Читать книгу La deuda defraudada - Alfonso W. Quiroz - Страница 11

Оглавление

Capítulo 1

Economía y deuda interna

La deuda interna es un recurso del Estado que le permite agenciarse fondos provenientes de ciudadanos particulares, y puede tomar la forma positiva de una iniciativa estatal para reactivar o balancear la economía de un país. En este caso, el Estado garantiza la adecuada compensación y retribución de la inversión particular. Al ampliarse el crédito interno, se expanden las posibilidades de inversión rentable y se hace posible la efectiva financiación de proyectos públicos y privados viables. Cuando existe una desigual distribución de la riqueza que obstaculiza el efecto multiplicador de las inversiones en un país, la deuda interna puede asimismo ser un medio saludable para una distribución más equitativa del ingreso, si el Estado aprovecha los fondos obtenidos para beneficiar a los sectores menos privilegiados.

Sin embargo, si los recursos movilizados por el dispositivo de la deuda interna refuerzan las tendencias a la especulación y sostienen una desigual distribución, los efectos económicos resultan, por el contrario, negativos. En lugar de que la tasa de interés del capital baje, como sucede en el caso de un eficaz endeudamiento estatal, las tendencias especulativas elevan dicha tasa y, por lo tanto, las inversiones decrecen.

A nivel histórico, el mecanismo de la deuda interna fue cada vez más utilizado a medida que el Estado iba diversificando sus funciones al interior de una economía en tránsito al capitalismo. En una economía en crisis de producción, como lo era la peruana de la primera mitad del siglo XIX, el Estado recurre a la deuda interna –un mecanismo utilizado desde finales de la época colonial– para poner paliativos ineficaces a la bancarrota fiscal que iba paralela a la crisis económica. En tales circunstancias, el crédito interno y externo del Estado se deteriora ante el incumplimiento de las obligaciones estatales. Para poder acceder nuevamente a dichos créditos, el Estado debe brindar garantías de mayor solidez, las cuales van recortando su capacidad de movilizar recursos propios, y debe también elevar los intereses sobre los préstamos contraídos. Por ejemplo, el Estado español de mediados del siglo XIX, al carecer de fondos para sostener a su pesada burocracia en el periodo posterior a la pérdida de sus colonias sudamericanas, otorga altos intereses a prestamistas españoles y extranjeros quienes prefieren invertir sus capitales en préstamos al Estado antes que hacerlo en el desarrollo productivo del país1. La burocracia española comprometió los fondos de una gigantesca desamortización de la tierra, que afecta en gran medida a la Iglesia, con el fin de garantizar los empréstitos internos y externos, de lo cual se aprovechó una clase capitalista latifundista. Sin embargo, el desarrollo industrial español no se beneficiará mayormente de aquellas medidas financieras2.

En el Perú republicano inmediatamente posterior a la Independencia, se echó mano de antiguos fondos coloniales, secuestros de bienes de españoles y del desgravamen de censos y capellanías (imposiciones rentistas sobre propiedades de origen colonial), con el fin de proporcionarle al Estado, inadecuadamente, las garantías necesarias de la deuda y empréstitos internos. Continuó, asimismo, la costumbre iniciada durante las luchas de la Independencia de recurrir a requisitorias y empréstitos forzosos durante las múltiples contiendas entre caudillos militares. Pronto se tuvo que otorgar otro tipo de garantías a los prestamistas nacionales y extranjeros para conseguir el financiamiento de los gastos estatales al agotarse las tradicionales. Los presupuestos fiscales entre 1831 y 1837 demuestran la existencia de déficits de alrededor de un tercio de los gastos y una dependencia marcada sobre los ingresos de aduanas y tributo indígena. Los gastos militares consistían en alrededor del 59 al 75% del total de egresos3. Para cubrir el déficit presupuestal, los ingresos fiscales en los ramos de arbitrios, casa de moneda y aduanas prácticamente se hipotecaron para garantizar préstamos con elevados intereses del 1, 1,5 y hasta el 2% mensual (12, 18 y 24% anual). En contraste con estas cifras, la renta agrícola anual en esos mismos años se calculaba entre el 2 y 3%4. Por lo tanto, se evidencia una retracción de la inversión en el sector agrario, prefiriéndose la colocación de inversiones con mayor margen de ganancia en el sector mercantil y estatal.

Pero, ¿qué tipos de acreedores de deuda interna existían en el Perú antes de 1850? Nos inclinamos a considerar básicamente dos tipos. Por un lado, aquellos marginados que soportan todo el peso de la crisis productiva, principalmente hacendados, mineros y propietarios provincianos. A este tipo de acreedores no se les satisface debidamente sus reclamos de deuda y ellos se hacen, en consecuencia, más dependientes del capital comercial para poder satisfacer sus necesidades financieras. Los acreedores marginados han sufrido las requisitorias y empréstitos forzosos durante la guerra de Independencia y las pugnas caudillescas. Además, se les grava con impuestos dañinos para sus actividades, mientras que el Estado otorga a cambio solo valores de deuda depreciados y sin garantías tangibles.

Por otro lado, están los acreedores privilegiados que prestan a elevado interés tanto al Estado como a los sectores de productores empobrecidos. A ellos sí se les paga con relativa puntualidad y tienen el poder suficiente para exigir la satisfacción de sus intereses en la deuda interna. Entre este segundo grupo de acreedores podemos distinguir a los grandes comerciantes extranjeros, los cuales preferían invertir en abonos o adelantos sobre los rubros fiscales de aduanas y Casa de Moneda; y a los comerciantes nativos quienes, organizados en el Tribunal del Consulado, se encargaban de administrar el ramo de arbitrios y otorgar préstamos al Gobierno de turno sobre esta base.

Así, antes de que se contase con los ingresos del guano y se declarase la consolidación de 1850, ya se podía vislumbrar el patrón por el cual los nuevos recursos de la deuda interna se repartirían. En el presente capítulo discutiremos la relación entre una economía en crisis y la satisfacción inadecuada de la deuda interna antes de 1850, brindando evidencias para tipificar con mayor especificidad a los dos tipos de acreedores a que hemos hecho mención.

La economía antes de 1850

Dos cambios fundamentales caracterizaron el tránsito de la producción colonial a la republicana: un decaimiento de la producción minera global con una recuperación pausada e irregular, y el agravamiento de la crisis agraria secular5.

La guerra de la Independencia entre 1821 y 1824 –periodo de destrucción e inestabilidad para las propiedades productivas– inicia este contraste con la situación colonial. Se pierden irremediablemente mercados tradicionales para la venta de productos mineros y agrícolas, el capital para financiar actividades agrícolas y mineras se torna excesivamente escaso, y se genera un retraimiento en la oferta de la fuerza de trabajo. Ante esta situación, el marcado abaratamiento de productos de importación europeos va preparando el terreno para un renovado vínculo con el mercado internacional6.

La independencia de España no trajo, como los liberales de la época pensaron, una inmediata bonanza comercial al abolirse las restricciones mercantiles coloniales. Después de una primera y efímera oleada de intercambio, estimulada por el bloqueo de casi una década, el mercado peruano, afectado por las contiendas bélicas, se satura y las actividades de importación se estancan. En 1821, más de 5000 toneladas de cargamento de mercancías británicas aguardaban en la bahía de Ancón las órdenes de San Martín para abarrotar inmediatamente el reducido mercado de la recién liberalizada Lima7. Como consecuencia de este estancamiento comercial decae, asimismo, el «boom» especulativo de acciones de inversión basado en un supuesto renacimiento minero que tanto entusiasmó a los capitalistas ingleses. Los ávidos comerciantes ingleses quedaban desalentados ante esta situación, a excepción de aquellas casas comerciales con experiencia y solidez previas; es el caso de la casa Gibbs e hijos, instalada en el Perú desde antes de la Independencia. En 1824 había solamente 240 ingleses residentes en Lima, 20 casas comerciales de esa nacionalidad en Lima y 16 en Arequipa, números que se fueron reduciendo durante los primeros años republicanos.

El comercio de textiles ingleses se realizaba solamente por temporadas hasta la limitada recuperación de la producción de plata hacia 1840 y la aparición del guano entre las exportaciones peruanas. El verdadero despegue del intercambio comercial externo y, por lo tanto, de una inserción irreversible de la economía peruana en el sistema capitalista mundial, se da a partir de la década de 1840. Según cifras de Shane Hunt, las exportaciones peruanas aumentaron un 250% entre 1831 y 1841, y un 500% entre 1831 y 1851. Asimismo, las importaciones británicas y francesas en el Perú aumentaron alrededor de 160% entre el quinquenio de 1830-1834 y el de 1840-1844, mientras que entre 1830-1834 y 1850-1854 se dio un alza del 350%8. Por lo tanto, el sector exterior ejerció una mayor influencia sobre la evolución económica peruana a partir de los años 1845-1850.

El débil vínculo de la economía peruana con el mercado mundial antes de 1845 no se debía a causas internas únicamente. Es arriesgado fechar el inicio del «boom» capitalista internacional de productos industriales antes de dicha fecha. En la primera mitad del siglo XIX la industrialización capitalista podía estar avanzando notablemente, pero todavía no era capaz de ampliar proporcionalmente los mercados de sus productos a nivel mundial. Con los adelantos técnicos que ofrecieron el ferrocarril, la navegación a vapor y el telégrafo se sientan las bases para esa esperada ampliación9. Por otro lado, el descubrimiento de reservas de oro en California y Australia a partir de 1848, multiplicó los medios de pago, bajó la tasa de interés y estimuló la expansión del crédito. Así pues, las condiciones mundiales eran favorables para la recuperación de las importaciones y exportaciones peruanas en la década de 1840.

Antes de la explotación comercial del guano, las principales exportaciones del Perú continuaban siendo los productos mineros, principalmente la plata. El periodo que va de 1824 a 1840, aproximadamente, tendrá características críticas debido a la baja inversión productiva. La búsqueda de productos rentables para la exportación fue la principal ocupación de extranjeros y nativos, como lo demuestra la avidez con que los cónsules ingleses presentaban sus prospecciones e informes acerca de las posibilidades de la economía peruana para el comercio exterior. En la década de 1820 las exportaciones prácticamente se limitaban a los productos mineros. La lana y el salitre hicieron su aparición tímida en la década de 1830; para dicha época un cónsul belga calculaba que alrededor del 79% del total de exportaciones anual era en oro y plata10. Dancuart, basándose en la obra de Córdova y Urrutia, nos informa que en 1838 el 90% de las exportaciones peruanas lo constituía la plata, el 5% el oro y el resto otros productos (perlas, esmeraldas, lanas, cueros), sobre un total de 1 576 370 pesos11.

En 1840 las exportaciones peruanas alcanzaban 1 562 140 libras esterlinas en oro y plata, 141 724 en lanas, 90 942 en salitre, 85 889 en algodón y 23 600 en quinina12. De acuerdo a los cálculos de José María Pando, ministro de Hacienda en 1830, la plata amonedada en ese año era por un valor de 1 700 000 pesos, contra 1 230 000 pesos en 1829 y 2 800 000 en 1826. En contraste, el promedio anual para cada uno de los años del periodo 1790-1794 era de 5 300 000 pesos. Dicho ministro atribuía esta disminución de la plata amonedada a la poca capacidad de las casas de moneda de Lima y Cusco, pues estimaba que la plata piña extraída ilícitamente del país ascendía a cuatro o cinco millones de pesos13. Mariano de Rivero, director de Minería en 1826, señala que durante ese año la amonedación en la Casa de Moneda de Lima era de 1 847 885 pesos de plata y 89 352 pesos de oro; en 1827 las cifras eran de 2 706 560 en plata y 62 832 pesos en oro14.

El grueso de la producción de plata en el Perú de esos años provenía del asiento de Cerro de Pasco, aproximadamente un 70% del total de la plata producida. Es notable la recuperación de la producción de Cerro de Pasco, que en 1842 alcanza la máxima producción de su historia con 407 919 marcos de plata15, después de una postración de décadas a partir de la destrucción de su capital fijo durante la guerra de la Independencia. Sin embargo, la producción de Cerro de Pasco decaerá desastrosamente en las décadas de 1850 y 1860. Por otro lado, existen evidencias para argumentar que, a excepción de los lavaderos de oro en Puno, los asientos mineros de la sierra norte (Trujillo y Cajamarca) y del sur (Arequipa) se estancaron irremediablemente durante la época estudiada16. En Hualgayoc, por ejemplo, luego de un inicial intento por emprender nuevamente la explotación del cerro San Fernando con 18 vetas distintas de mineral, cunde el desánimo entre los mineros, que prácticamente lo abandonan hacia 1830.

Tomemos el caso de Cerro de Pasco para analizar las causas de la postración de la minería en los años mencionados. En el aspecto técnico, las constantes inundaciones hacían imprescindible un método eficaz para desaguar los 558 socavones, entre activos y abandonados, y poder así explotar las vetas de mayor profundidad. Efectivamente, en 1839, al completarse el dilatado proyecto del Socavón de Quiulacocha, iniciado en 1806, se aprecia una sensible alza de la extracción de mineral en el periodo 1840-1845. Recordemos que durante las guerras de la Independencia se destruyeron las máquinas de desagüe instaladas en tiempos de la colonia y que hasta 1851 no se lograron reponer eficazmente.

Un segundo problema al que se enfrentaron los mineros de Cerro de Pasco fueron las reducidas fuentes de financiamiento para los proyectos de inversión y de adquisición de insumos. Varios proyectos de financiamiento propuestos para establecer bancos de rescate terminaron por frustrarse. La pequeña escala de la empresa minera la hacía dependiente de créditos que otorgaba el capital comercial en condiciones onerosas. Los comerciantes limeños aprovecharon estas circunstancias para ampliar su control sobre el comercio de la plata en épocas de bonanza de producción, y para retraer su inversión en épocas de crisis.

Los mineros se quejaban con frecuencia del alto precio del azogue, que elevaba los costos de producción. Todavía se seguía utilizando la técnica de amalgamación para separar la plata del mineral y, debido a la franca decadencia de las minas de mercurio de Huancavelica, el insumo tenía que importarse de España.

Deustua considera que la política oficial de precios establecida por el Estado a través de las casas de moneda y bancos de rescate constituía un serio perjuicio para la minería17. Calcula que existía cerca de un 40% de diferencia entre el precio de la plata en el centro minero y el precio internacional, y un 18% entre el del centro minero y el de los principales centros urbanos al interior del país. Al imponerse tal política de precios se recortaba el margen de ganancia y acumulación de los mineros. Era una forma que le permitía al Estado apropiarse de una porción de los beneficios de la producción minera para dedicarla a los gastos fiscales improductivos. Marginalmente, la política de precios beneficiaba a los comerciantes, que podían evadir al Estado mediante el contrabando o la exportación en la venta de la plata conseguida a bajo precio en los asientos mineros.

A estos recargos a los mineros habría que agregar los altos impuestos, que ascendían en ciertos años a un 20% del valor de la plata producida, además de las otras imposiciones de la callana de fundición oficial y de los derechos sobre la exportación de la plata, que los comerciantes habilitadores podían transferir a los mineros mediante el aumento del interés del capital prestado a estos. Las más amargas protestas de los mineros se elevarían contra estos desmedidos impuestos a la producción.

En conclusión, los altos costos de producción, lo atrasado del nivel técnico, el alto precio del capital para financiar inversiones mineras, y la política asfixiante de precios oficiales y crecidos impuestos, conspiraban para mantener estancada la minería y limitar fuertemente el progreso social de los mineros. Significativamente, los beneficios mineros decayeron del 25% en 1828 al 7,5% en 1851, llegando al margen negativo de -11,75% en 187518.

Si hubo márgenes de ganancia para los mineros esto se debió a una sobreexplotación de la fuerza de trabajo; su régimen en las minas, al desaparecer la mita, tenía dos formas. Por un lado, cuando las minas tenían buenas vetas se trabajaba «a partido»; es decir, se le daba nominalmente al trabajador minero la mitad del mineral que lograba sacar a la superficie, descontándose los derechos del propietario y una quinta parte para cubrir los gastos de la maquinaria de desagüe. Cuando las minas no eran muy ricas en minerales, la forma que adquiría el régimen de trabajo era la de pagar de cuatro a seis reales por jornada, además de la coca y las velas que se les daba a los operarios19. Los trabajadores que estaban bajo el régimen de partido se veían obligados en la práctica a vender su parte al propietario de la mina, el cual cotizaba a su manera el precio del mineral, o al bolichero intermediario, que ofrecía precios bajos para sacar provecho en la comercialización que realizaba al trasladar el mineral de la mina al lugar de amalgamación. Los propietarios mineros eran los poderosos de las minas, sobre todo en Cerro de Pasco donde contaban con un gremio que fue perdiendo paulatinamente importancia a partir de las guerras de la Independencia. Los bolicheros, por su parte, eran aquellos mineros sin propiedad que buscaban extraer y comercializar el mineral por su cuenta, muy vinculados al arrieraje; la mayoría de estos bolicheros terminaba trabajando para los propietarios.

Con tal régimen no es de asombrarse que los mineros se quejaran por la «falta de brazos». Se carecía de una fuerza de trabajo permanente en la mina, pues los indígenas no necesitaban vender la suya más que en determinadas épocas del año. Había dos categorías de trabajadores mineros: los barreteros, encargados de desprender el mineral al interior de las minas, y los apiris o japires, que transportaban el mineral a la superficie en bolsas que cargaban sobre sus espaldas. En las minas más grandes el número de operarios no pasaba de 60.

Un ejemplo de las dificultades que atravesaba la minería de esa época lo tenemos en la Compañía Peruana de Minas de Cobre, la cual tenía que mandar cada tres o cuatro meses «comisionados» a las provincias de Jauja, «donde vivían el mayor número de barreteros para contratarlos adelantándoles dinero y gratificando a los alcaldes o gobernadores para que, como fiadores del cumplimiento de las contratas, interpongan sus respetos sobre ellos»20. Una vez en Morococha, la compañía les pagaba a los apiris cuatro reales y a los barreteros cinco reales en 1845. Generalmente, los operarios volvían a sus tierras para la cosecha y la siembra.

El minero propietario Carlos Renardo Pflucker intentó superar el problema de la inexistencia de una fuerza de trabajo permanente mediante la inversión de 8000 pesos para cubrir los gastos de viaje de 20 operarios de nacionalidad alemana, a los que contrató en Europa con un sueldo de cinco reales por jornada de trabajo. Este intento de importar mineros no tuvo éxito pues varios de los trabajadores alemanes se rebelaron ante las condiciones de vida tan adversas que encontraron en Morococha, sublevándose varias veces y emprendiendo la fuga a Lima. La inversión de la compañía en Morococha era de 100 000 pesos anuales, de los eriales 30 000 se dedicaban exclusivamente a los gastos de transporte y fletes. Debido a que no se logró instalar un horno de reverberación –una de las ideas del propietario para reducir costos–, los gastos de arrieraje del mineral calcinado a Lima eran muy altos. Adicionalmente, el propietario tenía que invertir fuertes cantidades cada vez que se les requisaban las mulas a los arrieros, algo frecuente durante las numerosas luchas de caudillos en la zona. Inclusive, se tuvo que equipar una recua de propiedad de la compañía, con peones traídos de Piura, a un costo de 10 000 pesos, ante la capacidad copada de esa forma de transporte en los meses de verano debido al traslado de hielo a Lima.

Con la bonanza guanera y el repunte de las haciendas azucareras hacia 1860, los créditos a la minería debieron volverse más exiguos, pues los capitales se quedaban en la costa21. La situación era diferente en 1844, cuando había prosperidad en Cerro de Pasco por su alta producción de plata, la que no duró mucho y atrajo a muchos comerciantes limeños dedicados a la exportación de plata piña. Ante las necesidades de las tropas estacionadas en Jauja durante los años de conflictos entre los caudillos Castilla, Vivanco y Elías, los comerciantes Guillermo Donovan, Manuel Argumanis, Faustino Cavieses, Francisco Larco, Manuel Villate, Baltazar Lequerica, Bernardo Iturriaga y José Fuentes buscaron sacar provecho. Firmaron contratos con el prefecto y comandante general de Junín, el general Juan José Salcedo, para pagar por adelantado 4 reales por cada marco de plata piña que intentaban exportar vía Lima y Huacho. En total se hicieron contratos por 60 876 pesos, monto a que ascendían aquellos impuestos adelantados. Esto constituyó una forma de préstamo que brindaba el comercio a los caudillos, al adelantar sumas que los comerciantes habían recargado a los mineros. Los comerciantes se beneficiaban con esta transacción pues los derechos normales para la exportación de plata piña eran de 8 reales por marco. El contraste con la política de empréstitos y requisitorias forzosos impuesta sobre los mineros y arrieros de la zona se hace evidente22.

La situación del agro durante la primera mitad del siglo XIX demuestra, tal vez, tendencias depresivas más serias que las de la minería. Las devastaciones y cambios de la propiedad de las haciendas ocurridos durante la lucha por la Independencia, así como las fuertes fluctuaciones del precio del azúcar, se agregaban a las causas de la crisis agraria que se remontaban a la época colonial. La pérdida de los mercados de Bolivia, Río de la Plata, Quito y Santiago ya había erosionado las bases de la agricultura costeña y de su clase terrateniente. Al igual que los mineros, los hacendados se vieron obligados a depender del costoso crédito por consignación otorgado por comerciantes al irse extinguiendo las fuentes de financiamiento eclesiástico. En consecuencia, los fundos se deterioraron significativamente al añadirse a todos los problemas anteriores la escasez de mano de obra esclava debido a la legislación abolicionista («vientre libre») y a las dificultades internacionales del tráfico de esclavos23. En la agricultura de la sierra se notará una creciente autonomía local y el predominio del gamonalismo que se aprovecha del cambio en la propiedad de las haciendas impuesto por el nuevo orden republicano.

Macera ensaya una cronología del agro costeño sobre la base de las descripciones de Santiago Távara y de otros contemporáneos. En ella se evidencia una influencia muy fuerte de los distintos ciclos de la comercialización del azúcar sobre las diversas coyunturas por las que pasa la agricultura costeña entre 1830 y 1850. Según esta cronología, el agro costeño pasa por su peor época entre 1829 y 1839 debido a la baja de precios del azúcar y los problemas surgidos por la dificultad de colocar productos en los mercados tradicionalmente accesibles. Debido a esta situación, la renta de la tierra en la costa decaerá de un 5% a principios de siglo a un 2 o 3% a mediados del mismo. Ciertos síntomas de paulatina recuperación se observarán entre 1840 y 1850. Cultivos comerciales de algodón empiezan a aparecer en la década de 1840 en los valles de Piura, Casma, Santa, Ica, Nazca, Camaná, Tambo, Sama y Azapa. Hacia 1849 la producción total de algodón era de 50 000 quintales, a pesar de que su cultivo se realizaba en forma tradicional. Sin embargo, la verdadera transformación de la agricultura costeña ocurrirá en la década de 1860 con la aparición de plantaciones azucareras con cierto nivel de inversión en las zonas del norte y la costa central, y la utilización masiva de la fuerza de trabajo china24.

La agricultura de la costa central producía en las provincias del departamento de Lima, en 1839, alrededor de tres millones de pesos básicamente en productos alimenticios. La provincia de mayor producción en esta zona era Chancay con 700 000 pesos, de los cuales una cantidad considerable correspondía a lo producido por la crianza de cerdos. En Cañete el cultivo de caña de azúcar era el prioritario25.

En 1833, un vocero de los hacendados del departamento de Lima reclamaba que «ninguna de las clases del estado ha sufrido pérdidas tan considerables, ni agravios tan manifiestos, como la de los hacendados de las provincias litorales del departamento de Lima»26. Denunciaba la fuerza brutal utilizada para desposeer a los hacendados de sus productos, numerario y brazos de labranza para sostener al Ejército Libertador, aparte de sembrar la insubordinación entre los esclavos. Además, al decretarse la ley de «vientre libre» se perjudicó aún más a los hacendados, haciéndoles soportar el costo de la emancipación de los hijos de esclavos nacidos después de 1821 que debería haber sido cubierto por la deuda pública. Como resultado de esto, los hacendados se vieron obligados «por una parte, a disminuir sus consumos, las utilidades de otra clase industriosa [los comerciantes], y los impuestos indirectos que pagaban al erario público, reduciéndolos, por otra parte, a la necesidad de cultivar mal sus fundos, privando a la nación de grandes productos»27. El vocero sindicaba al ministro Bernardo Monteagudo, radical iniciador de la política de secuestros a españoles, como uno de los principales responsables de tal crítico estado de cosas.

Salaverry intentó beneficiar al grupo de hacendados hacia 1834 con una legislación proesclavista pero su periodo de mandato fue muy corto. La modalidad de chacra de esclavos se difundió ampliamente en el agro costeño hasta la llegada de los culís chinos, verificándose el hecho de que los hacendados no fueron un grupo de presión decisiva para obtener del Estado la protección de sus intereses ni una porción mejor del reparto de beneficios de la cancelación de la deuda interna.

Entre 1825 y 1845 el sector comercial ubicado en Lima resulta tal vez el único sector de la economía peruana que no participó de las dificultades que aquejaron tanto a la minería como a la agricultura. Esto se debió al carácter altamente rentable que iban adquiriendo las actividades de importación de mercancías, préstamos y créditos comerciales a los sectores privado y público y, cuando las exportaciones se lograron recuperar, el comercio con productos de exportación. En un minucioso trabajo basado en el análisis de matrículas de patentes –impuestos del 4% sobre los beneficios de los negocios de Lima–, Gootenberg logra probar cuantitativamente que aquellos dedicados a la actividad comercial entre 1830 y 1860 obtuvieron los mejores ingresos, por encima del sector manufacturero, el de servicios y del agregado de los negocios limeños sujetos a los patentes. Mientras que entre 1830-1845, años de guerra interna, los ingresos de otros sectores decaían hasta en un 30%, el sector comercial logró mantener sus ganancias aproximadamente al nivel de 1830 y, hacia 1845-1850, las incrementa en un 50-60% por encima del nivel de 183028. Esto demuestra la posición privilegiada que van logrando adquirir los comerciantes durante la primera mitad del siglo XIX, lo que a su vez les otorgará la oportunidad de obtener preferencial trato en relación a la cancelación de la deuda interna y en materia de política económica. Con esto quedan delineados los factores económicos que condicionarán la división entre acreedores marginados y acreedores privilegiados frente a la solución del asunto de la deuda interna pendiente.

Los acreedores marginados

Uno de los sectores claramente afectados por el naciente Estado republicano fue la aristocracia colonial, que se hallaba en franca decadencia. La política de secuestros, entre 1821 y 1824, ahondó la crisis del agro y del sector terrateniente noble, así como parte del sector mercantil29. Alrededor de 43 haciendas en los valles de la costa central pasaron al control del Estado, el cual adjudicó algunas de ellas a líderes militares patriotas, y cerca de 47 comerciantes de supuesta filiación realista se vieron obligados a emigrar30. Se modificó bruscamente el carácter social de la propiedad de la tierra en la costa central. Los dueños que se marcharon definitivamente perdieron en forma irremediable sus propiedades. Sin embargo, hacia 1825 se abrió una brecha legal por la cual algunos de ellos se convirtieron en acreedores del Estado por concepto de propiedades secuestradas. Al encontrarse los gobernantes de esos años con que nadie quería invertir en la tierra, la legislación de los secuestros retrocedió abruptamente, primero, al ser abolidos los juzgados privativos en 1823 y luego, al decretarse, el 2 de marzo de 1825, que la mayoría de las propiedades de los emigrados quedaban libres de secuestro y que los parientes de los secuestrados debían renunciar a solamente la quinta parte de sus propiedades en favor del Estado. La propiedad de la tierra constituía un peso demasiado grande para el Estado republicano que buscaba deshacerse de las tierras de conventos supresos, Temporalidades, Inquisición y otras heredadas del Estado colonial. No se vio mejor forma de hacerlo que adjudicando tierras a caudillos militares y, ante la incapacidad de estos en materia de negocios, devolviendo parte de las propiedades expropiadas. Así, muchos de los verdaderos perjudicados por la destrucción y el cambio de propiedad que acompañaron a las campañas militares de la Independencia se verían marginados al no contar con los necesarios recursos para defender sus casos ante el Estado. Este es un proceso que va de la mano con los tempranos intentos por consolidar la deuda interna, entre 1826 y 1827, al otorgar tierras a cambio de depreciadas cédulas de reforma y otros valores de la deuda interna31.

Un caso de secuestro notable es el de Fernando Carrillo de Albornoz, conde de Montemar, quien demoró muchos años en adquirir nuevamente sus tierras que ya habían sido adjudicadas a otros privilegiados acreedores del Estado. Asimismo, doña Ignacia Novoa pierde sus haciendas Montalván y Cuiva, en Cañete, a manos del prócer chileno Bernardo O’Higgins. Doña Petronila Zavala, expropietaria de la hacienda San Regís, en Chincha, y los marqueses de Valle Umbroso, Montesclaros y otros consignados en la tabla 1, perderían sus haciendas a manos de los generales Sucre, Echenique, Balta, Reyes y otros. Algunos de estos miembros de la aristocracia colonial quedarían permanentemente marginados del proceso de cancelación de la deuda interna. Otros, sin embargo, como lo demuestra la tabla 1, lograron recuperar parte de sus propiedades hacia 1839. Además, algunos pocos buscarán fortalecer su vulnerable posición mediante estratégicos arreglos crediticios con poderosos comerciantes, lo cual garantizará reconocimientos de deuda interna que serán compartidos con sus acreedores mercantiles.

En las provincias de la costa norte también se evidencian cambios en la propiedad de la tierra a través de transacciones con valores de la deuda interna que dejan rezagados a legítimos acreedores En su estudio sobre el valle de Jequetepeque, Burga demuestra que al inicio de la República había una carencia de tierras disponibles en los alrededores del pueblo de Guadalupe, debido a la temprana tendencia al latifundio instaurada por un convento agustino. Al suprimirse los conventos con menos de ocho religiosos, en 1826, el Estado pasó a ser el propietario de las tierras de dicho convento. Los antiguos arrendatarios enfiteutas32, quienes subarrendaban parcelas a los pobladores del pueblo de Guadalupe y que, antes de la supresión, pagaban una renta al convento agustino, ahora debían pagarle al Estado. Sin embargo, los enfiteutas criollos del valle buscaban la propiedad directa de la tierra, primero desplegando hostilidad contra el convento al convertirse en los primeros en proclamar la independencia en el valle, y luego gestionando la compra directa de la tierra al Estado republicano33.

En este proceso también intervinieron foráneos al lugar, acreedores del Gobierno, funcionarios y militares quienes, junto a los enfiteutas, compraron tierras a precios devaluados, debido al deterioro de las propiedades, y con papeles de la deuda interna sobrevaluados, entre 1829 y 1846. Por ejemplo, al general José María Plaza, a quien el Estado le reconoce una deuda de 9600 pesos en 1828, se le entrega en 1829 como pago a cuenta la hacienda Mari-Núñez, de 100 fanegadas, la hacienda Talla, de 291 fanegadas, y otros terrenos cerca de Guadalupe. Asimismo, a José Colens se le otorga la hacienda Tecape, y a Domingo Casanova se le adjudica en 1845 la hacienda Limancaro por créditos insolutos34. En 1850 Casanova recibirá además 62 500 pesos en vales de consolidación.

A partir de 1842, las ventas por parte del Estado a los antiguos enfiteutas se incrementan: el coronel Jacinto Rázuri compra la hacienda Lurifico en 4000 pesos, pagados en créditos de la deuda interna. Ante la intensificación del proceso de transferencia de la propiedad de la tierra, que benefició a algunos pocos que sabían acaparar y colocar provechosamente los valores depreciados de la deuda interna, el primer Gobierno de Castilla brindó, en 1849, un paliativo a favor de los desposeídos pobladores de Guadalupe, verdaderos perjudicados por la depresiva situación del agro del valle. Se aceptaron cédulas de deuda interna para la compra de predios urbanos en el pueblo. Las viviendas de Guadalupe pertenecían al Estado, que decidió venderlas a aquellos ocupantes que hubiesen adquirido créditos de la deuda interna por cupos o empréstitos en años anteriores. En enero de 1851, se acordó pagar tres pesos en cédulas de la deuda interna por cada fanegada. Se presentaron 203 personas que compraron 325 fanegadas, quedando sobrantes 332 fanegadas que luego fueron repartidas entre los primeros compradores. Sin embargo, aunque ahora dueños de sus viviendas, los habitantes del pueblo de Guadalupe siguieron careciendo de acceso a la propiedad de las tierras de cultivo, las que se concentraron en pocas manos35. Así, a pesar de que los pobladores de Guadalupe fueron mejor tratados por los ejecutores de la deuda interna que los habitantes de otros lugares, los primeros constituyen un claro ejemplo de acreedores marginados.

Tabla 1 Cambio y permanencia de los dueños de propiedades rurales de la costa central, 1820 y 1839

Razón de las haciendas secuestradas, 1821-1823*Dueños de haciendas en 1839**
HaciendaPartidoDueñosNac.1HaciendaDistritoDueños
AndahuasiSayánAnselmo SalinasE
BozaChancayMarqués de la BozaLBozaChancay-AucallamaGerónimo Boza
BuenavistaLurínJosefa Jacot
CaquiChancayFrancisco AliagaCaquiChancay-AucallamaSeñores Cueva
CarrisalPiscoVicente Algorta
CaucatoPiscoFernando del Masco
ConchaSurcoAntonio Tarranco
Chacra AltaBellavistaAntonio SolórzanoE
ChancailloChancayManuel ElgueraEChancaillo yViña RamírezChancayManuel Elguera y familia
ChacacaHuauraLuis BasonoE
ChuquitantaCarabaylloMarqués del Valle UmbrosoChuquitanta yVillaseñor AltoCarabaylloBocanegraGrimanesa de la Puente2
Chunchanga–––Román Idiáquez
El ConventoSupeManuel GarcíaE
GalaLuriganchoBruno Vitoseco
HuandoChancayRosendo GaoEHuandoHuaralDr. Pedro Reyes
LanchasPiscoVicente Algorta
La HuacaChancayJuan PasquelE
Las SalinasChancayJosé LaosLLas Salinas yHuascataChancayLateJosé Laos
MotocachiSantaMatías AntigaE
PalpaChancayJosé BasurcoLPalpaAucallamaConv. Sto. Domingo
ParamongaPativilcaAnselmo SalinasE
Pando–––Josefa Ramírez de Arellano
PasamayoChancayAntonio SolórzanoE
Santa ClaraLateFrancisco GoytizoloSanta ClaraLateFco. Goytizolo
Santa Cruz–––Pedro Abadía
San JacintoSantaMatías Antiga (finado)E
San RegisChinchaFern. Carrillo de AlbornozSan RegisChinchaJosé y Fernando Carrillo de Albornoz
TecuánChancayAntonio PomarETecuánChancayJosé Alzamora
Villa y San TadeoSurcoJuan Bautista LavalleCuadrado, Villa, San Tadeoy PacallarSurcoJuan Bta. Lavalle
Zapán–––Conde de Montesclaros
ZavalaLateMarqués del Valle UmbrosoZavalaLateGrimanesa de laPuente2
Secuestros de bienes urbanos y del ramo comercial
PropiedadesDueños
Guardaban bienes de emigrados, mina VistaalegrePedro Abadía y José Arizmendi
Fincas del mayorazgoJuan Aliaga: Conde de San Juan de LuriganchoGuacoi y Cerroo SambranoCarabaylloJuan Aliaga
15 casasResidencia y fincas " "Juan Bautista AndracaFernando Carrillo de Albornoz: Conde de MontemarJosé Gonzales: Conde de Villar de Fuente (casado con Josefa Pando)
Guarda bienes de emigradosFrancisco Xavier Izcue
8 fincas y cochera 1 callejónMartín OsambelaLa Menacha yPanteónLateMaria Osambela
Residencia y fincas " "Gaspar Osma (casado con Josefa Ramírez de Arellano)Felipe Sancho DávilaLomolargo, Pariache, Asesor,Quiroz, Portocarrero, PacallarLateTestamenteríaSancho Dávila
Finca del MayorazgoManuel SalazarPinoSurcoManuel Salazar
Casa de Pastrana, almacén en la calle MercaderesFrancisco Quirós
5 casasFincasEscrituras, pagarés, etc.Torre TagleJuan Bautista ValdeavellanoJuan Bautista Zaracondegui

(1) Nac.: nacionalidad, E = europeo (español), L = limeño (2) Esposa del marqués de Valle Umbroso

* Datos gentilmente proporcionados por Alberto Flores Galindo, quien me prestó uno de sus cuadernos de apuntes de la investigación que realizó sobre la aristocracia mercantil colonial a fines del siglo XVIII, y comienzos del XIX: Aristocracia y plebe, (Lima, 1984). Los datos de este cuaderno los obtuvo del Juzgado de Secuestros, años 1821-1822, legajos 1 a 11, Tribunal de Cuentas, AGN.

** Datos obtenidos de los cuadros que aparecen en la obra de José María Córdova y Urrutia, Estadística histórica, geográfica, industrial y comercial de los pueblos que componen las provincias del departamento de Lima. (Lima, 1839), Tomo I; pp. 88-90, 91-93, 98-100, 124-25. Tomo II, pp. 5-6.

La agricultura de Cajamarca pasaba por una situación tal vez más crítica que la de la costa norte36. Existía una vinculación entre la deprimida producción ganadera de la zona y la depresión de la demanda de dichos productos en la costa norte. Debido a ese cuadro de abatimiento, las propiedades se depreciaron y ocurrió un proceso de adjudicaciones análogo al que observamos en la costa norte y en otros lugares del Perú durante los primeros años republicanos.

En Chota se adjudicó haciendas a militares a quienes se les adeudaba sueldos y a los que se quería premiar por su participación en las contiendas de la Independencia. Es el caso de la adjudicación de la hacienda Llaucán al general de división Bias Cerdeña37. Esta hacienda tenía especial importancia pues lindaba con el cerro San Fernando, principal fuente del mineral de Hualgayoc, cuyas vetas todavía se seguían explotando en 1820 pero luego decayeron irremediablemente en años posteriores. En una petición fechada el 8 de enero de 1830, el general Blas Cerdeña expone méritos y servicios en las campañas de la Independencia, Bolivia y Colombia, pidiendo que se le recompense con la adjudicación de la hacienda Llaucán a cambio de 6000 pesos que se le debían, por ajustes de cuentas realizadas en la tesorería departamental de Arequipa en noviembre de 1828, y en la comisaría general de Cajamarca en febrero de 182038.

En un decreto supremo dictado por el Presidente Gamarra en enero de 1830, se lee:

Teniendo en consideración los importantes serbicios que ha prestado a la Nación el Benemérito General de División Dn. Bias Cardeña [...] se adjudica a fabor del referido Gral. en todas sus partes la Hazienda denominada San Francisco Llaucán cita en la Provincia de Chota Departamento de la Libertad, pues aunque por el ajustamiento que presenta sólo es deudor el Estado de cinco mil setecientos cinco pesos […] y el valor de la referida Hazienda sube a la cantidad de diez y ocho mil pesos [...] cede a su favor los doce mil novecientos ochentaicinco pesos [...] que resultan de aumento39.

De esta forma se cancelaban las deudas con los militares ilustres, utilizando los fondos administrados por el Tribunal del Consulado y la Dirección de Consolidación, creada en 1826. Dichos fondos provenían en su mayoría, como veremos en el capítulo 2, de los bienes cautivos de la antigua administración colonial (Temporalidades) y de los conventos supresos (a los cuales se añadían las propiedades del Tribunal de la Santa Inquisición extinto).

En el caso de la hacienda Llaucán, se trataba de una propiedad implicada en el concurso de acreedores del banquero Juan de la Cueva, que quebró en 1635. Los bienes de este banquero fueron asumidos por el Real Tribunal del Consulado, que los administraba con el objeto de indemnizar a los 579 acreedores (entre ellos el Tribunal de la Santa Inquisición –debido a que algunos de los clientes de De la Cueva fueron acusados de judaizar–, cuyas rentas luego pasarían al Estado republicano), a quienes se les debía por un monto de 1 068 284 pesos. Sin embargo, estas sumas acreedoras nunca serían canceladas pues la antigua deuda colonial nunca se consolidó, a pesar de que hubo algunos débiles intentos por hacerlo.

El Real Tribunal del Consulado arrendaba la hacienda Llaucán, que perteneció a Juan de la Cueva, y el producto del arrendamiento ingresaba al fondo de indemnización destinado a satisfacer a los acreedores del concurso. Después de la Independencia, el Estado republicano continuaba arrendando dicha hacienda a los antiguos locatarios, los excoroneles del ejército colonial Miguel y Pablo Espinach, vecinos de Cajamarca; y a la muerte de Miguel, en 1827, se intenta cambiar de arrendatario. La testamentería de Miguel Espinach, que continuaría en posesión de la hacienda hasta 1830, debía, según el director de Consolidación, el arrendamiento vencido entre los años de 1820 y 1827, a razón de 2000 pesos anuales. Entre 1828 y 1830, año en que se verifica la adjudicación de la hacienda a Cerdeña, sería Manuel Espino, el albacea de la testamentería Espinach, el administrador de la hacienda.

En 1830, el apoderado legal de Blas Cerdeña, don José Mariano Cavada, coronel comandante de los cívicos de Celendín, tomará posesión de la hacienda a pesar de las protestas del minero de Hualgayoc, Domingo de la Cueva, descendiente de Juan de la Cueva, quien reclamará para sí la propiedad de la hacienda. En 1832 Cerdeña renuncia a la posesión de la hacienda por «inconvenientes para el goce pacífico» de la misma. El Estado le otorga a cambio, por decreto presidencial, 1000 pesos mensuales de la tesorería del Cusco y 500 pesos mensuales por la de Ayacucho, hasta cubrir la cantidad de 20 000 pesos. En 1852 Cerdeña recibe 25 700 pesos en vales de consolidación.

Tanto en el caso del general Plaza como en el del general Cerdeña, observamos la compensación privilegiada a caudillos militares en desmedro de los que mayor perjuicio sufrieron debido a la destrucción y expropiación de propiedades. Al repartirse los recursos de la deuda interna, antes de 1859, con obvio favoritismo, se contribuye a una inicial concentración de las mejores tierras en manos de gamonales que se aprovecharon del ausentismo de los dueños de las adjudicaciones.

En la sierra central, dos casos de beneficiados por la deuda interna en desmedro de acreedores menos influyentes fueron los de Francisco de Paula Otero y los hermanos Olavegoya del valle del Mantaro. Paula Otero se inicia como arriero en la zona, estableciéndose en Tarma a fines del siglo XVIII. Durante la Independencia fue comandante general de las guerrillas del centro y gobernador de Tarma. A partir de 1833 adquiere varias haciendas, entre ellas la hacienda Cachi-Cachi, situada entre Jauja y Tarma y, a través de la parentela de su esposa, entra en el negocio minero de Cerro de Pasco. Era acreedor del Estado por adeudos y montepíos por servicios prestados en la campaña libertadora, por lo cual recibe 31 000 pesos en vales de consolidación en 1852. A su muerte lega a sus hijas las haciendas Quijano, en Salta; Florida, Acochay y otras fincas, en Tarma; y varias minas en La Rinconada, Cerro de Pasco40.

Los hermanos Demetrio y Domingo Olavegoya poseían inversiones diversificadas y eran dueños de una casa comercial en Lima. Comercializaban los productos de sus propiedades, estableciendo así una red amplia de actividades entre Lima y la sierra central. Debido a esta multiplicidad de contactos, que los colocaba en posición propicia para vincularse con los negocios del Estado, es que logran obtener un alto reconocimiento de deuda interna en 1852: unos 68 500 pesos en vales, cifra que fue la más alta entre los propietarios de la sierra central. Otros propietarios de la zona que alcanzaron a ser beneficiados por esta medida fueron, entre otros, Francisco Alvariño, hacendado de Tarma y propietario del valle de Chanchamayo, quien recibió 55 800 pesos en vales en 1850, y Manuel Ortiz de Zevallos, propietario en Huancayo, al que se le otorgó 42 000 pesos en vales en 1851.

Sin embargo, muchos arrieros y propietarios de tierras y minas de la sierra central fueron completamente ignorados por la deuda interna, o recibieron exiguas compensaciones, a pesar de haber sufrido directamente las consecuencias de las campañas militares en la zona.

Los grandes terratenientes Pío Tristán, de Arequipa, y Ancelmo Centeno, del Cusco, también se beneficiaron de la deuda interna41. Los casos de Paula Otero, Olavegoya, Tristán y Centeno son ejemplos de hacendados que lograron hacer respetar sus derechos sobre la deuda interna, aunque sea tardíamente. Como en el caso de Carrillo de Albornoz y Novoa, despojados propietarios coloniales, sus contactos con comerciantes notables y figuras políticas de Lima parece que resultaron determinantes en la adecuada satisfacción de sus reclamos. Por el contrario, como veremos en el capítulo dedicado a los «consolidados», los expedientes tachados por la Junta Depuradora en 1855 dan amplias pruebas de que existieron abundantes y desconocidos hacendados, arrieros, propietarios provincianos y mineros que se vieron marginados durante largas décadas en sus reclamos, y acabaron perjudicados por la consolidación de 1850 que los excluyó definitivamente del reparto de los nuevos fondos de la deuda interna, o les proporcionó solo una mínima porción. Entre otros, podemos mencionar a varios hacendados en los valles de Santa (por ejemplo, Manuel Zuloaga), Cajatambo y costa central; mineros de Cerro de Pasco; propietarios provincianos y arrieros en Ayaviri, Tambillo y Huaitaná, marginados por negociantes en vales de consolidación de 185042. La mayoría de los créditos reconocidos por la consolidación de 1850 provenían de deudas por daños y perjuicios durante las guerras de la Independencia y caudillescas, como lo demuestra la descripción del concepto original de las cantidades reconocidas como deuda durante los Gobiernos de Castilla y Echenique. La suma total de los expedientes por daños ocasionados por dichas contiendas ascendía a 16 millones de pesos en deudas que se reactualizan exageradamente de la noche a la mañana después de décadas de olvido. A raíz de estos reconocimientos se enciende una sorda pugna por su acumulación y concentración que despojó a los reclamantes originales y privilegió a los pocos que supieron negociar y especular con ellos.

Los acreedores privilegiados

Aparte de los caudillos premiados con adjudicaciones y con otros fondos limitados destinados al arreglo de la deuda interna, los prestamistas, cuyo giro se concentraba principalmente en la esfera comercial de Lima, lograron hacerse garantizar por el Estado el pago de sus cuentas acreedoras.

El poderío social de este grupo se sustentaba en la concentración del capital comercial en Lima. Los comerciantes obtenían altos beneficios, los más rentables de las actividades en la Lima de la época, mediante la importación-exportación y los préstamos otorgados a crecidos intereses43. Después de un periodo de selección, a través de la competencia comercial durante los periodos de crisis, se reduce el número de comerciantes que domina en la coyuntura de la década de 1840, cuando se incrementa la producción de Cerro de Pasco y empieza a exportarse el guano. Entre los más importantes estuvieron Gibbs e hijos, Alsop y Cía., Huth Gruning y Cía., Templeman y Bergman, Pedro Gonzales Candamo, Graham Rowe y Zaracondegui y Cía.

Al inicio de la República el sector mercantil colonial se vio afectado por la política de secuestros. Sin embargo, este rubro dio signos de recuperación mucho antes que el de los hacendados coloniales. Los comerciantes Pedro Abadía, Francisco Javier de Izcue, José Gonzales conde del Villar de Fuente, Juan Bautista Andraca y Francisco Quirós figuraron entre los principales secuestrados en el periodo 1821-1823. Ellos nos darán la clave de cómo inicia su actividad este sector mercantil bajo condiciones nuevas después de la Independencia. Muchos de ellos fugaron al Real Felipe temerosos de la reacción popular ante el desguarnecimiento de la ciudad de Lima a la salida de las tropas españolas en 1824. Izcue y Abadía fueron denunciados por poseer bienes de los españoles emigrados Zaracondegui, Soregui y otros, lo que coincidía lógicamente con su función de habilitadores y accionistas de empresas mineras y préstamos comerciales (ver tabla 1). Izcue era un importante comerciante que cumplió en varias oportunidades el cargo de cónsul del Tribunal del Consulado entre 1822 y 1823, acompañando en la dirección del Tribunal al conde del Villar de Fuente, prior de dicho gremio. Después de su rehabilitación, Izcue, «habiendo visto frustradas algunas especulaciones mercantiles se dedicó con esmero a la exportación de frutos del país, y teniendo que abandonar los algodones y lanas por los obstáculos que presentaban el cultivo de aquellos, y la competencia en el acopio de éstas, dirigió su atención a los minerales de cobre de que abunda este país...»44. Se embarca en una empresa de extracción de cobre en Tuctu-Morococha juntamente con el alemán, residente muchos años en el Perú, Carlos Renardo Pflucker, formando la Compañía Peruana de Minas de Cobre en 1840; a pesar de estos esfuerzos, Izcue no pudo recuperar su anterior posición de encumbramiento bajo el régimen republicano.

Pedro Abadía fue, junto a José Arismendi, uno de los principales promotores de la Compañía de Máquinas de Vapor de Cerro de Pasco, que en 1815 importó cuatro máquinas que luego de su instalación no resultaron suficientes para desaguar las minas debido a las constantes inundaciones. Hacia 1852 tenemos evidencia de que Abadía se dedicó a comerciar en vales de consolidación, de los que recibió 25 000 pesos nominales en vales a su nombre, que luego serían tachados por la Junta Examinadora en 1855. ¿Será este un caso de exitoso cambio de rubro de un comerciante de origen colonial?

El caso de Francisco Quirós reviste especial interés en nuestro seguimiento de los comerciantes que se iniciaron en la etapa colonial y luego se convirtieron en privilegiados acreedores del Estado. A pesar de haber sido hacia 1820 una autoridad con una actitud favorable a la separación de España en Cerro de Pasco, lugar donde nació en 1798, Quirós fue sindicado como emigrado. En consecuencia se le levantó un expediente de secuestro en 1821 sobre su propiedad en la plazuela de San Lázaro, la Casa de Pastrana, y sobre un almacén en la calle Mercaderes45. En 1822 Quirós viaja a Londres debido a las dificultades que tuvo en Lima, y allí se asoció con capitalistas ingleses interesados en la minería peruana, aportando sus conocimientos del comercio en dicha zona. La fenecida Compañía de Máquinas de Vapor dejó muchas deudas que permitieron al grupo de capitalistas, representados por Quirós, adquirir intereses en la minería a bajo precio mediante el establecimiento de la Compañía Pasco Peruana, al tiempo que cierto exceso de capitales en la Bolsa de Londres permitió a las casas comerciales Brigs, Gibbs, Crawley, Naylor, Kendall, Templeman y Bergman invertir en el ramo, junto con capitalistas nativos como Juan de Aliaga, conde de San Juan de Lurigancho, y Pedro Gonzales Candamo. Los agentes directos de la Compañía Pasco Peruana eran Quirós, Guillermo Cochrane, Joseph Andrés Fletcher y D. T. Holland46. La empresa se reorganizó en 1829 con la participación de Gonzales Candamo, pero finalmente fracasó en 183347.

Quirós también se dedicaba a los negocios de importación de mercancías. En 1825 se le acusó de haber ingresado siete cajones de artículos españoles expresamente prohibidos por decretos de abril y mayo de 1825. Estos cajones habían llegado procedentes de Londres en el bergantín inglés Mackarell y, ante el peligro de decomiso, Quirós argumentaba haber pedido dichos artículos antes que los decretos se conociesen. En tercera instancia Quirós será absuelto de los cargos48. Sus actividades de importador y de intermediario de capitalistas ingleses le darán a Quirós la oportunidad de recuperar el terreno que perdió con el advenimiento de la Independencia, convirtiéndose luego en uno de los principales exponentes de la clase comercial dominante, así como en un persistente acreedor del Estado entre los años de 1835 y 1855, como se puede apreciar en las tablas 2 y 3.

Por otro lado, Juan Bautista Andraca, uno de los grandes propietarios urbanos a fines de la época colonial, a quien se le intentó secuestrar 15 casas en 1821, fue también otro de los grandes beneficiados por la consolidación de 1850 al recibir 61 000 pesos en vales. Muchos de estos comerciantes y propietarios de origen colonial aparecerán entre los primeros nativos que otorgaron empréstitos, no siempre forzados, al Estado republicano49.

Las deudas que el Estado tenía con acreedores que prestaban mayoritariamente, aunque no siempre, en efectivo, percibían un interés mensual elevado y el Estado se veía obligado a contraer y pagar puntualmente sus intereses y amortizaciones. Si no lo hacía, corría el riesgo de perder una fuente de financiamiento importante, una de las más necesitadas previas a la aparición del guano. Se trata de los créditos colocados en el ramo de arbitrios, Casa de Moneda y abonos de aduana, utilizando como garantías, respectivamente, el producto de los impuestos sobre mercadería internada (arbitrios), los derechos de acuñación y los derechos de aduana. El ramo de arbitrios lo administraba el Tribunal del Consulado, amortizando mensualmente los créditos al mejor postor con la modalidad de propuestas cerradas. Luego el ramo de arbitrios se trasladó al de la Caja de Consolidación, junto con los créditos sobre la Casa de la Moneda, con preferencia en su amortización y pago de intereses.

En el Archivo General de la Nación se puede verificar, en la sección de libros manuscritos republicanos, una colección de cuentas corrientes de los empréstitos sobre el ramo de arbitrios entre 1838 y 1855. Así, es factible obtener información de cómo fue evolucionando la inversión interna en deudas estatales y el nombre de los principales prestamistas que van configurando un importante sector del poderío económico de la época. Las tablas 2 y 3 muestran a los principales acreedores componentes de este sector.

Según estas tablas, los grandes prestamistas en el ramo de arbitrios serán en su mayoría prácticamente los mismos que se pueden encontrar entre los encumbrados poseedores y negociantes de vales de consolidación entre 1852 y 1858. El caso de José Vicente Oyague, que de ser un acreedor de solo 573 pesos en el periodo 1841-1843, y de 177 650 pesos al 1% de interés mensual en 1855, es el ejemplo más saltante del progreso de algunos comerciantes en su capacidad de realizar préstamos al Estado y obtener beneficios de ello. Otros personajes que incrementan sus créditos contra el Estado entre esos años son Isidro Aramburú, José Canevaro, Ancelmo Centeno, Andrés Gamarra, Micaela Lozano de Blanco, y Meléndez y Castañeda50. Un análisis más profundo sobre estos acreedores sería muy útil para evidenciar cambios entre los principales poseedores de capital comercial antes y después de la aparición del guano; sin embargo, para los efectos del presente estudio, es suficiente la constatación de la existencia de privilegiados prestamistas entre los principales beneficiados por la consolidación.

En conclusión, antes de la consolidación de 1850 se evidencia una predilección o favoritismo por concentrar la cancelación de la deuda interna entre acreedores que colocaron préstamos con sólidas garantías de rentas estratégicas del fisco. Estos prestamistas por lo general son personas ligadas a la actividad comercial, uno de los pocos rubros de la economía de la época con márgenes aceptables de ganancia y acumulación. Aquellos sectores ligados a la deprimida producción agraria, provincial o minera, obtuvieron una participación mínima en la por demás reducida satisfacción de la deuda interna antes de 1850. Eran sectores que demandaban patéticamente capitales para su reconstitución. El Estado no solamente se veía imposibilitado de satisfacer a estos sectores deficitarios en sus reclamos, sino que los relegaba aún más con su indiferencia y hasta los gravaba con impuestos excesivos. En consecuencia, los productores del sector agrario y minero recurren al endeudamiento con el sector comercial, cediendo muchos de sus derechos sobre la deuda interna y perdiendo en numerosos casos sus propiedades.

Este fenómeno encuentra entre sus causas el carácter de empréstito forzoso que originó los reclamos de la deuda interna por parte de hacendados, mineros y propietarios provincianos. Este tipo de deuda era muy aleatoria y de difícil cancelación en circunstancias de pugnas entre caudillos y destrucción de propiedades. Los empréstitos en los ramos de arbitrios, Casa de Moneda y aduana eran por el contrario préstamos con la expectativa de obtener altísimos intereses. El aparato estatal sufría endémicamente de un desbalance presupuestal, y necesitaba urgentemente de financiamiento interno debido a su pésimo crédito externo. Los caudillos que se disputaban el control del Estado estaban dispuestos a acceder a las exigencias de prestamistas comerciales ante la carencia de capitales.

Sin embargo, los préstamos con rentas fiscales poseían una cuota de riesgo debido a lo inestable de la situación política, aunque poco a poco los comerciantes nativos y extranjeros logran defender exitosamente sus inversiones al constituirse en el principal grupo de presión. Adicionalmente, el conjunto de hacendados y mineros no constituyó un grupo políticamente poderoso como para presionar el pago de lo que se les debía. Los caudillos militares, al manejar en su favor la violencia institucionalizada, prefirieron beneficiarse ellos mismos de los exiguos fondos de la deuda interna antes de 1850 con adjudicaciones escandalosas. A la vez, se aliaban coyunturalmente con los comerciantes-prestamistas para satisfacer sus necesidades monetarias inmediatas, sin dejar de abusar del sector productivo a sus anchas, continuando la política de empréstitos forzosos e impuestos asfixiantes. Finalmente, como se analizará en el próximo capítulo, este juego de intereses afectará decisivamente la evolución de la legislación de la deuda interna.

Tabla 2 Principales acreedores del ramo de arbitrios, 1841-1843 (en pesos)

Nombres de AcreedoresAños del ReconocimientoSaldo 1841Saldo 1843Intereses:% mensual
Aramburú, Isidro1834-38146334641; 1,5
Alvarez Calderón, Francisco1834-3910 22092262; 1,5
Aranzaenz, Buenaventura1835-37540054001,5
Allier, Aquiles184115 591*1
Blanco, Miguel1834-3716 841**2
Balega, Félix1835-36425042502
Buenamuerte, Convento183913 14611 3641; 1,5
Bringas, Manuel184111 37812 9781
Campoó, José1834593159312;1
Comparet, Sebastián1836-3911 33311 3331,5
Canevaro, José1835-3675751; 2
Chumet Desfloses o B. Navejas1837800080002
Candamo, Pedro Gonzales184112 53312 5331
Elías, Domingo18388388382
Feyfer, Federico18365005002
Fuente Hermosa, sus herederos183924 30024 3001; 1,5
García de la Plata, Manuel1835-41704410 9941,5
García y Compañía1841787214511
Galdeano, José María1834-3931 40032 4001
Gil, Juan (por Roncal)1834-3611 00011 0002; 1
Gibbs Crawley y Compañía1835-3835 99335 9931; 1,5
Huth Gruning y Compañía1834-3621 83811 8381,5
Izcue, Juan Francisco1834-39514251421,5; 2
Iturregui, Juan Manuel1834-3912 38012 3801,5
Junín, Departamento de183412 90286601,5
Lavalle, Juan Bautista1834-37949094901,5
Larragoitia, Rafael1834-3968239232; 1,5
Lecuona, José Nic.1834-36450025002; 1
Macall y Compañía1837590659062
Navarrete, Ramón1835-3610 16310 8431; 2
Quirós, Francisco1834,37,38561856181; 1,5; 1
Revoredo, Felipe1834-38,4126 16726 1671,5; 1
Romero y Compañía1834-3613 54815 5581; 1,5; 2
Roncal, Fermín1835-37191312 9131,5
Rodrigo, Nicolás183926624751; 1,5
Ruis Dávila, Manuel1834-3913 82913 8292; 1
Salvi, Pedro1834-37710096002; 1
Salazar y Baquíjano, Manuel1835-3913 12212 5851
Santiago é hijo, su viuda1836,3814 42414 4241; 2
Salinas, Antonio1839,4137 94010 0001
José Ma. Sotomayor1835,36,41593871642; 1
Tracy, Samuel1834-36466646661,5
Ugarte, Mariano Miguel184024 62124 621
Waddington, Josué1839779177911,5
Thorne y Compañía, Rollin1835-41514291421; 1,5
Colina, Narciso1841642164211
Castillo, Francisco183912 64612 6461
Gallo, María Antonia1839,4112 64612 6461
Castillo, Manuel183912 64612 6461
Comparet, su testamentería1834-3914 35814 3581,5
Blanco, su testamentería1834,36,3717 34117 3411,5
Hegan-Hall y Compañía1834-36466646661,5; 1
Templeman y Bergman1835,39808680861; 1,5
Oyague, José Vicente1837-385735730,5
Suma (principales acreedores)595 720534 948
Total de acreedores del que se sacó la muestra: 553701 528789 104

* Subrogados a Felipe Revoredo.

** Cancelada.

Fuente: «Libro de cuentas corrientes de los empréstitos sobre el ramo de arbitrios», Libros Manuscritos Republicanos, año 1843, H-4-1849, AGN.

Tabla 3 Principales acreedores del ramo de arbitrios, 1852, 1853, 1855 (en pesos)

Nombre de Acreedores185218531855Intereses% mensual
Aramburú Isidro16 200975036001; 0,75
Alison Cumberlegue y Cía.600060000,5
Allende, María9450945094500,75
Abadía, Pedro1100110011000,75
Bringas, Manuel9100910091001
Buenamuerte, Convento8150815081501
Barrera, Lino; testamentería285028500,75
Bryce, Juan450045000,75
Bulnes, Manuel (general chileno)50 0000,75
Campoó, José92501
Candamo, Pedro Gonzales2250225022501; 0,5
Canevaro, José730020001
Centeno, Ancelmo34 10020 75020 0501; 0,75
Calderón, Juan de Dios1150115011501,5
Charon, Melchor17 800
Comparet, Sebastián18 30013 70013 7001,75
Cruz, José María30 000
Cruz Carrasco, María14 600
Cucalón, Antonio18 4501
Denegri, Pedro23 35021 5001
Fuente Hermosa, herederos29 50017 40017 4001,75
Fleifman, José27 5001
Ferrocarril, Empresa29 10029 10029 1000,75
García y Calmet10 15010 1501,5; 0,5
Galdeano, José María20 35010 0001
Garrido, Victoriano20 00020 00020 0000,75
Gallagher, Juan640064001
Gamarra, Andrés79 20067 80061 8500,5; 1
Gibbs, Guillermo35 90025 60017 5501,5; 1
Gutierrez de la Fuente, Antonio13 05073001
Heroward, José15 00010 00010 0001
Jaramillo, Antonio59591; 0,5
Lozano de Blanco, Micaela31 40028 15010 0000,75; 1
Larratea, Juan José54 65054 6500,75
Lazo, Benito50000,75
Martínez, Mercedes11 95011 95011 9500,75
Melendes y Castañeda15 65012 5501
Montané y Cia.21 40020 50013 9501
Navarrete, Ramón13 65013 6501
Puch, Cruz945053501
Oyague, José Vicente19 350117 6501; 0,75
Prevost Stanope650055001
O'Brien, Juan8750
Olavegoya, Demetrio19501
Quirós, Francisco14 850985098500,5; 1
Revoredo, Felipe32 65032 65032 6501
Roncal, Fermín14 5501
Rodrigo, Nicolás10 5001
Ruiz Dávila, Manuel13 35013 3500,75; 1
Río, Manuel69001
Rei Riesco, Ignacio20 50050001
Romero, vda. de24 10011 8001
Salazar, Manuel80001
Seminario, Miguel75001
Severin, Enrique68501
Templeman y Bergman10 700
Tristán, Pío46 60042 60042 6000,75; 1
Tristán, Victoria8000
Tristán, Francisca15 50015 0001
Tristán, Josefa7100
Tapuc, Feligreses81001
Tagle de Zevallos, Josefa36 650
Thorne, Rollin63 00031 80015 8501
Ugarte, Mariano Miguel28 65028 6501
Winder, Miguel69 30054 20041 0000,75; 1
Suman (principales acreedores)985 350740 350736 500
Total deuda arbitrios1 266 445990 050

Fuente: «Manual duplicado de la Caja de Consolidación que administra el Tribunal del Consulado, años 1852 y 1853», Libros Manuscritos Republicanos H-4 1986/1995. AGN.

«Auxiliar principal del ramo de arbitrios en la Caja de Consolidación que administra el Tribunal del Consulado», Libros Manuscritos Republicanos, H-4-2019, AGN.

1 Durante y después de la ocupación napoleónica, el Estado español atraviesa por un periodo de penurias fiscales parecidas a las de las Repúblicas sudamericanas luego de la Independencia. Así, el Estado español, durante periodos tanto liberales como monárquicos, recurrió al endeudamiento público interno y externo, garantizados por confiscaciones de tierras, para rescatar al Tesoro y asegurar apoyo político. Vicens Vives, J. (1964). An Economic History of Spain (pp. 629, 637). Princeton: Princeton University Press; Nadal, J. (1975b). Toe Failure of the Industrial Revolution in Spain. En C. Cipolla (ed.), The Fontana Economic History of Europe (vol. 4, p. 556). Glasgow: Collins Sons & Co.

2 Ibíd. En el caso español el Estado utiliza la expropiación o la desamortización de la propiedad territorial eclesiástica, real y municipal para agenciarse los fondos necesarios para la consolidación de la deuda interna, iniciando así una reforma agraria de la cual se benefició una clase capitalista latifundista. Ver también Tamames, R. (1978). Estructura económica de España (vol. 1, p. 407). Madrid: Alianza Editorial.

3 Gootenberg, P. (1985). Merchants, Foreigners and the State: The Origins of Trade Policies in Post-Independence Peru (p. 317) (tesis doctoral). University of Chicago, Chicago, Estados Unidos.

4 Macera, P. (1977). Trabajos de historia (vol. 3, p. 293). Lima: Instituto Nacional de Cultura.

5 Hunt, S. (1973b). Growth and Guano in Nineteenth Century Peru (pp. 19, 28-31). [Discussion paper 34]. Woodrow Wilson School, Princeton University.

6 Engelsen, J. (1977). Social Aspects of Agricultural Expansion in Coastal Peru, 1825-1878 (pp. 8-9) (tesis doctoral). UCLA, Los Ángeles, Estados Unidos. Gootenberg, op. cit., p. 44.

7 Platt, D. C. M. (1972). Latin America and British Trade (pp. 25, 29). Edinburgo: T & A Constable.

8 Hunt, op. cit., p. 97. Hunt, S. (1973a). Price and Quantum Estimates of Peruvian Exports, 1830-1962 (pp. 64-65). [Discussion paper 33]. Woodrow Wilson School, Princeton. Las cifras proporcionadas por Bonilla, H. (1974b). La expansión comercial británica en el Perú. Revista del Museo Nacional, (40), 254-275; y Bonilla, H. (1972). La coyuntura comercial del siglo XIX en el Perú. Desarrollo Económico, (12), 305-331, deben ser tomadas con cuidado debido a omisiones en su elaboración.

9 Hobsbawn, E. (1976). The Age of Capital (p. 33). Londres: Wiedenfeld & Nicholson. Algunas cifras que Hobsbawn consigna nos indican que las exportaciones británicas de manufacturas de algodón fueron por un volumen de 1300 millones de yardas entre 1850 y 1860, mientras que en los 30 años que mediaron entre 1820 y 1850 solo alcanzaban 1100 millones de yardas. Asimismo, el comercio mundial obtuvo un crecimiento del 260% entre 1850 y 1870, contra uno de 100% entre 1800 y 1840.

10 Macera, op. cit., vol. 3, p. 279.

11 Dancuart, E. (1902). Anales de la Hacienda Pública (vol. 2, p. 26). Lima: G. Stolte.

12 Platt, op. cit., p. 32.

13 Pando, J. M. (1828). Memoria sobre el estado de la Hacienda de la República Peruana, en fin del año 1830 presentada al Congreso por Jose María Pando. Lima: J. Masías.

14 Rivero, M. y Piérola, N. (1828). Memorial de ciencias naturales y de industria nacional y extranjera (vol. 1, p. 102). Lima: Imprenta de Instrucción Primaria.

15 Manrique, N. (1979). El desarrollo del mercado interior de la sierra central, 1830-1910 (pp. 61-64). La Molina: Taller de Estudios Andinos.

16 Opinión sustentada por Deustua, J. (1986). La minería peruana y la iniciación de la República, 1820-1840. Lima: Instituto de Estudios Peruanos.

17 Ídem. Lo que sigue se basa en el valioso estudio de Deustua.

18 Hunt, Guano and Growth […], p. 50.

19 Rivero, op. cit., vol. 1, p. 102.

20 Pflucker, C. R. (1846a). Exposición que presenta Carlos Renardo Pflucker al Supremo Gobierno, con motivo de las últimas ocurrencias acaecidas en la Hacienda Mineral de Morococha (p. 12). Lima: Imprenta del Correo Peruano.

21 Mallon, F. (1977). Minería y agricultura en la sierra central: formación y trayectoria de una clase dirigente regional, 1830-1910. En Lanas y capitalismo en los Andes centrales (p. 4). Lima: Taller de Estudios Andinos.

22 «Expediente para el funcionamiento de una Casa de Moneda en Cerro de Pasco, 16 de julio de 1844», Documentos Nº 002082, BMNH.

23 Engelsen, op. cit., pp. 8-18. Flores Galindo, A. (1984). Aristocracia y plebe: Lima, 1760-1830 (pp. 84, 224-229, 231). Lima: Mosca Azul.

24 Macera, op. cit., vol. 3, p. 293; vol. 4, p. 44; Engelsen, op. cit., pp. 24-26. Ver también Távara, S. (1855). Abolición de la esclavitud en el Perú. Lima: Imprenta de El Comercio.

25 Córdova y Urrutia, J. M. (1839). Estadística histórica, geográfica, industrial y comercial de los pueblos que componen las provincias del departamento de Lima (vol. 1, p. 33). Lima: Imprenta de Instrucción Primaria.

26 Pando, J. M. (1833). Reclamación de los vulnerados derechos de los hacendados de las provincias litorales del departamento de Lima (p. 3). Lima: J. M. Concha.

27 Ibíd., p. 43.

28 Gootenberg, P. (1981). Artisans and Merchants: Toe Making of an Open Economy in Lima, Peru, 1830-1860 (cap. 1) (tesis de maestría). Oxford, Gran Bretaña: Oxford University.

29 El general San Martín inició esta medida el 18 de junio de 1821 al expropiar las propiedades de los emigrados con el ejército español, los cuales iban abandonando Lima por temor de acciones violentas contra ellos por parte de la multitud limeña. Un decreto del 1 de febrero de 1822 dispuso el secuestro de la mitad de los bienes de los españoles forzados a emigrar del país. En 1824 se dictó el secuestro de todos aquellos que se encontraban con Rodil en el Real Felipe. Los bienes secuestrados se depositaron bajo la administración del Juzgado de Secuestros creado en octubre de 1821. Burga, M. (1976). De la encomienda a la hacienda capitalista: el valle de Jequetepeque del siglo XVI al XX (pp. 148). Lima: Instituto de Estudio Peruanos; Flores Galindo, op. cit., p. 220.

30 Flores Galindo, op. cit., pp. 256-257.

31 Ver capítulo 2.

32 Locatarios por largos periodos o de por vida.

33 Burga, op. cit., pp. 148-156.

34 Ibíd., p. 153.

35 Ibíd., pp. 159-160.

36 La agricultura de Cajamarca experimentaba la siguiente situación en los años del primer Gobierno de Castilla, según una descripción que de ella nos hace Fernando Casós, en su libro Los amigos de Elena: «aquí se trabaja para morirse de hambre, hay producción, pero el mercado de consumo es infinitamente pequeño, los productos van a los terrados a perderse, o darlos a los colonos y gentes necesitadas: nuestro país sólo tiene la agricultura en las costas, aquí no hay más que ricos pobres, que no salen ni pueden salir de su rusticidad y la miseria. No obstante vendrán de Motupe a la compra de ganados, podemos realizar 200 cabezas, que producirán 300 duros» (1874, pp. 36-37).

37 Según una biografía de Cerdeña, este nació en la Gran Canaria en 1792. Se trasladó a Venezuela en 1809 y se dedicó al comercio hasta 1815. Ingresa al ejército y, como teniente del batallón real de Numancia, es enviado a Paita. Se pasa con todo su batallón a las filas del ejército de San Martín en 1820. Participa en la campaña de Arenales en la sierra y llega al grado de coronel. Bolívar lo nombra intendente de Lambayeque y comandante general de la costa norte en 1824. Se retira del servicio en 1825 con una pensión mensual de 192 pesos, luego de haber perdido una pierna en la batalla de Zepita. Acepta el nombramiento de intendente de la provincia de Ica y el de comandante general de las costas del sur. Desempeña luego la administración de la aduana de Lima y es nombrado general de brigada en 1826. En 1829 es ascendido a general de división y participa en la campaña contra Colombia; desempeñó luego la comandancia general de Junín y Ayacucho. Durante el Gobierno de Gamarra se le nombra comandante general del Cusco, y en 1831 prefecto de Arequipa, sirviendo luego bajo la Confederación Perú-Boliviana. Migra a Guayaquil y es honrado en la lista militar por el Congreso de Huancayo. En 1835 es ascendido a gran mariscal por Orbegoso. Muere en 1854. Camacho, J. (1854). Apuntes para la biografía del gran mariscal don Blas Cerdeña dedicados a su hijo el señor mayor de artillería don José Cerdeña. Lima: Tip. El Heraldo.

38 «Expediente sobre la adjudicación de la hacienda Llaucán al Sr. general de división Blas Cerdeña y liquidación de sus arrendamientos, desde el año de 1819 hasta el presente con la testamentería del locador, d. Pablo Espinach de que es albacea el teniente coronel de cívico don Manuel Espino. Año 1830». Tribunal del Consulado, Caja de Consolidación, Contencioso, concurso Juan de la Cueva, legajo 37, AGN.

39 Ídem.

40 Manrique, op. cit., p. 37.

41 Para el caso de Tristán, ver el capítulo 6 más adelante, y Flores Galindo, A. (1977). Arequipa y el sur andino (p. 50). Lima: Horizonte; Colección Jiménez, Nº 123, AHRA. Para el caso de Centeno, ver Mörner, M. (1979). Notas sobre el comercio y los comerciantes del Cusco desde fines de la colonia hasta 1920 (p. 11). Lima: Instituto de Estudios Peruanos; y Tamayo Herrera, J. (1978). Historia social del Cusco republicano (p. 51). Lima: Industrial Gráfica.

42 Ver capítulo 4.

43 Gootenberg, Artisans and Merchants […], p. 28. Ver también Gootenberg, P. (1982). The Social Origins of Protectionism and Free Trade in Nineteenth-Century Lima. Journal of Latin American Studies, (14), 329-358.

44 Pflucker, op. cit., p. 7.

45 Ver San Cristóbal, E. (1935). Apéndice al Diccionario histórico-biográfico del Perú (pp. 159-160). Lima: Imprenta Gil. También «Expediente sobre la Casa de Pastrana […] de supuesta propiedad del emigrado Francisco Quirós», Juzgado de Secuestros, legajo 2, cuaderno 51, año 1821, Tribunal de Cuentas, AGN. Dato gentilmente proporcionado por Alberto Flores Galindo.

46 Alvarez Mayorga, M. (1979). Capital comercial y capital industrial en la minería, sierra central siglos XIX y XX (p. 56) (tesis de bachiller). Universidad Nacional Mayor de San Marcos, Lima, Perú.

47 Basadre, J. (1971). Introducción a las bases documentales para la historia de la República del Perú (vol. 1, p. 323). Lima: P.L.V.

48 Quirós, F. (1827). Demostración legal que presenta el ciudadano Francisco Quirós sobre que es inalterable la sentencia pronunciada en tercera instancia absolutoria del comiso denunciado contra el bergantín inglés Mackarell (p. 8). Lima: Imprenta Republicana.

49 Ver más adelante, en el capítulo 2, el caso del préstamo del 18 de setiembre de 1839 por 160 000 pesos otorgados, en parte, en valores de la deuda interna depreciados, que llegó a ganar un altísimo interés en solo tres meses. También considerar los préstamos levantados en 1841, durante una contienda entre caudillos, donde aparecen los nombres de Francisco Quirós, Nicolás Rodrigo, Manuel Bringas, Juan Bautista Valdeavellano, entre los principales prestamistas.

50 Comparar con la siguiente relación de acreedores de la Casa de Moneda, en 1849, ante la propuesta del Gobierno de trasladar sus créditos al ramo de arbitrios; «Razón de los acreedores a esta Casa por capitales que reconoce a su favor, con pago de intereses»: Alsop y Cía, señora Micaela Lozano de Blanco, José Campos, Santiago Campos, Pedro Denegri, José Fleitsman, José María Galdeano, Ricardo Humpreis, Meléndez y Castañeda, Andrés Mena, Montané y Cía., Emilio Nora, José Vicente Oyague, Federico Pfeiffer, Read y Cía., Juan Rener, Andrés Reyes, Colegio de San Carlos, Miguel Winder. Manuscritos 1849, D1646, BN.

La deuda defraudada

Подняться наверх