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El edificio Oeste

Para encontrar lo perdido

Querido nuevo residente, te escribimos esta carta con algunos consejos. El primero es que lo aceptes desde el comienzo: las cosas se pierden en los hoteles. Es normal. El cargador de un celular se queda pegado a la pared, los aretes se resbalan entre la mesita de noche y la cama y luego no se empacan, la camiseta se queda doblada dentro de un cajón. Perder, abandonar, olvidar. Da lo mismo en un hotel. Pero los residentes, nosotros (sí, ahora eres parte del nosotros) que pasamos una temporada larga, que hacemos de este lugar nuestra casa, también perdemos cosas. Un calcetín que se lava y nunca aparece. Una taza de café que se deja en la cocineta y no se vuelve a ver.

Puede frustrar, pero no tiene nada de especial. Lo especial, querido nuevo residente, es que lo que se pierde en este hotel a veces regresa si sabemos buscarlo. El secreto pasa de residente en residente. Pero solo cuando dejan de perderse nimiedades, como ahora que has perdido la confianza en ti mismo, llega la hora de revelarlo.

La última vez que hablamos de esto fue cuando las sillas del sótano comenzaron a desaparecer. Eso nos alarmó. El viernes de cineclub (ya sabes lo que es, ¿no?), algunos residentes bajamos y nos encontramos que de las treinta sillas que había, solo quedaban cuatro. Las más incómodas, blancas con un cojín engañoso de color pastel que en realidad estaba duro. Deben estar en el Edificio Oeste, dijeron los residentes veteranos. ¿Qué edificio Oeste? El edificio perdido, contestaron los veteranos que llevaban varios meses y que conocían más secretos. No que los residentes lo perdiéramos, más bien lo encontramos, dijeron.

Te preguntarás, querido nuevo residente, cómo puede perderse un edificio. La verdad es que, si lo piensas con cuidado, te parecerá obvio (como nos pareció a nosotros): el hotel está conformado por tres edificios que forman una especie de C. El Edificio Norte y el Edificio Sur flanquean a cada lado al Edificio Este. Pero ¿y el Edificio Oeste? ¿Dónde quedó ese? Obviamente, nos dijeron los residentes veteranos, aquí falta uno, ¿por qué usar los puntos cardinales para nombrar los edificios del hotel si se planea dejar uno de los flancos sin usar? ¿Qué sentido tiene tal ruptura de la simetría?

¡Ninguna!, exclamamos todos convencidos. El Edificio Oeste había existido en algún momento, al menos como idea, estábamos seguros. Y nos pareció de lo más natural que allí fuera a donde iban a parar las cosas que se perdían en el hotel. ¿Las sillas del sótano? En el Edificio Oeste. ¿El calcetín para completar el par? En el Edifico Oeste. ¿Los tupperware en los que nos llevábamos la comida? En el Edificio Oeste. Al principio nos bastaba con nombrar un objeto para que se manifestara. Las sillas del sótano volvieron de la noche a la mañana, alguien encontró afuera de su habitación una taza que pensaba extraviada, cartas y postales de años atrás aparecieron en la cocineta, otro residente encontró sus anteojos para leer. Esa es la lección: las cosas pueden ir y volver del Edificio Oeste. No lo olvides.

Esta información resultó muy útil a la larga, cuando hacia mediados del año, los residentes dejamos de perder objetos materiales y comenzamos a perder conceptos abstractos como el tiempo, la dignidad, la calma, la cordura, la paz interior o la idea de uno mismo. Se culpó primero a la astenia primaveral, pero conforme las semanas pasaban y los residentes solo perdíamos más y más cualidades de nuestro sujeto, decidimos que era urgente descubrir cómo llegar al Edificio Oeste y recuperarlas. Nombrar algo ya no era suficiente.

Los veteranos, que no eran tan veteranos en ese momento y que, también estaban sufriendo ese síndrome de pérdida, admitieron que lo único que sabían era que el Edificio Oeste le pertenecía a los que vivíamos en el hotel y nos preocupábamos en buscarlo. Perderse allí es una forma de encontrarse, dijeron los veteranos y con ese comentario el resto sentimos al unísono que habían dejado de ser veteranos. Así se perdió entre nosotros la jerarquía. De repente todos los residentes éramos iguales.

No podríamos reproducir ahora, para ustedes, nuevos residentes, cómo encontramos el Edificio Oeste. Cada grupo encuentra su camino. Solo basta decir que un día en un momento estábamos viendo una película y al siguiente estábamos en él. Y así también, en un momento (o lo que se sintió como un momento, aunque en realidad fue mucho más tiempo), el Edificio Oeste nos expulsó. Cuando ya habíamos encontrado lo suficiente, regresamos. Pero no se confíen, el Edificio Oeste es caprichoso. Hay veces que no se abre, tal vez por semanas o meses enteros. Y creemos que solo se puede acceder a él acompañado. Usualmente se necesitan tres o más personas.

Escribimos ahora estas palabras, como una advertencia, que sepan los que vengan después de nosotros que existe un sitio donde encontrar lo perdido, que sepan que allí el tiempo pasa distinto. Que sepan que los días se desarman, pero se disfrutan. Vale la pena la búsqueda. Que sepan, sobre todo, que se puede sentir cuándo el Edificio Oeste comienza, pero no prever cuándo termina.


Un año de servicio a la habitación

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