Читать книгу Neurociencia en la escuela - Andrea Goldin - Страница 8
ОглавлениеIntroducción
Las neurociencias venden. Tal vez sea porque todos tenemos un cerebro dentro y eso nos genera curiosidad, o porque alguna vez nos hemos visto engañados en nuestra buena fe por ilusiones ópticas (y de otros tipos). El problema no es que las neurociencias vendan, sino que las compremos sin cuestionar; o que por exceso de cuestionamiento no nos permitamos siquiera espiar un poquito lo que nos ofrecen. Creo que el problema, como muchas veces en la vida, son los extremos. Ni muy muy, ni tan tan. Pero no lo digo por tibia sino por cuestionadora racional serial. “Lo que me están diciendo, dadas estas circunstancias concretas, ¿sirve o no sirve?”
Las neurociencias, las ciencias que estudian el funcionamiento del sistema nervioso, la mente y el cerebro inmersos en un cuerpo y en una sociedad con sus propias culturas e idiosincrasias, son una herramienta, ni más ni menos. Una herramienta que puede utilizarse a la hora de educar (tanto a otros como a uno mismo). Una herramienta que puede ser potente y que, como toda herramienta, puede usarse para el bien o no, según quién la emplee. Así, a lo largo de este libro veremos ejemplos concretos de la utilización de las neurociencias y trataremos de entender las investigaciones que hay detrás, que algunas veces los sustentan y otras nos recuerdan que nunca hay que bajar la guardia, ya sea que el mensaje provenga de la publicidad de un yogur muy nutritivo o de una película monumental, porque estamos rodeados de neuromitos. Tal vez uno de los más extendidos en el campo educacional, aunque no se lo considera explícitamente un mito, es el de la racionalidad que tiene nuestro cerebro. La apelación a la racionalidad lleva a pensar que hablar de neurociencias en educación implica obviar las emociones y la individualidad de cada aprendedor, pero ¡nada más alejado de la realidad!
Las emociones tiñen todo (por suerte). Cada cosa que recordamos, aprendemos, pensamos o simplemente miramos (consciente o inconscientemente) depende de nuestro estado mental, de cómo nos sentimos en el momento y de cómo hemos llegado hasta ahí, de las cosas que nos sucedieron a lo largo de la vida y que forjaron nuestras diferentes capacidades (tengamos pocos días o muchas décadas). Las emociones conforman una parte inseparable de nuestra cognición. Tal vez la confusión venga de que mucha gente atribuye la racionalidad al cerebro y la emocionalidad al alma. ¡El tema es que, si existe, el alma está en el cerebro! Así como los pulmones son el órgano responsable de que podamos respirar y el corazón se ocupa de bombear sangre, el cerebro es, entre otras cosas, el órgano encargado de sentir, por donde pasan también las emociones. Eso no es ni bueno ni malo: es así, nomás. Creo que a nadie se le ocurriría pensar que podemos respirar solo con los pulmones, que no necesitamos un cuerpo alrededor y que el funcionamiento de los pulmones es independiente del cuerpo y del ámbito en el cual ese cuerpo está inmerso. Lo mismo pasa con el cerebro: interactúa con el cuerpo y con la sociedad en la que vive y se va armando y desarmando en función de esta interrelación compleja.
Al comienzo decíamos que las neurociencias venden. Pero eso no es lo peor. Lo peor es que, a veces, engañan. A veces, el hecho de ver un cerebro, leer terminología complicada o escuchar a un neurocientífico o neurocientífica hace que confiemos más en la información, que la creamos con mayor facilidad. Como sucede con cualquier principio de autoridad, bah. Es más probable que le creamos por el mero hecho de que quien habla parece serio, aparenta tener sustento y posee ciertas credenciales. En lo personal, creo que la única manera de luchar contra esto es empoderar a las personas, darles herramientas que las ayuden a utilizar su propio razonamiento crítico para evaluar, en cada caso, si lo que les muestran es plausible o un disparate.
A lo largo de estas páginas no verán muchos términos raros ni hablaremos demasiado de estructuras cerebrales, porque considero que los nombres confunden más de lo que aportan,[3] y que lo que más debe importar a un educador es entender el proceso por el cual se llega a aprender (o no). Porque es ahí, en esa instancia, donde se puede hacer el cambio. Ojo, que la idea tampoco es que haya que hacer un gran cambio. Iremos discutiendo pequeñas modificaciones que pueden incorporarse en la cotidianeidad del aula (van a encontrarlas en apartados diferenciados). Les propongo que hagan marcas y se dejen notitas para aprovechar las ideas que quieran recuperar cuando estén dando clase. A veces solo se trata de prestar atención a un aspecto en particular; otras, de hacer lo mismo que hacíamos antes pero en otro orden. La idea no es generar un problema, sino ayudar a entender el trasfondo de cómo funcionamos para que cada educador (formal o informal, de sí mismo o de otres) pueda apropiarse del contenido y moldearlo para lo que necesite. ¿Me acompañan?
[3] Pero como soy nerd y neurocientífica, y considero que esa información es también superinteresante, al final del libro van a encontrar notas explicativas, ilustraciones del cerebro y referencias a artículos relacionados para quienes tengan ganas de ahondar más.