Читать книгу Desordenando la vida... - Alicia Martin - Страница 9

Оглавление

& La tienda estaba tranquila, los dependientes estaban ocupados atendiendo a otros clientes, los dos habían coincidido casualmente en una tienda de bicicletas, él, Mateo buscando una de competición para él, y ella, Almudena, buscaba una bicicleta para su hijo Pablo de regalo por su cumpleaños.

Fue ella la que se fijó primero en él, bueno en él, no, más bien en su culo -por dios-pensó- me estoy haciendo mayor, estoy revolucionada al máximo- cuarenta y siete años y un cuerpo todavía lleno de voluptuosas curvas que no son un buen pasaporte para pasar inadvertida, la verdad. Le siguió con la mirada hasta tropezar con la de él y cierta corriente de simpatía mutua se produjo.

Nunca se había fijado en hombres más jóvenes que ella, siempre le habían atraído los hombres maduros, las canas y la sabiduría, más que los cuerpos jóvenes y musculados, pero innegablemente las hormonas estaban haciendo de las suyas y no eran incompatibles los gustos.

Mateo siempre fue tímido e incapaz de acercarse a una mujer que no fuera de su círculo íntimo o al menos conocida, pero sin pensarlo dos veces se dirigió a Almudena haciéndose pasar por un dependiente,

—¿Es para ti? le dijo -me temo que te quedará pequeña-

Almudena sonrió y dijo -es para Pablo- mi hijo, tiene quince años.

Cuando se giró echándose la melena castaña hacía un lado, las partículas volátiles del aroma impregnadas en aquel cuello volaron hasta la nariz de Mateo, y creyó ver a su madre, Rosa, por un instante. Esta mujer le estaban haciendo un llamamiento desde lo más salvaje hacía su Alma o su sexo, no lo sabía bien porque todo transcurría en décimas de segundos -Es ella, sin duda- pensó.

Era una mujer madura muy atractiva, con una clase espectacular y una sonrisa cautivadora; sin saber cómo algo vibró en él, olvidándose por completo de su timidez se acercó intimidatoriamente hacia ella, rompiendo el cerco de la distancia de cortesía con una desconocida, Almudena, estaba descolocada, la mirada de Mateo tan profunda le atravesaba; aunque en verdad no podía creerse que un hombre tan joven estuviera interesado en ella, pero sin duda el juego le estaba poniendo a mil revoluciones, así que decidió jugar.

Después de dar la vuelta por la tienda juntos conversando animadamente, acudió el vendedor -¿en qué puedo ayudarles?- Almudena comenzó a explicar que quería hacer un regalo a su hijo y deseaba que el presupuesto no pasara de los trescientos euros, pero Mateo se apresuró a decir:

—No podemos quedarnos más hoy, volvemos mañana, verdad cariño- y así fue cómo haciéndose los tontos los dos salieron de la tienda con el objetivo de perder de vista al vendedor y riéndose juntos de la ocurrencia.

Me llamo Mateo, ¿y tú? le dijo a bocajarro, te parece bien si nos tomamos algo ahí enfrente y me cuentas cómo te llamas.

Sin saber cómo su timidez se había esfumado por completo inexplicablemente, entre miradas cómplices y sonrisas amplias se contaron parte de sus vidas, Almudena tenía 47 años, era profesora de literatura en la universidad, tenía dos hijos y llevaba casada con Víctor muchos años, la realidad es que se querían muchísimo, pero de la misma manera también se habían instalado en la rutina, aunque ambos se refugiaban demasiado en sus mundos particulares. En el caso de Almudena la escritura era su vocación, lamentablemente no le podía dedicar excesivo tiempo.

Almudena siempre consideró que era razonablemente feliz con su marido, con él pensaba envejecer juntos, por todo lo que habían construido juntos, excepto que algún día se dejaran de querer por el desgaste de la convivencia; pero es cierto que últimamente lo encontraba muy distante con ella, nunca tenía tiempo para nada que no fuera su trabajo y sus asuntos; así era difícil compartir tiempo de calidad juntos.

Mateo tenía trece años menos que ella, estaba casado con una chica muy guapa a la que conocía desde la universidad, poco tenían entonces en común, sin embargo, a pesar de unas formas tan diferentes de entender la vida empezaron a salir juntos. Eran polos opuestos, pero siempre pensaron en casarse. La verdad es que no tenían nada en común, Mateo se sentía atraído poderosamente por todo lo que se saliera de la norma.

Ella tenía trazado el cuento de princesa Disney: casarse con una boda vestida de blanco, por todo lo alto, realizar un romántico viaje de novios para enseñarles las fotos a sus amigas. Tener hijos era su prioridad y su sueño, una casita en la playa, el vivo ejemplo de una vida normal. Para Montse la felicidad en estado puro era eso, ser normal. Y dentro de esa normalidad destacar lo más posible, pero sin salirse nunca del carril.

Mateo era un hombre guapo, con aquellos ojos verdes de tímido irresistible, llevaba una vida bastante tranquila y demasiado monótona para ser tan joven, según sus propias palabras; era informático, aunque tampoco parecía apasionarle en exceso su profesión, volcaba todas sus energías en el deporte, que era su válvula de escape.

Vivía una doble vida ,la primera, la de aparentar normalidad, fingir ser quien no era durante las veinticuatro horas del día, la vida con Montse donde no tenían conexión de ningún tipo, ni en sus intereses ni en la cama; él cada día tenía que hacer verdaderos esfuerzos por disimular esa falta de conexión ya que ella era una buena chica y parecía “engañarse e ignorar esas diferencias” porque había conseguido realizar la ilusión de su vida, por lo tanto, no había nada que cuestionarse.

Y luego vivía la segunda vida, en la que no necesitaba fingir y podía ser él mismo, que se reducía a los escasos momentos en los que no estaba ni trabajando ni con su esposa. Ahí sí era él, o bien motivado por sus excesos con el deporte, le encantaba batir récords como triatleta, nadando, corriendo o en bicicleta y en la esfera de su vida sexual también le gustaba inventarse récords y batirlos, probar de todo y cosas nuevas, que se saltaran las barreras de lo prohibido.

Ambos se atrajeron desde el primer instante, con Almudena había sido algo muy obvio, ambos se quedaban con las miradas clavadas y sin hablar durante segundos que parecían siglos como si se hubiese detenido el tiempo de repente. Se sentían muy cómodos conversando como si ya se conocieran, no tenían necesidad de explicarlo todo, ni de ponerse al día con todos los antecedentes y detalles porque ambos tenían la certeza que tendrían mucho tiempo para contarse la vida, sabían que se gustaban con sólo mirarse y no sabían decirse la razón, simplemente era así. Esa alegría infinita de haber encontrado exactamente lo que uno andaba buscando, y de repente, lo tienes delante de tus narices, a un palmo y te produce el mismo grado de satisfacción que de incertidumbre.

Ambos eran personas cálidas y se sentían bien estando juntos; algo hizo que se tomarán ese primer té a sorbos, pero agarrados de las manos encima de la mesa. El lenguaje corporal era abrumador, imposible no percibir las señales del deseo; las pupilas dilatadas, los labios carnosos, las caras ladeadas, el movimiento tan seductor de ella jugando con su pelo y la postura corporal de él sacando pecho como los primates.

Aquel día cuando salieron de la tienda de bicicletas, algo mágico hizo que ambos desearan comerse a besos, aunque no lo hicieron, ambos interpretaron que lo iban a hacer muy pronto, por lo tanto, se dieron los teléfonos y a partir de ahí la magia lo hizo todo ella sola. Empezaron a enviarse mensajes y se acabaron quemando de deseo, se sentían a salvo, ninguno de los dos quería hacer daño a sus parejas, parecía sencillo, sólo era un lío, pero con una persona especial. Es estupendo -siempre será mejor que tener un lío con un tontaina- pensaba ella.

Después de haber planificado su primer encuentro, habían tenido que mentir mucho anoche para poder acudir a ese hotel esta tarde, a pasar sólo unas horas. Hacía un día especialmente frío en Madrid y estaban impacientes por dar rienda suelta a su deseo. Los dos estaban casados, así que no había ningún peligro, o eso pensaban ellos.

Todo fue de una naturalidad aplastante, Almudena llegó primera y le esperó impaciente en la habitación, no estaba nerviosa porque sentía que ese encuentro era inevitable. Se miraba en el espejo del baño y se encontraba guapa, la ilusión hacía que le brillaran los ojos y se sentía muy segura de sí misma.

Había escogido una ropa interior un poco atrevida y una camisa de seda negra muy escotada que la dejaba entrever; en general era una mujer segura, se sentía bien a su edad, pero intuía el tsunami que se avecinaba en esta ocasión y para calmarse se fumó un cigarrillo; sacó un Campari del mueble bar de aquella habitación tan espaciosa que había reservado Mateo y se lo bebió de un trago, se sentó a esperarlo en el butacón mirando la calle desde dentro de la habitación y le vio cruzando el semáforo, andaba ligero con sus vaqueros y su camisa blanca impecable, con una maleta pequeña de la mano y colgando en el hombro una mochila negra o eso es lo que parecía de lejos. ¿Para qué llevaría una maleta?

Los minutos se hicieron interminables hasta que tocaron a la puerta de la habitación, las palpitaciones eran muy fuertes, cuando le abrió la puerta fue tal el abrazo, el aluvión de emociones, aquel primer beso les abrió las compuertas del corazón; se miraron, sonrieron y se besaron interminablemente. Después de llevar horas disfrutando de sus juegos, era tal su compenetración que disfrutaban y sonreían de felicidad, ambos tenían dibujado en el rostro una sonrisa bobalicona, se hablaban bajito al oído recordando sus mensajes subidos de tono. Mateo le propuso cenar en el mismo hotel, luego decidieron que sería mejor salir a respirar a la calle y cenar en el primer sitio que encontraran (sin pensar si alguien los podría ver o no).

Se gustaron mucho y se amaron más, se divertían juntos, era perfecto, sin compromisos y sin mentiras, se decían el uno al otro para convencerse. El aroma del perfume los envolvía por completo, hacía que el de deseo que sentían les llevará a exhibirse, saliendo al balcón semi desnudos por la noche, debajo de las estrellas, excitados por si alguien podía verlos. Tenían su punto de exhibicionismo porque les fascinaba la combinación de sus cuerpos; la sensualidad de Almudena, cuando él quedaba atrapado entre sus senos, ella lo acariciaba con una ternura infinita y Mateo le devolvía una pícara mirada de niño cuando no era ni consciente del volcán en que se convertía.

Le agarraba la mano mientras cenaban y a ella le parecía un gesto romántico, cómo el del primer día que se conocieron y tomaron el té asidos, charlaban animadamente, y él confesaba lo mucho que le había gustado lo que había visto y lo que esperaba ver mucho más a menudo (sonreía pícaramente); por la calle iban enlazados por la cintura y a pesar de que no era lo más prudente, no se lo plantearon de ningún modo.

—Quédate a dormir conmigo Almudena, por favor.

—Imposible, no he dicho nada en casa, y no he traído nada para cambiarme.

—Es igual en el hotel hay de todo. Por favor, quédate conmigo.

—No puedo, entiéndeme tú a mí.

Pero cuando uno se tiene que enamorar el destino hace de las suyas y Almudena recordó que su amiga Adela tenía que regresar esta noche a Madrid desde Chile y Víctor lo sabía, porque lo habían comentado anoche, incluso se había ofrecido para recogerla, pero como el avión llegaba tarde bastante tarde, Adela había rechazado su ofrecimiento, alegando que era mejor que no se preocupara, no fuera ser que llegara con demasiado retraso.

Así que lo aprovechó como coartada y le llamó con naturalidad delante de Mateo.

—Hola Víctor, mira cambio de planes, estoy cenando con Lucia y vamos a dar una sorpresa a Adela, le recogemos en el aeropuerto y nos vamos las tres a casa de Adela. Me levantaré pronto y llego para hacerle desayuno a los chicos. Un beso.

Víctor jamás le ponía problemas para salir, entrar, hacer o deshacer, en ese sentido era una mujer privilegiada, ambos dispusieron siempre de total libertad y se respetaban sin desconfianzas, se dejaban sus espacios de libertad, eso fue así desde el principio de la relación.

Al volver al hotel fue distinto, una sensación doméstica los tenía a los desnudos viendo un programa de televisión, mientras Mateo hablaba con su mujer de cosas domésticas y pareciera poco interesado en la conversación. Pues la apretaba a ella contra sí; este hombre era tremendo y no se agotaba nunca. Pensaba en lo raro que sería dormir con otro hombre, creía que no iba a pegar ojo en toda la noche, pero fue meterse entre las sábanas abrazada a él y caer fundida hasta el día siguiente.

Despertarse a su lado con esa naturalidad le sorprendía, pero la complicidad que existía entre ellos generaba un clima cálido y confortable. Se fundieron en un abrazo y se volvieron uno solo; pero Almudena tenía que irse rápido a su casa, quería desayunar con sus hijos, algo que siempre hacía; en este caso, decidió ponerle un mensaje a Víctor para decirle que llegaría más tarde, entre otras cosas, porque su cara de felicidad le delataba y prefería no cruzárselo.

Se había quitado diez años de encima y se le notaba mucho. Por otra parte, había descubierto unos cuantos moratones en el cuello, que se tendría que maquillar para disimularlos antes de irse a su casa.

Desayunar con Mateo fue una agradable experiencia gastronómica, ambos tenían hambre y ese hotel ofrecía auténticas joyas culinarias, así que procedieron a probarlo todo, los brioches, las medias lunas, los churros, se hacían gestos un poco cómicos mientras mojaban todos esos manjares en sus cafés. Todo trascurrió con absoluta naturalidad, incluso la despedida, ambos sabían que se volverían a ver muy pronto y guardaban esa sensación que describen los enamorados con esta misma frase: pareciera que nos conociéramos de toda la vida. Pues exactamente eso era.

En la vida, hay una cosa que da mucha tranquilidad y es hacer en cada momento lo que crees que tienes que hacer, y eso es lo que ellos hacían, dejarse llevar por su corazón sin más, no había culpabilidad, ni cálculos, ni pensamientos acerca de la conveniencia o no de la situación. Simplemente hago lo que tengo que hacer y estoy donde quiero estar en este momento.

No le dejaba de sorprender la relación tan poco sólida y tan infantil que Mateo tenía con su mujer, y mucho más estando recién casados. Es verdad que ella era respetuosa con las vidas ajenas y no le comentaba nada, aunque se sorprendiera mucho de su falta de sintonía. Recordaba la complicidad que tenía con su marido en los primeros años de la relación, lo bonito que eran esos recuerdos, pero no pensaba meterse en la relación de ellos; bastante tenía con la suya. Además, ninguno mostraba celos de la pareja del otro.

Aunque ella nunca entendió que un hombre culto e inteligente, tuviera una pareja sin ninguna inquietud intelectual por muy guapa y muy joven que fuese.

Tal vez a la hora de emparejarnos no solemos tener en cuenta que en el futuro nos aburriremos mucho si no tenemos una conversación mínimamente estimulante con nuestra pareja. Da igual la belleza externa porque irremediablemente decae con el trascurrir del tiempo y la convivencia.

Sólo hay esperanza para las parejas que se ríen juntas a pesar del desgaste de la convivencia, son ésas que parecen reinventarse porque el sentido del humor le acompaña. Parejas que siguen poniendo pasión en cualquier mínima discusión, cómo si no hubieran discutido cientos de veces por las mismas naderías, pero acaban riéndose juntos de sus mentecateces. Digamos que la alegría es su impronta, se les ve relucir, tienen esa energía, que incluso cuando no se soportan, se aman. No sé si estas parejas son un ejemplo para nadie, pero lo cierto es que no suelen pasar desapercibidas y provocan un poco de envidia porque están vivas, frente al inerte estado de muchas otras parejas (donde ya no hay nada por descubrir) donde la rutina está instalada.

A Mateo, las cosas se le empezaron a ir de las manos, pensaba en ella noche y día, no había sentido un deseo igual. A ella le agradaba que un hombre tan joven se hubiese “fijado” en ella, incluso alguna vez pensó si no le estaría tomando el pelo, creo que le convenía creerse eso, no le interesaba reconocer en él a un hombre enamorado, porque le podría complicar la vida y no estaba dispuesta.

Pero a medida que pasaba el tiempo, era consciente que este chico se estaba enamorando y que empezaba a arriesgar demasiado. Sus citas habían sido tremendas desde la primera vez, incluso cuando casi ni se conocían tenían esa confianza, esa complicidad que les hizo sentirse tan cercanos sin apenas saber prácticamente nada el uno del otro, pero esa “verdad” de sus cuerpos era concluyente.

A la mente le podemos “distraer”, pero al cuerpo no hay manera de engañarlo, si alguien no nos gusta, o nos desagrada se nos va a notar mucho; al igual que si alguien nos encanta se nos escapan ciertos rasgos reveladores del entusiasmo y la fascinación que sentimos por mucho que nos esforcemos en disimularlo porque el brillo y la intensidad de la mirada no mienten.

Cuando estaban juntos el tiempo volaba, así como en su primera cita fue en las citas posteriores. Lo que habitualmente hubiera podido durar horas, en realidad acabó durando días en algunas ocasiones, pasar varios días juntos encerrados con tanta familiaridad como si fuesen amigos de toda la vida se estaba haciendo adictivo. Lo cual les obligaba a mentir cada vez más.

También se acostumbraron con bastante naturalidad a escuchar las mentiras, las excusas que los dos tenían que poner a sus parejas por teléfono, sabían que ese era el precio que tenían que pagar para poder seguir viéndose. Las reglas del juego estaban muy claras aun sin hablar, explícitamente, entre ellos no se mentirían, no era necesario hacerlo, bastante tenían con mentir a los demás.

Tenían la misma convicción de que se puede querer a más de una persona a la vez sin que por ello ninguno de los dos fueran deshonestos, tenían claro que su prioridad era no hacer daño a sus parejas e iban a intentar poner todos los medios que eso fuese posible. Aunque Mateo a raíz de su nueva relación empezaba a ser consciente de que se pasaba la mayor parte de su tiempo fingiendo, y estaba empezando a cansarse de hacerlo; cada tarde fingía cuando se despedía de Montse, fingía cuando le daba un beso y se iba con su mochila negra para hacer deporte después del curso. Sólo cuando pasaba el umbral de la puerta se sentía libre.

Tenían una relación divertida, y a la vez, muy pasional. Lo disfrutaban cada vez más, Mateo no dejaba de pensar cómo excusarse cada tarde para salir antes por la puerta, y se inventó un curso nuevo a medida del cliente, para así poder justificar sus nuevos horarios, quería pasar el mayor tiempo posible junto a ella; Almudena se comportaba de una manera más cauta, se excusaba con Víctor explicándole que tenía un nuevo alumno haciendo la tesis doctoral que le robaba mucho tiempo.

Habían aprendido a ser felices y a satisfacerse como les daba la gana. Él era muy fetichista, y ella una mujer con mucho sentido del humor; por fin podían dar rienda suelta a sus fantasías. Sólo con ella conseguía ser quien realmente era, sin esconderse, pudiendo mostrarse en su totalidad y sin sentirse juzgado. Gustar a alguien que te conoce de verdad, con tu verdadera esencia; alguien con quien no tienes que disimular ni mostrar tu mejor cara, con quien no hace falta “quedar bien” mostrando sólo aquello que consideramos tolerable, le relajaba. Se desconectaba por completo del personaje que interpretaba tan a menudo.

Era simplemente perfecto, era él sin ningún fingimiento, con autenticidad. Podía jugar, ser un perverso duendecillo, le encantaba ponerse su ropa interior y Almudena lejos de considerarlo un tipo desviado o rarito, simplemente se partía de risa. Lo que ella veía era un niño que había estado reprimido y que creía que necesitaba “esconderse” para ser aceptado, que tenía miedo de mostrar su realidad.

A Almudena también le gustaban los juegos de seducción y además era una mujer muy curiosa, hablar de cualquier tema sin que se asustara o lo viera extraño; para ella la curiosidad formaba parte de nuestra esencia. Ella muchas veces se había cuestionado por esto mismo; es lícito dejarse llevar por los instintos que sentimos con tal de satisfacer esa necesidad de investigar, de ir más allá; o por el contrario más nos valiera no pasar determinadas barreras para satisfacer esa curiosidad, se preguntaba. Muchas veces las parejas se pierden por el camino el uno al otro, y prefieren mentirse, antes que intentar averiguar lo que quieren de verdad porque sienten miedo.

Tenía una afición que le jugaba malas pasadas, su vocación de escritora le llevaba a tener una curiosidad insaciable, cualquier cosa que le sucediera a cuál más rara, le venía fenomenal para el argumento de una novela y le incitaba a reflexionar y escribirlo.

Una noche cenando le dijo, “No sabía que una mujer podía ser guapa e inteligente al mismo tiempo”, Almudena se lo tomó como una broma y se reía.

Jamás pensó que un hombre inteligente hiciera semejante afirmación. Sin embargo, no le pareció un comentario machista, sino más bien el de una persona inocente que hablaba en voz alta lo que su inconsciente le dictaba. Simplemente entendía que se había casado con una mujer equivocada, que no lo entendía ni lo iba a entender nunca. Porque hay amores equívocos, gente que no se debería juntar nunca porque hacen una nefasta combinación.

Básicamente quedaban para jugar, como los dos tenían ese punto lúdico se desternillaban de risa y se dedicaban palabras preciosas mientras se hacían arrumacos, y todo ese perfume maravilloso de ámbar blanco inundaba la habitación como una nube.

Mateo a veces se sentía como entre los senos de su madre. Era un amor tan maternal y tan excitante al mismo tiempo. Muy curiosa esa sensación de plenitud con esta mujer, por un lado, le dejaba exhausto, satisfecho por completo y por otro lado le llenaba de ternura. Y a la vez, en el instante siguiente ya la estaba deseando de nuevo. Era como un deseo que se alimenta del propio deseo, y lejos de extinguirse, se reanuda la llama y revive incluso con más fuerza. Hay veces que la vida nos sorprende y nos acaba enviando algo mucho más perfecto para nosotros de lo que habíamos imaginado. Eso les pasaba a ellos, eran perfectos el uno para el otro.

Mantenían largas conversaciones sobre lo divino y lo humano y disfrutaban conversando, pero sobre todo para él era una liberación, se sentía muy feliz de poder ser él y no dejaba de decírselo a Almudena continuamente: -contigo, puedo ser quien realmente soy, me dejas ser yo y soy feliz así, no me siento juzgado- esto siempre despertaba una media sonrisa en Almudena y un punto de compasión -debe de ser horrible fingir ser quien no eres- pensaba. Lo intentaba complacer en todo y estaba dispuesta a explorar lo que fuera con tal de hacerle feliz. Además, a ella la idea de que la convirtieran en sumisa en la cama le ponía muchísimo, ya que en su vida cotidiana era lo contrario.

Creo que hay un punto triste en las parejas, cuando se instala el convencimiento de que ya no van a ser felices nunca (porque no saben o no pueden) pero aun así deciden continuar juntos. Bien por la fuerza de la costumbre o bien para que el otro no pueda ser feliz (ganas de fastidiar o de vengarse). No es lo mismo que la esperanza que sienten aquellas parejas que no son felices en el presente, pero conservan la esperanza de serlo en el futuro.

Ella se enamoró desde el principio, desde el instante único en que sus miradas se hicieron cómplices nada más verse. Le encantó la timidez que asomaba por el rabillo de los ojos cuando le sonreía. Esa forma mágica de sonreír que tenía tan picara y tan inocente a la vez. Intuyo enseguida que este hombre le iba a hacer muy feliz, por sus manos, sobre todo por esas manos que son las de un hombre intelectual y sensible, manos fuertes y huesudas sin ninguna huella de haber trabajado nunca en algo que no sean libros.

El no, él se enamoró poco a poco de Almudena, de su sensualidad, de su ternura, de su piel, de sus caderas maternales que lo acogían como a un niño y lo convertían en alguien con ganas de jugar siempre. Al principio le impactaba un poco “la clase” de ella, aunque poco a poco se fue relajando y su interés se fue centrando en asuntos profundos y carnales; sin embargo, a él se le estaba yendo de las manos, estaba desbordado por lo que sentía y le empezaba a dar igual lo que pasase. Sin embargo, era Almudena la que ponía siempre la contención, no podían verse tan a menudo como querían y Mateo lo tenía que entender si, o sí.

ÉL se encendía sólo con oír su voz, esa voz profunda y oscura, a menudo esa llama permanecía encendida incluso durante horas sólo con el recuerdo, y los rescoldos se convertían nuevamente en llama. Le hubiera encantado verse cada tarde en la penumbra, dejar el balcón abierto lo suficiente para que el viento penetrara en la estancia y meciese las cortinas suavemente y poder ver atardecer cada noche y ver esconderse el sol desde la cama, que era lo que más les gustaba a ambos.

Un día tuvieron que elegir-porque no disponían de mucho tiempo- entre quedarse en la cama e irse a comer, en contra de lo previsible, decidieron irse a comer un buen chuletón, que degustaban casi cerrando los ojos para saborearlo mejor. Le envió un mensaje en el móvil-se tenían en frente- “si pudiera hacerlo, te volvería a amar de nuevo aquí mismo, encima de la mesa”.

En ese preciso fue consciente que lo suyo era ese tipo de deseo que no se agota en sí mismo, que se reproduce ilimitadamente en el tiempo. Como un surtidor de agua de la fuente que se alimenta de su propia agua ilimitadamente. Es el deseo del propio deseo, de desear el deseo ajeno y el propio confluyendo, como un pozo que por mucha agua que saques sigue manando.

Siempre supo que algo más allá del deseo les uniría, que estarían ahí el uno para el otro siempre. A menudo, cuando pensaba en él, sabía que estaban profundamente conectados y ocurría una suerte de telepatía, ambos estaban en el pensamiento el uno en el otro y se tenían presentes, que es mucho más que estar juntos simplemente, podemos estar acompañados y sentirnos muy solos.

Le encantaba pasar tardes con ella jugando, por el mero hecho de disfrutar juntos del placer, sin barreras, experimentado todo lo que desde niño le llamó la atención porque lo veía como algo morboso o pecaminoso y a ella le parecía divertido, algo gracioso en un hombre tan serio como él, y le dejaba divertirse y participaba de sus travesuras muerta de risa.

Incluso una vez le contó que un día que se quedó sólo en casa y tenía ganas de jugar para enviarle fotos a ella, se vistió con la ropa interior que le robaba. El hecho es que casi sufre un infarto cuando oyó girar la llave de la puerta y entraba su suegra saludando en casa, se tuvo que cambiar rápidamente en el baño y hacer cómo que se estaba duchando.

Creo sinceramente que ambos estaban como drogados, cantidades ingentes de dopamina, serotonina y oxitocina se estaban produciendo en sus mentes, estaban tan colgados y disparatados que ninguno de los dos era consciente de la situación real que estaban viviendo. Todo era un juego, sin maldad, cómo niños haciendo cosas prohibidas. y eso, a Almudena le daba la vida.

Se sentía como una adolescente y ya sabemos lo que significa eso para una mujer cuando se aproxima a los cincuenta: sentir correr la sangre más rápidamente por las venas, volverse a sentirse joven, guapa y deseada. Llevada por su pasión hacia él, fue incapaz de tener consciencia de que estaba actuando sin proyectar la más mínima empatía por una mujer enamorada, ( le acababa de contar que estaban esperando su primer hijo). Ahora, con la perspectiva del tiempo se hace especialmente grave la situación, por la falta de empatía y por la escasa capacidad de análisis de una situación especialmente delicada.

Cierto es que cuando uno se enamora se pierde esa capacidad de razonamiento que nos genera el lóbulo frontal, y como consecuencia se vive el presente sin pensar en las consecuencias del futuro, hasta que la cantidad de sustancias químicas que inundan nuestro cerebro descienden y entonces volvemos a pensar con claridad.

Creo que Almudena siempre entendió que se puede amar a más de una persona a la vez, ella podía, evidentemente de forma distinta a cada uno, pero sí podía hacerlo sin que le generara ninguna perturbación, siempre y cuando no tuviera que elegir, está claro. Ahí las cosas cambiaban de cariz, pero afortunadamente nada de esto sucedería nunca porque los dos querían continuar con sus vidas tal y cómo estaban; nunca habían hablado de cambiar la situación.

Así que estaban ellos tan felices disfrutando de su estado de levitación permanente, con las gafas de color rosa puestas todo el día y cómo animales en celo, sólo escuchar las voces o enviarse un mensaje era suficiente para que ardiera Troya. Pero Troya ardió y de qué manera.

Desordenando la vida...

Подняться наверх