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DIEZ

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El aire estaba cargado de risas y música. Em se detuvo en el cobertizo de su cabaña y buscó de dónde venía el ruido. Los guerreros habían encendido una gran fogata frente a sus tiendas. Una muchedumbre rodeaba a un hombre con una guitarra, sentado en una roca.

Em echó un vistazo a las cabañas a su alrededor. Había algunos ruinos observando desde sus ventanas pero ninguno se unió a los guerreros.

Em abrió la puerta y asomó la cabeza dentro de la cabaña. Aren y Olivia estaban sentados a la mesa de la cocina.

—Voy a saludar a los guerreros. ¿Queréis venir?

Aren se levantó enseguida, pero Olivia sacudió la cabeza.

Em saltó del cobertizo y caminó hacia la hoguera; por unos momentos, su mirada se posó en Aren.

Iria extendió la mano a Em:

—El príncipe August te estaba buscando, pero baila primero conmigo.

—¿Bailar contigo?

—Anda —dijo Iria—, es la tradición.

—¿Lo es?

—Bueno, bailamos juntas en Lera, así que yo digo que lo es —Iria la cogió del antebrazo y la arrastró a la improvisada pista de baile. Luego alzó un brazo e hizo girar a Em.

—Siempre tienes que dirigir —reclamó Em torciendo la boca.

—Bueno, soy mejor bailarina que tú.

Em habría discutido si no fuera cierto. Se oyeron carcajadas detrás de ella; se giró y vio a Aren hablando con un guerrero al que ella no conocía. Luego se dirigió a Iria:

—Aren me ha contado lo que pasó en la selva. Gracias.

—Ni lo menciones —Iria miró a Em a los ojos—. En serio: no se lo digas a nadie.

—Por supuesto. Sé cuánto te arriesgaste. Y lo agradezco.

Iria asintió con la cabeza mirando con atención algo a espaldas de Em.

—Su majestad —dijo una voz profunda.

Em se dio la vuelta. Allí estaba August, parado junto a ellas. Em se alejó de Iria.

El príncipe vestía ropa limpia; sus pantalones negros y la túnica gris estaban apenas un poco arrugados. Se había quitado el abrigo. Em hizo una rápida inspección a su cuerpo. No había armas a la vista. La ropa estaba algo ajustada, así que la única posibilidad era un cuchillo en la bota.

—¿Me permite hablar unos momentos con su hermana y con usted? —pidió.

—Claro. Estaba en nuestra cabaña la última vez que la vi.

August hizo un amplio gesto con el brazo para que Em fuera delante. Ella le dedicó una breve sonrisa a Iria antes de dirigirse con él a la cabaña.

La sala estaba vacía cuando entró Em, así que dejó solo a August y caminó por el pasillo hasta la habitación que compartía con Olivia. La puerta estaba abierta y su hermana estaba sentada en el borde de la cama con el ceño fruncido y un mapa en las manos.

—¿Invitaste a un humano? —preguntó sin mirar a Em.

—Es el príncipe August. Quiere hablar con nosotras.

Olivia dobló el mapa y lo arrojó al escritorio.

—¿Tengo que estar presente?

—Pidió expresamente hablar con las dos.

—De lo que se trata esta diarquía es justamente de que tú lidies con todos los asuntos aburridos.

—Creí que tú pensabas que sería una buena gobernante —dijo Em golpeándole la pierna.

Olivia la pateó en respuesta y agregó:

—Supongo que sí.

—Por lo menos escucha lo que tenga que decirnos.

Olivia se levantó de la cama dando un largo suspiro.

—Bien.

—Y no te precipites. Escucharemos y cuando se haya ido, lo discutiremos —susurró Em.

—Bieeeeeen —alargando la palabra, Olivia empujó a Em hacia la puerta.

Caminaron de regreso a la sala; August seguía cerca de la puerta. Saludó a Olivia con la cabeza.

—Gracias por acceder a recibirme, sus majestades —dijo.

—Puedes llamarme Em —dijo.

—Puede llamarme su majestad —dijo Olivia.

Em hizo una mueca, preocupada de que August pudiera sentirse insultado. Pero no: sus labios se curvaron como si estuviera tratando de contener la risa. Em clavó el codo a su hermana en las costillas.

—Puedes llamarme Olivia —refunfuñó.

—Maravilloso. Vosotras podéis llamarme August. Todos me llaman así.

—¿Quieres algo de beber? Sólo tenemos agua —dijo Em señalando una jarra sobre la mesa.

—No, gracias, estoy bien.

—Siéntate —dijo Em.

La sala tenía un sofá y tres sillas, dos en condiciones dudosas. August se sentó en una silla gris deteriorada; cuando se acomodó, el mueble crujió. Em se sentó en el sofá junto a Olivia, frente a él.

—Después de ver este lugar, tengo que reconocer que me sorprende que hayáis declinado la invitación de mi hermano para visitarnos en Olso. Os habría instalado en el castillo.

—Nos gusta Ruina —dijo Olivia. Em notó el nudo en la voz de su hermana. A ninguna le gustaba tanto Ruina, mucho menos después de haber visto Lera, pero era su hogar.

—Por supuesto, pero nos habría alegrado mucho recibiros durante la reconstrucción del castillo.

—Por ahora es mejor que estemos juntos —explicó Em—. Los ruinos necesitan un gobierno aquí, no reinas que descansen en Olso.

Descansen —repitió August con una risita—. Parece justo.

—¿Has venido a tratar de convencernos de que vayamos contigo a Olso? Si es así, pierdes el tiempo —dijo Olivia señalando la puerta con una oscilación del brazo—. Para el caso, mejor regresa.

—No —dijo él—. Mi hermano me pidió que os dijera que podéis ir a Olso cuando queráis y esperamos que pronto nos visitéis, pero entiendo que ahora no es buen momento.

—Tú lo entiendes —dijo Olivia inclinándose hacia adelante en la silla—, pero seamos honestos: tu hermano es el rey. Tienes dos hermanos mayores delante de ti en la línea de sucesión al trono. ¿Por qué enviasteis al menos importante de los herederos?

—Quiero creer que soy un poco más importante que algunos de mis primos.

—¿Tienes algún poder real? —preguntó Olivia—. Si hacemos tratos contigo, ¿los cumplirá el rey? ¿O nos estás haciendo perder el tiempo?

August esbozó un gesto de irritación.

—Estoy autorizado para hacer ciertos tratos —lo dijo con el resentimiento de ser el heredero menos importante. Em contuvo la risa. Olivia parecía satisfecha de haberlo disgustado.

El príncipe logró recomponer una sonrisa, aunque falsa.

—Hay cosas que no puedo hacer, pero si alguna de ésas surge, os lo haré saber. Me enviaron con un propósito específico.

—¿Cuál? —preguntó Em.

—Mi hermano quiere fortalecer la alianza entre Olso y Ruina.

—¿Fortalecerla, cómo? —preguntó Olivia.

—Me envió a casarme con la reina ruina.

El silencio se abatió sobre la cabaña. Em se quedó petrificada.

—Claro que esperábamos que sólo hubiera una, pero ya que son dos...

Sus labios se curvaron.

¿Casarse? ¿Casarse? El rostro de Cas le cruzó a Em por la mente.

Con un resoplido, Olivia dijo:

—No contéis conmigo.

—¡Olivia! —exclamó Em.

—¿Qué? Yo no pienso hacerlo.

—Observarás que no pedí casarme contigo —dijo August con desdén.

—Menos mal —respondió Olivia, y girándose hacia Em dijo—, suena a que te prefiere.

Em se aferró a los brazos de su silla y observó la puerta. ¿Sería extraño si saliera corriendo de ahí?

No podía casarse con August. Era guapo, claro que sí, pero su sonrisa muchas veces parecía forzada e ignoraba todo de él. De algún modo esperaba que hiciera algo espantoso.

Había sido más fácil casarse con Cas, a pesar de que en aquel momento lo odiaba. Al menos se había sentido en control de la situación. Esto era inesperado.

—¿Estás dispuesta a tener esta conversación? —preguntó August.

No. Ella no había contemplado siquiera su siguiente matrimonio. Para una reina se daba por sentado que la unión tendría que ver más con política que con amor, pero pensaba que para eso aún faltaba tiempo, mucho tiempo.

Cas.

El nombre le abría un agujero ardiente en el corazón. Trató de ignorarlo. Su cariño por Cas no importaba. Nunca sería de él, por mucho que ella así lo deseara.

—Sé que esto es inesperado —dijo August al ver que Em no respondía—, pero sería beneficioso tanto para los ruinos como para Olso. Necesitáis ropa y protección; nosotros podemos ofreceros eso.

—No necesitamos que nos protejáis —dijo Olivia bruscamente—. Mucho menos pedimos limosna. Muy pronto nos habremos recuperado, de eso yo me encargo.

August a todas luces tenía sus dudas, pero no respondió. Miró a Em en espera de su respuesta.

Em podía ponerle un alto a August en ese mismo momento, decirle que hiciera el equipaje y se marchara. Olivia estaría encantada.

Pero su hermana se equivocaba: los ruinos sí necesitaban la ayuda de Olso. Los guerreros podían darles protección y provisiones que Em no podía asegurar. Podían ayudar a reconstruir el castillo. ¿Realmente era tan terrible intercambiar el matrimonio por la oportunidad de reconstruir Ruina con mucha mayor celeridad y dar así a los ruinos seguridad?

—¿Entiendes en qué te estarías metiendo? —preguntó Em lentamente—. No ha habido un casamiento entre ruinos y humanos desde hace varios siglos.

—Lo sé.

—Nuestros hijos serían ruinos. Yo carezco de magia, pero eso no significa que mis hijos sean como yo. Bien podrían ser muy poderosos, como Olivia —y al decir esto respiró hondo—. Pero espera, eso es parte del trato.

—Por supuesto.

—Con ruinos en la familia real nunca tendrían contendiente al trono; al menos ninguno con alguna posibilidad real.

—Exactamente —August se inclinó hacia delante y apoyó los codos en sus rodillas—. Y con ruinos en la familia real de Olso vosotros tampoco tendríais que preocuparos de que nosotros intentáramos traicionaros. Vuestra sangre sería nuestra sangre.

—Y tú vivirías aquí —dijo Em—, en Ruina.

—Así es, aunque sería de esperar que nuestros hijos pasaran la mitad del tiempo en Olso.

A Em hablar de hijos le provocaba escalofríos. Soltó una risa casi histérica.

Quería decirle que no, que no lograría pasar un solo minuto sin pensar en Cas, no deseaba que otro hombre se inmiscuyera en sus pensamientos.

Claro que era ridículo pensar que él pudiera alguna vez ocupar algún espacio en su mente. Ese matrimonio sólo serviría para formar una coalición. No hacía falta que ella le tuviera cariño. Quizás incluso fuera mejor así.

—No necesito una respuesta de inmediato. Posiblemente puedas comentarlo con tus consejeros y...

Un grito que venía de afuera interrumpió las palabras de August.

Em se levantó de golpe, presa del pánico.

Se dirigió al rincón y cogió su espada. Olivia ya estaba afuera de la puerta y Em corrió detrás de ella. August las siguió.

Aren surgió a toda prisa entre la oscuridad y se detuvo enfrente de ellos.

—Soldados de Lera —dijo jadeante—. Por lo menos cien. Nos están atacando.

Em alcanzó a ver, detrás de Aren, caballos y antorchas encendidas que venían de la colina. Una línea de fuego atravesó la noche y una tienda estalló. Los ruinos salían corriendo de sus cabañas, se calzaban y se vestían chaquetas a toda marcha. Los guerreros estaban reunidos alrededor de la tienda en llamas, intentando apagar el fuego.

—¡Lo sabía! —gritó Olivia. Partió hecha una furia y dejó a Em detrás. Echó una mirada por encima del hombro y llamó—: ¡Aren! ¡Ruinos! ¡Conmigo!

Aren corrió tras ella. Los ruinos los siguieron con las llamas iluminándoles el rostro mientras avanzaban hacia el ejército que se aproximaba. Jacobo se detuvo y se giró a mirar el fuego. Extendió la mano. Había llamas serpenteando por la hierba; pasaron cerca de Em y alcanzaron a los soldados de Lera. Dos hombres ardieron envueltos en llamas.

Em se cubrió la boca con una mano temblorosa. ¿Por qué estaban atacándolos los soldados de Lera? ¿Estaba Cas con ellos? ¿Estaba tan rabioso por la muerte de su madre que ahora se volvía contra ella?

No tenía tiempo de preocuparse por eso.

Se giró hacia August:

—¿Vas a esconderte o vas a ayudarnos?

—Ayudaré —dijo enseguida.

Em señaló a los guerreros que estaban detrás de él:

—Diles que se formen detrás de los ruinos. Todos tienen que usar sus chaquetas rojas si no quieren perder la cabeza accidentalmente. Tú también debes hacerlo.

Él asintió y se giró para gritar órdenes a sus guerreros. Se puso de nuevo frente a Em y quiso hablar, pero los ojos se le abrieron como platos cuando avistó algo detrás de ella. La cogió de la cintura y la apartó, justo a tiempo para que una flecha en llamas pasara volando a su lado y aterrizara en el cobertizo de la cabaña. Em respiró hondo y le dedicó a August una mirada de agradecimiento.

Se separó de él y pisoteó la flecha.

—Ven —dijo cogiéndolo del brazo y corriendo hacia los guerreros.

En pocos segundos los guerreros estaban vestidos de rojo y con las armas desenvainadas. En lo alto de la colina se había formado una muralla de ruinos, con Olivia y Aren en el centro. Ivanna estaba junto a ellos. Su cabello se agitaba por el poderoso viento que había creado para avivar las llamas.

Varios soldados subieron corriendo y pasaron a los ruinos a toda velocidad. Jacobo se giró con el rostro desencajado por la furia. Señaló las llamas, que se movían lentamente en la hierba hasta apagarse. Se le doblaron las rodillas.

Em corrió hacia los soldados y ordenó a los guerreros que la siguieran. Los gritos atravesaron la noche; sospechó que no era sufrimiento ruino. Sabía reconocer los gritos de un hombre al que Olivia le retorcía los huesos.

Por lo menos diez hombres, con broches destellando en sus pechos, arremetieron contra ellos. Em agarró la espada con un poco más de fuerza. Cazadores. Había matado a muchos de ellos.

Iria y los otros guerreros se colocaron frente a Em y August. Las espadas rugieron al enfrentarse. Una guerrera gritó cuando un cazador hundió la espada en su vientre.

Em no veía a Cas.

No debería estar buscándolo. En ese momento tenía cosas más importantes en que pensar. En no morir, por ejemplo.

Un soldado dio un empujón a Iria para embestir a Em. Con las dos manos desenvainó la espada listo para atacarla, pero ella levantó la bota y le dio una patada tan firme en el vientre que lo hizo tropezar. Iria lo cogió del hombro y le clavó su acero en la espalda.

August, junto a ella, se agachó jadeante para eludir el golpe de una espada. Em puso una mano en su espalda para mantenerlo agachado mientras ella perforaba el pecho del soldado con su acero.

—Gracias —dijo August sin aliento mientras se enderezaba.

Em se giró con la espada en alto, pero a su alrededor no había más que uniformes rojos. Todos los de azul estaban tendidos en el suelo, muertos. Con el rostro estrujado, un guerrero sacó su espada, cubierta de sangre, de un soldado de Lera.

Em miró hacia la colina, al sitio en el que veinte ruinos seguían formados uno junto a otro. Ya no había soldados intentando pasar.

Algunos ruinos se desplomaron en el suelo, con la respiración agitada tras haber usado su magia. Jacobo estaba recostado de espaldas con los brazos extendidos y una sonrisa enloquecida en el rostro.

—¡La próxima vez enviad más hombres! —gritó—. ¡Eso ha sido demasiado sencillo!

Em sintió alivio. No habían perdido a ningún ruino, hasta donde podía observar. Dio grandes zancadas hasta donde Aren y Olivia estaban parados hombro con hombro, concentrados en la escena frente a ellos. Llegó a la cima y siguió su mirada. August se detuvo junto a ella.

Los cuerpos de los soldados de Lera se encontraban tendidos al pie de la colina. No, mejor dicho, trozos de soldados. Miembros esparcidos por todas partes. Había antorchas tiradas en el suelo, quemando la hierba. Espadas abandonadas destellaban con el fuego. Llena de amargura, buscó a Cas entre el desastre. No había manera de saber si estaba ahí.

Los soldados supervivientes estaban huyendo, corriendo tan rápido como podían hacia los árboles desnudos. Olivia dirigió su magia a uno de ellos y le separó la cabeza del cuerpo.

August dio media vuelta. Cerró los ojos y respiró hondo.

Em posó su mirada en Olivia y Aren.

—Necesito a uno —su voz sonó demasiado quedo; carraspeó y repitió—: Olivia, Aren, necesito a uno vivo. Tengo preguntas.

—Ése —dijo Aren señalando a un hombre que casi había llegado a los árboles. Olivia asintió y el hombre se detuvo. Movía los brazos, pero sus pies estaban clavados en el suelo.

—Gracias —dijo Em y empezó a descender la colina.

—Yo también iré —dijo Olivia.

—Ir-Iria, ve con ellos —las palabras de August brotaron trabajosamente, como si estuviera a punto de vomitar. Em lo miró y descubrió que él seguía dándoles la espalda.

Iria caminó hacia Em y enfundó la espada, alzando las cejas como preguntándole a ella si estaba de acuerdo; Em asintió.

—¿Está seguro de que no quiere venir, su alteza? —preguntó Olivia en tono dulce. Nadie jamás había dicho “su alteza” con semejante desprecio.

August se alejó de ellas.

—Iré a ver cómo están mis guerreros.

Olivia soltó una risita y a grandes zancadas dejó a Em atrás. Luego pasó encima de un brazo amputado carcajeándose.

Iria exhaló largamente y acomodó su marcha a la de Em.

—¿Está bien Aren?

Sorprendida por la pregunta, Em se giró para mirarlo. Notó que su rostro estaba pálido y sus ojos no parecían enfocar. No parecía débil, como si usar magia hubiera sido un gran esfuerzo. De hecho, no tenía gesto alguno. Era como si todo en Aren hubiera sido succionado y no quedara más que una cáscara vacía.

—¡Em! —llamó Olivia, que ya estaba parada al lado del soldado de Lera, haciendo gestos a Em para que se apresurara.

Aren miró a Em pestañeando.

Iria lo vio y se mordió los labios. Parecía preocupada. ¿Debía Em preocuparse también?

Em se giró para concentrarse en el soldado que tenía enfrente. Temblaba mientras ella se acercaba; el sudor corría por ambos lados de su rostro.

—¿Por qué estáis aquí? —preguntó.

El hombre apretó los labios y, nervioso, miró a Olivia.

—Si dices por qué estáis aquí, te soltaré. Podrás volver y contar lo que pasó con tus amigos. Si no hablas, dejaré que Olivia te desprenda todas las extremidades.

—Lentamente —dijo Olivia con una sonrisa burlona—. Preferiría que no hablaras, si te soy sincera.

—Nos... nos dieron órdenes de atacar el campamento ruino —dijo el soldado.

—¿Quién?

—Jovita.

—¿Por qué Jovita está dando órdenes? ¿Le pasó algo al rey Casimir? —preguntó Em.

El soldado miró a Em con firmeza, como si desesperadamente estuviera tratando de evitar la mirada salvaje de Olivia.

—Perdió el juicio tras la muerte de sus padres, después de lo que usted le hizo. Jovita tomó su lugar.

Em se tambaleó. Cas no podía haber enloquecido; no el muchacho que había tenido el aplomo para escapar ileso del castillo de Lera, no el joven que había conseguido escapar del carro de los guerreros y dirigirse a la selva él solo. No podía creer que Cas se hubiera desmoronado después de sobrevivir a todo aquello.

—¿Y quién te dijo eso? ¿Jovita?

—Y los consejeros —el soldado de pronto sonó a la defensiva.

—¿Y dónde está ahora tu supuestamente loco rey?

—Jovita lo encerró para protegerlo.

Em se llevó las manos a la frente. Con Jovita a la cabeza, los ruinos ya no estaban a salvo. El pacto que había hecho con Cas no sería respetado.

Se giró para mirar los cadáveres detrás de ella.

—¿Ella está ahí? ¿Ha venido Jovita con vosotros?

—Nos ayudó a entrar a Ruina, pero luego regresó. Ahora debe estar en Lera.

—Qué valiente —dijo Olivia con sequedad.

—¿Cas está en la fortaleza? —preguntó Em.

El soldado se pasó la lengua por los labios, vacilante.

—Probablemente necesites las dos piernas para correr, ¿verdad? —dijo Olivia señalándolas—. Entonces no te gustaría si te arrancara una ahora mismo...

—Sí —dijo enseguida el soldado—, está en la fortaleza.

—Bien.

Em le hizo una señal a su hermana y Olivia se acercó. Em se inclinó para susurrarle al oído:

—Mátalo. Rápido.

Olivia giró rápidamente y trazó un círculo en el aire con el dedo. El cuello del soldado se rompió y su cuerpo cayó pesado en el suelo. Iria se sobresaltó.

Olivia miró a Em con expresión aprobatoria.

—Pensaba que ibas a dejarlo ir.

—Eso iba a hacer, pero no podía permitir que Jovita averiguara lo que nos dijeron. Imaginaría nuestro siguiente paso.

—¿Y cuál es?

Em enganchó su espada en el cinturón.

—Buscar a Jovita. Y matarla.

Venganza

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