Читать книгу Venganza - Amy Tintera - Страница 6
CUATRO
ОглавлениеCas descendió por las escaleras de la fortaleza y se giró al escuchar risas que provenían de la parte trasera de la edificación. Caminó por el pasillo con Galo a la zaga.
—¡Hazlo con fuerza! —gritó una mujer.
—¡Lo estoy haciendo con fuerza! —respondió otra voz femenina.
Cas se detuvo a la entrada de la cocina y vio a Blanca, la cocinera, empujando con las caderas a una joven y presionando con las palmas una pila de masa en la encimera.
—Así —dijo—. Masajéala como si estuvieras rabiosa con ella.
Blanca dio un paso atrás y pudo ver a Cas en la entrada. Se enderezó y se limpió las manos en el delantal.
—Su majestad —dijo.
Al oír eso, la joven dio media vuelta y soltó un chillido a modo de saludo.
—Buenos días —dijo Cas—. ¿Cómo va todo?
—Muy bien. ¿Le ha gustado la comida?
—Por supuesto —sonrió tratando de tranquilizar a Blanca. Ella antes era ayudante de cocina en el castillo, pero el cocinero real seguía desaparecido y probablemente había muerto. Cas señaló la bola de masa y comentó—: No sabía que tuviéramos harina.
—Llegó ayer. Uno de los que vinieron de Ciudad Gallego trajo todo lo que tenía en su panadería para que no se echara a perder.
Cas oyó pasos detrás de él. Era Daniela, que caminaba hacia ellos cargando una canasta de verduras. Su rostro arrugado se iluminó al ver al rey.
—Qué gusto verlo, su majestad —dijo con una inclinación de cabeza. Había estado con él en el carro, al igual que muchos miembros del personal de la fortaleza, y Cas parecía haber ganado su lealtad eterna a consecuencia de eso.
—¿Qué le ofrezco? —preguntó Blanca.
—Nada, gracias.
Se dirigía a una reunión con Jovita y los consejeros; sentía un nudo en el estómago que le impedía siquiera pensar en comida. Se despidió y se marchó. Las risas no regresaron cuando se alejó. En aquellos días, la risa siempre cesaba cuando él entraba en una habitación.
Subió al segundo piso de la fortaleza y entró en una gran sala vacía. Su padre siempre era el último en llegar a las reuniones; Cas había decidido hacer lo contrario.
El personal había quitado sillas y sofás y con varias mesas pequeñas formó una larga en medio de la sala. No había ventanas, así que de las paredes colgaban varios faroles y había dos más sobre las mesas. Nada era en comparación con el Salón Océano, donde tenían lugar las reuniones en el castillo de Lera. Si Cas cerraba los ojos aún podía ver el sol brillando en el océano desde aquellos ventanales.
Se dejó caer en la silla de la cabecera. Galo no se movió de la entrada.
—Siéntate aquí —dijo Cas empujando con el pie la silla que estaba junto a él.
Galo miró el asiento y luego a Cas.
—¿Estás seguro?
Jamás el padre de Cas habría permitido que un guardia se sentara a la mesa durante una junta de consejeros. Por esa misma razón Cas estaba decidido a que Galo se sentara junto a él.
—Siéntate.
El guardia obedeció. Cas, nervioso, se tronó los nudillos mientras esperaba. Seguía pareciéndole increíble que todo el mundo recibiera órdenes suyas.
Unos minutos después entraron el coronel Dimas y la general Amaro; susurraron sus saludos. La general Amaro evitó la mirada de Cas y ocupó el asiento más alejado.
Entraron las dos consejeras a las que había visto el día anterior; iban hablando muy concentradas. Cas conocía bastante bien a Julieta, la mayor. Tenía más o menos la misma edad que su madre y vivía en Ciudad Real. A la otra, Danna, la había visto algunas veces, pero vivía en la provincia oriental y visitaba el castillo pocas veces al año. El día anterior las dos se habían mostrado amigables y le dieron el pésame, pero ese día parecían tensas. Julieta esbozó una sonrisa a todas luces forzada.
Violet entró en la sala; su rostro se iluminó cuando encontró a Cas. Él le hizo una señal para que se sentara junto a Galo; ella rápidamente se acercó.
El gobernador de la provincia del sur tiene una hija. Era nuestra segunda opción después de Mary... Es encantadora. Mucho más bonita que Emelina.
La voz de su padre resonó en su cabeza mientras miraba a Violet de soslayo. Su padre tenía razón. Violet era muy atractiva, de largo cabello negro, ojos oscuros e intensos y labios carnosos, pero la comparación con Em no era idónea. Em podía no ser la chica más bella en la sala, pero eso no impedía que fuera blanco de todas las miradas. Era como si tuviera un secreto que todo el mundo quisiera conocer.
Cas trató de sacar la imagen de Em de su cabeza; necesitaba concentrarse.
Entró el gobernador de la provincia del norte, seguido de algunos importantes líderes de la provincia occidental. Cas sabía que tenía que empezar a hacer nombramientos oficiales, pues muchos funcionarios habían muerto, pero no había tenido tiempo. Seguía concentrado en tratar de llegar al final del día sin perder el control y echarse a llorar.
Jovita fue la última en entrar. Llevaba el cabello suelto sobre los hombros y un vestido azul. ¿De dónde había sacado un vestido? Muy rara vez la había visto con uno en el castillo, ya no se diga en una fortaleza con limitaciones de suministros.
Se sentó en la silla vacía junto a Cas.
—¿Cómo estás, Casimir?
—Bien —respondió sin poder disimular su suspicacia por tan cordial saludo—. ¿Y tú?
—Estoy bien, gracias. Observé que esta mañana volviste a salir de la fortaleza para visitar el lugar donde murió la reina.
Todos los ojos se fijaron en Cas. El contuvo el impulso de escurrirse lejos de sus miradas.
—Vas a menudo —dijo Jovita.
—Sí —respondió—. Me da oportunidad de pensar.
—Entiendo que estés triste, pero es hora de actuar, no de pensar. ¿Cómo esperas conseguir algo si pasas la mayor parte del día deambulando?
—No paso ahí la mayor parte del día, pero por lo visto tú sí pasas la mayor parte de tu día siguiendo mis movimientos.
Jovita torció el gesto, irritada.
—Me preocupas y, por extensión, me preocupa Lera. No has presentado plan alguno, así que...
—Creo que de eso se trata esta reunión —dijo Cas—; si ya terminamos de hablar sobre cuánto lamento la muerte de mi madre, quisiera pasar a lo siguiente.
Jovita apretó los labios; la mandíbula le temblaba.
—Bien —Cas miró al frente, evitando ver a su prima—. La fortaleza ya está al límite de su capacidad, pero todos los días llega gente. Pronto necesitaremos más espacio; creo que el sur es la mejor opción. Quisiera enviar un grupo de soldados a hablar con los dirigentes de la provincia del sur. Su regente está con nosotros —dijo señalando a Violet—, pero quisiera saber cómo vive la gente de allá. Ninguno ha venido.
—Los ruinos se dirigieron al sur tras la batalla —dijo Danna—. Puede ser que no quede mucha gente.
—Iban hacia el sur pero camino a Ruina —aclaró Cas—. No atacaron en el camino.
Danna levantó las cejas y preguntó:
—¿Cómo está tan seguro?
—Cuando se marcharon no estaban listos para otra batalla. Aquí perdieron a demasiada gente.
—Un ruino siempre está listo para la batalla —dijo Jovita—. La verdad es que Emelina te prometió que no atacaría a nadie si le entregabas a Olivia y tú estúpidamente la creíste.
Cas se tensó. No podía negarlo. Había dado por sentado que Lera todavía dominaba la provincia del sur porque los guerreros de Olso aún no invadían la fortificación. Era cierto que no lo sabía con certeza.
—Quisiera ser parte del grupo que irá al sur —dijo Violet. De pronto pareció preocupada.
—Por supuesto. Como regente de la provincia tú deberías dirigir a los soldados —respondió Cas.
—Como líder de la provincia del sur debería quedarse aquí, donde está a salvo —dijo Jovita—. No podemos darnos el lujo de perder a más dirigentes.
—Entonces ¿qué sugieres? —preguntó Cas—. ¿Que todos nos quedemos aquí escondidos hasta que Olso vuelva a atacar?
—No. Ahora que los cazadores han vuelto tenemos suficientes soldados para lanzar un ataque.
—¿Exactamente contra quién?
—Los ruinos.
—¿Quieres atacar a los ruinos? —Cas no intentó ocultar su incredulidad.
Jovita se inclinó hacia adelante.
—Por supuesto que quiero atacar a los ruinos. La pregunta es: ¿por qué tú no? Emelina Flores mató a la princesa de Vallos. Se asoció con Olso, tomó el castillo e inició una guerra. Por su culpa estamos en este lío, y tú simplemente la dejaste ir. ¡Ordenaste a los cazadores que dejaran de matar a los ruinos a pesar de que ellos no dejarían pasar una oportunidad para asesinarnos!
—¡Ellos se fueron! Es a nosotros a quienes debería temerse, no a los ruinos. Nosotros los asesinamos sin provocación.
—¿Sin provocación? —Jovita se echó hacia atrás—. ¿De verdad crees eso de los ruinos? ¿Que no son peligrosos?
—No todos lo son.
Jovita adoptó una expresión preocupada.
—Oh. No sé qué decir a eso, Cas.
—Ellos acaban de atacarnos —dijo la general Amaro—. No sé qué más tendrían que hacer para que usted los considere peligrosos.
Se instaló un silencio incómodo en la sala. Cas escudriñó los rostros de sus consejeros, en busca de alguien que estuviera de acuerdo con él. Galo y Violet eran los únicos que no parecían molestos u horrorizados. Un calor empezó a ascender por su cuello.
—Ahora mismo los ruinos no son prioridad —dijo Cas—. Tenemos que concentrarnos en mantener el control en el sur y prepararnos para recuperar el castillo. Lo mejor para Lera es...
—A ti no te interesa lo que pueda ser mejor para Lera —interrumpió Jovita.
—¡Todo lo que he hecho es lo mejor para Lera!
—Soltaste a Olivia Flores. Ella mató a la reina y a innumerables guardias y soldados. ¿Realmente eso era lo mejor para Lera?
A Cas se le hizo un nudo en el estómago. Su mente quedó súbitamente en blanco. Para eso no tenía respuesta.
—No tengo intenciones de atacarte, Cas —dijo Jovita con dulzura. Nadie más pareció darse cuenta de que su voz estaba cargada de condescendencia—. Creo que ahora mismo necesitas retroceder un poco y pensar en tu estado mental.
La habitación se volvió borrosa y Cas se preguntó si en efecto habría perdido la razón. Volverse loco tenía que ser menos doloroso que eso.
—Mi estado mental —repitió.
—Sigues llorando la muerte de tus padres; tu esposa te traicionó; fuiste atacado en la selva. No te juzgo, Cas. En esas circunstancias cualquiera empezaría a desmoronarse.
—Cas no ha perdido la cordura —dijo Galo con vehemencia.
Jovita levantó un dedo, como si la opinión de Galo la tuviera sin cuidado.
—No he dicho que haya enloquecido. Cas, simplemente planteo la posibilidad de que ahora mismo no estés pensando con claridad. ¿Te has tomado tiempo para descansar? Puede ser justo lo que necesitas.
—Estoy bien —dijo él bruscamente.
Jovita lanzó una mirada preocupada. Parecía que los consejeros estaban aceptando esa farsa. Ninguno quería mirar a Cas a los ojos.
—¿Por qué no tomas un tiempo para considerar mi plan de lanzar un ataque a los ruinos? —dijo Jovita—. Podemos reanudar la sesión mañana, después de que lo hayas pensado un poco.
Cas se puso en pie arrastrando la silla por el suelo.
—No tengo que pensar en eso. La respuesta es no.
—Pero...
—No —repitió con firmeza. Salió del salón dando grandes zancadas, con Galo unos pasos detrás de él. La puerta se cerró, se alcanzaban a oír algunos murmullos.
—No pueden hacer nada sin la aprobación del rey —dijo Galo.
Cas se pasó la mano por la cara. No estaba tan seguro de eso.
Casi doscientos rostros miraban a Em fijamente. Tragó saliva e intentó que su cara no delatara su nerviosismo. Casi esperaba que los ruinos empezaran un motín.
Olivia estaba junto a ella, frente a todos los ruinos que habían conseguido llegar hasta ese momento. Habían levantado tiendas de campaña cerca del castillo; Olivia los convocó a todos y les ordenó que se sentaran en el suelo mientras ella anunciaba los nuevos planes de gobierno. Detrás de los ruinos, las tiendas se sacudían con el viento; empezó a lloviznar. Como otras veces, Em deseó que tuvieran un lugar con paredes adonde ir; detestaba verlos con frío y a la intemperie.
—Una diarquía —repitió Olivia—. Gobernaremos juntas, como iguales —los ojos le brillaban de emoción, como si pensara que ese anuncio sería recibido con un entusiasmo desenfrenado.
Pero no: fue recibido con escepticismo. Un murmullo recorrió la muchedumbre y todos los pares de ojos aterrizaron en Em. Quizás era una buena señal. El día que la habían expulsado del trono supo que algo andaba mal porque nadie quería mirarla.
Ahora, sin embargo, todos la observaban fijamente. No todos con expresión amable. Tragó saliva. Tal vez debía decir algo, explicar que ella sólo quería que Ruina volviera a ser un lugar seguro, construir un hogar del que pudieran estar orgullosos.
—Planeamos levantar Ruina y hacer de ella algo aún mejor —dijo Olivia antes de que Em pudiera pronunciar palabra. La muchedumbre seguía incrédula. Por lo visto no confiaban en la una ni en la otra. Em no tenía claro si eso la hacía sentir mejor o peor.
Tras las palabras de Olivia cayó un largo silencio. En las mejillas de su hermana aparecieron unas manchas rosadas.
—Pronto daremos más información —dijo bruscamente—. Por el momento quisiéramos ver a Mariana, Aren, Ivanna, Davi y Jacobo.
Ivanna y Davi estaban sentados juntos: eran dos de los pocos ruinos mayores. Ivanna los saludó con la cabeza pero Em pudo ver el escepticismo en sus rostros.
Aren se puso en pie y alargó la mano para apretarle el brazo a Em mientras esperaban a los demás. Cuando ya todos se habían abierto paso entre la multitud, Olivia los llevó a la tienda de campaña que compartía con Em. Aunque apretados, todos permanecieron sentados con las piernas cruzadas en un pequeño círculo.
—Supongo que sabéis por qué estáis aquí —dijo Olivia—. Em y yo estamos montando un consejo para que nos asesore sobre los asuntos de Ruina.
Todos los poderes quedaban representados entre los cinco ruinos a los que Olivia había llamado: Aren controlaba el cuerpo, Jacobo e Ivanna los elementos, y Mariana y Davi la mente. Decidir la configuración del consejo no había sido difícil, pues no quedaban muchos ruinos cualificados.
Ivanna se echó su gris cabellera detrás de los hombros.
—Lo agradezco, pero creo que tenemos que hablar sobre liderazgo.
Olivia ladeó la cabeza.
—¿Tenemos que hacerlo?
—Sí. ¿Eres consciente de que, después de que te llevaron, los ruinos abolieron la monarquía y eligieron a un nuevo líder?
—Ilegalmente abolieron la monarquía —corrigió Olivia—, y ese líder elegido está muerto.
—Porque ella lo dejó morir —dijo Davi fulminando a Em con la mirada.
Em sintió un nudo en la garganta. Podría haber hecho más por salvar a Damian. Se había esforzado muchísimo para impedir que el rey de Lera lo ejecutara, pero podría haber actuado con más rapidez. Lo había dicho con toda claridad cuando les contó la historia a los ruinos. No quería guardar secretos.
—Yo también estuve allí —dijo Aren con firmeza—. Yo tuve que retrasar a Em. Si queréis culpar a alguien, culpadme a mí.
—Sí, culpémoslos —dijo Olivia displicente—. Los únicos dos entre nosotros que han hecho algo. Si no fuera por Em y Aren, todos seguirían huyendo para salvar la vida... si no es que estuvieran muertos. Pero sigamos hablando de su líder, que se dejó atrapar.
—¡Estaba ayudándonos a cruzar a Olso! —exclamó Davi, que empezaba a enrojecer.
—Para ayudar a Em y a Aren a derrumbar Lera. Su sacrificio no se olvida.
—¿Hay alguien a quien preferís para gobernar? —preguntó Em tranquilamente. Olivia la miró con gesto de pocos amigos.
—No —respondió Jacobo, pero estaba sonriendo a Olivia.
—Bueno, pues... —Ivanna carraspeó—. Hay algunos que preferirían a un líder que fuera elegido. ¿Por qué a Aren ni siquiera se le dio la oportunidad de...?
—Declino —dijo Aren de inmediato.
—Aren, tú eres aquí el más poderoso, además de Olivia —dijo Davi en protesta—. Y fuiste a Lera a pesar de que corrías un gran peligro.
—Siguiendo el plan de Em —dijo Aren—. Olvidadlo, no aceptaré —dijo haciendo una señal hacia Olivia—. Además soy la segunda persona más poderosa aquí. ¿Por qué no queréis que sea la primera quien os gobierne?
—Valorar el poder ruino por encima de todo no nos ha llevado a la victoria y la paz —dijo Ivanna—. Wenda Flores era poderosa pero carecía de talento para la negociación. Se limitaba a matar a todos los que no estaban de acuerdo con ella.
—Ésa es una táctica de negociación perfectamente válida —dijo Olivia. Em hizo una mueca: su hermana estaba dando la razón a Ivanna.
—Em tiene talento para la negociación —dijo Aren—. Creo que de lo que se trata esta diarquía es que se equilibren una a la otra.
Ivanna giró su rostro en dirección a Em pero sin mirarla a los ojos.
—Nunca antes habíamos tenido a un líder sin marca.
—Y sin embargo acabas de decir que sobrevaloramos el poder ruino —dijo Em.
Ivanna cerró la boca. Se hizo el silencio.
Olivia soltó una risita sin razón aparente y todas las cabezas giraron hacia ella.
—¿Creéis que esto es un debate? Que algunos de vosotros queráis a un líder elegido por la gente no significa que eso vaya a pasar. Hace un año se fracturó nuestra comunidad. Ahora estamos levantándola para dejarla como se debe.
Ivanna adoptó un gesto de dureza y guardó silencio. Davi empezó a quejarse.
—Además, Aren se casará con una de nosotras —dijo Olivia—. Así también él gobernará.
Em levantó las cejas ante el comentario casual sobre el matrimonio de Aren con ella o con Olivia. Aren la miró completamente desconcertado. Em apuntó hacia sí misma y sacudió la cabeza, y él soltó una risita.
De repente Em pensó en Cas. Ella ya estaba casada. Se había casado con él suplantando a la princesa Mary, pero después de eso todos los momentos de su relación fueron reales. No podía imaginarse con nadie más. El pecho le dolía sólo de pensarlo.
—A ver, continuemos —dijo Olivia. Em trató de sacudirse los recuerdos de Cas pero sólo lo consiguió parcialmente—. Hemos seleccionado un puesto para cada uno de vosotros. Si lo preferís, podéis declinar y sugerir a otra persona para ese cargo. Aren, quisiéramos que dirigieras el combate. Te encargarás del entrenamiento de los ruinos y de las armas: todo lo que se necesite para prepararnos para la batalla. Davi, salud. Te encargarás de la calidad del agua, de asegurarte que todo el mundo tenga ropa y mantenga buena salud en general. Ivanna, reconstrucción. Deberás erigir un nuevo castillo y reconstruir la ciudad. Los tres me informaréis directamente.
—Los dos restantes me informarán a mí —dijo Em—. Jacobo, te queremos pedir que te encargues de la alimentación. Necesitamos que alguien supervise la pesca, la caza y la agricultura. Y, Mariana, queremos que dirijas las relaciones con el exterior. Ayudarás a mantener contacto con los guerreros de Olso.
Mariana asintió con entusiasmo. Era joven, aproximadamente de la misma edad que Em, y a todas luces le emocionaba ser la elegida para ese trabajo.
—Partiremos mañana a las cabañas de los mineros; necesitamos que nos ayudéis a que todo el mundo se aliste. Queremos que vosotros cinco seáis las voces de los ruinos, que comuniquéis lo que esté pasándonos y que transmitáis nuestras órdenes. ¿Tenéis algún problema con eso? —preguntó Em. Todos negaron con la cabeza—. Bien. Algunos de estos cargos son tradicionales, pero otros, como reconstrucción, los ideamos sobre la marcha. Estamos abiertas a ideas.
—Pero no a una nueva conducción de Ruina —replicó Davi.
—Ah, eso me recuerda... —dijo Olivia—: como estamos en guerra, entra en vigor la Ley sobre Lealtad en Tiempo de Guerra. Toda amenaza contra el gobierno o contra nosotras se considerará traición y como tal será castigada —ladeó la cabeza con una gran sonrisa hacia Davi—. ¿Entendido?
Davi palideció. Em se apretó las manos. En realidad, Olivia y ella no habían hablado de eso. La Ley sobre Lealtad en Tiempo de Guerra no había estado en vigor desde que su madre era adolescente. No admitía el menor desacuerdo con los soberanos. No había sido popular.
—Entendido —dijo Ivanna con la voz entrecortada—, su majestad.
—Fabuloso —dijo Olivia dando una palmada—. Vamos a trabajar bien juntos, ¿verdad que sí?
Em miró los rostros a su alrededor. Davi e Ivanna parecían molestos. Mariana y Aren parecían nerviosos. Sólo Jacobo respondió con una sonrisa.
Em tuvo la sensación de que aquel consejo estaba condenado al fracaso.