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La leyenda del Buda Gautama
El sacrificio del «yo»

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En el bosque de Uruvela vivían numerosos ermitaños bajo la guía del eminente Kacyapa. En una cueva sagrada tenían una llama con la que mantenían el culto al fuego. Buda quiso ver a Kacyapa cuando pasó cerca de su retiro. Este último lo recibió y los dos pasaron una noche de vigilia ante el fuego. A medida que pasaban las horas, el ermitaño descubrió los inmensos méritos y poderes que tenía su huésped y sintió cierta envidia.

«Sakyamuni es un gran santo – pensaba él— y muy pronto, cuando comience el periodo de fiestas, el pueblo me abandonará al ver sus prodigios».

Sin embargo, el Perfecto no apareció mientras duraron las fiestas, por lo que el sabio se mostró muy sorprendido: «¿Por qué no te has dejado ver cuando la muchedumbre estaba presente?».

«Tu secreto deseo era ese», le respondió Buda.

«Sakyamuni es un gran santo – pensó de nuevo Kacyapa—: ve en mi conciencia. Sin embargo no es más santo que yo».

Entonces Buda le tendió la mano: «No estás lejos de la verdad, Kacyapa – le dijo—. La ves, pero la envidia te impide recibirla. Debes saber que, si las religiones están hechas de sacrificios, este es uno, el único, el que supera a los demás: es el sacrificio del “yo”, porque la sangre no purifica y es mejor obedecer las leyes de la justicia que adorar a los dioses».

Sariputra, el discípulo

Sariputra fue quien organizó la difusión de la doctrina de Buda. Nacido en una familia de brahmanes del reino de Magadha, se incorporó muy pronto a la vida religiosa bajo la tutela de Sanjaya, asceta escéptico que puede ser asimilado a los cínicos griegos. Siguió a Buda y muy pronto recibió la Iluminación. El budismo primitivo tomó el nombre de la Escuela de Sariputra o Antigua Escuela de la Sabiduría. Se explica que antes de hacer suya la nueva ley se reunió con el monje Assaji y le formuló esta pregunta:

– Amigo, tu expresión se muestra serena, tu tez pura y clara, ¿en nombre de qué has renunciado al mundo? ¿quién es tu maestro? ¿de dónde proceden las enseñanzas que profesas?

Y Assaji le respondió:

– El hijo de los sakyas ha renunciado al mundo: en su nombre he tomado la resolución de hacer lo mismo. Él es mi maestro y yo profeso su doctrina.

–¿Y qué dice tu maestro? ¿qué enseña?

A lo que Assaji le respondió:

– Yo no soy más que un novicio y no te lo sabría explicar en toda su amplitud. Pero puedo resumírtelo: todo lo que nace también desaparece.

Sariputra exclamó finalmente:

– La doctrina será algo más que eso. ¡Tú no has llegado al estado en el que el dolor cesa, un estado que no había sido conocido en tantos miles de años de existencia del mundo!

Y Sariputra siguió, desde este día, a Buda Gautama.

Buda y el budismo

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