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La leyenda del Buda Gautama
La huida del palacio

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Poco después, cuando entró en la habitación de su esposa, vio que esta dormía manteniendo entre sus brazos el fruto de su amor mutuo. Y se dijo a sí mismo: «¿Cuál es la primera causa del sufrimiento de los hombres y cuál es el medio para evitarla?». Comprendió entonces que era imprescindible incluso separarse de las personas a las que amaba. Salió de la habitación sin despertarlas, se dirigió después a su criado Chandaka y le ordenó: «Prepara rápidamente mi caballo y disponte a seguirme, porque ha llegado para mí la hora de romper las ataduras. Si no es posible evitar la vejez, la enfermedad ni la muerte, que sea al menos posible escapar a las vidas futuras y a los sufrimientos sin par que conducen a cada nuevo renacimiento».

Una vez en las cuadras reales, el fiel Chandaka preparó el magnífico corcel Kanthaka. Después, el príncipe subió a su sirviente a la grupa y espoleó a su caballo, que comenzó a cabalgar en medio de la noche. Apenas había franqueado la muralla del palacio, oyeron una voz que decía:

–¿Adónde vas, Siddharta? Regresa enseguida al sitio del que vienes porque no ha de pasar un mes antes de que te conviertas en Sakravarti, el rey más poderoso de la tierra.

–¿Quién eres tú cuya voz me habla en medio de la noche?

– Soy Mara y conozco tu grandeza y tu destino.

Entonces, el Perfecto le respondió:

– Sé que puedo ser el rey del mundo, pero ¿y tú? ¿no eres el malvado? ¿el tentador? ¿el que arrastra a los hombres a la prisión del insaciable deseo y los encadena a la rueda del futuro? ¡Retírate, porque, de ahora en adelante, nada hará cambiar mi decisión!

Los fugitivos cabalgaron durante mucho tiempo, hasta que el día comenzaba a clarear y se encontraron junto a un río que fluía ante ellos:

–¿Qué río es? – preguntó el príncipe.

– Se llama Anauma, que quiere decir «sublime».

– Pues bien, dijo Siddharta, así me llamarán todos desde este momento.

Entregó entonces a Chandaka las joyas que llevaba encima y le encargó que volviera a Kapilavastu para informar a su padre de todo lo que había visto.

Le dio también su caballo y continuó en solitario el camino, que desde ese día ya no abandonaría nunca. En la otra orilla del río Anauma encontró a un mercader pobremente vestido con el que intercambió su rica vestimenta. Sin embargo, antes de darle la espada se sujetó la cabellera para cortarla y se dice que, arrojándola por los aires, pronunció estas palabras:

–¡Si estoy destinado a hallar el nirvana en esta vida, que estos cabellos se mantengan suspendidos en el vacío; de lo contrario, que caigan a mis pies!

Y su cabellera se mantuvo suspendida en el aire.

La «Gran Huida»

– Aquel cuyos sentidos están relajados igual que los caballos domados por su jinete, aquel que se ha despojado de cualquier idea propia, que está libre de cualquier deshonra, al que hasta los mismos dioses le tienen envidia.

– Vivimos en perfecta alegría, sin odio en un mundo de odio. Permanecemos entre hombres dominados por la enemistad sin sentir sus efectos.

– Vivimos en perfecta alegría, sanos entre los enfermos. Entre estos nos conservamos sanos.

– Vivimos en perfecta alegría, serenos entre los nerviosos. Entre los hombres que se alteran permanecemos sin sobresaltos.

– Vivimos en perfecta alegría, nosotros que no poseemos nada. La alegría es nuestro alimento, del mismo modo que para los dioses que reinan.

– Igual que el monje que permanece en un lugar solitario y mantiene su mente serena, y que experimenta una felicidad sobrehumana cuando contempla la ley.

Buda y el budismo

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