Читать книгу Un año de servicio a la habitación - Andrea de Lourdes Chapela Saavedra - Страница 10

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Check-in

A Mari le gusta llegar antes de las siete de la mañana al hotel. Justo antes del cambio de turno en la recepción y en seguridad. Antes de que lleguen las limpiadoras, los cocineros, los de mantenimiento y los camareros. El desayuno comienza a las siete y media, y para entonces Mari ya tiene puesto el uniforme, ya se ha tomado un té, ya ha recorrido los pasillos para ver que todo va bien.

Nadie que trabaje con ella esperaría que su rutina matutina incluyera poner la radio, quitarse los zapatos y estirar los pies por debajo del escritorio disfrutando de los minutos antes de las medias y los zapatos ortopédicos. O tal vez sí deberían esperarlo. Aunque raramente sonríe, directa y eficiente frente a los huéspedes, Mari lleva el cabello suelto, rizado, le crece hacia arriba desafiando la gravedad, como una melena negra, blanca y gris. Es un claro signo de que no es lo que parece.

Todas las mañanas revisa su lista de pendientes y las notificaciones del turno vespertino. Alguien reportó que la cortina de la habitación 317 está caída y hay que avisar a mantenimiento para que la arreglen. Hay que subir una manta más gruesa a la 227. Y lo más importante, su remplazo llegará a las ocho. A Mari le queda un año antes de su jubilación y lo dedicará a entrenar a su sustituta. Los primeros meses será como su sombra, la acompañará a todas partes para aprender cómo funciona cada recoveco del hotel. Después de las vacaciones de invierno, Mari y ella se turnarán. Mari vendrá cada vez menos, hasta el día que oficialmente se jubile. Hoy solo es el comienzo. Un tour de los edificios que completarán antes de que sea la hora de la comida. ¿Por dónde comenzar?

Llegará por recepción. La mandarán por la primera puerta para entrar al área de servicio. La diferencia es obvia para Mari. Si le taparan los ojos y la soltaran en cualquier lugar del edificio, solo con tocar la pared sabría si está en el área de servicio o de huéspedes. O con un parpadeo, que le dejara ver solo el color de la luz. En las áreas comunes los focos son más amarillos y cálidos, mientras que en el área de servicio son blancos y eficientes. No están allí para dar comodidad, sino para alumbrar el trabajo. Las paredes blancas y vacías, sin rastro de la madera, las alfombras o los cuadros que decoran el resto del hotel. Cruzar las puertas que están marcadas como Privado lleva de un universo a otro, como si se tratara de un portal hacia otra dimensión. La red de pasillos de servicio, a través de la que los trabajadores se mueven por todo el hotel sin ser vistos, eso es lo que Mari considera su dominio. No es bonito, pero es eficiente, es claro, es suyo. Todavía es suyo.

Cuando la chica nueva llegue, llamarán a Mari para que la encuentre en la zona entre el comedor y la recepción, en la que están los armarios para los abrigos de los clientes. Y de allí escaleras abajo, abajo, abajo hasta el sótano, el pasillo que lleva a las oficinas, la cocina, el comedor de servicio, el armario de los uniformes. Mari no necesita moverse para ver los sacos alineados en el pasillo: naranjas para las sábanas y toallas que se tienen que lavar, azules para los manteles y las servilletas, grises para los uniformes del servicio y los trapos sucios y verdes para la ropa de los clientes. Hace una nota mental: recoger la lista de huéspedes que han lavado ropa esa semana y pasársela a Norma en recepción. Tendrá que enseñarle a su remplazo cómo hacerlo.

Mari sabe que una transición eficiente entre gobernantas es necesaria para que el hotel continúe trabajando sin problemas, así que intenta no pensar en la pequeña incomodidad de conocer a su remplazo, de compartir oficina con ella, de que cada día se convierta en un recordatorio del final de su jornada. Prefiere pensar en la casa del pueblo que su marido y ella están renovando, en lo bonito que quedará el jardín para la próxima primavera y los paseos de muchas horas que darán por el campo en el verano.

Después de la lavandería, continúa el recorrido mental más allá de los pasillos, hacia las alas de las habitaciones. Hay ochenta y tres, divididas entre los edificios Este, Sur y Norte. En el cuarto piso de cada edificio se alojan los residentes de larga estancia, aquellos que pasan más de seis meses en el hotel. La logística es más sencilla si están todos juntos. Mari lleva casi treinta años trabajando en este hotel y puede imaginarlo de arriba a abajo. Conoce cada grieta de baldosa y agujero de pared. Le mostrará el comedor principal una vez que termine el desayuno, la sala de conferencias, los jardines. Sí, con eso podrán dar por terminada la visita. La siguiente vez le enseñará cómo se prepara una de las habitaciones y dónde están las botellitas de jabón y champú Álvarez Gómez que le dan al hotel su olor característico. El mismo olor que le recuerda a Mari a su abuela. Tal vez, si hay tiempo, se las enseñe hoy mismo.

Mari revisa la lista de llegadas. Habitación 414, una nueva residente. Perfecto para enseñar cómo prepara una habitación. Hace una nota mental. Apenas son las siete. Apaga la radio, estira sus pies hacia el calentador y cierra los ojos. Escucha ya el sonido de la aspiradora en la entrada. Los saludos de sus compañeras por los pasillos. Incluso el tintineo de las copas del buffet de desayuno. Aunque quedan muchos días, muchos meses, de rutina antes de su jubilación, todo suena ya como parte de un recuerdo. Respira profundo. Aspira todos los sonidos y los guarda en su memoria. Sí, aquí, en esta oficina, está en el centro de todo. Siente que hay orden, que el día está listo para comenzar.


Un año de servicio a la habitación

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