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Presentación

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El COVID-19 puso en evidencia muchas cosas: nuestra vulnerabilidad mundial, nacional e individual, la importancia de la relaciones interpersonales, la conectividad tan necesaria, pero que no lo es todo, y el menester imperioso de tener una conducta alimentaria que nos permita soportar meses de encierro y que nos permita luego retornar a la vida normal o bien, si se quiere, a retomar los horarios, la rutina, las costumbres, salir, trabajar, ejercitarse, en fin; volver a construir espacios de intercambio con el entorno.

La inmunidad es clave. El COVID-19 demostró las ineficiencias y desigualdades existentes para llevar adelante políticas públicas que garanticen el acceso a una adecuada nutrición en todas las etapas de la vida, concretamente: garantizar la lactancia materna, enriquecimiento y fortificación de alimentos, acceso al agua segura y promover de alguna manera la soberanía alimentaria. El proteger a los ciudadanos del COVID-19 va no sólo desde lo sanitario, sino también lo económico, social, cultural y alimentario. La inmunidad está totalmente ligada a una alimentación que sea saludable, pero a la vez suficiente, completa, armónica y que responda fielmente a nuestros hábitos y costumbres. Hacerle frente a cualquier microorganismo patógeno será mucho más sencillo si el huésped está bien nutrido y se crean condiciones necesarias para garantizar el esparcimiento y actividad física, la exposición diaria al sol en horarios adecuados, horas de sueño y descanso sin tanta pantalla.

La amenaza de este nuevo virus nos exige que seamos novedosos y creativos. Mejorar nuestro consumo es sumamente importante. La Carta Encíclica Laudato Sí’ nos invita a reflexionar sobre estas problemáticas, que tanto dañan a la ecología integral, y nos exhorta a cambiar nuestros patrones de consumo diciendo: “estos problemas están íntimamente ligados a la cultura del descarte, que afecta tanto a los seres humanos excluidos como a las cosas que rápidamente se convierten en basura”. Los alimentos que no se consumen se transforman en desecho, en basura, en desperdicio, algo inadmisible desde todo punto de vista. Promover la concientización del uso adecuado de los alimentos, que son un recurso valioso, no insuficiente, pero que depende directamente de bienes escasos para su producción (agua, fuentes de energía no renovables, combustible, capital, etc.) es indispensable para lograr bienestar y la paz social garantizando la seguridad alimentaria. No debemos olvidar que, en cada alimento generado desde nuestras reservas naturales, brindamos una porción de nuestra soberanía y ésta, no debe ser víctima del despilfarro. Generar información y lograr la traslación social alimentaria será uno de los desafíos más importantes.

Inspirados en la confianza de que hay esperanza en estos tiempos de crisis, las autoras nos exponen los desafíos desde la producción de alimentos hasta la comensalidad, incluyendo otros aspectos, pero también tejen la posibilidad de una nueva dinámica con experiencias transformadoras de cercanía, donde radica la oportunidad de ser prospectivos frente a un nuevo paradigma socio-ambiental, demostrando nuevas formas para que nosotros y las generaciones futuras podamos hacer eco al llamado urgente de proteger nuestra casa común en la búsqueda de un desarrollo integral y sostenible.

María Virginia Borga

Directora

Instituto de Ecología Humana y Desarrollo Sustentable

UCSF

Faros alimentarios

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