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Capítulo I.

Comercio internacional

América Latina, a partir de la década de 1960, inició un gran esfuerzo para incorporarse al mercado mundial de manera significativa. Lo consiguió con resultados sorprendentes en algunos países que, aunque pocos, reflejan un esfuerzo conjunto de su clase empresarial para mejorar su tecnología y de algunas políticas estatales promotoras de las exportaciones, que lograron incrementar la oferta exportable y posicionar las marcas de varios productos. Sin embargo, la apertura de nuevos mercados exige el desarrollo de técnicas y conocimientos que hagan posible comprender las características de los negocios internacionales, faciliten instrumentos para entender las señas de los mercados, brinden medios para mejorar la competitividad de la oferta exportable y formen cuadros profesionales en productividad, comercialización, administración y contratación internacional.

La necesidad de adecuar las economías al bienestar de la población ha planteado una serie de alternativas posibles como las estrategias basadas en el comercio exterior, las políticas hacia fuera; las estrategias orientadas hacia el interior, las políticas hacia dentro; la cooperación técnica internacional; y muchas sutiles combinaciones de dichas alternativas.

Es claro, y conforme se ha comprobado empíricamente, que la mejor estrategia para nuestros países es la orientada hacia el exterior, en razón de los logros obtenidos, la inmensa cantidad existente de materias primas, la presencia de un sector industrial más o menos desarrollado y la obligación de atender los requerimientos de una deuda externa que parece inextinguible.

Hay que enfrentar el comercio internacional dentro del sentido de doble vía que implica —importación-exportación—, para poder adecuar el aparato industrial a una estrategia hacia fuera, porque ambas experimentan un impacto recíproco y juegan de una manera interconectada. No es posible desarrollar una política de fomento de las exportaciones sin considerar que el aparato industrial exportador requiere equipos y tecnología importada. Asimismo, pensar únicamente en la apertura del mercado nacional como un criterio de desarrollo puede ser el comienzo tanto de una desactivación del parque industrial como de un serio desequilibrio de la balanza de pagos, si las empresas locales y los Estados no están preparados para competir con estructuras corporativas mejor dotadas y con prácticas desleales del comercio internacional como son el dumping y los subsidios.

La exportación es la manera más importante de captar divisas que tienen los países en vías de desarrollo; particularmente, las exportaciones no tradicionales o de manufacturas son el único medio de obtener los recursos necesarios para el crecimiento, así como de atender la agobiante deuda externa.

1. Reseña histórica

El comercio internacional está sujeto a cambios tan rápidos y complejos que nos impulsa a adentrarnos en los vericuetos de la historia a fin de conocer determinadas técnicas y procedimientos que lo facilitan o lo restringen.

En primer lugar, tenemos que partir de la comprobación histórica que este, tal como lo entendemos, es el intercambio de bienes y servicios entre Estados o países soberanos o libres. Tal condición solo es apreciable a partir de los inicios del siglo XIX, ya que antes existía una explotación inmisericorde de las grandes metrópolis respecto de regiones sojuzgadas como América Latina, África y Asia, que no podían articular libremente sus términos de negociación comercial, sino que eran consideradas áreas de extracción. De tal manera que hablar de intercambio internacional, dentro de una idea de relaciones entre naciones más o menos soberanas, solo es admisible y reconocible a partir de la segunda mitad del siglo XIX. Siendo que estas vinculaciones se han visto incrementadas en cuanto a la variedad de sus componentes y el número de participantes, ya que comprende bonos y debentures, stock de capital, conocimiento patentado y servicios.

Dos aspectos marcan los diferentes períodos históricos del comercio mundial: las transformaciones políticas, por un lado, y las innovaciones tecnológicas, particularmente en el transporte, por el otro. Es posible afirmar que estos dos factores fueron los impulsores o causantes del devenir histórico. A raíz de ello, podemos vislumbrar cuatro etapas: inicio del comercio global, las grandes fluctuaciones, los nuevos escenarios y la revolución tecnológica y la nueva estructura de los mercados.

1.1. Inicio del comercio global

Esta etapa comienza a partir de 1860 y culmina en 1914, cuando estalla la Primera Guerra Mundial. Antes de este periodo, corrió una fase conocida como la Pax Britannica que caracterizó los inicios del siglo XIX, después de Waterloo, en que Gran Bretaña se convirtió en el único hegemón mundial; lo cual le permitió imponer sus reglas de juego en todos los mercados. Fue un preludio relativamente pacífico y sin duda el más largo en la historia europea sin conflictos violentos.

Lo distintivo de la llamada Pax Britannica fue la influencia económica, cultural y política de Gran Bretaña en casi todos los pueblos del mundo. Basada en su progreso y en sus contribuciones respecto de las teorías económicas, pudo ejercer un gran peso sobre las conductas de otros Estados, a causa de su enorme y admirada política liberal. De tal manera que todo ello adelantó los movimientos independentistas en el resto del mundo.

Este período inicial del comercio global tuvo su partida de nacimiento con la transformación del transporte debido a uno de los inventos más significativos del siglo XIX que fue la máquina de vapor, así como la transformación del proceso industrial.

Merced al invento del escocés James Watt, que hacia 1800 perfeccionó su máquina estacionaria a vapor, que luego fue adaptada por Robert Fulton (1807) y George Stephenson (1814) para activar a los barcos y las primeras locomotoras, se inició la gran transformación del transporte, acrecentando la demanda de una materia prima: el carbón, y acercando los frutos del desarrollo industrial a los grandes centros de consumo. En 1860, las calderas cilíndricas se adaptan a los barcos, denominándolos precisamente vapores y transformando, por primera vez, la energía que los impulsaba; lo cual posibilitó el traslado de grandes volúmenes de mercaderías y el recorrido de mayores distancias permitiendo establecer nuevas rutas comerciales a través de los mares.

Es indudable que ello impulsó el industrialismo y creo nuevos métodos de producción en Europa occidental y en Estados Unidos de América, así como la transformación del transporte marítimo y ferroviario, dando origen a nuevas situaciones económicas como la movilidad de los factores de producción, la variedad del comercio internacional y los ajustes de la balanza de pagos.

A este gran invento se le unió una serie de fenómenos políticos que modificaron el mapa de la dominante Europa. Estos dos fenómenos —político y tecnológico— posibilitaron, hacia 1860, el surgimiento de nuevos actores en el mercado mundial, como las empresas productoras y las compañías de transporte; todo lo cual trajo el debilitamiento significativo de la esclavitud que, junto con la Inquisición, evidenciaban el desprecio por el ser humano.

En efecto, a comienzos del siglo XIX, se empiezan a desmoronar los imperios coloniales que dominaban América, África y Asia. Surgen naciones independientes que, sobre las bases administrativas de las antiguas colonias, intercambian sus productos usando los canales comerciales establecidos durante la etapa anterior, convirtiéndose directamente en proveedores de materias primas hacia la Europa industrializada.

América Latina era un conjunto de nuevas naciones que ofrecían los mismos productos que habían sido extraídos antes por los antiguos imperios, pero ahora con nuevos intermediarios y formas de contratación. La región incrementó sus exportaciones de materias primas y se configuró realmente un mercado entre diferentes Estados que continuó creciente hasta la primera conflagración mundial en 1914.

El comercio mundial creció debido a las innovaciones señaladas y a la influencia de las políticas económicas europeas y estadounidenses que impulsaban la reducción de aranceles, impactando en la India, China, Japón y particularmente América Latina, con resultados no siempre justos o equilibrados.

La balanza comercial se caracterizó por una concentración en la exportación de materias primas como fue el guano y los metales preciosos del Perú; el café y banano, en Colombia; y los granos y productos cárnicos de Argentina y Uruguay. Los nuevos cultivos introducidos por los europeos descendientes de los conquistadores alcanzaron significativos volúmenes y variedades en la canasta exportadora de países centroamericanos, como el café y el cacao o en naciones como Brasil, Colombia y Venezuela; así como la vid y la caña de azúcar.

Este período se paraliza con la Primera Guerra Mundial, ya que los flujos comerciales de las mercaderías se vieron interrumpidos y los medios de pagos experimentaron cambios sustanciales.

1.2. Las grandes fluctuaciones

La primera gran conflagración a escala mundial en 1914 propicia, irremediablemente, un período de grandes fluctuaciones que llega hasta 1939, cuando nuevamente el mundo se ve impactado por la demencia y la ambición, delineando lo que serían después nuevos escenarios, dentro de los cuales los factores políticos y el descubrimiento del petróleo, que sustituyó al carbón, se juntan para diseñar una nueva fase comercial.

Debido al impacto de la Primera Guerra Mundial y las desavenencias de los países europeos, se anularon los tratados comerciales bilaterales, interrumpiéndose los flujos de comercio y el intercambio. Finalizada la contienda y con la industria destruida, surgen inevitables las medidas de protección de las manufacturas nacionales, como fue el caso de la Ley de Salvaguardias de las Industrias Nacionales, de 1921, dada en Gran Bretaña.

En este contexto, los tratados de comercio fueron escasos y no incluían la cláusula de la nación más favorecida; por lo que las reducciones arancelarias bilaterales no se extendieron a los demás socios comerciales, limitando su efecto liberalizador.

La gran depresión del año 1929, en Estados Unidos de América, se extendió a los demás países debido a la fuerte reacción proteccionista que esta crisis generó. El detonante de esa reacción fue la introducción del arancel Smoot-Hawley en 1930, que incrementó las tasas aduaneras americanas en un 60%. La respuesta de los demás países fue elevar todos los aranceles, provocando una fuerte contracción del comercio que, a su vez, agravó y expandió la crisis económica más grande que haya experimentado la economía mundial en el siglo XX.

La recuperación económica mundial se inició a partir de 1933. Sin embargo, atendiendo a que las restricciones al comercio persistieron, la recuperación de este fue tardía. A pesar de ello, en 1934, Estados Unidos de América aprobó la Ley de Acuerdos de Comercio Recíprocos, mediante la cual se autorizaba al Gobierno a celebrar acuerdos comerciales de reducción arancelaria, incluyendo la cláusula de la nación más favorecida. Sin embargo, este sistema de tratados y acuerdos bilaterales resultó insuficiente para atender sus intereses; lo cual motivó a crear un nuevo sistema económico internacional. Fue así que se auspició la Conferencia de Bretton Woods, de la que posteriormente surgirían el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional (FMI).

La segunda gran fluctuación va desde la Primera Guerra Mundial hasta 1939, cuando se inicia la Segunda Guerra Mundial después de una gran depresión. En este período se sembraron las semillas de los grandes cambios:

 El comunismo aparece como fuerza en lo que fue la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y se abrió paso, con cierta seguridad, en el mundo, introduciendo la planificación como un método de crecimiento económico.

 En 1939, se acaba el colonialismo europeo como fuerza política en casi todas las regiones del mundo.

 Europa, como potencia económica, estaba totalmente debilitada a consecuencia de las grandes conflagraciones; lo cual la hace descender en exportaciones e importaciones, ingresando, en su lugar, las ofertas de Estados Unidos de América, Canadá y Japón. A ello contribuyó la inflación posbélica y a la depreciación de los tipos de cambio que llevó a uno fijo con la instauración del «patrón oro» en el decenio de 1920, que obligaba a los bancos centrales a mantener una reserva monetaria, normalmente en libras esterlinas, convertible en oro, a fin de fortalecer la oferta mundial en un momento en que era limitada la producción de este metal precioso.

 El descubrimiento del petróleo y su derivado la gasolina caracteriza este período, marcando el segundo gran cambio en los medios de transporte e impulsando el comercio al facilitar el transporte aéreo y marítimo que pudieran trasladar volúmenes mayores de los que se conocían.

1.3. Los nuevos escenarios

Esta etapa se inicia al finalizar la Segunda Guerra Mundial, en 1945, y termina hacia 1989. Es la fase en la que empiezan a delinearse los nuevos escenarios del mercado mundial con predominio inicial de Estados Unidos de América, sin que se altere aun la influencia de Europa occidental.

Estos nuevos escenarios son:

 Aparición de la economía central planificada, originada dentro del comunismo marxista que se convirtió en una fuerza significativa, ya que abarcó más de una tercera parte de la población mundial. Ello delineó una producción industrial orientada a su propio desarrollo y limitó el ingreso de productos importados; lo que impidió la competencia y la comparación de productos con otros diseños y tecnologías.

 El Estado tuvo un rol protagónico y decisivo en las economías de mercado a fin de mantener el pleno empleo. Ello se debió, en parte, a la influencia de Keynes que aportaba una justificación para la política monetaria y fiscal expansionista; pero, sobre todo, para que los países no subordinen su política interna a consideraciones internacionales, prolongando de esa manera el desmantelamiento de controles.

 Ante la severa crisis económica y financiera que dejaron las dos grandes guerras, los países europeos respondieron impulsando la integración comercial, como fue la Comunidad Económica Europea (CEE) que aglutinó Alemania occidental, Francia, Holanda, Bélgica, Luxemburgo e Italia; así como la Asociación Europea de Librecambio (EFTA), que integraban el Reino Unido, Noruega, Suecia, Dinamarca, Austria, Suiza y Portugal. Esos modelos inspiraron, más tarde, la ALALC (Asociación Latinoamericana de Libre Comercio), ALADI (Asociación Latinoamericana de Desarrollo), el Mercado Común Centroamericano (El Salvador, Guatemala, Honduras, Nicaragua, Costa Rica) y el Grupo Andino en América Latina (Bolivia, Colombia, Ecuador, Perú, Venezuela).

 Cambios en la tecnología y en las estructuras de consumo que hacen surgir nuevos productos.

 Nuevos emplazamientos de las explotaciones de minerales, como los campos petrolíferos en Oriente medio y en el Volga; hierro en Venezuela y la provincia de Quebec/Labrador en Canadá; y cobre en el Perú.

 Los nuevos canales de comercialización, como Europa-Estados Unidos o Japón-Estados Unidos-Europa, fortalecen el intercambio e inician una relación fluida entre América Latina, Estados Unidos de América y Europa.

 Transformación del sistema monetario, que abandona el patrón oro, diseñado en la etapa anterior, e impone el dólar como medio de pago frente a las debilitadas divisas europeas. Ello se consolida después de la Segunda Guerra Mundial con los acuerdos de Bretton Woods y la creación del FMI y del Banco Mundial.

 Aparición de los NIC (nuevos países industrializados), como México, Brasil, Argentina, así como la India y la China comunista, consolidan el comercio de productos manufacturados.

Así, al finalizar el decenio de los ochenta, dos sólidos y amplios escenarios aparecían nítidos dominando el comercio mundial: Estados Unidos de América y la Unión Europea.

1.4. La revolución tecnológica y la composición comercial

A partir de 1990, podemos indicar que comienza una cuarta etapa en el desarrollo histórico del comercio mundial con una nueva serie de fenómenos políticos e innovaciones tecnológicas. Es el período de consolidación de lo que se llama el «nuevo orden económico liberal», cuyo germen fueron los acuerdos de Bretton Woods y el foro del GATT, que llevaron luego a Estados Unidos de América, en el último decenio del siglo XX, a convertirse en el nuevo hegemón del mundo.

A diferencia de Gran Bretaña, que llegó a ese estatus después de la llamada Pax Britannica, a Estados Unidos de América le habían precedido grandes guerras, como la de Corea, Vietnam y Camboya; así como el derrumbamiento de Irán y los países árabes.

Desde el punto de vista político, el proceso de la perestroika acaba con el comunismo y trae consigo la hegemonía de la economía de mercado como único referente para el crecimiento y desarrollo de las naciones. En tanto que, desde la óptica del comercio, se aprecia que los países empezaron a demandar, desde los años setenta, una significativa cantidad de bienes y servicios que provocaron inversiones y desembolsos masivos de recursos económicos de los Estados y las empresas en tareas de investigación y desarrollo, que generaron una gran cantidad de inventos y nuevos procedimientos, influyendo en el crecimiento económico internacional.

Toda gran transformación económica y comercial lleva un correlato político que le da el sustento ideológico y cultural. En esta fase, el nuevo hegemón planteó lo que se conoce como el «Consenso de Washington», diseñado después de la crisis de la deuda externa, hacia 1989, y que es un conjunto de diez reglas económicas y políticas que buscan reducir el aparato del Estado para abrir paso a nuevos actores y que se pueden resumir en una sola frase: «libre mercado y solvencia monetaria».

La unificación alemana, que logra conformar el 25% del comercio europeo, se convierte en el motor del desarrollo de la naciente Unión Europea, tanto que podemos decir es la locomotora que jala todos los vapores del continente.

A partir de 1991, se consolida el proceso de integración de la Unión Europea, que forma un bloque sólido frente a Estados Unidos de América, y China, que surge como una potencial mundial.

El predominio de la exportación de servicios por encima de la de bienes o manufacturas es otra faceta de este período, en el cual se privilegian los acuerdos destinados a proteger a la propiedad intelectual.

Finalmente, el nacimiento de la OMC (1995) consolida el mundo de las organizaciones internacionales que bosquejan los lineamientos del comercio internacional en todas sus dimensiones, cerrando el cuadro económico-comercial que se pergeñó en los acuerdos de Bretton Woods.

2. Criterios básicos

El comercio mundial no solamente estudia la exportación e importación de bienes y servicios —aun cuando estas seas sean las formas más evidentes—; sino, además, el flujo de financiamientos, las corrientes de inversión, las tecnologías y los secretos industriales. De este modo, cuando hablamos de él, nos referimos al intercambio a través de aduanas, así como también a la trasferencia de los factores básicos de producción. La tecnología atraviesa las fronteras por medio de convenios y acuerdos bilaterales o multilaterales. La adquisición de sistemas y técnicas de marketing conlleva aspectos financieros, así como compra de bienes y equipos. La venta o uso de marcas nunca traspone una aduana o está sujeta a aranceles, pero puede abrir un mercado al país que posea los insumos y la habilidad artesanal y también restringir la exportación cuando el contrato limita las áreas de penetración. A su vez, la consolidación de nuevos mercados requiere que la empresa exportadora realice un esfuerzo mayor para radicar inversiones en el mercado de destino, a fin de reducir el costo de transporte, aprovechar la mano de obra y los recursos naturales, y consolidar su presencia en un mercado en busca de una consolidación regional o global.

El comercio internacional, pues, cubre un amplio campo de acción, visible e indirecto, unido a aspectos financieros que lo hacen más o menos efectivo.

Su importancia para el desarrollo de las naciones es una verdad enunciada desde la antigüedad. Jenofonte, en su trabajo titulado Procedimientos y medios para aumentar los ingresos de Atenas, señala las ventajas del comercio internacional, recomienda un trato más liberal para los comerciantes extranjeros y, en un gran planteamiento, precursor para su época, sostiene que los precios se establecen por la interacción entre la oferta y la demanda.

Sin embargo, se ha querido entender el comercio internacional y explicarlo con los mismos criterios que el comercio interno o doméstico, desconociendo diferencias básicas.

Los economistas clásicos hallan la diferencia en el comportamiento de los factores de producción —tierra, trabajo y capital—. Pero hoy los flujos financieros son un factor tan importante en el comercio que es difícil determinar dónde se agota la operación comercial y dónde empieza la financiera. A ello se unen las diferencias culturales entre los mercados, que se agudizan cuando las mercancías circulan cada vez más rápido por espacios geográficos distintos.

Por otro lado, los modernos economistas basan toda la diferencia en razón del grado de intervención que tienen los Estados sobre la economía o el margen de la apertura comercial. De este modo, tenemos en un extremo a los liberales, que auspician un mundo sin interferencias, y en el otro extremo a los conservadores, que creen en la protección de la industria local y en la regulación tarifaria de los negocios.

La teoría del equilibrio general parece operar como si la economía nacional estuviera localizada en un solo punto del espacio y como si las otras economías nacionales consistieran en referentes diferentes, aunque interligados. De esta forma, los bienes y servicios se desplazan sin coste alguno. Tanto en el comercio nacional como en el internacional, esto no ocurre así. En muchos aspectos, el supuesto del desplazamiento sin costes se toma de la teoría del equilibrio (Kindleberger, 1979, p. 6).

Existe una diferencia de grado entre la movilidad de los factores dentro de un país y la que se puede dar en el campo internacional, sustancialmente en lo que corresponde al trabajo y al capital. Por ello, el comercio internacional sigue leyes diferentes tanto en la retribución y la movilidad de los factores, que son distintas cuando se refieren al ámbito interno de un país.

La reducción de la injerencia del Estado en el campo económico y en el comercio ha motivado recientemente en América Latina una serie de políticas liberales que, en muchos casos, ha desconocido un factor todavía vigente, que es el sentimiento de grupo, de lealtad primaria a un espacio geográfico y humano. Por ello, en la medida en que este criterio se impone económicamente, desaparece el sentido de solidaridad social. Tal vez esta sea una expresión del propio sentido de competencia que, al fin y al cabo, significa el desplazamiento de uno o de varios por la gestión o el esfuerzo de otro.

Precisamente, en la medida en que se produce cada vez con mayor intensidad el proceso de internacionalización, también se mantiene en el fondo de la estructura social un sentimiento nacionalista, religioso, y a veces, lamentablemente, de exacerbación étnica. El proceso de globalización y el liberalismo económico, con un sentido de competencia que deja a un lado toda solidaridad, ha engendrado un renovado nacionalismo y el resurgimiento de las tecnologías. Las corrientes de inversión y el predominio de las marcas han comenzado a dominar los mercados de tal manera que el componente tecnológico del nombre o marca tiene un valor mayor que el propio producto, lo que hace necesario estudiar su acción y proyecciones para entender el nuevo sentido del comercio internacional y propiciar que se estructure una estrategia conveniente al desarrollo de los países latinoamericanos. El comercio internacional es un mecanismo de mutua comprensión y de interrelación. Esos son el sentido y los márgenes dentro de los cuales debe ser apreciado.

Como parte del sistema económico mundial, el comercio internacional está basado en tres aspectos esenciales: las diferencias y ventajas que tienen los países para producir determinados bienes y servicios, sea por la disposición de materias primas, la eficiencia productiva o el dominio tecnológico; la interdependencia cada vez más creciente, debido al desarrollo de las comunicaciones, así como las vinculaciones multilaterales en los grandes foros mundiales junto con los intereses de los centros de poder; y el afán explicable de los países de establecer un fluido intercambio que mantenga el equilibrio de sus balanzas de pagos.

2.1. Las ventajas y la especialización para comerciar

El hecho evidente de que los bienes y los talentos no hayan sido distribuidos en idénticas formas y proporciones sobre la faz de la Tierra ha hecho surgir una serie de teorías, desde el incremento de la productividad a través de la división internacional del trabajo hasta la prelación de la competitividad para justificar el dominio de los mercados por parte de las empresas mejor dotadas o de los países con mayor presencia en ellos.

Dichas teorías del comercio internacional se han ido diseñando de acuerdo con los problemas que se fueron presentando en los países que tenían mayor volumen de operaciones comerciales internacionales; y en aquellos en los cuales la economía y la política estaban más interligadas, provocaron la aceleración de este proceso, como es el caso de Inglaterra, que generó ventajas frente a Francia en el siglo XVIII.

La visión frente a los mismos problemas ha tenido, pues, resultados diferentes y, en consecuencia, teorías distintas, como la teoría clásica, la teoría de las ventajas comparativas, la teoría económica neoclásica, la teoría cepalina y la reciente teoría de las ventajas competitivas.

2.1.1. La teoría clásica

Esta teoría se estructura a partir de las ideas filosóficas del empirismo, de los enciclopedistas franceses y de la filosofía de la Ilustración, que tuvieron aplicaciones sobre los diferentes campos sociales, legales y económicos, originando el librecambismo.

El liberalismo invadió todas las esferas de la vida social. La economía política no podía escapar a esta corriente de pensamiento; por ello, los fisiócratas creyeron encontrar el principio fundamental que rige todo el proceso productivo y que se condensa en la frase: laissez faire, laissez passer, le monde va de lui meme. Así, las riquezas de las naciones se consideraron un fenómeno natural que los seres humanos producían espontáneamente, a condición de no interferir su libre acceder. La mejor política por parte del Estado consistía en abstenerse de interferir en el libre juego de las fuerzas económicas. Por ello, lo mejor era dejar que todo fluya, impidiendo que el proceso económico sea interferido por los individuos mismos. El libre actuar de las personas, guiadas por su ley natural, producía los mejores y mayores resultados. La ley de la oferta y la demanda se erigió en regla suprema de las actividades productivas y comerciales. En lo productivo, conducía, bajo la acción de la libre competencia, al mejor empleo de los recursos, encauzándolos hacia aquellos sectores de la actividad económica en los cuales su rendimiento resultaba más provechoso. En lo comercial, consagraba la prevalencia del mercado cuando la oferta superaba la demanda, con lo cual originaba el descenso de los precios de las mercaderías y, por ende, impulsaba a que los productores disminuyeran la oferta en el grado necesario para igualarla con la demanda; luego, si esta era mayor que la oferta, el alza de los precios se producía y se incrementaban las ganancias, estimulando la producción hasta ajustarla posteriormente con la demanda.

Los fisiócratas sentaron de esa manera las pautas del individualismo económico, que reclamaba plena libertad de trabajo, de comercio, de competencia; en general, absoluta libertad para el desarrollo de la vida, ya que el derecho natural es la base de toda normatividad humana.

Un orden natural, decían, lo preside todo. Respetar ese orden es la mejor política que se debe seguir. Adam Smith aceptó este principio y consideró la ley natural como la ley fundamental del progreso indefinido. Tanto en Francia como en Inglaterra, los economistas fueron influidos por esta filosofía; pero fue en este último país en donde se dio su más amplia aplicación práctica, mediante la adopción de una política librecambista en lo internacional, que tuvo como propugnadores a Hume, Adam Smith, David Ricardo y, principalmente, John Stuart Mill.

John Stuart Mill (Principles of Political Economy) señala que el comercio exterior posibilita:

 El empleo más eficiente de las fuerzas productivas del mundo. Si dos países que comercian entre sí resolvieran producir lo que cada uno compra, ni la mano de obra ni el capital de ninguno de ellos serían tan productivos; ninguno de los dos obtendría de sus industrias la cantidad suficiente de mercancías como ocurriría si cada uno decidiese producir aquello para lo que realmente está más apto. Zapatero a tus zapatos.

 Abaratar la producción, lo que determina que el consumidor sea, en última instancia, quien se beneficia.

 La penetración de una empresa en otro país ampliando su mercado y, en consecuencia, mejorando el proceso de producción para llegar a niveles de competitividad.

 La apertura a un país dado de nuevos productos y medios de comercialización que hasta entonces estaban considerados fuera del alcance de la población, lo que funciona como una especie de revolución industrial en una nación cuyos recursos estaban anteriormente subexplotados por la falta de energía e interés del pueblo. De esa manera, este se verá incentivado a esforzarse más para satisfacer sus nuevos gustos y hasta para ahorrar con el fin de satisfacerlos más plenamente, al igual que las necesidades que se presenten en el futuro.

Los fisiócratas surgieron en Francia a mediados del siglo XVIII, a partir de los trabajos de Quesnay, secundado luego por sus discípulos Dupont de Nemours, Mercier de la Rivière y Turgot. A partir de ellos, el liberalismo económico comenzó a tener una posición definida en Inglaterra y Francia, sobre todo en el primer país, cuyo desarrollo industrial y progreso técnico dio argumento a sus teóricos, aunque todo ello no era sino la aplicación mecánica de los recientes inventos, cuyos frutos más ostensibles fueron el empleo de técnicas productivas que aumentaron la demanda de bienes y servicios destinados a la producción y crearon, a su vez, una demanda para la inversión de las ganancias, transformándolas en acumulación de capital. El desarrollo industrial aumentó la demanda de bienes y servicios destinados a la producción, lo que propició, como consecuencia, una mayor acumulación de capital.

El excedente económico generado por el creciente industrialismo fue aplicado para fines productivos. La burguesía industrial, a diferencia de la burguesía comercial del período mercantilista, dispuso de mayores oportunidades e incentivos para la acumulación de ganancias transformadas en bienes de producción. Esta situación relegó a los metales preciosos a su función natural de servir como medio de cambio, en tanto que el Estado fue siendo cada vez menos gravitante. El comercio exterior libre de trabas resultaba ser la consecuencia necesaria del industrialismo de la economía inglesa, que el Estado se encargaba de prohijar por todos los medios.

2.1.2. La teoría de las ventajas comparativas

La teoría de los costos comparativos fue desarrollada por Robert Torrens y, subsecuentemente, por David Ricardo, a comienzos del siglo XIX.

El núcleo racional de esta teoría afirma que el comercio exterior de un país puede generar algunas ventajas relativas aun cuando su productividad sea inferior en términos absolutos en cada sector de producción respecto al país con el que intercambia. La ley de costos comparativos es la que gobierna el comercio exterior y la división internacional del trabajo. De acuerdo con esta ley, el comercio exterior puede ofrecer ventajas a cada participante en todos los países, contribuyendo a la intensificación de la productividad del trabajo.

Marx ha aceptado el núcleo racional de la teoría de los costos comparativos en un Estado que, aun con desventajas absolutas observadas en la productividad de todos sus sectores de producción, puede beneficiarse del mercado exterior. Al mismo tiempo, criticó fuertemente la apología del libre comercio capitalista expuesta por David Ricardo como base de su teoría, expresando que, bajo condiciones capitalistas, el comercio mundial ofrece a los países más desarrollados una oportunidad para explotar a los menos desarrollados y reducirlos al estatus de oferentes de materias primas y productos alimenticios más baratos.

Ciertamente, David Ricardo, en su teoría de los costos comparativos, ha despreciado el hecho mutuamente ventajoso de la división del trabajo para promover el desarrollo económico de todos los países participantes, el cual podría descansar en forma exclusiva sobre las invariables ventajas comparativas heredadas del pasado. Esta fue una interpretación estática de las ventajas comparativas que lo llevó a exponer el ejemplo según el cual: «el vino podría ser producido en Francia y Portugal, el trigo en Estados Unidos y Polonia, mientras que los productos de ferretería e industriales deben ser producidos en Inglaterra».

En efecto, pues, los bienes y riquezas de la naturaleza, así como los talentos, no han sido distribuidos por igual en todo el planeta ni a todos los hombres. La costa del Perú es rica en recursos pesqueros, pero pobre en recursos hídricos para la agricultura y, por ende, para la ganadería, que solo se ve favorecida cada cuatro años con abundantes lluvias en el norte —Piura y Tumbes—, que permiten almacenar los pastos para los cuatro años siguientes; en tanto que los andes contienen una inmensa riqueza mineral. Algunos otros países son pobres en recursos naturales. Japón, por ejemplo, no tiene petróleo, carece de grandes áreas para el cultivo extensivo y sus habitantes pagan hasta US$ 30 por un melón amarillo o US$ 7,32 por una papaya, en tanto que el habitante de Perú o Brasil solo tiene que abonar US$ 2 o US$ 0,95 por el mismo fruto, extraído del mismo suelo y por las mismas manos. Sin embargo, este tiene que comprar una videocámara por un equivalente de ocho salarios mínimos vitales o US$ 300.

Por otro lado, la habilidad de los habitantes también es un factor que influye en la mayor o menor ventaja para exportar. De igual manera, la educación formal y técnica de sus trabajadores, el sistema de transporte y movilidad social, el grado de desarrollo tecnológico y la concepción del comerciante. Las jóvenes de 16 a 18 años de la región de Córdoba (Argentina) tienen mayor habilidad para el corte y la selección de las uvas que se producen en dichas tierras que las del altiplano boliviano, por ejemplo; pero estas últimas tienen creatividad para los tejidos de lana. Cuando la Texas Instruments diseñó su proyecto de exportación de calculadoras, su fábrica de Taiwán programó un período de cuatro meses de entrenamiento para el personal femenino encargado del ensamble de los productos; sin embargo, a las cinco semanas de asistencia, todo el equipo humano entrenado estaba en aptitud de producir, lo que determinó el adelanto del proyecto.

Los comerciantes de Cajamarca (Perú) no venden la totalidad de su stock de una sola vez; pues para ellos el acto de vender tiene también un contenido de interacción social y, entonces, prefieren vender a muchas personas durante un largo período.

Como resultado de estas diferencias, algunos países pueden producir ciertos productos mejor y a un menor costo que otros. Así, pues, las diferencias en el costo de los factores de producción, en la fabricación en escala, en las disimilitudes educativas y tecnológicas, y aun en los gustos, propician el incremento del comercio internacional.

El flujo del comercio y de las inversiones surge de una ventaja económica que un país o región tiene sobre otro en la producción de determinado bien o servicio. En otras palabras, producir soldadura de plata o tractores puede tener para un país menor costo que para otro, que a su vez deseará negociar para satisfacer algunas otras necesidades. Si este, a su vez, tiene ventajas absolutas en otros productos —como bálsamos, ácidos o automóviles—, es claro que existe una base para el intercambio.

Este proceso acusa claras limitaciones, ya que quien produce soldadura de plata, por ejemplo, puede no tener disposición ni deseo de adquirir bálsamo. En la práctica, estas ventajas absolutas y sus condiciones de demanda se complementan adecuadamente. Y así, nuestro razonamiento se habrá entrabado. Pero, afortunadamente, la economía tiene una receta: «[…] para una nación puede ser racional y económicamente provechoso importar mercancías que ella misma podría producir a un costo más bajo que otros países (esto es importar mercancías en las cuales tengan ventajas absolutas en costos de producción)» (Hayes, Korth & Roudiani, 1974, p. 52).

Esta es la teoría de las ventajas comparativas, base del comercio internacional.

También es provechoso el intercambio cuando uno de los países puede producir todas las mercancías más baratas que otro, siempre que existan diferencias relativas al producir los distintos bienes en los dos mercados. De esa manera, podría darse el caso de un país latinoamericano que tenga una ventaja comparativa en la producción de bienes en los que es relativamente más eficiente y viceversa, en tanto que un país industrializado hallará razonable especializarse en aquellas mercancías en que su ventaja absoluta es relativamente mayor y, a su vez, comprar en el país subdesarrollado, que posee la mayor desventaja absoluta.

Tal vez la forma más gráfica de explicar esta vieja teoría de las «ventajas comparativas» o de «los costos comparativos» es el tradicional ejemplo que plantea Paul Samuelson: el caso del abogado que es el mejor de todos los de la ciudad al mismo tiempo que es también el mejor mecanógrafo (Samuelson, 1965, p. 756). La lógica nos dice que el abogado se dedicará al ejercicio del Derecho dejando la mecanografía para una secretaria; pues, en la primera actividad, su ventaja comparativa es muy grande como para dedicarla a actividades mecanográficas, en las que, si bien tiene una ventaja absoluta, su ventaja relativa es mucho menor. Y enfocando el asunto desde el punto de vista de la secretaria, esta se encuentra en desventaja relativa con respecto al abogado en ambas actividades, pero su desventaja relativa es menor en mecanografía. En otras palabras, relativamente hablando, posee una ventaja comparativa en la mecanografía y una desventaja en el Derecho, aparte de la posible sanción que recibiría por ejercer ilegalmente la abogacía.

2.1.3. La teoría de la economía neoclásica

La escuela neoclásica, como elaboración posterior a la escuela clásica, recoge lo esencial de la teoría de las ventajas comparativas, pero sustituye la teoría valor-trabajo por el estudio de los aspectos de la distribución basados en el principio de que cada factor contribuye al proceso productivo con un aporte marginal; de aquí el cambio ideológico consistente en que todos los factores tienen su remuneración natural respectiva: renta para la naturaleza, salario para el trabajo e intereses para el capital.

En este sentido, la escuela neoclásica significa un retroceso con relación a la escuela clásica, porque provoca un quiebre epistemológico en la ciencia económica, modificando el objeto de estudio identificado con las preocupaciones del desarrollo económico. Se centra en obtener el máximo provecho neto de una dotación determinada de recursos productivos, lográndose el equilibrio del sistema de manera espontánea, casi automáticamente, por la libre competencia en un mercado competitivo, que es el único mecanismo válido para asignar recursos escasos a través de un sistema de precios. Así se llega a la importancia del precio hasta convertirlo en centro y guía de todas las decisiones.

El enfoque neoclásico se inicia a partir de la relación de cambio. Luego, continúa con las interacciones entre la oferta y la demanda para llegar a los términos de intercambio. Finalmente, analiza el aspecto crítico de la asignación de factores en cada función de la producción, arribando a criterios de elección expresados en las curvas de costos de oportunidad; mediante la comparación internacional de estas, se busca obtener el equilibrio, cuya base, concluye, corresponde al reciente nivel de entendimiento de esta teoría.

La relación de intercambio real se determina por la intensidad y la elasticidad de la demanda de cada país por los productos de otro país; así, el comercio resulta positivo cuanto más intensa y elástica sea la demanda externa y menos elástica e intensa sea la demanda nacional por los productos importados. De donde se deduce que los precios relativos internacionales actúan como ley para que la producción de un país se intercambie por la de otros a los valores necesarios, con el fin de cancelar con el total de las exportaciones todas las importaciones.

El equilibrio entre las exportaciones y las importaciones se conservará en el largo plazo debido a las variaciones de los términos de intercambio que sirven de mecanismo de ajuste de los desniveles ocurridos entre ellas. Por lo tanto, el valor de intercambio de las mercaderías entre los países se ajusta necesariamente a las cantidades recíprocamente demandadas. Esta adecuación se logrará por las fluctuaciones de los precios y los términos de intercambio o por la relación real de este. Simplificando el mecanismo, podríamos asumir, por ejemplo, que nos encontremos en una economía de trueque en la cual la relación real de intercambio es la cantidad de importaciones que se obtiene a cambio de las exportaciones. La equivalencia en valor de las importaciones con el de las exportaciones es la condición del equilibrio y se alcanza cuando las exigencias de cada país logran un múltiplo común de dicha relación de intercambio.

Se afirma que la elasticidad de la oferta puede compensar los movimientos de la demanda. Por lo general, cuanto mayor sea la elasticidad de la oferta y la demanda, la producción se adaptará en el corto plazo a las variaciones de la demanda en función de cambios en el precio o en el ingreso.

2.1.4. La teoría cepalina

Raúl Prebisch hizo el más importante abordaje en el campo del comercio internacional teniendo como base su teoría centro-periferia que representa un aporte significativo dentro de la Comisión Económica de las Naciones Unidas para América Latina (CEPAL) respecto de una visión del desarrollo económico de la región. Planteada a inicios del decenio de 1960, la teoría conocida como «cepalina» tuvo vigencia hasta 1980 y marcó indudablemente la estructura básica para los países que más tarde ingresaron al sofisticado mundo de los negocios internacionales.

La teoría parte del análisis de las economías latinoamericanas frente a la realidad circundante de los países industrializados y los nuevos mecanismos de intercambio. Así, los primeros conforman la periferia de la economía mundial, en tanto que los países industrializados, el centro, en donde se logró establecer tempranamente un desarrollo industrial.

Prebisch ofrece una respuesta diferente a la teoría de las ventajas comparativas de David Ricardo, según la cual América Latina debería resignarse a seguir produciendo materias primas o algunas mercancías agroindustriales aprovechando la dotación de recursos naturales con los que la naturaleza había sido generosa. En tanto que los países centrales seguirían produciendo manufacturas e incorporando tecnologías a su industria, lo cual abarataría su producción en provecho de los países importadores que, como los latinoamericanos, se beneficiarían con la adquisición de mercancías cada vez más baratas. Por otro lado, los países centrales demandarían cada vez mayor cantidad de materias primas en razón de su aparato industrial y el crecimiento de la renta de su población, lo cual haría elevar los precios de las materias primas.

Empero, la realidad era distinta, pues los precios de las materias primas experimentaron una gran tendencia a la caída desde la Guerra de Corea, en tanto que las manufacturas continuaban en franco y empinado ascenso; por lo que los términos de intercambio eran totalmente asimétricos.

Frente a ello, la teoría cepalina propuso la industrialización de América Latina a fin de disminuir la dependencia externa y lograr el incremento de la renta per cápita, porque la población consumiría productos nacionales que demandaría una mayor utilización de mano de obra. La producción industrial y el crecimiento de la renta posibilitarían la acumulación del capital, que es una de las necesidades de los países latinoamericanos. Todo ello contribuiría a romper el determinismo de la teoría ricardiana propiciando el crecimiento del aparato industrial, que haría disminuir la dependencia externa y fortalecería la producción de manufacturas; lo cual llevaría a pasar de la fase de importador neto de productos industrializados a generarlos con una tecnología propia.

El criterio de la industria infante que impulsó el primer eslabón en la industrialización de América Latina a partir de las políticas derivadas de la llamada escuela cepalina tuvo sus antecedentes en los trabajos de Alexander Hamilton (1755-1804), en Estados Unidos de América, y Friedrich List (1789-1846), en Alemania. Ellos señalaron que algunas industrias precisaban ser protegidas por el Estado hasta adquirir la suficiente madurez para competir, en igualdad de condiciones, con compañías transnacionales previamente establecidas. Esta política de protección es razonable y tiene un fundamento de justicia, pues prepara a la industria para enfrentarse a un mundo altamente competitivo en el que otras realidades han logrado en una fase primera establecer sus industrias:

En las etapas iniciales del desenvolvimiento económico de un país puede haber espacio para la imposición de tarifas proteccionistas o cuotas que permitan el desenvolvimiento en escala y en nivel de sofisticación, de la industria naciente, particularmente en industrias del sector manufacturero y, subsecuentemente, permitiéndoles competir con las importaciones y, lo que es todavía más deseable, tornarse exportadoras de éxito (Trebilcock & Howse, 1999, p. 9).

Los instrumentos básicos de este esquema teórico son los siguientes:

 Protección general de la industria doméstica, a través de la prohibición de importaciones o del juego de aranceles.

 Una política cambiaria que sobrevaluó la moneda nacional y que posibilitó dotar de mayores recursos al sector exportador.

 Beneficios impositivos —desgravámenes por industria y por región— para las factorías que iban a ser instaladas.

 Política monetaria y crediticia expansiva que, al reducir en forma significativa la tasa real de interés —que llegó incluso a niveles negativos—, promovió la compra de equipos extranjeros.

Sin embargo, con la caída de los precios de las materias primas, los países se encontraron sin las divisas suficientes para sostener su crecimiento, pagar las inversiones propiciadas por el propio esquema y adquirir nuevas tecnologías. De esta manera, el sector exportador de commodities resultó subsidiando el proceso industrial, ya que los ingresos generados por la exportación de materias primas facilitaron las divisas para la adquisición de maquinaria destinada a la industria nacional.

Si bien resultó conveniente una política de sustitución de importaciones para establecer una industria y superar la dependencia absoluta en la provisión de manufacturas —sobre todo si se recuerda que hasta 1950 la gran mayoría de los países de la región eran exportadores de commodities e importadores netos de todas las manufacturas, desde gasolina hasta papel higiénico y jabones—, esta no puede ser aplicada permanentemente sin afectar las posibilidades de desarrollo de un país.

Esta teoría pretendía pasar de una etapa primaria mono exportadora a un desarrollo industrial, protegiendo su parque manufacturero, basándose particularmente en la asignación de altos aranceles para sus similares, con el fin de desalentar su consumo, aparte de una larga lista de prohibiciones de importación. De esa manera, se redujeron las posibilidades de consumo de los habitantes del país y se distrajeron recursos, al desviarlos de la promoción de bienes exportables hacía la producción de bienes que podrían haber sido importados, en la mayoría de los casos, a un menor precio. En otras palabras, la política de sustitución de importaciones usó muchos recursos para producir en el país bienes que se podrían exportar a un menor costo para el país.

2.1.5. La teoría de las ventajas competitivas

Fueron dos los factores que impulsaron la búsqueda y aparición de nuevas teorías que expliquen la competitividad y el comercio internacional. El primero destacó la naturaleza esencialmente imperfecta de la competencia en los mercados debido al predominio de oligopolios, monopolios, oligopsonios y monopsonios; y el segundo, buscó actualizar la teoría de las ventajas comparativas frente a las nuevas realidades. Así, aparecen nuevas explicaciones del comercio internacional: algunos lo entienden como un fenómeno macroeconómico; otros argumentan que depende de la disposición de la fuerza de trabajo barata y abundante; otra teoría, en cambio, adujo la presencia de un intercambio desigual entre el «centro» y la «periferia» de los países; es decir, entre los países industrializados y los que están en vías de desarrollo, como los latinoamericanos.

Sin embargo, diversos países en nivel de subdesarrollo —como Corea del Sur, Taiwán y Singapur— han prosperado pese a las tesis sostenidas por algunas de las teorías mencionadas anteriormente; así como otras economías —como las de Inglaterra y Estados Unidos de América— han experimentado cierta involución en algunas áreas productivas, demostrando así el carácter no lineal del desarrollo de la competitividad.

El profesor Michael Porter publicó, en 1990, el libro The Competitive Advantage of Nations (La ventaja competitiva de las naciones), en el que desarrolla una nueva teoría que versa acerca de la manera en que compiten las naciones, las provincias y las regiones, y cuáles son las fuentes de su prosperidad económica. Dicha teoría surge en el mismo momento en que se plantean, dentro de los lineamientos del Consenso de Washington, las nuevas líneas de desarrollo, inversión y apertura de mercados que signaron los últimos años del siglo XX, afectando a toda América Latina.

La competitividad de un país, hasta antes de la teoría de las ventajas competitivas de Porter, se había explicado a través de la teoría clásica de las ventajas comparativas, la misma que pone énfasis en la abundancia de recursos naturales y en los factores de producción. A fines del decenio de 1980, esta teoría no pudo explicar el desarrollo de las economías industrializadas, ya que la competencia en los mercados no es perfecta; pues tanto empresas como gobiernos actúan afectando los flujos comerciales y, por tanto, el nivel de riqueza de una nación. En consecuencia, también pueden sufrir alteraciones las condiciones del mercado y la competitividad de las industrias.

Porter, partiendo de las ideas de Adam Smith destinadas a elevar en forma constante y creciente el nivel de vida de la población de un país, reformuló la definición de competitividad y la apartó de la noción de competitividad nacional que caracterizó el planteamiento de Smith, haciéndola depender, en cambio, de la de productividad, que se refiere a la manera en que se pueden utilizar los factores de la producción —mano de obra, naturaleza y capital— o los insumos, de tal suerte que los recursos de una nación puedan ser maximizados. La productividad está, pues, en manos de las industrias o empresas de un país, estableciéndose una relación entre la competitividad del mismo y la capacidad de sus empresas para llegar exitosamente a los mercados internacionales. Así, la única forma de mantener una ventaja competitiva en el ámbito internacional es actualizando y revolucionando constantemente las condiciones técnicas de producción, es decir, adquiriendo nuevas tecnologías.

La competitividad se maneja, así, en términos de la capacidad de ocupar y liderar los espacios más dinámicos del mercado en proporción cada vez más creciente. En el caso de los países, esta les permite captar, mantener e incrementar mercados nacionales, regionales, subregionales, internacionales y globales y, sobre dicha base, elevar el nivel de vida y el grado de bienestar de su población.

Porter planteó tres preguntas básicas para desarrollar su teoría: ¿por qué algunas naciones tienen éxito en industrias internacionalmente competitivas?, ¿qué influencia tiene una nación sobre la competitividad de sus diferentes industrias o segmentos industriales?, y finalmente, ¿por qué las empresas de diferentes naciones eligen estrategias particulares?

Para responder a estas interrogantes, consideró cuatro premisas claves: la primera es que el nivel de competencia y los factores que generan ventajas competitivas difieren ampliamente de industria a industria —inclusive entre los distintos segmentos industriales—; la segunda considera que las empresas generan y conservan sus ventajas competitivas primordialmente a través de la innovación tecnológica; la tercera premisa es que las empresas que crean ventajas competitivas en una industria en particular son las que, consistentemente, mantienen un enfoque innovador, oportuno y audaz, y explotan los beneficios que esto genera; y la última admite que es típico de las empresas transnacionales competitivas realizar parte de sus actividades de la cadena de valor fuera de sus países de origen, capitalizando así los beneficios que derivan del hecho de disponer de una red internacional que puede proveerles ventajas específicas.

Todo ello origina, según Porter, cuatro factores determinantes: la dotación del país en cuanto a cantidad y calidad de los factores productivos básicos —fuerza de trabajo, recursos naturales, capital e infraestructura—, así como las habilidades, los conocimientos y las tecnologías especializadas determinan su capacidad para generar y asimilar las innovaciones.

La naturaleza y calidad de la demanda interna exige nuevas condiciones al aparato productivo nacional, razón por la cual los consumidores presionan a los ofertantes con sus demandas de nuevos artículos.

Todo esto determina la existencia de una estructura productiva conformada por empresas de distintos tamaños, relacionadas tanto horizontal como verticalmente, y que impulsen la competitividad por medio de una oferta interna especializada de insumos, tecnologías y habilidades para sustentar un proceso de innovación a lo largo de cadenas productivas.

Así, se requiere la creación de un ambiente competitivo, en el cual todos estén comprometidos, para lo que en el país deben diseñarse condiciones particulares en materia de creación, organización y manejo de las empresas, así como de competencia, principalmente si está alimentada o inhibida por las regulaciones y las actitudes culturales frente a la innovación, la ganancia y el riesgo.

Para todo ello, es necesario, por un lado, la intervención del gobierno y, por el otro, considerar los fenómenos de carácter fortuito para constituir el sistema que Porter denomina «diamante», a partir de tres acciones que permitirían a una empresa crear o mantener ventajas competitivas y así lograr una fortaleza de gestión internacional. Esas tres estrategias genéricas consisten, en primer lugar, en mantener el costo más bajo frente a los competidores y lograr un alto volumen de ventas; en segundo lugar, crear un producto o servicio que sea percibido en toda la industria como único; y, finalmente, concentrarse en un grupo específico de clientes, en un segmento de la línea de productos o en un mercado geográfico.

2.2. La interdependencia

Cuando Marco Polo descubrió las nuevas especias, sedas y el dinero representado en papel de arroz, tardó varios años en hacer conocer estas novedades mercantiles y muchos más aun en lograr que sean aceptadas y revolucionar el flujo comercial entre Europa y Asia. Tiempo después, Cristóbal Colón, al encuentro con otro continente, buscó dominar no solo nuevas rutas para el transporte marítimo sino, también, nuevos aportes de la naturaleza —como la papa, el maíz, la coca, el henequén— que cambiaron los ejes monárquicos, la estructura económica del mundo y también la posición política de las potencias europeas. La hoja de papa se convirtió en símbolo de distinción y se llevó orgullosa en bordados de las chaquetas de la nobleza europea. Cuando el tubérculo fue llevado a Europa por los conquistadores españoles del antiguo imperio incaico, cambió los hábitos alimenticios; y cuando escaseó en Irlanda a fines del siglo XIX, dio origen a la gran migración a Boston y New York. De igual manera, la hoja de coca revolucionó la medicina, ya que sin ella hubiera sido difícil que se desarrollara la cirugía, pues sirvió como un anestésico eficaz y sin secuelas. Sus varias aplicaciones posibilitaron que llegara incluso hasta el Vaticano, en donde el Papa León XIII tomaba su vino Mariani preparado a base de coca; asimismo, la más famosa gaseosa o refrigerante incorporó la coca como ingrediente en su composición, alcanzando éxito mundial. Pero todos estos descubrimientos esperaron decenas de años hasta poder ser industrializados y más tarde actuar en el comercio tradicional de entonces.

Ahora, la crisis de la bolsa de Nueva York afecta, a los treinta segundos, la economía bursátil de las grandes bolsas de Londres, Chicago, Buenos Aires, Tokio o Ámsterdam. Bastan apenas unos minutos para que un lejano centro comercial sea comprometido por la acción de otro.

Ya no es posible dividir el mundo, por lo menos de la manera tan radical como ocurría hasta comienzos del actual decenio, en economías de mercado y en economías centralmente planificadas. Hay un acercamiento evidente de ambos sistemas, un movimiento hacia la centralización en Occidente y a la descentralización en Oriente.

En los grandes centros de poder de las economías de mercado, se ha desenvuelto de manera armónica la privatización de las empresas del Estado, la reducción de impuestos y la integración de mercados. Como subproducto de la privatización ha surgido el «capitalismo del pueblo». Los ciudadanos compran acciones de las empresas públicas. En Inglaterra, el número de accionistas supera al de los empleados sindicalizados. En Argentina, Colombia y Bolivia, una corriente creciente de ciudadanos se une a las huestes de participación accionaria popular, aunque ello se haya debilitado a fines de los noventa con el empobrecimiento de su clase media y, en consecuencia, su débil o nula capacidad de ahorro.

La modernización de Deng Xiaoping en China (1979) se convirtió en el preludio de la perestroika y el glasnot de Gorbachov. Hoy, se habla de «centralismo democrático» y no más de «economías centralizadas». Los propios comunistas proclaman que el conflicto de clases no es más un tema válido de discusión ideológica. Con gran esfuerzo e indudable sacrificio, las economías centralizadas tratan de digerir conceptos como lucro, sistema de precios, recompensa o retribución por el esfuerzo individual, incentivos al capital extranjero.

La práctica comercial de las empresas transnacionales —OXI, McDonald’s, Coca Cola, Halliburton, IBM— y sus esquemas de penetración internacional tanto en los bloques socialistas como en los países en desarrollo o NIC (por sus siglas en inglés: new industrialized country) han demostrado que las diferencias ideológicas son irrelevantes y fáciles de ignorar en los contratos internacionales de joint venture o de franchising.

Si la coproducción logra reducir las tensiones de los bloques e incrementa la prosperidad de Oriente, entonces ambos, Oriente y Occidente, pueden dedicarse a solucionar lo que es tal vez un problema más importante que su mutua hostilidad: cerrar la brecha que existe entre los niveles de vida del norte y del sur, entre los desarrollados y los menos desarrollados. Los países más pobres de Asia, África y Latinoamérica han empezado a mirar su histórica pero de ninguna manera inevitable pobreza, propensa a un mejoramiento por sus propios esfuerzos y con la ayuda de los países desarrollados (Benoit, 1966, pp. 9-18).

Los esfuerzos de integración y la relación de sus componentes con otros intentos de vinculación subregional son una muestra de que las economías de los países y sus posibilidades comerciales no pueden vivir como unidades autárquicas, sino interligadas.

Las dificultades de los procesos de integración latinoamericana —Asociación Latinoamericana de Integración (ALADI), Comunidad Andina de Naciones (CAN), Mercado Común del Sur (MERCOSUR), Mercado de los países del Caribe (CARICOM) y Mercado Común Centroamericano (MCCA)— se produjeron particularmente por un ambicioso esquema de sectorialización industrial, por el interés inicial en delimitar las tecnologías o la inversión extranjera o por esquemas de producción de tecnología de punta cuando no se tenía un sector agropecuario fuerte y desarrollado ni centros de formación técnica para enfrentar dichos desafíos. Los grandes obstáculos de la integración tal vez encuentren una salida: la interrelación comercial. Esa es la interdependencia más ágil y práctica. Son las medidas comerciales las que producen un efecto directo en el desarrollo industrial y en la integración de las naciones. Tal vez el MERCOSUR sea un ejemplo de ello.

Esta interrelación ha reorientado igualmente las estrategias de producción y muchos productos son fabricados por piezas en distintos países, lo que ha hecho aparecer nuevas formas de inversión en el mundo y nuevas unidades, como las transnacionales, que han propiciado, particularmente dentro de los países latinoamericanos, la formulación de legislaciones promotoras.

El comercio exterior antecedió, hace cientos de años, a la industrialización. Las relaciones entre política comercial y desarrollo industrial son estrechas y consecuentes. Si, por ejemplo, un país establece barreras al comercio exterior, pero no introduce las mudanzas apropiadas en sus políticas fiscal, monetaria y cambiaria, es seguro que no logrará una industria nacional eficiente, ya que las empresas venderán por encima de los precios internacionales. En tanto que si liberaliza todo el mercado suprimiendo cualquier barrera, incluso estableciendo un arancel plano o igual para todos los productos importados, es posible que desaparezca su industria nacional, ya que las grandes transnacionales y los subsidios que los países industrializados dan a sus empresas —particularmente al sector agrícola— competirán con ventaja frente a una industria que aún no se ha consolidado en el mercado externo.

Por otro lado, si hay una tasa cambiaria sobrevalorizada, los empresarios verán más atractivo importar equipos y bienes intermedios a precios inferiores al del costo real para la economía. De esa manera, la vaporización de la producción y la subvalorización de los insumos y bienes de capital exacerbarán los lucros de las industrias, al tiempo que la subvalorización de las exportaciones y de los productos agrícolas disfrazará burdamente su contribución potencial de crecimiento. Finalmente, veremos cómo se desalentará al exportador; ya que, al salir a los mercados externos, encontrará que no tiene precios competitivos. A su vez, el consumidor nacional seguirá pagando el largo y alto costo de la ineficiencia. Sin embargo, una paridad cambiaria frente a una moneda fuerte, como es el dólar, no siempre será estimulante para el sector exportador de manufacturas, que tiene que orientar recursos para abrir mercados asumiendo mayores costos en la adquisición de servicios —financieros, transporte, seguros, tecnológicos, adecuación a las reglas de estandarización internacional—, cuyos precios crecen periódicamente y son pagados en dicha divisa, en tanto que su convertibilidad en el mercado local le impedirá obtener más moneda nacional para cubrir, con salarios nacionales, insumos locales o servicios de su propio país. Ejemplos negativos de esta política ortodoxa de paridad cambiaria son los casos de Argentina y Ecuador. En efecto, cuando hay un sector exportador manufacturero, la paridad en el corto plazo es desestimulante para el exportador; pues, por los precios crecientes del sector servicio y tecnológico, tiene que orientar cada vez más divisas para adquirir servicios, insumos, partes y piezas, así como tecnologías del exterior, en tanto que la conversión de dichas divisas a moneda nacional sigue siendo exactamente igual para pagar salarios, materia prima y servicios básicos, lo que hará languidecer sus beneficios cuando no determinará su total desaparición. De esta manera, las políticas de comercio exterior, si bien tienen que ser claras, deben ser flexibles y oportunas para estimular a los empresarios latinoamericanos, que no controlan las finanzas internacionales ni menos los mercados de divisas.

Es particularmente conveniente adoptar medidas urgentes para enfrentar los problemas de contracción de la actividad comercial al interior de los diferentes procesos. Aquí reside una de las grandes tareas de los próximos años: incrementar significativamente el comercio intrarregional; para lo cual se deben adoptar las medidas fiscales, la uniformización administrativa de las aduanas, la ecualización de determinada legislación y el mejoramiento de los canales de distribución que faciliten el intercambio de productos entre nuestros países. Ello permitirá que los grandes mercados se unan y América Latina se encamine efectivamente hacia la integración que ha sido negada y obstaculizada por los grandes países industrializados.

Para demostrar que la actividad comercial es el motor más efectivo de la integración, basta mencionar lo siguiente: el importante acuerdo comercial de Estados Unidos de América con Canadá y México, que ya tiene más de 80% de sus exportaciones colocadas en el primer país, configurando el Mercado Común de América del Norte. Igualmente, la experiencia del MERCOSUR que agrupa a Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay.

En otras latitudes, la Unión Europea (UE) es, ahora, un espacio relativamente homogéneo que agrupa a países de Europa occidental con un total de 503 millones de habitantes que tienen un alto grado de bienestar. Es, por ende, uno de los mayores mercados del mundo, con un crecimiento previsto de 2,25% anual y que funciona dentro de un bloque institucional con Parlamento, tribunal y moneda común.

Australia y Nueva Zelanda, aun cuando se mantienen dentro del cada vez más debilitado commonwealth británico, son países que actúan interdependientemente y, aunque recién han salido (1982) al mercado internacional, después de que lo hicieron las naciones de América Latina, se están expandiendo especialmente en el área de servicios —transporte aéreo y marítimo— y en el comercio de commodities.

China sola es casi económicamente un continente constituyendo la segunda economía mundial con más de 1500 millones de habitantes, de los cuales 535 mil tienen una fortuna superior al millón de dólares. Sus exportaciones crecen a un promedio de 7% anual desde 1980.

El mundo árabe, no obstante ser confuso y apasionado, es otro bloque económico que se abre hacia los países con los cuales no hay una fuerte oposición religiosa o ideológica. El hecho de ser los mayores productores de petróleo del mundo, que es un commodity que ha venido creciendo en precios desde 1995, los coloca en una posición atractiva pero también de interés político y económico por parte de los países consumidores, como Estados Unidos de América.

África es un enorme continente de inmensas potencialidades, pero con una infinidad de problemas. A pesar de que sus históricas relaciones con Europa y su vinculación a través del Tratado de Lomé la unen más íntimamente a los países de ese continente, África busca en forma insistente una nueva interdependencia con otras naciones, particularmente con Brasil, en razón de la cercanía idiomática y cultural. Pero también con China e India.

Finalmente, América Latina, aun cuando avanzando el siglo XXI se encuentra en crítica situación social, ha venido superando los regímenes políticos autoritarios y corruptos que la agobiaron desde el inicio de los noventa. Su comercio intrazonal ha sido muy atractivo en los últimos veinte años, tanto por el lado de las exportaciones como de las importaciones, particularmente lo que corresponde a las exportaciones. Así, en el correr de los años noventa, experimentó un dinámico crecimiento, con tasas promedio anuales de 18,5%. Esta tendencia se acentuó principalmente en países como Argentina, Colombia, Paraguay, Uruguay, El Salvador y Guatemala; en menor medida en Perú y Ecuador. Cabe destacar, igualmente, que a partir de 1985 crecieron las exportaciones entre la región, con la sola excepción de 1999, en que se produjo un fenómeno coyuntural.

Por el lado de las importaciones, podemos apreciar países en los que casi la mitad de sus adquisiciones provienen de naciones latinoamericanas, como Bolivia, Paraguay, Uruguay y Nicaragua. Los motivos de cada uno de ellos son diferentes. En los casos de Paraguay y Uruguay, el hecho de que sus importaciones intrarregionales sean casi 50% se debe a las relaciones con el MERCOSUR, fundamentalmente Brasil, que posee una gran industria manufacturera cuyo desarrollo económico se basa en el incremento de su mercado interno. La participación de Argentina es también importante, pero mucho menor.

En el caso de Bolivia, sus importaciones intrarregionales llegan casi al 70% en el año 2001, con una media durante el decenio de casi 63%. Definitivamente, la influencia de su frontera con Brasil tiene un efecto similar al de Paraguay y Uruguay, pues Bolivia también posee una industria manufacturera incipiente; el otro aspecto que se debe tomar en cuenta es que Bolivia forma parte de la Comunidad Andina de Naciones, cuyos miembros, salvo Ecuador, son más industrializados.

La situación de Nicaragua se explica por su cercanía con México, otro de los grandes países industrializados de Latinoamérica. Debemos indicar que Nicaragua es uno de los países más pobres de la región y quizás el menos industrializado después de Haití.

México es el país con menor importación de productos de la región. Su porcentaje durante el decenio alcanza un promedio de 3%. Una de las razones se asocia con el hecho de ser un país productor de petróleo, cosa que no sucede con los demás países industrializados de la región, salvo Venezuela. Otro factor es su política comercial e industrial enfocada a la exportación, por su cercanía a un gran consumidor como es Estados Unidos de América.

Todo ello es una brevísima muestra de que el mundo vive dentro de una interdependencia creciente según afinidades geográficas, culturales y económicas, y que es necesario revisar las políticas comerciales de la región.

2.3. El intercambio y la balanza de pagos

Los países —particularmente los latinoamericanos— buscan cada vez más un fluido intercambio y también mecanismos para que su comercio exterior mantenga el equilibrio de sus balanzas de pagos.

La balanza de pagos es el instrumento que permite analizar el sector externo de la economía nacional y estudia fundamentalmente el flujo y los negocios de determinado país. Es, igualmente, un registro sistemático de las actividades económicas que se realizan entre residentes y no residentes del país durante un período de tiempo que usualmente es un año.

Una operación económica es un intercambio de valor, normalmente un contrato en el que hay una tradición de un bien, una locación de servicios o un uso de derechos no patrimoniales, entre mercados distintos y sujetos a un pago y un ingreso de dinero. Sin embargo, bueno es advertir que en el caso de los contratos de countertrading, los bienes se intercambian por bienes; y en la compensación privada, los activos por activos. Cada una de estas operaciones económicas internacionales ha de ser registrada en la balanza de pagos. Pero también se efectúan algunos asientos cuando no se produce una gestión internacional en el sentido de un pago internacional; por ejemplo, la reinversión de utilidades que hacen las empresas extranjeras en el país, sin pagar dividendos o royalties a su casa matriz.

En teoría, la balanza de pagos se lleva de acuerdo con las normas de contabilidad por partida doble; en consecuencia, cada operación internacional produce un crédito y un débito de igual cuantía. La exportación de vinos, de melones o de cerraduras es un crédito; los medios de pago aparecerán como un débito; en tanto que la importación de insumos para hacer tales cerraduras, que sería un débito, puede ser pagada con un aumento de las obligaciones ante los extranjeros —registrado como un crédito—. Como se ve, todas son operaciones posibles de ser registradas, pero aun en administraciones eficientes hay una serie de otras que no son informadas y solo pueden ser estimadas. Así aparece la partida de «errores y omisiones», que salda lo no registrado específicamente y con frecuencia oculta operaciones impublicables.

La balanza de pagos no está invariablemente en «equilibrio», pues no siempre coinciden ingresos con egresos. Entonces, cuando existe un déficit o superávit sustancial, se dice que la balanza está en desequilibrio y deben tomarse medidas correctivas que afectan a quienes están operando en mercados externos, que merecen, por ello, un examen detallado. El estudio de la balanza de pagos permite efectuar una medición del sector interno sobre la base de dos conceptos básicos: la capacidad de pagos y la capacidad para importar. Así, un país que desea penetrar en mercados externos deberá auscultar no solo la demanda del producto o servicio; sino, también, la capacidad que tiene ese mercado para pagar el monto del contrato. En el acto previo de una exportación, que es la negociación comercial, el operador deberá determinar, a través de un simple análisis de la balanza de pagos del país comprador, la capacidad que tiene para importar. El comprador extranjero puede tener la voluntad de comprar y los recursos para pagar —su moneda nacional—; pero el país importador puede no tener capacidad para pagar —falta de divisas— y entonces el contrato internacional nace con una imposibilidad de cumplimiento.

La capacidad de pagos está determinada por la suma de exportaciones de bienes y de servicios, la entrada por remesas y utilidades, y la entrada de capital no monetario:

Capac. de pagos = x b y s + entrada utilidad + entrada K no monetario

En tanto que la capacidad para importar está representada por esa capacidad de pagos, menos la salida de capital no monetario y la salida de remesas de intereses, utilidades y salarios.

Capac. p. importar = (capac. de pagos) – salida de K no monetario – salida de remesas de intereses, utilidades y salarios

Si se compara el monto de la capacidad para importar con el total de importaciones del país con el cual estamos comercializando, podremos observar si la capacidad fue suficiente para esas adquisiciones o si no lo fue; en este último caso, debemos presumir que dicho país ha tenido que recurrir a sus reservas internacionales. Esta circunstancia puede determinar, en el corto plazo, una prohibición de importaciones, alza de aranceles o restricciones legales a la importación; lo que perjudica, obviamente, la ejecución del contrato. Lo que está en juego es el uso y la disponibilidad de las divisas. Cuando una empresa peruana compra dólares para pagar sus importaciones, se reduce la liquidez no oficial de la economía peruana y se incrementa en la misma proporción la del país proveedor. Hay una corriente neta de un país a otro. Pero este resultado bilateral no es el más importante, pues un país comercializa con otros mercados; luego, lo vital en el estudio son las ganancias o pérdidas netas globales.

A su vez, el exportador tiene que apreciar cuál es el comportamiento del país al que está vendiendo en esta misma situación, sobre todo si el país comprador tiene pérdidas continuas de divisas. Como se ha mencionado, dicho país puede prohibir las importaciones, en uso de una facultad permitida por la Organización Mundial del Comercio (OMC) cuando hay un desequilibrio profundo en su balanza de pagos; pero también puede devaluar su moneda, determinando que las mercancías que se importan sean más caras para el propio país. También puede subir aranceles o establecer barreras legales.

Una balanza de pagos está integrada por varios componentes o registros que varían según la economía y actividad internacional que tenga un país; pero su estructura básica, admitida generalmente por todas las instituciones financieras (ver gráfico 1), tiene dos epígrafes: balanza de operaciones corrientes y balanza de capitales.


2.3.1. Balanza de operaciones corrientes

El Manual de balanza de pagos del Fondo Monetario Internacional (FMI) también la denomina «cuenta corriente». Aquí se registran en cifras brutas los créditos y débitos de bienes, servicios, renta y trasferencias unilaterales. Esta balanza contiene tres posiciones: balanza comercial, balanza de servicios y balanza de trasferencias unilaterales.

 Balanza comercial: es denominada igualmente «balanza de mercancías» y comprende las operaciones de exportaciones e importaciones de bienes. Representa el valor de los bienes y servicios conexos de distribución en la frontera, es decir, a valores FOB.

 Balanza de servicios: registra los embarques, fletes, seguros y otros servicios de distribución de las mercancías, a su valor FOB. Debe considerarse, para efectos aclaratorios, que el embarque de mercancías fuera del país exportador se considerará como servicio prestado al residente del país que compra o importa.Aquí se anotan, también, los servicios de «otros transportes» de pasajeros, por ejemplo, el exceso de equipaje de la esposa de un abogado recién casado. Igualmente, los bienes y servicios adquiridos por los medios de transporte y consumidos en su itinerario. El rubro «viajes» es otro componente que se refiere a los bienes y servicios que los viajeros no residentes adquieren en el país, como es el caso de los pagos de hotel y la degustación de la comida latinoamericana que hacen los turistas al llegar. Evidentemente, no se incluirá en este rubro el valor de los pasajes, pues ello aparecerá en lo indicado en el párrafo anterior. Igualmente, la suscripción a una revista de Derecho o de Economía que recibe de manera directa un abogado o profesor de Economía, aunque es un bien, debe anotarse en esta partida.

 Balanza de transferencias unilaterales: registra los traspasos de propiedad de recursos privados u oficiales, sean voluntarios u obligatorios. Por ejemplo, las remesas que hacen los latinoamericanos que están trabajando en el exterior. Se llaman precisamente «unilaterales» porque no indican que los países latinoamericanos, individualmente y en cada caso, deban efectuar a cambio la entrega de los recursos reales o financieros.

2.3.2. Balanza de capitales

Comprende todas las operaciones de activos y pasivos financieros que sobre el exterior efectúa el país, junto a ciertas variaciones que pueden afectar sus activos y pasivos en el extranjero.

Todo país tiene activos y pasivos en el exterior. Los primeros son oro, derechos especiales de giro (DEG) y títulos de crédito. Los pasivos son su deuda externa.

La parte de activos abarca, igualmente, todas las operaciones de capital entre empresas. La diferenciación entre activos y pasivos posiblemente sea casi siempre de interés, pues puede ocurrir que se desee agrupar ciertos pasivos con los activos. Esta balanza está subdividida en capitales y reservas.

 Capitales privados y públicos: se considera la inversión directa, la inversión de cartera y otros capitales. La primera abarca todos los negocios de capital entre empresas; la de cartera comprende inversiones en bonos y acciones; y, finalmente, «otros capitales» es una categoría residual que abarca los activos financieros no enumerados.

 También se registran los bonos del sector público —los bonos de reconstrucción, por ejemplo—, los pasivos que constituyen reservas de autoridades extranjeras, giros contra préstamos concedidos y reembolso de estos.

 Reservas: son los activos —créditos del FMI u otras entidades financieras internacionales— que están disponibles para ser utilizados por el gobierno. Asimismo, las reservas en oro, los DEG, las divisas —tenencias y variaciones por revalorización—. Igualmente, la posición de las reservas en otros organismos internacionales.

El comercio internacional, y particularmente las exportaciones de una nación, están determinados por su habilidad para suministrar un excedente por encima de los requerimientos de la demanda doméstica; pero, además, por la correcta utilización de las ventajas que proporciona la naturaleza, la mano de obra, la estructura organizativa y la especialización. Ello se desenvuelve dentro de un mundo interdependiente en el que cada vez el back to back se está convirtiendo en un requisito para comerciar; por lo que es menester conocer el medioambiente interno, así como la balanza de pagos de los mercados en los que se está operando, con el fin de apreciar la demanda de bienes y servicios, pero sobre todo la capacidad de pago determinada por la disposición de divisas reflejada en dicho documento.

Para actuar eficientemente en el comercio internacional, se requiere el conocimiento de las tres categorías básicas ya explicadas. Entenderlas significa percibir la real dimensión del moderno comercio mundial.

3. Importancia del comercio exterior en las economías latinoamericanas

Los beneficios del comercio exterior para un país son tan grandes que, con razón, se sostiene que es una parte vital de su desarrollo económico.

Un creciente despegue de las exportaciones origina una similar actitud en la industria. La penetración en los mercados externos consolidará una fuerte industria nacional. Es la estrategia orientada hacia fuera consistente con las ventajas comparativas internacionales la que fortifica la industria y la que explica las exportaciones. Pero ha de enfrentarse con frecuencia al proteccionismo aún vigente de los países desarrollados, sobre todo en el sector agrícola; en tanto que en el campo de las manufacturas, los países latinoamericanos tienen que superar las barreras arancelarias, el régimen de cuotas y las barreras técnicas que crecen por doquier. De igual manera, su mercado interno se ve afectado por las políticas de dumping que siguen las grandes corporaciones internacionales y por los subsidios que los Estados desarrollados facilitan a dichas empresas.

Las predicciones en la aplicación de la teoría de la ventaja comparativa, basadas en el modelo de precios de los factores del comercio internacional, no han sido del todo exactas. Los mercados de capital y de trabajo son imperfectos y no siempre cuando los salarios son bajos —como los actuales de la clase trabajadora de América Latina— se tienen menores costes de trabajo, ya que casi siempre se requiere información comercial y de equipos negociadores y asesores legales que son escasos, así como recursos financieros que inciden en el costo total del producto de exportación.

No se puede negar que el esquema de sustitución de importaciones es el que proporcionó a los países latinoamericanos la base inicial para su industrialización, la dotó de una tecnología básica y preparó sus cuadros organizativos y profesionales para enfrentarse a otros desafíos.

Sin embargo, se ha querido constreñir el actuar de su comercio a ser únicamente exportador de commodities o de productos con transformación primaria básica. En efecto, según la teoría clásica del comercio, América Latina debía especializarse en productos que tuvieran una tecnología básica y una mayor intensidad de trabajo, en tanto que los países industrializados debían abrir sus mercados para beneficio mutuo. Ahora se ha remozado la teoría según las líneas generales de la moderna teoría de las ventajas competitivas y los últimos estudios de la Misión Porter en Colombia y el Perú, sobre la base de los cuales se señala que estos países deben dedicarse a la producción agroindustrial y textil, y seguir en el campo de la minería, la pesquería y, adicionalmente, el desarrollo turístico, con lo que vemos que este planteamiento no es tan reciente. Sin embargo, cuando introducimos en la explicación elementos como la inmovilidad de los recursos, la incertidumbre, la presencia de las marcas y nombres en la estrategia internacional, las políticas óptimas son menos perceptibles; si a ello añadimos elementos políticos, veremos que estamos lejos de considerar que la teoría neoclásica sea la más conveniente para estructurar el desarrollo del comercio exterior latinoamericano.

La diversificación de las exportaciones es un medio para fortalecer esa industria básica y también para evitar la volubilidad de los mercados internacionales. De esa manera, el comercio exterior de los países latinoamericanos está impulsado por su industria y permite cierta independencia económica y cultural de estas naciones.

El comercio exterior posibilita que la población pueda disponer de más bienes de los que con su propia técnica y recursos podría generar. La esencia del comercio exterior «[…] nos lleva a una curva de transformación que nos proporciona más bienes que la curva nacional de transformación» (Samuelson, 1965, p. 729).

Un país proporciona a otro, y viceversa, una cantidad de bienes y servicios mayor que aquella que naturalmente podría producir.

Si no se desarrollara el comercio exterior o si este no existiera, cada país tendría que ser una autarquía. El comercio estimula la demanda porque lleva nuevas mercancías a la comunidad y, al hacerlo, estimula el deseo de trabajar más. También trae consigo nuevas ideas, nuevos hábitos de consumo, nuevas técnicas y nuevos conceptos de las relaciones sociales. Estimula la especialización, puesto que la división del trabajo para atender a un mercado ampliado exigirá una particularización en la industria para reducir costos (Lewis, 1964, pp. 55 y 75).

Para establecer en términos cuantitativos la importancia que tiene el sector externo en cada una de nuestras economías nacionales, debemos apreciar dos indicadores: la relación del producto interno bruto (PIB) con las exportaciones totales y la relación exportaciones-deuda externa.

En el caso de los coeficientes de las exportaciones, se los ha de observar teniendo en cuenta los porcentajes del PIB. Este es, en términos sencillos, el valor total, a precios de mercado, del flujo de bienes y servicios disponibles durante un año, destinados al consumo del país.

La formación del PIB no solo resulta de la interacción de la demanda de bienes y servicios del mercado interno; sino, además, del mercado externo.

Para valuar la importancia del sector externo, tenemos que apreciar la variación del PIB por habitante. Hay que observar, previamente, el volumen físico de las exportaciones e importaciones y el precio relativo o real, es decir, el que resulta de la deflación de su valor (devaluación) por el índice de precios del valor agregado internamente en la economía del país (usualmente el dólar), según un año determinado. En el gráfico 2, se puede apreciar que este índice creció en casi todos los países latinoamericanos desde el 2000.

América Latina vio crecer su PIB en 3,6% en 1993, mientras que las exportaciones ascendieron a 7,9%, teniendo un valor unitario de 0,7%; en tanto que las importaciones fueron de 9,7%, con un valor unitario de 0,9%, de lo que se puede deducir que las importaciones, a causa de la apertura económica, superaron en 2% a las exportaciones. Lo mismo ocurrió en los años 2007, 2008 y 2010 en que el PIB fue de 4,4%, 2,6% y 5,0% respectivamente. Las exportaciones crecieron, en el 2010 y 2011, al 27%; en tanto que las importaciones, en el mismo periodo, pasaron del 30% al 23%. El resultado del comportamiento de las exportaciones se tradujo en un alza del PIB, para América Latina, en un nivel promedio por habitante de 3,5% (ver gráfico 4).

El segundo indicador es la relación de las exportaciones con la deuda externa. Esta relación se logra comparando la cantidad desembolsada por pago de la deuda externa y la cantidad recibida por exportaciones. Así, podemos apreciar que una de las fuertes presiones que tiene América Latina es el servicio de la deuda externa, que solo es posible mediante el incremento de sus ingresos por vía de exportaciones; de tal manera que, en tanto estas se incrementan, habrá más posibilidades de superar la crítica situación de la deuda, que parece inacabable. Durante el mejor desempeño de las exportaciones latinoamericanas, en el período de 1982 a 1988, se desembolsó más a la banca acreedora; luego, con la apertura de los mercados, curiosamente disminuyeron las exportaciones y, como consecuencia, el pago de la deuda externa.

Por otro lado, se puede observar que América Latina viene efectuando pagos por servicios de la deuda externa que, en algunos países, alcanza proporciones escandalosas, como es el caso de Nicaragua que, en el año 1993, después de una cruenta lucha interna y en camino a la democracia, tuvo que pagar por dicho concepto casi 30 veces más (2,992%) que el valor de sus exportaciones, siendo el promedio general de los demás países un 300%, es decir, tres veces más que el total de sus exportaciones. Sin embargo, se puede observar un significativo esfuerzo de las exportaciones, que en algunos países han logrado crecer a un mayor ritmo que la agobiante deuda externa (ver gráfico 3).



La importancia del sector externo para los países de América Latina creció de manera sorprendente durante todo el decenio del setenta, pasando de 26% del PIB a comienzos de ese período hasta llegar a 59% en 1980. Sin embargo, a partir de 1985, tan espectacular crecimiento se desaceleró a menos del 50% para caer abruptamente, desde 1990, durante cinco años seguidos, en que llega solo al 10%, para derrumbarse en 2009, año en el que llegó a cifras negativas. Sin embargo, a partir del año siguiente, empezó a recuperarse significativamente (ver gráfico 4).

Otra de las formas de apreciar la importancia del comercio exterior es responder a la pregunta: ¿qué problemas resuelve la actividad comercial internacional y cuáles son sus obstáculos? Veamos, en primer lugar, las dificultades que afectan las economías de América Latina:

 La disminución de la inversión extranjera directa. Aunque esta ha empezado a crecer merced a los mecanismos de protección y solución de controversias y la estabilidad política de muchos países.

 El incremento de las tasas de interés y en consecuencia de los pagos que debe efectuar América Latina por concepto de la deuda externa.

 El deterioro de los términos de intercambio, es decir, la caída de los precios de las materias primas —cobre, azúcar, café, algodón, cacao, zinc, plomo, estaño— y el alza de los bienes y equipos que deben adquirir, a los cuales hay que añadir las nuevas tecnologías y los servicios —telefonía, cable, servicios financieros—. Sin embargo, desde el inicio del actual siglo XXI, esta no ha sido una dificultad; ya que el precio de las materias primas ha crecido significativamente —aunque no por acción de los países latinoamericanos—, lo que ha sostenido sus economías internas.

 Los altos niveles de pobreza de muchos países latinoamericanos que reducen la capacidad de compra en su mercado interno; lo cual afecta a las empresas locales que no tienen un primer escalón de venta de sus mercaderías.


Respecto a la inversión extranjera directa, es evidente la ampliación de la cartera de inversión latinoamericana debido a la presión de los organismos financieros internacionales y la permisibilidad de muchos países latinoamericanos mediante el incentivo de la inversión extranjera directa por medio de un rápido proceso de privatización, contratos de estabilidad tributaria, libre repatriación de dividendos y de reglas de protección en los países anfitriones a través de acuerdos internacionales como el Convenio MIGA (por sus siglas en inglés: Multilateral Investment Guarantee Agency) o el Convenio CIADI (Centro Internacional de Arreglo de Diferencias Relativas a las Inversiones).

De esta manera, el esfuerzo y el sacrificio que hacía anteriormente el Estado a favor de sus empresas nacionales, durante el período naciente de su industrialización en el lapso del cincuenta al setenta, han sido volcados a favor de la inversión extranjera directa (IED).

Sin embargo, las dificultades de América Latina pueden también ser aliviadas con una real y eficiente política de promoción de exportaciones no tradicionales que posibilite, a través del crecimiento del sector exportador, el ingreso de divisas para suplir la falta de inversión y para satisfacer, en parte, las obligaciones de la deuda externa; asimismo, que permita, a través de la búsqueda y el desarrollo de nuevos mercados, disminuir la dependencia de un solo bloque comprador.

Un adecuado esquema de exportaciones, como algunos países de América Latina ya han adoptado, permite incrementar divisas para el desarrollo y para las cargas financieras de la deuda externa; ofertar una canasta de productos manufacturados cuyos precios no dependan de los grandes centros de poder, sino que estén determinados por el mercado, disminuyendo así las oscilaciones de los precios de las materias primas; y contar con un buen esquema de promoción comercial y de marketing internacional que reoriente las exportaciones hacia nuevos mercados y consolide la presencia de productos latinoamericanos.

El manejo de una política exportadora involucra una reglamentación eficiente de las importaciones de insumos para la industria exportadora, así como de otras políticas macroeconómicas; pero es indudable que, siendo la actividad comercial la más dinámica, es posible que los resultados se aprecien inmediatamente.

Los países de América Latina —excepto Argentina, Brasil y México— tienen, generalmente, un mercado interno pequeño para productos manufacturados; eso significa que el progreso depende de la capacidad de hacer llegar a otros mercados sus productos no tradicionales. La competencia internacional exige a las empresas reducir costos, mejorar su calidad y cumplir los términos de sus contratos en lo que se refiere a plazos y condiciones técnicas. A su vez, esa relación facilita el flujo de capitales y la adquisición de nuevas tecnologías para satisfacer al consumidor internacional.

Ese esfuerzo y esa actitud tendentes a obtener los beneficios que faciliten el comercio exterior se enfrentan no solo a la realidad de escasos recursos, altos costos por economía de escala, falta de educación y técnica adecuadas, que son limitantes endógenos; sino, además, al proteccionismo, que reduce las ganancias de los países de América Latina. Sin embargo, la mejor opción, como en el ajedrez, es el ataque, la penetración hacia nuevos mercados.

Determinada la importancia del comercio exterior, su realización se puede ver dificultada, aun después de admitida por el Estado, los empresarios y las instituciones sociales intermedias, debido a dos grandes factores: uno exógeno, que es el creciente proteccionismo; y otro endógeno, que es la falta de correlato entre las políticas de comercio exterior y las decisiones macroeconómicas que adopta el gobierno.

Existe el gran peligro de que los países industrializados eleven sus barreras comerciales de manera más discriminatoria, es decir, las de tipo legal o técnico. Este hecho perjudicaría la integridad de la OMC y restringiría las exportaciones latinoamericanas. Si ello ocurriera, puede producirse una explicable frustración, principalmente de aquellos países que ya recorrieron un buen trecho en el desarrollo de sus exportaciones no tradicionales y que pueden incluso reaccionar de la misma forma: con más proteccionismo. Su única salida viable, entonces, será diversificar mercados; pero esta solución no se puede hacer efectiva tan fácilmente si el 80% de las exportaciones de la región va a Estados Unidos de América y la Unión Europea, lo que hace depender las economías latinoamericanas de la expansión de dichos mercados. Asimismo, es preciso seguir participando de manera activa en las rondas de negociaciones multilaterales, con el fin de sensibilizar a los mayores compradores de las mercancías latinoamericanas y permitir un acceso mayor y más seguro, reduciendo la escalada de las tarifas aduaneras.

El factor endógeno evidencia que las políticas comerciales de acción externa no siempre son coincidentes con las políticas macroeconómicas. Así, muchos intentos de incentivar el comercio externo no dieron resultados porque el marco macroeconómico, más que las políticas comerciales, no era bueno.

Las acciones comerciales dependen principalmente de la balanza de pagos, que resulta de la política macroeconómica, así como del nivel o estabilidad de la tasa cambiaria.

Por otro lado, usar la tasa cambiaria para estabilizar los precios internos es incoherente con una política comercial externa. En los países del cono sur, los flujos de capital valorizaron la tasa de cambio, lo que compensó los incentivos para el aumento de la producción de exportaciones. En ciertos casos, grandes acciones de capital son el resultado de la liberalización de los mercados financieros en los cuales la tasa de interés interno sube aceleradamente, lo que provoca una adopción maciza de préstamos del exterior (Banco Mundial, 1987, p. 9).

La participación activa en el comercio exterior ha de exigir cuatro condiciones básicas: en primer lugar, la participación inteligente en las rondas de negociaciones comerciales multilaterales, con el fin de conseguir acuerdos más liberales; en segundo lugar, diseñar una política de promoción directa de las exportaciones no tradicionales para compensar la tendencia que adviene de las tarifas de importación con un manejo racional de la tasa de cambio y de los incentivos, contrariando, en ese último aspecto, las reglas de la OMC y pudiendo ser pasible de medidas compensatorias por parte de los países importadores; en tercer lugar, la educación y la capacitación técnica para la selección inteligente de tecnologías, el mejoramiento de la producción y la formación de operadores que puedan negociar con éxito un contrato de compraventa internacional, como la adquisición de nuevas tecnologías; y, finalmente, la diversificación de los mercados, pues la expansión de los principales compradores está disminuyendo, frustrando las tentativas de dinamizar las exportaciones hacia los mercados tradicionales.

4. El desarrollo de las exportaciones

El progreso económico de América Latina y, por qué no decirlo, también el social, están basados en el crecimiento de las exportaciones no tradicionales. Allí radica la razón por la cual los países establecen políticas y crean infraestructuras para que el sector empresarial pueda ingresar en los mercados externos.

El interés por el tema es relativamente reciente y ocurrió después de una profunda crisis: el inicio de la caída de los precios de las materias primas a partir de los años cincuenta, que era el único ingreso externo sostenido de nuestras economías. Así surge, primero, el esquema de «sustitución de importaciones» de productos industrializados o doctrina cepalina —de la Comisión Económica para América Latina de las Naciones Unidas (CEPAL)— y, posteriormente, la promoción de exportaciones no tradicionales.

4.1. La política de sustitución de importaciones

Los saldos comerciales acumulados durante la Segunda Guerra Mundial permitieron a nuestros países encarar en forma seria y sostenida un proceso de industrialización que se inició a fines de los años cincuenta con la estrategia de «sustitución de importaciones», que dejó algunos elementos provechosos: una infraestructura industrial, tecnificación de mano de obra, formación de cuadros empresariales de industria manufacturera y algún grado de especialización, principalmente en las industrias textiles, de confecciones y agroindustrias. Pero luego de ese período inicial de crecimiento comenzaron a aparecer los síntomas de agotamiento, que se traducen en deficiencias en el proceso productivo y en un estancamiento de la actividad económica.

Como se dijo anteriormente (ver ítem 2.1.4 en este mismo capítulo), los instrumentos básicos de este esquema son la protección general de la industria doméstica, una política cambiaria, beneficios impositivos y una política monetaria y crediticia expansiva.

En general, se acepta que este esquema solo puede ser una vía exitosa para el crecimiento durante un período de 10 o 15 años, luego del cual surgen problemas como una tasa descendente de crecimiento del ingreso nacional; la perpetuación de distorsiones de precios en el mercado interno, lo que propicia una asignación ineficiente de recursos; la falta de especialización y sus correspondientes economías de escala; los permanentes cuellos de botella en la balanza de pagos; y los efectos sobre el empleo, que son más modestos que los que se habrían obtenido si se hubiera tenido en cuenta la escasez relativa de los factores (CIEDLA, 1987, pp. 27 y 55).

Todo lo expuesto cuestionó este esquema debido particularmente a que se protegió la industria asignando altos aranceles para sus similares, con el fin de desalentar su consumo, aparte de una larga lista de prohibiciones de importación. De esa manera, se redujeron las posibilidades de consumo de los habitantes del país y se distrajeron recursos, al desviarlos de la promoción de bienes exportables hacia la producción de bienes que podrían haber sido importados, en la mayoría de los casos, a un menor precio. En otras palabras, la política de sustitución de importaciones usó muchos recursos para producir en el país bienes que se podrían comprar fuera a menor costo, en vez de dedicar esos mismos recursos a bienes que se podrían exportar a un menor costo para el país.

De ese modo, y como ya se ha dicho, se protegió a una industria que usaba las divisas del sector primario —minería, agricultura, pesquería—, formadas por materias primas, para financiar la compra de bienes y equipos de una industria orientada totalmente a un reducido mercado interno.

Sin divisas suficientes para exportar, por la caída de precios de las materias primas; con necesidades cada vez más crecientes en salud, educación, saneamiento, vivienda y aun para el pago de la deuda externa contraída para obras de desarrollo económico; con la misma industria sustitutiva que demandaba divisas para máquinas y materias primas, pero que no las generaba, se ingresó en un cuello de botella que fue enfrentado por un nuevo esquema: la promoción de exportaciones. Es a partir de entonces que los países latinoamericanos pasan a un segundo nivel: la exportación de manufacturas. De tal manera que el ensayo fue beneficioso, pues demostró la importancia de los mercados externos para impulsar el desarrollo.

4.2. La política de promoción de exportaciones

Este modelo parte del reconocimiento de que la industrialización de América Latina tiene que basarse en el mercado de exportaciones más que en la sustitución de importaciones, destinada a montar una industria para las necesidades y demanda de su mercado interno.

La necesidad de divisas para el crecimiento del país determinó esta política que persigue, sustancialmente, adecuar el aparato productivo para satisfacer la demanda internacional, incidiendo en aquellos productos que no tienen tradición en la balanza comercial. Todo ello significó crear estímulos crediticios, fiscales, monetarios y administrativos; y, asimismo, que el país realice un gran esfuerzo para preparar ese sector productivo en calidad, volumen y, particularmente, en la forma de negociación, contratación y desarrollo de proyectos de exportación. En el marco internacional se plantearon los esquemas de preferencias para las exportaciones de países latinoamericanos. De esa manera se elaboró un conjunto de políticas y medidas destinadas a preparar la estructura productiva para que se dirija hacia mercados externos. De allí se pasó a la formulación de los dispositivos legales en materia tributaria, administrativa, crediticia y monetaria, que incentivara al sector privado a invertir en una industria exportadora. Por primera vez se acude al premio como un medio de acción legal destinado a estimular a los agentes económicos en lugar de penalizarlos. La retribución, el premio para promocionar la exportación, fue una medida que buscó incentivar a las unidades económicas a seguir la ley y propiciar las exportaciones.

El programa de apoyo a las exportaciones estuvo basado sobre todo en una estructura de subsidios, con poca discriminación contra la exportación de productos primarios; el sistema de incentivos era uniforme en todas las industrias con tasas de intercambio realistas. El subsidio se otorgaba debido a que se exigía a los exportadores que comprasen insumos nacionales fabricados bajo régimen de protección; sin embargo, estos subsidios no dieron a los exportadores incentivos comparables a los del proteccionismo del mercado interno (Balassa, Bueno, Kuczynski & Simonsen, 1986, p. 66).

A pesar de algunas observaciones a los esfuerzos iniciales de esta política de promoción de exportaciones —entre las que se puede citar la discriminación acentuada contra las exportaciones de productos primarios tradicionales—, no es posible desconocer que los resultados favorables han permitido la internacionalización de las empresas latinoamericanas. Ese esfuerzo debe continuar e ir unido a la acción de otros agentes como las instituciones sociales intermedias —las cámaras de comercio, las asociaciones de industriales, los bancos y las universidades—, a fin de crear eso que se llama la «cultura exportadora», que es la voluntad de salir a operar en mercados externos y orientar el esfuerzo conjunto de las acciones del Estado, el sector privado y el académico hacia el mercado mundial.

La mentalidad exportadora se forma a través de un eficiente servicio de información comercial; asistencia a los pequeños y medianos empresarios; servicios legales y tecnológicos; posicionamiento de marcas, diseños de envases y desarrollo de proyectos de exportación, todo lo cual usualmente debe ser proveído por el Estado, así como la enseñanza de técnicas, procedimientos de venta, mecanismos y fórmulas contractuales que permitan a los empresarios actuar con mayor confianza. A todo esto se debe añadir la formación de cuadros profesionales especializados en negociación comercial, contratación internacional, determinación de procesos de dumping y otras prácticas desleales del comercio internacional. En el campo de las relaciones internacionales, las cancillerías deberán asumir un papel específico en los grandes foros internacionales, dejando la labor de promoción y ventas a las entidades gremiales y a los ministerios de industria o producción.

De allí que la promoción de exportaciones es el conjunto de políticas fiscales, financieras, monetarias e industriales que establece un Estado para incentivar el aparato productivo hacia nuevos mercados, aprovechando las ventajas que tiene en mano de obra, disponibilidad de materias primas o habilidad y conocimiento tecnológico en las cuales deben participar las empresas para adquirir nuevas técnicas en comercialización, decisión administrativa y nuevas formas de concentración empresarial, a fin de que encaren el negocio exportador como una actividad principal y no como una función marginal y circunstancial; además, las instituciones sociales intermedias deben coadyuvar a esta política.

Estos instrumentos pueden ser utilizados por un gobierno de acuerdo con sus objetivos nacionales, sea de manera gradualista o de shock y han de motivar ceteris paribus a las empresas y a las universidades para iniciar su proceso de internacionalización.

La empresa es una unidad económica que tiene un papel fundamental en la promoción del desarrollo social y económico, así como en la gestión del comercio exterior. Por ello, las reglas y políticas de impulso a las exportaciones han de tener como centro y motor a las empresas. Las exigencias de eficiencia no solo deben ser un objetivo del Estado sino, también, de las unidades económicas que actúan dentro de él.

Por otro lado, la existencia de cuadros profesionales especializados en comercio internacional también puede influir en la estructura dirigencial, principalmente del sector productivo. Un asesor de negocios internacionales puede ayudar al empresario que busca un mayor crecimiento, rentabilidad, flexibilidad o estabilidad en su organización empresarial, y motivarlo a exportar.

Este último determinante es el que pocas veces se ha considerado en el esbozo de una política nacional de promoción de exportaciones. Sin embargo, el asesor —legal, comercial o financiero— es la persona que ejerce una influencia más cercana y directa sobre el ejecutivo de una empresa. Si su formación contiene una buena dosis de mecanismos comerciales internacionales o de negocios internacionales, tendrá más posibilidad no solamente de propiciar una actitud positiva del empresario, sino que le proveerá de los elementos racionales y técnicos para que tal decisión sea lógica y conveniente.

El asesor legal es incorporado a la estructura de una empresa principalmente para que el gerente de línea se vea libre de algunas de sus obligaciones y, de esta forma, concentre sus esfuerzos en actividades ejecutivas. Las autoridades de línea son ajustadas a sus objetivos y actúan en dicho sentido, pero el asesor puede orientar la acción de dichos gerentes. El uso del asesor, o del staff, condiciona la organización lineal y la convierte en una organización de línea o staff, tipo que predomina en la mayoría de las empresas. Un asesor estudia los problemas, ofrece sugerencias y prepara planes para el uso y ayuda del gerente de línea (Terry, 1980, pp. 355 y 360). De esa manera, se convierte en un elemento de influencia, siempre y cuando en la organización se armonice la relación de las autoridades de línea y de asesoría.

La promoción de exportaciones, como hemos señalado, ha de convertirse en un objetivo nacional, no en una política económica aislada. Para ser eficaz, un programa nacional de exportaciones requiere mucho más que dinero o financiamiento promocional. Todo esfuerzo será desperdiciado, a menos que el empresario y las instituciones sean capaces de usar eficazmente los incentivos y facilidades. No tiene mucha gracia exportar mercancías, a menos que adoptemos para nosotros una política comercial que permita el reembolso de los préstamos otorgados al exportador, forme negociadores y utilice cabalmente al cuerpo asesor que se educa en nuestras universidades.

4.3. El esfuerzo exportador de América Latina

Se ha dicho, en muchos aspectos sin razón, que el decenio del 80 fue una «década perdida». Empero, en lo que se refiere a la exportación de mercaderías por parte de América Latina, la afirmación es perversa. Durante dicho decenio, Latinoamérica aumentó el volumen de sus exportaciones a un promedio anual de 4,4%, por encima del 2,6% de todo el comercio mundial. Y en 1987 alcanzó un monto sin precedentes, llegando a frisar un 35% más alto que en el inicio del decenio.

Lo más trascendente es que ese crecimiento se logró con la participación de un buen número de países —México, Colombia, Brasil, Perú, Uruguay, Chile y Costa Rica—, aun cuando Perú tuvo una contracción de 17% a fines del siglo pasado, siguiendo a otros países —Bolivia, El Salvador, Nicaragua, Guatemala— en igual situación, luego superó este estancamiento. El valor corriente de las exportaciones de América Latina ha crecido de manera constante desde 1980 hasta el 2010, en que alcanzó el 14,5%.

En el transcurso de los últimos veinte años, la evolución de la estructura de las exportaciones latinoamericanas y caribeñas ha experimentado varios cambios y modificaciones, habiéndose caracterizado por una tendencia decreciente de la participación de sus productos primarios.

En el último decenio, los rubros alimenticios aportaron dos terceras partes de las exportaciones de productos básicos; las materias primas agrícolas, 8%; y los minerales y metales, la cuarta parte.

La estructura de la exportación de los productos primarios está cambiando paulatinamente al modificarse las proporciones de sus tres componentes: la de los productos alimenticios tiende a crecer; la de materias primas agrícolas oscila; mientras que la de los minerales y metales se reduce. Esto último ha sido determinado, en gran medida, por el comportamiento de los precios internacionales.

Se pone de manifiesto que las exportaciones de América Latina y el Caribe, principalmente las de manufacturas, crecieron en forma acelerada en el decenio de 1990, debido sobre todo al avance de los procesos de integración. De representar 33,1% en 1990, pasaron a incrementarse a 59,2% en el año 2001 y mantener su crecimiento en los siguientes diez años.

Hay un incremento en el volumen y en la composición de las exportaciones. De un peso importante de productos como la carne, el azúcar y el cacao, en el presente decenio estos cedieron paso a las frutas, las hortalizas, oleaginosas y el pescado, relegando en los últimos lugares a los precitados productos.

Sobresale nítidamente la modificación en la estructura y el desempeño de las exportaciones de países como México y otros de Centroamérica. Estos países, que solían depender de las exportaciones de productos primarios, comenzaron a perder participación en el mercado de dichos productos. En la actualidad, exportan también productos manufacturados y servicios como el caso de Costa Rica.

El avance exportador de estos países se ha producido por su orientación al mercado de Estados Unidos de América, estimulada por exenciones arancelarias y de impuestos locales, entre otros incentivos; asimismo, por el resultado de operaciones de ensamblado de baja remuneración. Este fenómeno es el que se ha dado en denominar «industria maquiladora».

Este esfuerzo indudable se ha venido efectuando en medio del desaliento que genera el deterioro de los términos de intercambio, la ausencia del capital externo que incentive proyectos industriales y el escandaloso aumento de las tasas de interés de la deuda externa, que se mantiene inmoralmente hasta la fecha sin que exista una política subregional al respecto.

Las exportaciones de los países latinoamericanos en su conjunto tienen una parte significativa de productos de tecnología intermedia; la participación en el mercado mundial se ha elevado durante la última década, sobresaliendo el caso de las exportaciones de vehículos automotores.

Las exportaciones de manufacturas fueron un factor dinámico en el sector externo; es posible apreciar ahora aviones, barcos, computadoras, máquinas y herramientas latinoamericanas que son utilizados en países desarrollados. Otro sector exportador naciente en este decenio es el de servicios —proyectos, construcción pesada, turismo, bancos, empresas de fondos de pensiones, servicios médicos—, que ha alcanzado un buen e interesante volumen de exportaciones no tradicionales hacia mercados extra regionales como el África, el Medio Oriente, Asia y Europa, aun cuando en este caso se deba particularmente a las transnacionales de Brasil, Argentina y México.

4.4. Un desarrollo integral de las exportaciones

El modelo de promoción de exportaciones hizo énfasis en facilitar e incentivar las exportaciones de manufacturas, dejando fuera del esquema la comercialización de commodities, ya que, como se ha dicho, los objetivos se concentraron en exportar a partir de la industria infante surgida en el período de «sustitución de importaciones». Sin embargo, la exportación de materias primas, a pesar de ser el componente más importante en las balanzas comerciales de América Latina, no fue considerada como un factor de apoyo para hacer crecer las exportaciones ni como un flujo de recursos hacia sectores productivos. El énfasis en las exportaciones olvidó, una vez más, las materias primas y los ingresos que generaba como un elemento motivador para reorientar los recursos y beneficios hacia una industria exportadora.

La mayoría de países olvidó que existen dos mercados: el interno y el externo. El primero es la base de las industrias exportadoras pues les permite tener una demanda que sostiene la estructura empresarial para poder competir en los mercados externos. En tanto que el segundo es difícil de acometer por la acelerada competencia en las manufacturas y porque respecto de las materias primas o commodities no son susceptibles de modificar ya que la demanda depende del exterior.

Por otro lado, este esfuerzo exportador a partir de la década de 1990, se encontró con las políticas de liberalización y el desmantelamiento del Estado y los estándares regulatorios.

A todo ello hay que agregar los aspectos financieros que inciden de manera directa en una operación comercial, como es el predominio del dólar, el nacimiento del euro y la liberalización de la actividad financiera, que hace difícil distinguir entre comercio e inversión, debido al surgimiento de los créditos consorciales, la securitización o titularización. De esta manera, ahora debemos reconocer que los flujos financieros afectan directamente la exportación de mercancías, ya que en una operación comercial internacional es difícil desligar sus componentes físicos de aquellos financieros o de inversión.

Todo lo anterior exige plantear un desarrollo integral de las exportaciones, tanto de materias primas como de manufacturas, dentro de un creciente flujo de recursos financieros. Este modelo propuesto parte de los siguientes supuestos.

1 Las exportaciones de materias primas de América Latina mantienen un peso importante en el rubro de su balanza comercial, razón por la cual es necesario que sus países participen activamente en los foros comerciales y en los grupos de países productores, para que estén en condiciones de realizar una acción de conjunto, ya que la demanda y crecimiento no es manejable por los países productores sino por los consumidores.

2 Fortalecer el mercado interno de tal manera que la demanda de productos nacionales impulsa a la industria. Para ello hay que crear un sistema de alerta temprana para detectar prácticas desleales del exterior y fundamentalmente expandir la oferta, aumentar la productividad y, en consecuencia, disminuir los costos unitarios de producción, con lo cual mejora la competitividad y se acrecienta la oferta exportable.

3 Las exportaciones de manufacturas se han visto afectadas por las exigencias de nuevos recursos para la adquisición de equipos y tecnología, que posibiliten llegar a grados óptimos de calidad y satisfacer exigencias como las reglas del ISO 9000, las medidas de protección del medio ambiente y las reglas de la International Standard Organization o del Sistema de Análisis de Peligros y de Puntos Críticos de Control (HACCP, por sus siglas en inglés) para los alimentos y las bebidas.

4 La mayor demanda de manufacturas se hace sobre la base de marcas, nombres y componentes naturales. Ello exige que las industrias latinoamericanas tengan que recurrir a consolidar marcas o a operar mediante contratos de licenciamiento por parte de los importadores, si es que desean llegar a mercados externos desarrollados o, alternativamente, consolidar marcas en el exterior. Un ejemplo es el café colombiano, que a través de un esfuerzo de marketing de más de treinta años con el «hombrecito y el burrito andino» ha logrado un posicionamiento real del producto.

5 La reasignación de los ingresos provenientes de las exportaciones de materias primas hacia sectores industriales posibilita fortalecer a un sector nuevo con los mismos recursos que genera cada país, como consecuencia de su experiencia en las exportaciones tradicionales. Lo anterior implica que, es aconsejable crear incentivos para que los exportadores de materias primas destinen recursos para proyectos de exportación de manufacturas o adquieran sus bienes y servicios en el mercado nacional, a fin de fortalecer la producción interna.

6 El establecimiento de políticas orientadas a mejorar la productividad como son las medidas cambiarias ya que el tipo de cambio afecta al empresario nacional, pues si la moneda nacional está sobrevaluada esta afectará la competitividad de la industria exportadora favoreciendo a los importadores y en consecuencia a los productores extranjeros.

7 El establecimiento de reglas que consideren premios a favor de los exportadores tradicionales, con el fin de que reinviertan en el desarrollo de manufacturas exportables. La retribución y el premio alientan a las empresas a orientar sus inversiones hacia sectores de mayor riesgo, como es el caso de una industria exportadora. Una de esas posibilidades es, por ejemplo, disminuir los impuestos que gravan la renta proveniente de las exportaciones tradicionales cuando se apliquen hacia productos no tradicionales. Otra es perfeccionar el mecanismo de draw back o devolución de impuestos en toda la línea de producción exportadora.

8 Desarrollar, en el ámbito académico, la formación de especialistas en contabilidad y finanzas internacionales, sobre todo para calcular los costos de exportación y contar con argumentos en caso de que las empresas sean pasibles de denuncias de dumping. Igualmente, se debe contar con abogados especializados en negociación y contratación internacional, y formar cuadros en administración y negocios internacionales.

9 Mejorar la infraestructura física nacional y la inversión en investigación, ciencia y tecnología.

De esa manera, las exportaciones de commodities pasan a integrarse en un esquema único, conjuntamente con las manufacturas y los servicios.

El sesgo que se ha dado al comercio exterior privilegiando determinados sectores —como fue el de la sustitución, primero, y el de las exportaciones no tradicionales, después— ha originado que no se consiga un aparato industrial lo suficientemente fuerte y estable, que pueda penetrar en los mercados externos, cada vez más competitivos. Es necesario, entonces, conciliar ambas líneas de exportación y a ello añadir el aliento hacia los servicios (ver gráfico 5) para conseguir un modelo integral de las exportaciones. Junto con cada manufactura e incluso con los commodities, se utilizan servicios —transporte, seguros, crédito, garantías, marcas, nombres— que afectan cualquier programa de exportación. De este modo, ha de apreciarse la oferta exportable total, tanto de commodities como de manufacturas y de servicios, con el fin de orientar los lucros obtenidos en las exportaciones totales hacia el desarrollo tecnológico y creación de nuevos productos manufacturados, ya que los beneficios hay que buscarlos no solo por el lado de las manufacturas sino, también, por el de los servicios.

El impacto acumulativo del desarrollo tecnológico ha cambiado el comercio internacional de manera fundamental. No ha existido otro período de trasformación comparativamente tan veloz desde la Revolución Industrial. En algunos casos, las invenciones o los descubrimientos no directamente implicados con la guerra se volvieron, en realidad, más lentos. Un ejemplo es la televisión. Pero después, cuando se reinició el conocimiento de la televisión, esta se tornó rápidamente ubicua en los países desarrollados (Hellemans & Bunch, 1988, pp. 499 y ss.).

Hoy en día, las manufacturas tienen un componente tecnológico para su comercialización que es muy importante, graficado en las marcas y en los nombres, así como en los sistemas de comercialización, como es el caso del franchising. Los productos se comercializan por marcas y su penetración en los mercados externos se hace sobre la base de ellas y de una calidad acorde con las exigencias del mercado de destino. Los países no venden solo materias primas y manufacturas, sino que están exportando bienes y servicios en general. Así, hay que ver el comercio exterior de una manera integral, ya que el esfuerzo del país no solo está en el rubro de los commodities —como la explotación principalmente de minerales o pesca— sino, también, en el crecimiento de sus manufacturas y los aspectos tecnológicos derivados de la propiedad intelectual, como es el uso o la consolidación de marcas o nombres, los sistemas de distribución comercial y los medios facilitantes —como almacenamiento, transporte y control—. A ello deben añadirse los costos en que tienen que incurrir las empresas latinoamericanas en cuanto a los servicios de supervisión de las exportaciones e incluso en la importación de insumos, los mismos que están en manos de empresas transnacionales, ninguna de ellas latinoamericana. De esa manera, se busca evitar que el escaso beneficio que se obtenga por la exportación tenga luego que servir para pagar la cadena de servicios prestados por empresas fuera de la región. Finalmente, el Estado debe aplicar los recursos que generan la exportación de commodities a la construcción de infraestructura (carreteras, ferrocarriles, puertos y aeropuertos), así como apoyando a las universidades e institutos tecnológicos en el desarrollo de nuevas tecnologías y especialistas en negociaciones, contratación y administración internacional. Particularmente los países productores de petróleo y gas deberán orientar su consumo local tanto doméstico como industrial. Así, se habrá enfocado el desarrollo exportador de una manera integral, concibiéndolo, como se señala en el gráfico 5, como una suma de medidas a partir de un mercado interno fortalecido que dé sustento a su industria nacional para incrementar las exportaciones de bienes y de servicios, propiciando además que los ingresos obtenidos por las materias primas se orienten hacia las manufacturas y los medios facilitantes del comercio exterior.


Contratos de comercio internacional

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