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OCHO

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Cas oyó que se abría la puerta, pero no se molestó en darse la vuelta. Sabía que era el soldado que le llevaba la comida dos veces al día. Habían pasado cinco soles desde que Jovita lo había encerrado en su habitación y desde entonces nadie, salvo ese soldado, había entrado.

Se cerró la puerta y el chasquido de la cerradura resonó en el silencio. Cas rodó en la cama y estiró las mantas hasta su barbilla. La bandeja del desayuno estaba en el suelo cerca de la puerta. La miró unos momentos, preguntándose si levantarse no sería demasiado esfuerzo.

El primer día, había aporreado la puerta y pedido a gritos que alguien lo dejara salir. Desesperadamente había intentado arrancar el pomo, pero nada funcionó.

El segundo día había pedido hablar con Jovita. Ella nunca llegó.

Al tercer día se había rendido.

Se incorporó con un suspiro y su estómago protestó con un espasmo. Para colmo, todo indicaba que estaba enfermo. Quizás era una enfermedad mortal. Eso facilitaría muchísimo las cosas a Jovita.

Cruzó la habitación arrastrando los pies y riendo débilmente para sus adentros. Había pan, un trozo de carne y un pequeño tazón de sopa. Se sentó en el suelo y tomó el tazón de sopa. Era dulce y espesa, su parte favorita de todas las comidas.

La sopa calentó su estómago. Cuando la terminó, ya no sintió apetito para seguir con la carne y el pan. Volvió a meterse bajo las sábanas. Concentró sus pensamientos en Em, con la esperanza de soñar con ella. A veces imaginaba que huiría con ella y dejaría atrás este horrible lugar que alguna vez fuera su hogar. Quizás ahora estaría en Ruina, despertando a su lado, ayudándola a preparar el desayuno, volviéndose a meter con ella a la cama y olvidándose del mundo todo el tiempo que fuera posible. Los ojos se le fueron cerrando.

—Cas.

El sonido de su nombre lo despertó con una sacudida. Cas rodó para ver a Galo parado en la puerta con la bandeja de la cena en la mano. Pensaba que se había quedado dormido hacía unos segundos, pero debieron pasar algunas horas antes de que la cena hubiera llegado. Hizo un esfuerzo para sentarse. Sintió cómo el alivio recorría su cuerpo al ver a su amigo.

—Me preocupaba que estuvieras muerto o que te hubieran enviado a otro lugar —dijo Cas.

Galo estudió su rostro.

—Estás fatal. ¿Por qué no comes algo? —dijo señalando la bandeja del desayuno, con la carne y el pan intactos junto al tazón de sopa vacío.

—He comido poco. No me encuentro bien.

Galo colocó la bandeja en la cómoda y dio unas zancadas hacia Cas. Puso la mano sobre su frente.

—No tienes fiebre.

—Entonces quizá sólo sea mi desgracia —dijo riendo. A Galo no le pareció divertido.

—Lo siento —dijo Galo—. Habría venido antes pero Jovita no deja que nadie se acerque a tu habitación. Como ahora no está...

—¿Adónde se fue? —interrumpió Cas.

—A Ruina —dijo Galo tranquilamente.

—No —dijo con voz ahogada.

—Se rumorea que los ruinos acamparon cerca de las minas. Jovita llevó un ejército para atacarlos.

—¿Los guerreros están con los ruinos?

—No lo sabemos.

—Desde que se fueron de aquí, ¿los ruinos han atacado?

—Ni una vez.

—Ella les dará una razón para hacerlo...

Se alcanzó a oír una voz desde el pasillo y Galo se giró para echar una mirada a la puerta.

—No debo quedarme mucho tiempo. Mateo está de guardia, por eso conseguí entrar a hurtadillas. Quería que supieras que estoy trabajando en un plan para sacarte de aquí.

Cas se dejó caer de espaldas.

—No te molestes.

—Cas...

—¿Adónde iría? —preguntó soltando una risa falsa—. ¿Al norte, a mi casa? Los guerreros la tomaron y quieren matarme. ¿Al sur, hacia Vallos, adonde supongo que huyeron los que son leales a Jovita? —una fugaz mirada a Galo le confirmó que estaba en lo cierto—. ¿Al oeste, a Ruina? Estoy seguro de que los ruinos estarían encantados de recibirme, teniendo en cuenta que mi padre intentó exterminarlos.

—Podemos encontrar un lugar —dijo Galo—. No todo el mundo es leal a Jovita. Sólo tenemos que unirlos y armar un plan.

—No tiene sentido. De todas formas, ya no me queda un reino que gobernar.

—¡Por supuesto que sí! La guardia y el personal casi en su totalidad están listos para un alzamiento. La única gente que cree que no eres apto para gobernar son los idiotas que en este momento están marchando a Ruina. He estado hablando con Violet y dice que el sur te apoyaría.

Cas se encogió de hombros. ¿Apoyarlo en qué?

Quizá Lera merecía arder en llamas. Em una vez le dijo que Lera estaba construida “a costa de la gente a la que han asesinado”. No se equivocaba. Quizá Lera era un ensangrentado navío en naufragio y era hora de que él lo abandonara.

—Veamos el lado bueno —dijo Cas—: al menos Jovita no me asesinó.

—¿Eso es un lado bueno?

Galo empezó a caminar, casi correr, hacia la silla del escritorio.

—Tenemos suficiente gente para derrocarlos. Podemos...

—No, no podemos —interrumpió Cas—. Jovita tiene de su lado a todos los cazadores y a un buen número de soldados.

Galo lo miró con expresión afligida, pues sabía que era cierto.

—Si peleamos, ella ganará, y probablemente os ejecutará a todos vosotros por traición.

—¿Entonces qué vamos a hacer? —Galo alzó las manos—. ¿Vas a permitir que asuma el trono?

—Quizás ella lo desea más que yo.

—¿Dejarás que Jovita te despoje de tu reino, que asesine a los ruinos y te mantenga encerrado como un animal?

—Eso parece.

Galo gruñó, cogió la bandeja de la cena de la cómoda y la colocó bruscamente sobre la mesita de noche. Unas alubias rebotaron de un tazón.

—Por lo menos come algo. Tienes muy mala cara. Y sin fuerza no podrás pelear.

—Bien. Pelear es agotador.

—Intentaré volver mañana. Si no has comido, te alimentaré por la fuerza.

Galo salió dando un portazo.

Venganza

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