Читать книгу Un año de servicio a la habitación - Andrea de Lourdes Chapela Saavedra - Страница 12

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Habitación 414

El arte de la metrología

Encuentras la cinta de medir entre tus calcetines, al fondo de la maleta verde, la más grande de las tres. Es la primera que abres porque es donde están tus suéteres de invierno. La cinta está amarrada con una liga rosa para que no se desenrosque. No recuerdas haberla empacado, pero seguro que tu madre la metió en el último momento, convencida de que la necesitarías y no podrías comprar una en toda España.

La desenredas. Está plastificada, de un lado es azul (pulgadas), del otro rojo (centímetros). La dejas sobre el escritorio mientras arreglas la habitación. Esto lleva casi una semana. Un día, antes de cenar, ya no tienes libros que acomodar o ropa que doblar y solo te queda aceptar que estás aquí y no allá. Solo te queda la cinta.

¿Cuál es su lugar? ¿El cajón del escritorio? ¿Entre tus cosas del baño?

No te decides. Sabes que si la guardas, nunca volverás a usarla. Y quieres usarla. Te entran ganas de medir algo, lo que sea, con tal de darle uso al último gesto sobreprotector de tu madre. Piensas en la expresión sin medida, en un amor o deseo sin límites que decide esconder pequeños recordatorios para que los encuentres al otro lado del mar.

Comienzas por el escritorio. Ciento cincuenta centímetros por catorce punto cinco centímetros. Tu sobrino de diez años cabría cómodamente acostado. Tú, en posición fetal, también podrías dormir allí. Mides después la distancia del escritorio al suelo (63 cm). Mides la silla (44 cm de altura), la lámpara (51 cm de altura), cada uno de los cajones (tres de 51 cm de largo, 6.7 cm de alto y 40.8 cm de profundidad). Ya que estás de rodillas, mides un cuadrado del suelo (30.5 cm) y piensas multiplicarlo por el número de cuadrados, pero no tienes interés en cuentas matemáticas. Sigues midiendo.

Tu cinta solo mide 150 cm por lo que necesitas dejar pequeñas marcas de plumón a tu paso. El cuadernito que te regalaron una navidad, que está sin usar y que siempre cargas cuando vas de viaje, se convierte en tu bitácora. Escribes cada objeto, el largo, el ancho: Cuarto: (150+150+67) × (150+113)

Antes de dormir te dedicas a la operación matemática. De centímetros pasas a metros.

Cuarto: [(367) × (263)] cm2 = 96521 cm2 = 9.7 m2

Te metes en la cama y apagas la luz. Con las persianas echadas, no puedes apreciar esos nueve metros cuadrados, pero con ese número le has puesto límite a todo lo que te acechaba desde las sombras. Las pesadillas, los monstruos, la nostalgia. Todo lo que podía esconderse allí se esfumó al medirlo. Te duermes enseguida, arrullada por el rumor de música clásica que viene del cuarto vecino.

En los siguientes días continúas el reconocimiento de tu cuarto medición a medición: la cama ((150 + 60.9) × 97.5), el pequeño pasillo de la puerta a la estantería ((150 + 82) × 82), el interior del clóset (120.3 × 47), la alfombra ((150 + 28) × 69.3), la lámpara de pie (110), la estantería a la entrada (114.6 × 39.8), el baño (140 × (133 + 68)), la tina (140 × 68), el espejo (79.2 × 59.5), el pasillo de la puerta al escritorio ((150 + 14.5) × 96).

Mientras llenas tu libreta página a página, piensas en las medidas de seguridad en los edificios. En ese caso medida significa conocer las rutas de evacuación. Sin embargo, los números en tu cuaderno son rutas de permanencia, de reconocimiento. Al final obtienes un número: 15 m2. El número de metros que ocupa ahora tu vida. Tendrán que ser suficientes.

Pero al día siguiente tu deseo de contabilizar te arroja al pasillo. Solo puedes efectuar la operación durante la madrugada, cuando no hay peligro de que algún vecino te descubra en cuclillas con la cinta entre las manos. Varias veces piensas en comprar otra, una más larga, pero nunca lo haces. La operación lleva varios días. Sigues porque cada ciento cincuenta centímetros medidos del pasillo se sienten como un objetivo cumplido. Cada tarde, cuando vuelves a tu cuarto del hotel de pasear por la ciudad, esperas el momento de salir a medir. Te entretienes escuchando a tu vecino. No lo has visto todavía, pero cada vez te parece más familiar el ruido del otro lado de la pared. Lo escuchas bañarse por la mañana y oír música por la noche. No quieres que te vea medir, así que prestas especial atención a sus idas y venidas, sabes que después de cenar, cuando enciende la música ya no saldrá de su habitación. Imaginas a un hombre viejo, ya en pijama, leyendo mientras escucha otra sonata para piano que no reconoces. Pero cuando vuelves después de tu escapada con la cinta, tu habitación está en silencio.

Pasillo: {[(150 × 21) + 139.5] × (150 + 60)} cm2 = 690 795 cm2 = 69.1 m2

Cuando por fin terminas, haces las cuentas en la misma libreta. Ocho habitaciones, trecientos sesenta y siete centímetros de largo cada una. Miras los dos números. No son iguales. En algún lugar perdiste trecientos cincuenta y tantos centímetros.

Esa noche te paseas por el pasillo. Cuentas el número de pasos. Mides la distancia de una puerta a otra. Multiplicas otra vez. Te convences de que tu medición clandestina no tiene errores. Más bien hay espacio entre las habitaciones. Mientras recorres el pasillo miras los números en las puertas. 418, 417. En los hoteles cada puerta está numerada, cada huésped contabilizado. 416. ¿Deberías preguntar por las medidas del pasillo? 415, la habitación de tu vecino, desde el pasillo oyes la música más queda que desde tu habitación.

Al día siguiente, mientras lees sobre la metrología, encuentras una cita de Galileo: Mide lo que sea medible y haz medible lo que no lo sea.

Piensas en cómo se sentía la oscuridad apenas llegar a ese cuarto nuevo, cuando no conocías sus límites; piensas que eso que sentías no pudo haber desaparecido y que debe estar ocupando algún espacio. Otro espacio. Piensas en la música clásica que escuchas a través de la pared. Tal vez Bach. Piensas en cómo medirías lo inmedible. Tendrías que inventar una nueva cinta, con otra unidad, que midiera el espacio entre los bordes, los bordes de los bordes, lo que se escurre entre las paredes y entre los cuartos, milímetros y milímetros que se acumulan hasta arruinar todas las mediciones. Tal vez entonces podrías medir la distancia entre dos cuartos, entre las vidas de dos huéspedes que no se conocen, pero se escuchan. El tamaño de esos intersticios a veces anchos, otras veces minúsculos.


Un año de servicio a la habitación

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