Читать книгу El texto literario - Alonso Rabi Do Carmo - Страница 8

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Comencemos con una historia.

Hace muchos, muchos años, en la antigua China, el emperador Shih Huang Ti acometió dos empresas tan monumentales como censurables: primero, ordenó amurallar las fronteras de su extenso imperio para evitar el contacto de su gente con otras sociedades del mundo y, segundo, mandó recolectar y quemar todos los libros escritos por sus más grandes sabios, literatos y científicos. ¿La explicación? Su megalomanía y un deseo irrefrenable por controlar las mentes y el destino de sus súbditos, a quienes quiso hacer creer que antes de él no existió nada importante que recordar y a quienes intentó imponer su personal visión del mundo y de las cosas.

La historia anterior forma parte de “La muralla y los libros”, un breve y celebrado ensayo de Jorge Luis Borges (1952). Para el gran escritor argentino las acciones de Shih Huang Ti ejemplifican una vieja tentación de los gobernantes déspotas a lo largo de la historia: impedir el desarrollo de la imaginación, el pensamiento crítico y la libertad de elección entre los miembros de sus sociedades. Amurallar las fronteras supone, para un tirano como Shih Huang Ti, la posibilidad de retener físicamente a los hombres, limitar el espíritu aventurero que puede llevarlos a descubrir por sí mismos las maravillas y la diversidad del universo. Quemar libros, por otra parte, significa destruir la acumulación del saber científico, artístico e histórico que, con todo su poder, el déspota no alcanzará a controlar debido a sus propias limitaciones humanas.

Uno de los bienes más trascendentes que una sociedad es capaz de producir, acumular y valorar es, sin duda, el conjunto de textos literarios. No existe colectividad que no se haya servido de ellos, al margen del nombre con que los haya bautizado: mitos, tradiciones, historias religiosas, cantos, poemas, epopeyas, fábulas, leyendas, etcétera. Tampoco importa que se traten de textos orales o escritos, complementados o no con la gracia de los instrumentos musicales. La literatura, bajo sus múltiples formas, ha acompañado al ser humano casi desde el comienzo mismo de lo que conocemos como civilización. Junto con los dibujos de bisontes y enigmáticos cazadores, al amparo del fuego de las cavernas, los primeros hombres se sentaban de noche a contarse historias, a explicarse mediante anécdotas los pormenores de su vida cotidiana o a imaginarse posibles razones que dieran cuenta del porqué de su existencia.

No solo Borges, otro escritor latinoamericano, nuestro compatriota Mario Vargas Llosa (2009), ha reflexionado también innumerables veces acerca del sentido y la importancia de la literatura en la vida de las sociedades. Así, en el discurso de aceptación del Premio Nobel, en el año 2010, menciona el papel profundamente subversivo (en el mejor sentido del término) de las obras literarias: la literatura es un bien cultural crítico por naturaleza, gracias a ella los hombres consiguen hallar respuestas imaginativas a los dramas y problemas presentes en sus sociedades. La literatura procesa las injusticias colectivas, se convierte en un espacio crítico y en un laboratorio de la imaginación; lleva a los hombres a encontrar soluciones distintas a las que los tiranos y los regímenes autoritarios se empeñan en hacernos creer que son las únicas posibles. Por ello, según Vargas Llosa, un género como la novela, por ejemplo, no llegó a desarrollarse plenamente en las sociedades virreinales de lo que hoy conocemos como Hispanoamérica. A la manera del gobernante chino Shih Huang Ti, la Metrópoli impuso una única mirada del mundo que reforzaba la perpetuación del poderío español, en alianza con la religión católica: todo aquello que resultara distinto o insinuara un orden diferente, o que propiciara el librepensamiento era considerado riesgoso, pues ponía en entredicho el poder monolítico y absolutista que permitía el control de estas tierras.

El texto literario

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