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Introducción

“Nadie nos educó para ser padres”…esta es la frase de cajón que hemos dicho todos los padres en algún momento de nuestra experiencia. Nuestra vida termina desarrollándose en medio de rutinas, compromisos, obligaciones, deberes, y mucho cansancio. Después de una adolescencia intensa, un noviazgo en las nubes, y quizás una alianza matrimonial muy recordada, algunas parejas experimentamos un estrellón en el difícil acto de la convivencia, que viene a probarse de manera intensa cuando llega la descendencia.

El convertirnos en padres pasa a ser una de las experiencias más intensas de nuestra vida, aquellos primeros meses de vida de nuestro bebé son literalmente inolvidables, todavía están guardadas las miles de fotos que tomábamos día a día para registrar el crecimiento de nuestro bebé, es más, hasta tenemos guardados en algunos casos su primera pijama. En fin, esa personita cambió definitivamente no solo nuestras rutinas, sino también nuestra concepción de ver el mundo, de ver la vida, y de vernos a nosotros mismos. Muchos padres expresan que sus hijos son la razón de su existencia, otros arguyen que el sentido de sus vidas está en sus hijos, en últimas, quizás lo que quieren expresar es que comienzan a entender lo que significa el término “trascender”.

Después de los primeros dos años, generalmente se comienza a pensar en la escolaridad del niño, y en cómo propenderle un período de aprestamiento que le prepare para la vida escolar. A dicha edad, nuestro hijo definitivamente es tomado muy en serio, sabe perfectamente como comunicarse, expresa rasgos de personalidad claramente definidos, manifiesta rutinas básicas, e indudablemente nosotros como padres ya reconocemos el tipo de carácter que tiene la mayor parte del tiempo, en nuestras salidas de fin de semana a las casas de las abuelas, ya no solo decimos “tiene los ojos del papá”, ahora también decimos “tiene el genio de la mamá”.

Solo para algunos niños, el inicio del Kindergarten es traumático, pero para nosotros los padres -siempre resulta traumático-, no importa que nuestro hijo hoy sea adolescente, es seguro que todavía recordamos nuestras lágrimas al tener que dejarlo en la puerta del jardín cuando tenía 3 añitos. Pero curiosamente casi todos los niños se adaptan muy bien a estos centros. Solo es un año o dos años después de iniciado este período, cuando en algunas ocasiones los padres comienzan a tener una bitácora no muy alentadora, sobre el desarrollo de su hijo en el ambiente escolar. En la mayoría de los casos lo niños, pasan su preescolar de manera alegre y muy sobreprotegida de parte de sus padres.

Cuando sucede el cambio al colegio “grande”, comienzan las observaciones en las agendas, las llamadas del colegio, las felicitaciones en la entrega de informes combinadas con ese “tenemos que reforzarle….”, y en algunos casos las reuniones de padres con todo el equipo interdisciplinario del colegio. Y en este punto, es donde muchos no es que nos queramos cuestionar, simplemente nos sentimos cuestionados en nuestra labor como padres. No es que queramos niños perfectos, es que en algún punto de nuestra crianza recibimos quejas acerca del comportamiento de nuestro hijo en algún ambiente, ó, simplemente vemos como el hijo de nuestros amigos, cumple satisfactoriamente ciertos hábitos que nuestro hijo con un año mayor no cumple.

En algún momento comienzan a surgir los reproches, no siempre de la pareja, la mayoría de las veces, de nuestra propia conciencia, y entonces, esas observaciones del colegio, esas quejas eventuales, y esas criticas de la familia, van tomando tanto peso, que para el padre o la madre se convierten en verdaderos dolores de cabeza. Un sentimiento llamado frustración, comienza a evidenciarse, lo curioso es que se va regando como un virus, afecta inclusive las relaciones de pareja, afecta el trabajo y afecta la propia autoestima de los padres. Se inicia un círculo vicioso donde ya no es solo el niño la víctima, sino también los padres, e inclusive los hermanos del niño.

Luego vienen las “eternas” terapias que le inician al niño, y los “eternos” comentarios de los abuelos y tíos, comparando su hermosa niñez sin ningún trauma, con la niñez de su nieto o sobrino tan abrumada por semejantes traumas inventados por este siglo. Los padres en medio de críticas, terapias, afanes y anhelos, valientemente enfrentan su mundo con todo tipo de justificaciones. En el fondo, muchos creen que las terapias no le ayudarán al niño, que es solo una “perdedera” de dinero, pero lo hacen por calmar su conciencia. El problema se acrecienta cuando después de 1 o 2 años en terapia, el niño sigue igual o peor, y en el colegio, los informes ya no son tan excelentes como antes, se evidencia que el niño definitivamente no siempre se relaciona bien con sus compañeros, no siempre obedece, no siempre cumple las normas y los deberes, no siempre sabe resolver sus conflictos, no siempre se lleva bien con sus amiguitos, no siempre expresa hábitos de iniciación básicos, y no siempre se le ve feliz y disfrutando de su proceso educativo.

Para muchos padres, la remisión a consulta de psicología es la gota que derrama la copa, si el niño no quiere ir a estudiar definitivamente es culpa del colegio, lo mejor es cambiarlo, si hay muchas quejas del colegio, lo mejor es cambiarlo porque definitivamente le quedo grande al colegio controlar a un niño de 5, 6 u 8 años, si el niño tiene matrícula condicional, lo mejor es amenazarlo y decirle que si pierde el año, pasará a un colegio de menos categoría o inclusive a uno de tipo militar. Sin embargo los padres acceden a la consulta de psicología “ya ha estado en tantas, que una más que mas da”….

Y dentro del proceso iniciado en consulta psicológica se establecen momentos para dialogar y asesorar a padres, y es cuando surge un nuevo inconveniente: papá le dice a mamá, -“vaya usted ya que es la que lo tiene tan mal criado, yo no tengo porque ir, no tengo tiempo”-, la mamá asiste y en medio de la sesión comienza a llorar involucrando una serie de factores no solo de crianza, sino de pareja y hasta de proyecto de vida personal. Al indagar mucho más el sistema parental (padres) y fraternal (hermanos), se evidencian una serie de desajustes a nivel de hogar relacionados con pautas de crianza (hábitos, rutinas), modelos de afectividad, modelos de disciplina y autoridad, establecimientos de límites y comunicación.

En las siguientes páginas, se tratarán temas relacionados con vivencias diarias y situaciones que los niños y los padres manifiestan en su convivencia rutinaria, para muchos padres, las orientaciones han sido de gran ayuda, les han brindado un panorama tan diferente que al ponerlas en práctica, su experiencia como padres, ha pasado de ser tormentosa a ser totalmente placentera. En otros casos, su labor satisfactoria, ha mejorado con la adaptación de ciertas sugerencias, que han incrementado la unidad familiar y han convertido sistemas familiares estables, en sistemas familiares totalmente sólidos. Este es un libro diseñado para ayudarnos a mejorar nuestra labor de padres y disfrutar el privilegio de serlo.

Los problemas de los padres de hoy

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