Читать книгу Desordenando la vida... - Alicia Martin - Страница 10

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& Montse notaba rarísimo a Mateo últimamente, estaba como en las nubes permanentemente y parecía como si nada de alrededor le perturbara, le daba la razón en todo y una sonrisa bobalicona se dibujaba en su boca a menudo.

Debe de ser la ilusión del bebé, pero la verdad es que tampoco habla mucho de ello -estos hombres, son tan introvertidos y poco comunicativos, tengo que andar siempre de detrás de él para ir a comprar las cosas del bebé, pareciera que todo le da igual y además, si no lo conociera tan bien pensaría en alguna pelandusca, a algunos hombres les pasa eso con el embarazo de sus mujeres, pero a Mateo no creo, ¡es más parado el hombre! pensó.

Así que enfrascada en esos pensamientos andaba arreglándose para ir al trabajo, cuando de repente vio el móvil encima de la mesilla y tuvo un pálpito, que evidentemente aprovechó.

Lo malo de ser feliz es que uno se relaja, y mucho, la propia felicidad lleva implícita esta característica, se está ligero, liviano, despreocupado y se encuentra uno tan bien, tan tranquilo que uno acaba por olvidarse de lo cotidiano, deja de tomar precauciones y se descuida. El último mensaje del móvil, ahí traidor, expuesto, con esas preciosas palabras de Almudena se quedó en la mesilla de noche mientras Mateo se duchaba.

A veces, en muchas ocasiones, nuestro inconsciente decide por nosotros, decide ayudarnos a resolver situaciones que nosotros no sabríamos resolver por nosotros mismos, decide gritar lo que nuestro corazón calla. Y como siempre tendemos a ser felices nos buscamos la mejor forma de escapar de una situación que no nos hace feliz. Fue él quien decidió inconscientemente que ella viera ese mensaje (el inconsciente decide el noventa por ciento de nuestras acciones).

Montse cogió el móvil de la mesilla de noche mientras escuchaba la melodía de fondo, su marido cantaba bajo la ducha pletórico, así que no se lo pensó dos veces, lo pescó al vuelo sin dudarlo y abrió los últimos mensajes que estaban sin clave (ya se sabe, no hay crimen perfecto).

Varios mensajes que provenía de una mujer llamada Almudena:

“Eres impresionante, nuestra conexión de anoche, te deseo tanto”.

“Ah, mañana no puedo quedar tesoro, Víctor me ha pedido que le acompañe a recoger el coche, espero que no te aburras mucho sin mí, te quiero”

Y el último mensaje de Mateo: “No te preocupes amor, tenemos toda la vida por delante, te deseo”.

Allí estaba el mensaje junto a la foto de una mujer atractiva, madura, sonriente que tenía bonito hasta el nombre, se metió en la cama tapada hasta las cejas, tragando saliva y aguantando la estocada de dolor en el pecho hasta que Mateo salió de la ducha , se vistió y se arregló la corbata, ella se hizo la dormida cuando él se inclinó para darle un beso y le dijo muy alegre “Montse esta tarde no trabajo, la pasamos juntos si te apetece y vamos a comprar las cosas del niño”.

No puedo describir su dolor. Si el dolor se pudiera medir esto sería insoportable, como un puñal ardiendo atravesándote la garganta. Cuando sonó el ruido seco al cerrarse la puerta de la calle, Montse se derrumbó, las lágrimas en los ojos formaron un manantial imparable. No daba crédito, no podía creer lo que estaba viviendo, la rabia y el dolor se mezclaban en su cabeza como un torbellino arrancándole de cuajo el corazón.

En un momento de lucidez fue consciente de que su marido tenía una amante, que le llevaba mintiendo todo el trimestre con ese curso, ya le pareció a ella raro su entusiasmo por el trabajo y esos horarios tan extensos últimamente, y sobre todo su cara de “atontado” perpetuo.

Se encendió la bombilla en su cabeza, fue instantáneo, ahora comprendía porque llevaba tanto tiempo sin tocarla, porque evitaba cualquier conexión íntima con ella; siempre había pensado que le producía rechazo el hecho de su embarazo (nunca le dijo nada porque pensaba que era normal) a muchos hombres les pasa, les da reparo tener relaciones con una embarazada.

No sólo descubrió que era con una mujer casada y mayor que ella, sino que en el mismo instante en que pudo ver su foto, le transmitió la fuerza que tenía esa mujer. Era una mujer segura de sí misma, no, no era una niña, era una mujer madura que le decía te quiero mucho a Mateo. El mismo mensaje que ella le enviaba cada mañana al trabajo con un icono.

“Pero que pedazo de estúpida he sido, como no me he dado cuenta- y esas sonrisas bobaliconas que se le escapan de vez en cuando pensando en Babia, ¡Dios! y yo pensando que era por el bebé, ¡seré imbécil”.

Entre lágrimas el animal herido entró en acción- llamaré a la oficina y diré que no me encuentro nada bien- dicho y hecho, se disculpó brevemente sin dar muchas explicaciones. Con una fuerza inusitada empezó a mirar entre las cosas de su marido, revisó cajones, la mesa de escritorio; nada de nada, ni rastro, su ordenador tenía clave y sus cuentas bancarias también, no podía ver nada.

De repente, se acordó de un detalle, últimamente estaba contenta porque Mateo se había hecho más ordenado. Cuando regresaba de hacer deporte, recogía cada día sus cosas y las metía directamente en el armario. Echaba a lavar la ropa sucia directamente en la lavadora, así ella ya no tenía que andar toqueteando esa ropa sudada, que ahora con el embarazo le producían tantas náuseas.

Revisó el armario y no encontró nada anormal, todo en orden, hasta que recordó unos altillos falsos encima del mismo. Cogió una silla y aún a riesgo de caerse en su estado, se subió encima con sumo cuidado de no resbalar. La barriga empezaba a crecer y le había cambiado el punto de equilibrio. Se empinó todo lo que pudo y empezó a removerlo todo, buscando no sabía bien qué, pero la intuición de una mujer es una buena brújula. Por un momento su corazón se paró, allí estaba la mochila negra de todas las tardes de deporte. Estaba tapada por otra ropa de deporte, zapatillas, maillots de correr y pelotas de tenis; allí estaba junto a otra bolsa grande que la tapaba por completo.

No sabía por qué, pero tuvo miedo, por un momento tuvo un presentimiento muy negro, lo tuvo desde el mismo momento en que subió encima de aquella silla porque no alcanzaba a ver bien desde abajo.

No hay palabras para descubrir lo que sintió cuando empezó a sacar objetos de aquella mochila, dos copas de champagne, unas bragas de encaje color azul noche con blondas transparentes. Un montón de objetos: preservativos, consoladores, unos muy grandes, otros como raros de formas sinuosas, un objeto metálico a pilas como una bala de plata, plumas y artilugios de cuero negro inexplicables para ella, pero por su tamaño indicaban que era ropa para un hombre. Su corazón latía a mil, no podía creer lo que tenía delante de sus ojos, resulta que su marido que siempre se había mostrado poco interesado con ella en la cama, resultó ser un pervertido.

Estaba oscilando entre la ira y las lágrimas, cuando ya no pudo más empezó a temblar. Se debatió entre coger inmediatamente el teléfono y decirle las cosas más horribles que pudieran salir por su boca, o esperar a ver su cara mientras le mostraba todos esos objetos repugnantes y tirárselos en su cara. Su cabeza iba a estallar de un momento a otro y no sabía si podría esperar tanto por la furia contenida que tenía.

Mateo volvió a casa contento, pensó: “hoy por lo menos, voy a descansar un poco, esta tarde me relajo, últimamente me duelen hasta los abductores. Esta mujer me va a “matar” pero me tiene loquito, es un volcán”. Esos pensamientos de felicidad revoloteaban en su mente mientras metía la llave en la puerta de casa.

Encontró a Montse, había llegado antes que él, -que raro – “Hola Mateo- le dijo dándole un beso en la cara-me he quedado en casa hoy, no me encontraba muy bien. He pensado que estaría bien que montases la habitación del niño ahora, yo casi mejor me tomo un vaso de leche y me meto después a la cama, ya iremos de compras otro día”. Dicho y hecho, tomaron el café juntos sonriendo, todo estaba en calma, aunque él noto su mala cara y pensó que efectivamente no se debía encontrar muy bien porque tenía la cara como desencajada, cosas del embarazo- pensó-.

Él se cambió de ropa, dejo todas sus cosas en la habitación, se metió al baño y abrió el móvil, antes lo había buscado en la oficina sin encontrarlo por ningún lado, pero no quiso llamarla para no despertar sospechas. El teléfono estaba afortunadamente donde él lo había dejado-esta mujer no se entera de nada -pensó-y mira que encima hoy se ha quedado en casa todo el día.

—Dios, cómo le odio, ahora estará escribiendo a esa zorra-le odio- repitió, pero ella ya tenía trazado su plan, había pasado toda la mañana leyendo los mensajes del móvil. Sufriendo como una mujer desesperada, por su inocencia, por la traición, por sostener el engaño sin pestañear y por la propia situación de su embarazo, que lo hacía todavía más doloroso.

Esto le hacía más fuerte y pensó que en ningún modo iba a trastocar sus planes. Su vida modélica de parejita feliz perfecta. Nadie lo iba a cambiar, ni siquiera el padre de su hijo. Le daba igual ya que le quisiera o no, ella iba a hacer lo posible para no dejarles ser felices, ya que a ella le habían hundido la vida, haría lo propio con ellos. Y no, no pensaba en modificar su plan ni un solo milímetro, aunque la rabia le carcomiera las entrañas.

Montse pasó toda la tarde metida en la cama haciéndose la dormida y tapada hasta las cejas. Repasando mentalmente todos y cada uno de los mensajes que había leído esta odiosa mañana de martes. Mensajes de amor, cariñosos, de amistad profunda, confidencias, risas, humor, y sexo, mucho sexo. El hombre que parecía tan poco interesado en ese tema con ella, incluso se llegó a preguntar en alguna ocasión lo extraño que era no tener casi relaciones.

Bien, pues ese mismo hombre se dirigía a esa mujer con adjetivos que harían enrojecer a un camionero y él se declaraba como “su esclavo” Ella se deleitaba hablando de las maravillas que sabía hacer, cuando con ella era un torpe increíble. Incluso le hacía daño cuando hacían el amor, no daba crédito. Todo esto plagado además de muchos “te quiero desde lo más profundo del alma”, “eres mi diosa, te amo y te deseo” eran casi siempre la despedida.” Te deseo”, le acababa de escribir esta mañana a su amante y a ella todavía le retumbaban esas palabras en sus oídos. Jamás se lo dijo a ella, jamás lo sintió tan profundamente entregado, tan embriagadoramente enamorado.

Lo peor de todo fue el dolor que le produjo aquella mañana descubrir quién era realmente su marido. Además, intuía que su rival era una mujer muy difícil de vencer. No era una jovencita que estaba muy buena, no, era una mujer madura guapa, culta, divertida e inteligente y además una zorra capaz de todo con tal de complacer a su marido. Hasta ella misma habría sentido cierta atracción por ella, mezclada con el odio que le proporcionaba un dolor insoportable.

Así que con semejante confusión le costaba pensar con claridad, pero no sabía que le pesaba más si el dolor, los celos o la rabia, pero decidió ponerse manos a la obra, no rendirse, no darse por vencida y jugar.

Cuando ya acabó de montar la cuna, la cómoda y el armario con sus ositos, notó cómo le rugían sus tripas, se había hecho tarde y pensó en despertar a Montse para hacer la cena. Fue a la habitación y no la vio metida en su cama, fue hacía la cocina y tampoco estaba, entonces oyó un gritito que salía del baño -Mateo, ven por favor, tengo una sorpresa para ti-. Prepárate que te vas a enterar de lo que es bueno, Mateo.

La sorpresa fue más que una sorpresa; casi le explota el corazón y entra en conmoción cuando la tuvo enfrente, a escasos diez centímetros; una mujer con una pierna subida en la bañera, ataviada con un traje de resina ceñido a su cuerpo, dejando entrever la barriga prominente de casi ya cinco meses. Dejando al descubierto sus nalgas y pintada como una puerta, con un látigo en la mano y le dice, -ven, cariño, tu zorrita tiene muchas ganas de jugar hoy contigo, soy tu esclava.

Lo que aconteció aquella noche fue muy doloroso para Mateo.

La tremenda punzada de dolor que sintió Mateo en su corazón al ser conocedor del daño que había provocado en esa mujer infantil y testaruda de la que nunca estuvo enamorado, pero a la que quería muchísimo desde hacía mucho tiempo. Y a la que odiaba hacer tanto daño; viendo su reacción, lo primero fue pensar que se había trastornado por completo, pero luego decidió seguirle el juego y aguantar toda la irá de Montse sobre él.

Le daba puñetazos, insultos brutales en pleno ataque de llanto y ahogada por los gritos que acudían a su garganta, cabrón fue lo más suave que le cayó encima, ¿quién es ella? ¡qué quien es, te repito!

¡Lo primero que voy a hacer es llamar a su marido, ahora mismo! Quiero saberlo todo de ella ¿Quién es Almudena? ¿De qué conoces a esa bruja? ¡Sinvergüenza! ¡Cuéntamelo todo ahora mismo!

Y Mateo hizo lo peor que se le puede hacer a una mujer enardecida por los celos, enamorada y embarazada: callarse como una tumba, callar para proteger a Almudena. Y por más que la intentaba abrazar para calmarla, el silencio de Mateo volvía todavía más loca de celos a Montse, estaba a punto de explotar de furia gritando.

Consiguió calmarla un poco, tranquilizarla. Le quitó la ropa y el maquillaje, le puso un pijama. Estaba muy asustado, pensaba que tal vez le pasaría algo malo al niño y estaba horrorizado. Sin saber cómo echó mano de su sangre fría, le abrazó muy fuerte, tanto que casi le ahogaba y le pidió perdón, como un niño pequeño arrepentido, mirándole con ojos de carnero degollado, le prometió que nunca más volvería a suceder.

Pedía clemencia mientras se metía dentro de las mantas abrazado a ella, que estaba agotada por el llanto, y aunque parezca imposible creer se durmió entre sus brazos, exhausta. Lo peor de todo era que se sentía culpable y un miserable por haberle hecho tanto daño, siendo ella una persona tan buena, pero no sentía ni el más mínimo rescoldo de arrepentimiento por lo que había hecho.

Ni que decir tiene que la primera palabra que le salió a Montse por la garganta al día siguiente nada más despertarse fue: ¿quién es Almudena? Y por más que suplicaba, él seguía en silencio. Con lo fácil que hubiera sido inventarse una historia cualquiera, “esta mujer está loca y me perseguía, además es mayor y me no gusta realmente”.

Pero no pudo. Por algún extraño motivo no podía expresar ni una sola palabra. Así que es fácil de imaginar los meses tan horrorosos que pasaron, él destrozado de ver el dolor provocado, y sin siquiera poder comunicarse con Almudena para desahogarse, y Montse como un detective intentando saberlo todo acerca de ella. Así cada día, hasta el día del parto.

Es muy curioso porque la primera foto de su hijo recién nacido se la envió a Almudena, que era conocedora de la historia solamente a través de una breve llamada y un “por favor no me llames que estoy vigilado las veinticuatro horas del día”. Prudentemente se quitó de en medio para no complicarle más la vida, lo veía cómo un hombre hundido, una fiera enjaulada y le daba muchísima tristeza por él.

Su vida se hizo algo más anodina que de costumbre, realmente ella se convirtió en alguien más triste y apesadumbrada por su dosis de “culpa”, desde luego. Pero entendió rápidamente que no podían estar juntos. Había un niño pequeño de por medio y una pareja joven intentando recomponer su matrimonio, a pesar del naufragio. Así que se hizo para un lado, sonriendo sin oponer resistencia. Siempre pensó que nunca sería capaz de olvidarle. Ni a él, ni la sonrisa que se escapaba por sus ojos de niño feliz cuando estaba con ella. Tampoco la sensación plácida que sentía entre sus brazos, y efectivamente, así fue, porque nunca se olvidaron.

Ella vivía un matrimonio muy cómodo en un momento de placidez al que no pensaba renunciar. Y no tenía la más leve intención de complicarle la vida a sus hijos. Tenía demasiadas “conocidas” que habían transitado por divorcios muy difíciles, que se habían convertido en un verdadero calvario, discutiendo por los bienes materiales. Y los niños “de casa en casa” sin llegar a acomodarse. Así que la opción de cambiar su vida no la contemplaba. Porque a pesar de llevarse muy bien con su marido, ella sabía bien que cuando el león de la jungla ve amenazado el territorio, saca las garras. Y no tenía la más remota intención, ni fuerza para pasar por algo así. Aunque sabía que podía tener un futuro ilusionante con Mateo, prefiere aceptar la situación tal como está.

Durante un tiempo guardaron las distancias, pero después se buscaban, se escribían; él siempre manifestaba su deseo de estar con ella, de hablarle, incluso necesitaba compartir con ella todos sus momentos especiales, incluso enviarle fotos de la vida cotidiana con su hijo. Pero nunca tuvo la suficiente valentía para hacer lo que tenía que hacer, ser feliz. Tenía claro cuál era su deber y puso en segundo plano su felicidad personal, incluso su salud mental y equilibrio personal.

Almudena pensaba demasiado a menudo en él, se moría por volverlo a ver. Cuando las historias de amor se cortan abruptamente por alguna causa externa, ajena a los protagonistas, se quedan en lo mejor. Son las mejores historias porque nunca mueren. No hay un desgate de la relación, ni un cansancio de la convivencia, simplemente se añoran, se idealizan. Y cuando recordamos, sólo podemos hacerlo de las cosas bellas, porque no hay nada malo que empañe esa memoria.

Al cabo de unos dos años aproximadamente, tuvieron un encuentro premeditado y programado en un hotel. Después de un tórrido encuentro, que ninguno de los dos olvidará jamás, se fueron a comer felices. Disfrutaron como siempre de su mutua compañía, a pesar de saber que tenían que despedirse en unas horas.

Jamás un reproche ni un intento de torcer los acontecimientos.

Desordenando la vida...

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