Читать книгу En el bosque - Alyssa Wees - Страница 14

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En el bosque

La bruja se acercó al zorro de pelaje negro con un pétalo recién arrancado de su corazón en la palma brillante de su mano. Nunca ningún zorro había comido de su corazón y ni siquiera la bruja sabía qué ocurriría cuando este lo hiciera.

La reina atemporal e infinita del castillo de dientes y árboles se había cansado de que el zorro misterioso se rehusara a bailar, noche tras noche, ignorando sus órdenes. Ningún tipo de amenazas perversas o palabras suaves de coerción lo hacían obedecer. Ahora, el zorro desobediente se encontraba sentado en el claro, donde la bruja dejó caer el pétalo justo por delante de él. Cayó lentamente hacia el suelo, reflejando la luz del sol.

–Come –le dijo–. Come.

Durante un segundo, el zorro vaciló y no se movió. Luego bajó la cabeza y levantó el pétalo con su lengua. La bruja esperó mientras masticaba y un hilo de sangre brotó de sus labios cuando tragó.

–Ahora, baila –dijo–. Baila.

El zorro parpadeó una vez, dos veces, tres veces. Y luego bailó. Saltó con sus patas lastimadas por espinas y se retorció una y otra vez, sacudiéndose y suspirando, mientras su cuerpo de zorro se deshacía en mechones ensangrentados de pelaje negro, bigotes marchitos y garras sucias; todo quedó en el suelo áspero del claro.

Donde antes había un zorro, ahora yacía un joven de prendas desgarradas.

Pero no era cualquier joven, sino uno familiar, de tez pálida y cabello tan oscuro que avergonzaba al espacio que separaba a las estrellas, con un par de labios que competían con la manzana más roja del árbol y algunas heridas en el dorso de sus manos.

–No eres un zorro –dijo la bruja, entre dientes, con desdén–. Y ya estuviste aquí. ¿Qué clase de magia maligna usaste para engañarme?

El joven, recostado de espalda con la respiración agitada, parpadeando incontrolablemente, levantó la vista hacia ella. La bruja se sonrojó cuando vio su barbilla y mandíbula húmeda y brillosa con el icor del pétalo de su corazón, ahora en su estómago humano burbujeante. Era tan íntimo ver los vestigios de una comida sagrada sobre su piel y dientes. La había engañado, le había robado. Se agachó frente a él, con una mano sobre la tierra a sus pies.

–No fue magia –logró decir sin aliento–. Simplemente me transformé y me dejaron entrar.

La bruja lo miró y presionó su puño con más fuerza sobre la tierra, irritada cada vez más por su descuido.

–No eres un zorro –repitió–, y tampoco un niño. No tienes ningún propósito aquí. Márchate.

–Tienes razón –dijo con la voz entrecortada–. No soy ninguna de esas cosas. Pero tengo un propósito aquí. Tú eres la Bruja de los Deseos, ambos lo sabemos. Pero, aun así, ¿quién te concederá un deseo a ti? ¿Quién más, salvo yo, que he logrado entrar al Bosque, una y otra vez, aunque solo los zorros puedan hacerlo?

–Yo no necesito deseos –dijo la bruja, negando con la cabeza y poniéndose de pie, mientras su falda y su cabello se mecían al viento. Se quedó parada delante del zorro que no era zorro y agregó–. Yo lo tengo todo y tú… no eres nada. Solo un estafador, una mentira, un beso seco de labios cerrados. No eres bienvenido aquí.

–¿Te desharás de mí con tanta facilidad? –le preguntó, haciendo una mueca de dolor. La bruja sabía que estaba dolorido: dolía nacer y dolía renacer, incluso aunque fuera simplemente una regeneración de la verdadera piel de uno–. Puedo ayudarte a dejar este lugar, este sueño, este sufrimiento largo y eterno. Yo puedo despertarte.

La bruja se lamió los labios y miró al resto de los zorros reunidos al borde del claro, casi inmóviles, apenas respirando.

–Hay una forma –agregó–. Y yo la conozco.

–Mentiroso –dijo la bruja–. No me importa porque te equivocas. Yo no deseo nada.

–Al menos, déjame contarte una historia. Una historia del mundo exterior. ¿No te gustaría escuchar la historia de un país que se encuentra más allá de tus bosques, en donde viven los niños cuando no están dormidos? ¿Nunca te preguntaste cómo es ese mundo?

La bruja miró al cielo y las estrellas incrementaron su luz como un humano que levanta la barbilla y pretende no estar escuchando, desinteresadas de lo que la Bruja de los Deseos tenía para decirle a su zorro que no era zorro. Los zorros reales abrieron grande los ojos y los árboles encogieron sus hombros de madera, mientras el viento soplaba por el claro meciendo el cabello largo de la bruja y dándole un cosquilleo en la cabeza. Durante un segundo exacto, el corazón de nuestra bruja se detuvo, como un latido perdido en una procesión de miles de contracciones de músculos y sangre. Se llevó una mano al pecho, repasando con sus dedos la cicatriz que le había quedado luego de coserse la piel una y otra vez.

–Está bien –dijo finalmente y lo acompañó hacia el castillo–. Puedes contarme sobre el mundo exterior. Pero… –levantó un mano justo cuando el joven empezaba a esbozar una sonrisa de victoria–, si decido que no quiero escuchar más, ¿me prometes que te detendrás?

Asintió enseguida.

–Lo prometo –dijo, presionando ambas manos sobre su corazón–. Ahora, comencemos.

El zorro que no era zorro se sentó frente a la plataforma mientras la Bruja de los Deseos escuchaba desde su trono las descripciones del Otro Mundo más allá del Bosque. Si bien había muchos mundos, le explicó, él solo conocía uno, el mundo de donde él venía, un mundo lleno de magia. Provenía del país del reino de cristal y fue de esa porción diminuta de un mundo igual de diminuto, entre otros miles, miles, miles de mundos, que le contó su historia, desde los detalles más pequeños, pero importantes: las estaciones, las luces de la ciudad, las tazas humeantes de té de canela, los piñones tostados al fuego y las moras agrias de los arbustos más espinosos. Un juego popular conocido como Brujita, en el que los jugadores ganaban o perdían juntos. Un cielo nocturno que en los lugares más al norte estaba tan saturado de estrellas sedosas que incluso la medianoche era igual de brillante que el mediodía. Había academias de enseñanza superior y todos podían estudiar en estas escuelas… Menos las máculas.

–¿Quiénes son las máculas? –preguntó la bruja con un susurro, sintiendo a la palabra extraña liberándose de su garganta y quemando sus labios. El zorro que no era zorro se acercó, ansioso por explicarle, pero en ese instante la garganta de la bruja empezó a arder aún más y no se atrevió a repetir la palabra. Ni siquiera a pensar en ella–. No importa. Habla de otra cosa.

La miró por un largo momento y notó que no lo podía mirar fijo. Finalmente, asintió y le describió el fenómeno de los tornados resplandecientes y huracanes lluviosos, cuyos vientos arrancaban raíces y derribaban árboles como cabello de una cabeza. Le advirtió del Fuego de las Estrellas, llamas tan potentes que podían quemar acero, magia en su estado más puro.

–¿Eso viene de las estrellas? ¿Cómo? –preguntó la bruja–. Incluso con magia parece algo muy difícil.

–Lo es. Primero le ordenas a una estrella que caiga –dijo el zorro que no era zorro–. Luego la atrapas entre tus manos y la matas.

–Tienes que ser muy poderoso para siquiera tocar a una estrella –dijo la bruja, levantando la vista hacia las suyas–. Para tocarla sin quemarte.

–Sí –dijo y le habló de los desastres, del dolor. Le habló de las guerras y la esclavitud. De disparos de magia que atravesaban huesos y cerebros como un arma de fuego, cuyo impacto era el despertar de un sueño, pero a la inversa. De fantasmas con cuencas vacías y gargantas secas.

Y justo antes de quedar sumidos en el resplandor violáceo del atardecer, antes de que la bruja juntara las manos para atrapar el sol de sombras que caía desinflado desde el cielo, el zorro que no era zorro se acercó a ella.

–¿Deseas que me quede?

–No –le contestó la bruja de los Deseos.

–¿Deseas que regrese?

Y luego de la pausa más breve, la bruja le contestó.

–Sí.

–Hasta mañana, entonces.

En el bosque

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