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Capítulo IV

El castillo es Castillo por el príncipe


4. cuando todo gira en torno al niño

El inicio de la vida humana es muy sensorial, después del nacimiento, se integran de manera cada vez más compleja, todas sus funciones fisiológicas, metabólicas, cognitivas y psíquicas. Se nace siendo demasiado dependiente, sin la ayuda de un adulto, un bebé muere; a su vez, los padres, nos acostumbramos a proveer todos los cuidados necesarios y no necesarios, para que nuestro hijo crezca más que bien. Los cuidados que reciben los niños le proveen seguridad, equilibrio y esperanza. En su crecimiento, el niño aprende a confiar o desconfiar en su familia, y particularmente en sus padres1, de hecho recibe cada vez más atención y esto lo percibe claramente, desarrolla estadios básicos para su interrelación que se engranan con el aprendizaje del lenguaje, y que a su vez, estimulan funciones cognitivas superiores.2 Las vidas de padre y madre cambian en absoluto, algunos entienden mucho mejor lo que significa “nosotros”, pues antes del bebé, solo vivían el “tu y yo”. Hacia los 2 años de edad, el hogar esta dinamizado con rutinas centradas en la crianza del niño, un gran porcentaje de actividades familiares se concentran en la búsqueda de su bienestar y en su estimulación corporal, cognitiva y social. Los niños mantienen una postura egocéntrica, que les incapacita para adoptar el mismo punto de vista de los demás, tienden a desarrollar determinación y voluntad, comienzan a jugar con sus roles entre los miembros de su familia básica, y expresan ganas de hacer, de un modo inmediato y posesivo.

Aunque se evidencia desde los primeros meses, es a una edad de 3 años, en que los niños, expresan mayor determinación, voluntad y perseverancia para lograr sus deseos, y es en este punto donde muchos padres no interpretan correctamente las señales y los deseos de su hijo. El niño al querer algo y no conseguirlo, expresa su frustración de una manera transparente y básica como es el llanto y la rogativa. Dependiendo de la intensidad de la frustración, su llanto se tornara dramático e implicará no solo lágrimas y rogativas sencillas, concentrará además, todas sus fuerzas corporales en expresar semejante frustración. Luego en un intento de negación momentáneo sumado a su determinación, su llanto adquiere un agudo tono de protesta, que se va incrementando en volumen, hasta llegar a ser escandaloso. Esto es lo que conocemos como “pataleta”. Y lo que hay que saber de las “pataletas”, es que además de ocasionarnos vergüenza, los padres tenemos todo el dominio, control, poder e inteligencia para extinguirlas del comportamiento de nuestros hijos.

Las consultas a psicología por casos de “pataletas”, son muy frecuentes, los padres se sienten confundidos e impotentes, ante el “voluntarismo” y la “terquedad” expresada por sus hijos, hay madres que recuerdan que su hijo desde que nació exigía satisfacción inmediata en su biberón, al cambio de pañales o al arrullo, pues de lo contrario, todos los vecinos a 100 metros debían gozar obligatoriamente de una melodía de llanto escandalosamente incontrolada. Algunos padres acuden a orientación, cuando el niño ha hecho un escándalo en el banco, en la iglesia o en centro comercial, y en otros casos, cuando en el colegio han llorado durante dos horas seguidas en el escritorio de su maestra.

Para algunos padres, el ver llorar a su hijo es algo cruel e indigno de un buen padre, y lo que hay que saber, es que el llanto expresa liberación efusiva de emociones humanas, de hecho, para algunos fue su primera forma de expresión al nacer. El llanto es generado por emociones intensas de miedo, tristeza y hasta alegría, es una forma de comunicar, el llanto no traumatiza, el llanto libera. Pero al igual que todo, debe tener un tiempo límite. La ventaja que tenemos los padres, es que los deseos de los niños pequeños son en su mayoría momentáneos, y de hecho son a corto plazo. Viven cada momento con toda la intensidad, (excepto cuando se enferman), esperan que sus deseos sean concedidos, pero no disciernen la naturaleza de sus deseos, es decir, “si lloro y me dan biberón, porque no puedo llorar para que me den esta muñeca”.

El problema surge cuando el padre o la madre, al ver llorar a su hijo se desencajan, se desesperan, y a pesar de saber que su hijo NO necesita aquel juguete, prefieren evitarle el llanto y se lo dan. Hay otros padres, que inicialmente, tienen claro no concederle el deseo al niño porque no es necesario, pero luego de un rato, cuando el niño persevera en su pedido a través del llanto cada vez mayor, ceden porque prefieren la “paz” y no el escándalo. Es muy importante recordarnos que somos los padres los que se supone sabemos lo que le conviene a nuestro hijo y lo que no, los que sabemos lo que necesita y lo que no, los que entendemos que es lo importante para nuestro hijo y que no es importante. Si pensamos algo, decimos algo, pero en la práctica, hacemos lo opuesto a lo pensado o dicho, estamos siendo incoherentes, y este es el principio de muchas patologías a nivel personal, y de muchos desordenes a nivel de crianza y educación.

Nuestros hijos necesitan padres seguros de sí mismos, padres con principios firmes, padres que en lugar de ceder comprando un juguete no necesario y hasta inconveniente, tomen a su hijo de la mano, lo miren a los ojos, y le digan serenamente “no vamos a comprar este juguete, pues en tu casa ya tienes 5, acompáñame a comer un helado”, y aunque lo más seguro es que siga llorando, efectivamente el padre lleve a su hijo a comer helado, y no le hable más del asunto, no lo regañe, ni tampoco se ofusque teniendo que escuchar el llanto de camino a la heladería, sino que se mantenga en calma. Nuestros hijos necesitan padres que demuestren seguridad, no solo una vez, sino siempre, padres unidos que no se desautoricen entre sí, padres que se pongan de acuerdo para los premios y sobre todo para los castigos. Padres que sepan interpretar las situaciones con su hijo, y cuando surjan actitudes en el niño potencialmente negativas o no asertivas, que actúen de manera oportuna, precisa, de inmediato, con autoridad, y con paciencia frente a su hijo. La clave no es solo actuar con seguridad, es también, actuar a tiempo, en el preciso momento en que se presenta la primera vez. De esta manera, esa primera vez, será la única vez.

Los problemas de los padres de hoy

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