Nünning, 1995b, p. 181). A partir de esta definición, el estudio de la literatura desplaza a un segundo plano la pregunta acerca de la consideración de esta como producto únicamente lingüístico o como entidad autónoma, lo que permite centrar la reflexión en torno al espacio y al contexto en que esta nace, así como en sus funciones sociales (Nünning, 1995, p. 181). La literatura no es por lo tanto un género autónomo o independiente, sino un producto cultural que podemos situar en el constructo hipotético del contexto cultural.

La contingencia del fenómeno literario conlleva que su análisis, siempre transversal, deba estar orientado a la comprensión del marco espacial y temporal en el que este se enclava. En esta dirección ha centrado sus esfuerzos la Teoría de la Cultura, aunque no exclusivamente, pues también el Nuevo Historicismo (Baßler, 2005; Baßler, 1995) ha recogido a su vez propuestas de la etnología como la thick description (Geertz, 1973, p. 3 y sig.), los cuales han motivado a su vez, entre otras cosas, la concepción de la cultura como texto (Bachmann-Medick, 2004). El desmesurado intento de «entender culturas», básicamente lo que pretendían los primeros Kulturwissenschaftler (Böhme & Scherpe, 1996), asume el riesgo de caer rápidamente en diletantismo. Y esto fue cuanto, no sin razón, se les rebatió a los investigadores culturales con fuerza en sus orígenes (Haug, 1999a), quizá algo desmedidamente (Graevenitz, 1999), pero no sin sentido (Haug, 1999b).

La visión actual va más allá de la comprensión cultural. El texto literario, aunque objeto cultural, no es lo suficiente informativo como para intentar entender, en un sentido hermenéutico, una cultura en su inmensidad. Sus funciones siguen siendo sin embargo útiles para la elaboración de un contexto teórico. Las definiciones de culturas a partir de sus literaturas ha sido una tendencia frecuente en el estudio tradicional de la literatura, especialmente a la hora de su presentación histórica y sistemática en una producción literaria desarrollada en un idioma nacional, algo supuestamente ya superado (Jauß, 1975). En los últimos años, se ha desarrollado una confrontación científica cultural con la literatura que parte de la premisa de que el estudio de cualquier cultura puede hacerse atendiendo al proceso inverso, esto es, no intentando definir la cultura desde ella misma, sino reconstruyéndola a través de sus restos en el texto literario.

Esta alternativa se muestra más factible para un análisis de cultura por dos motivos: primero, porque las fuentes de trabajo son únicamente los textos literarios y, segundo, porque la imagen de cultura que de ellos se obtiene (contexto cultural) es bastante más comprensible de lo que podríamos perfilar en caso de enfrentarnos directamente a una cultura en su totalidad. La reconstrucción que se hace por tanto de «cultura» en estos contextos expone su visión independiente, subjetiva y novedosa. La orientación cultural no solo es una de las alternativas más apropiadas para el filólogo contemporáneo, sino que es intrínseca a él. Este, en tanto que especialista de la literatura, se presenta como el científico idóneo para desgranar el texto literario y extraer de él todo cuanto este reproduce y representa. Dicho con otras palabras: la labor específica del filólogo es la formulación de hipótesis teóricas de un contexto cultural a partir de lo que cada cultura haya dejado en su literatura a modo de sedimento. ¿Cuáles son, sin embargo, los parámetros que debemos considerar para analizar el fenómeno literario?

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