Читать книгу Tres años después - Por un escándalo - Andrea Laurence - Страница 6

Capítulo Dos

Оглавление

–No necesito que me lleves.

Gavin sujetó la puerta abierta de su Aston Martin con el ceño fruncido. Sabine no quería sentarse con él. Ella sabía que eso implicaría hablar de algo para lo que no estaba preparada. Prefería mil veces tomar el autobús, con tal de evitarlo.

–Sube al coche, Sabine. Cuanto más tiempo discutamos, más tarde llegarás.

Ella maldijo al ver cómo se le escapaba el autobús. No iba a llegar a tiempo a su clase, a menos que Gavin la llevara. Suspirando con frustración, se subió al coche. Él cerró la puerta del copiloto y se sentó a su lado.

–Gira a la derecha en el semáforo –le indicó ella. Si se concentraba en darle instrucciones para llegar, igual tendrían menos posibilidades de hablar.

Sabine no podía evitar sentirse culpable. Nunca había pretendido engañar a Gavin. Sin embargo, cuando se había quedado embarazada, le había asaltado un fiero instinto protector. Gavin y ella eran de dos planetas diferentes. Él nunca había correspondido a su amor. Lo mismo sucedería con su hijo. Había temido que Jared fuera para su padre una adquisición más del Imperio Brooks. Y Jared se merecía algo mejor.

Por eso, había hecho lo que había creído necesario para proteger a su hijo y no pensaba disculparse por ello.

–La segunda a la derecha.

Mientras Gavin permanecía en silencio, Sabine se estaba poniendo cada vez más nerviosa. Era evidente que estaba muy tenso, cada músculo de su cuerpo parecía contraído. Tenía la mandíbula apretada, y no apartaba los ojos de la carretera.

Lo cierto era que Gavin tenía mucha habilidad para ocultar sus sentimientos. Siempre lo había hecho cuando salían juntos. La noche que ella le había dicho que lo suyo había terminado, él no había demostrado ninguna reacción. Ni rabia, ni tristeza. Solo había aceptado su adiós con resignación y se había olvidado de todo. Era obvio que ella nunca le había importado.

Cuando llegaron al centro donde Sabine impartía los talleres de yoga, él aparcó y detuvo el motor. Se miró el Rolex.

–Llegas pronto.

Era verdad. Todavía le quedaban quince minutos antes de poder entrar. Sería absurdo salir del coche y quedarse de pie delante de la puerta, esperando que el local se quedara libre para la siguiente clase. Así que lo único que podía hacer era quedarse allí sentada, con Gavin. Perfecto.

–Dime, ¿tan malo he sido contigo? –preguntó él al fin, tras un largo silencio–. ¿Tan mal te he tratado? –añadió en voz baja, sin mirarla.

–Claro que no.

Gavin volvió la mirada hacia ella.

–¿Te dije o hice algo mientras estuvimos juntos para que pensaras que iba a ser un mal padre?

¿Mal padre? No, pensó Sabine. Quizá, un padre distante, sí.

–No, Gavin…

–Entonces, ¿por qué? ¿Por qué me has ocultado algo tan importante? ¿Por qué me has impedido compartir la crianza de Jared? Ahora es pequeño pero, antes o después, se daría cuenta de que no tiene un padre como los demás niños. ¿Y si él pensara que yo no lo quiero? Cielos, Sabine. Aunque no lo hubiéramos planeado, sigue siendo mi hijo.

Al escucharlo hablar así, todas las excusas que ella había preparado le resultaron ridículas. ¿Cómo iba a explicarle que no había querido que Jared creciera siendo un malcriado, rico, pero sin amor? ¿Cómo podía decirle que había querido tenerlo en casa con ella y no en un internado? ¿Cómo reconocer que no había querido que su hijo se convirtiera en un hombre egoísta y sin sentimientos como su padre? Eran solo excusas, admitió para sus adentros, fruto de un miedo irracional.

–Temía que, si te lo decía, lo perdería.

–¿Creíste que iba a quitártelo? –preguntó él con la mandíbula tensa.

–¿Acaso no lo harías? –replicó ella con tono desafiante–. ¿No habrías llegado a reclamarlo en la sala de partos? ¿No crees que tu elegante familia y tus poderosos amigos se habrían horrorizado de saber qué clase de persona iba a criar al heredero del Imperio Brooks? Enseguida, me habrían catalogado como inadecuada y habrías conseguido que algún juez te diera la custodia.

–Yo nunca habría hecho eso.

–Estoy segura de que solo habrías hecho lo que hubieras pensado mejor para tu hijo. ¿Pero cómo iba a saber yo lo que eso habría implicado? ¿Y si hubieras decidido que Jared estaba mejor contigo y que yo era una complicación? No tengo tanto dinero ni tantos contactos como tú para combatir en los tribunales. No podía correr ese riesgo –admitió ella con lágrimas en los ojos–. Temía que entregaras a mi hijo a rancias niñeras, que compraras su cariño con lujosos regalos, porque tú no tienes tiempo para dedicarle. Temía que lo enviaras a algún excelente internado en el extranjero, con la excusa de que era lo mejor para él, solo para que no te molestara. El embarazo de Jared no fue planeado. No es el fruto de un matrimonio dorado y ratificado por tu gente. No estaba segura de que pudieras amarlo de verdad.

Gavin se quedó callado un momento. No parecía enfadado, solo agotado, emocionalmente derrotado. Tenía el mismo aspecto que Jared cuando se pasaba todo un día sin dormir la siesta.

Sabine tuvo ganas de acariciarle la frente para borrar esa expresión de cansancio. Recordaba a la perfección el olor de su piel… a una embriagadora mezcla de jabón, cuero y hombre. Pero no podía hacer eso. La atracción que sentía por Gavin no había sido más que un inconveniente desde el principio. Y, por desgracia, los años no habían mermado su deseo en absoluto.

–No entiendo por qué piensas eso –dijo él tras un largo silencio.

–Porque es lo que te pasó a ti, Gavin –contestó ella con voz suave–. Y es la única manera que conoces de criar a un niño. Las niñeras y los internados son lo normal para ti. Tú mismo me contaste que tus padres nunca tenían tiempo para ti ni para tus hermanos. ¿Recuerdas cuando me contaste lo triste y solo que te sentiste cuando te mandaron al internado? ¿Quieres eso mismo para tu hijo? Yo no estaba dispuesta a entregártelo para que le dieras la misma infancia vacía que tú has tenido. No quería que lo criaran solo para ser el próximo dueño de Envíos Brooks Express.

–¿Y qué tiene eso de malo? –preguntó Gavin, furioso–. Hay cosas peores que crecer rodeado de dinero y convertirte en cabeza de una de las compañías más grandes del mundo, fundada por tu abuelo. A mí me parece peor crecer en la pobreza, en un pequeño apartamento, con ropas de segunda mano.

–¡Sus ropas no son de segunda mano! –se defendió ella, indignada–. No son de firma, pero tampoco son harapos. Sé lo que pensáis de nosotros, vosotros los poderosos. Pero aquí estamos bien. Es un vecindario tranquilo y hay un parque donde Jared puede jugar. Tiene comida y juguetes y, lo que es más importante, tiene todo el amor, la estabilidad y la atención que yo puedo darle.

Sabine no pudo evitar ponerse a la defensiva. No pensaba dejar que nadie le dijera que no estaba criando bien a su hijo.

–No tengo dudas de que estás haciendo un gran trabajo con Jared. ¿Pero por qué hacerlo tan difícil? Podrías tener una casa bonita en Manhattan. Podrías enviarlo a una de las mejores escuelas privadas de la ciudad. Podrías tener un buen coche y alguien que te ayudara a limpiar y cocinar. Yo me habría asegurado de que los dos tuvierais todo lo necesario… sin quitarte a Jared. No había razón para renunciar a una vida más cómoda.

–No he renunciado a nada –insistió ella. Sabía que todas aquellas comodidades de las que Gavin hablaba tenían un precio–. Nunca he tenido esas cosas, para empezar.

–¿Seguro que no has renunciado a nada? –replicó él, y la miró a los ojos–. ¿Qué me dices de la pintura? Durante estos años, no he visto ninguna exposición tuya. Tampoco he visto lienzos ni tu maletín de pinturas en el apartamento. Supongo que tu estudio ahora está ocupado por las cosas de Jared. ¿Dónde está todo tu material de pintura?

Sabine tragó saliva. En eso, Gavin tenía razón. Ella se había mudado a Nueva York para convertirse en pintora. Le apasionaba su trabajo y había empezado a tener éxito. Una galería hizo una exposición de sus cuadros y vendió algunos de ellos. Sin embargo, lo que podía sacar con eso no era suficiente para criar a un hijo. Por eso, sus prioridades habían cambiado. Los niños requerían tiempo, energía y dinero. Echaba de menos la creatividad en su vida, pero no lo lamentaba.

–Están en el armario –admitió ella con el ceño fruncido.

–¿Y cuándo fue la última vez que pintaste?

–El sábado –se apresuró a responder.

Gavin afiló la mirada con desconfianza.

–De acuerdo, estuve pintando con las manos con Jared –confesó ella, y bajó la vista–. Pero nos lo pasamos genial haciéndolo. Jared es lo más importante en el mundo para mí. Más importante que pintar.

–No deberías renunciar a una cosa que amas por otra.

–La vida es una cuestión de compromisos, Gavin. Tú también sabes lo que significa dejar de lado lo que amas para dar prioridad a tus obligaciones.

Él se puso rígido. Al parecer, los dos eran culpables de renunciar a sus sueños, aunque por diferentes razones. Sabine tenía un hijo al que criar. Gavin sobrellevaba el peso de las expectativas de su familia y tenía un imperio que dirigir. La presión de sus obligaciones se había interpuesto entre ellos cuando salían juntos.

Al ver que Gavin no decía nada, Sabine lo miró. Él tenía la vista puesta en la ventana, sus pensamientos estaban muy lejos de allí.

No tenía sentido estar en el mismo coche que él después de tanto tiempo, se dijo ella. Podía sentir la atracción que seguía latiendo entre ambos. Cuando había decidido dejarlo hacía años, le había resultado muy difícil. Solo habían salido juntos un mes y medio, pero cada minuto había sido especial y apasionado. Habían disfrutado juntos del sexo, sí, y habían hecho el amor bajo las estrellas, pero no había sido solo eso. Habían compartido comidas exóticas, debates políticos, visitas a museos, y habían hablado durante horas.

La chispa que había habido entre ellos casi había sido suficiente para hacerle olvidar a Sabine que ambos habían querido cosas diferentes de la vida. Y, aunque él se había mostrado encandilado por esas diferencias, ella había sabido que no duraría mucho. Había sido solo cuestión de tiempo que Gavin le hubiera pedido que cambiara. Y eso era algo que ella no estaba dispuesta a hacer. No se amoldaría para darle gusto a nadie. Había dejado su pequeño pueblo en Nebraska para irse a Nueva York y ser ella misma. No estaba dispuesta a ser una más de las mujeres de los Brooks.

Cuando Sabine había conocido a su familia, se había asustado hasta el tuétano. Se habían encontrado con los padres de él en un restaurante, pocos días después de que hubieran empezado a salir juntos. Su madre era poco más que un lujoso accesorio del brazo de su padre.

Por mucho que amara a Gavin, no quería terminar como ella. Y lo había amado. Pero se amaba más a sí misma. Y amaba más a Jared.

Sin embargo, estar a tan corta distancia de él le hizo sentir vulnerable. Llevaba demasiado tiempo desatendiendo sus necesidades sexuales.

–¿Qué hacemos ahora? –preguntó ella.

Como si le hubiera leído el pensamiento, Gavin le tomó la mano. Su calidez la envolvió, haciendo que un delicioso escalofrío la recorriera. Solo con ese pequeño contacto, era capaz de derretirla… ¿Qué podría hacer con ella si se atreviera a besarla?

Al instante, Sabine se reprendió a sí misma por siquiera imaginar esa posibilidad. Ella lo había abandonado en el pasado por una buena razón. Necesitaba mantener las distancias. El único motivo por el que había ido a buscarla era Jared. Nada más.

Pero, cuando él le acarició la mano con el pulgar, ella recordó todo lo que se había negado a sí misma desde que había sido madre…

–Nos casaremos –contestó él con tono serio.

Gavin nunca le había pedido a ninguna mujer que se casara con él. Bueno, en realidad, tampoco se lo acababa de pedir a Sabine. Había sido, más bien, una afirmación. De todos modos, ni en sus sueños más bizarros habría podido anticipar una respuesta así.

Sabine se rio en su cara. Fueron carcajadas sinceras, salidas del corazón. Sin duda, ella no tenía ni idea de lo mucho que le costaba pedirle a nadie que fuera su esposa, sobre todo, a una mujer que ya lo había abandonado una vez.

–¡Hablo en serio! –exclamó él, pero solo logró hacerla reír con más fuerza. Armándose de paciencia, se recostó en su asiento y esperó a que se le parara–. Cásate conmigo, Sabine.

–No.

Aquella firme y decidida negativa fue peor que su risa.

–¿Por qué no? –quiso saber él, ofendido. Era un gran partido. Cualquier mujer debería estar agradecida por una proposición así.

Sabine sonrió y le dio una palmadita tranquilizadora en la mano.

–Porque tú no quieres casarte conmigo, Gavin. Quieres hacer lo correcto y darle un hogar estable a tu hijo. Un sentimiento muy noble, de verdad. Te lo agradezco, pero no voy a casarme con alguien que no me ama.

–Tenemos un hijo.

–Esa no es razón suficiente para mí.

–¿No es razón suficiente convertir a Jared en hijo legítimo? –preguntó él, sin dar crédito.

–No estamos hablando de la sucesión al trono de Inglaterra. Y hoy en día, no pasa nada por ser hijo de madre soltera. Si quieres formar parte de su vida, eso es suficiente para mí. Lo único que quiero de ti es que le dediques tiempo de calidad.

–¿Tiempo de calidad? –repitió él, frunciendo el ceño. Casarse le parecía una manera más fácil de hacer las cosas.

–Sí. Si estás dispuesto a casarte con la madre de tu hijo a pesar de que no la amas, deberías estar dispuesto a dedicarle tiempo a Jared. No voy a presentarle a su padre para que sigas trabajando hasta medianoche y lo ignores. Jared está mejor sin padre que con uno que no quiere esforzarse por él. No puedes perderte sus cumpleaños, ni sus partidos. Tienes que presentarte siempre que hayas quedado con él. Si no puedes ser su padre al cien por cien, es mejor que no te molestes.

Sus palabras le resultaron a Gavin demasiado duras. Él no consideraba a sus progenitores malos padres, sino personas ocupadas. Aunque sabía lo que se sentía al ser el último en su lista de prioridades. Miles de veces se había sentado a esperar a sus padres frente a la entrada de casa, en vano. Y otras tantas los había buscado entre la multitud en sus partidos de fútbol, rezando por que hubieran ido a verlo, sin éxito.

Siempre se había dicho que no repetiría con sus hijos los mismos esquemas. Sin embargo, a pesar de que había visto a Jared y estaba decidido a reclamar un lugar en su vida, no tenía mucha idea de qué iba a hacer con él.

Sabine tenía razón. Era un completo ignorante en ese terreno. Por reflejo, lo primero que haría sería entregárselo a alguien que supiera cuidar niños y continuar centrándose en su negocio.

Justo lo que Sabine temía.

Era lógico, por otra parte. Gavin se había pasado la mayor parte de su relación debatiéndose entre el trabajo y ella. Nunca había logrado encontrar un equilibrio. Con un niño, sería todavía más difícil. En parte, esa era la razón por la que nunca había pensado en formar una familia. Su prioridad era el trabajo y no podía negarlo.

No obstante, ya no podía elegir. Tenía un hijo, quisiera o no. Y tendría que encontrar la manera de dirigir su imperio sin defraudarlo. No estaba seguro de cómo, pero lo conseguiría.

–Si os dedico tiempo de calidad, ¿me dejarás ayudarte?

–¿Ayudarme con qué?

–Con todo, Sabine. Si no te quieres casar conmigo, al menos, deja que te compre un piso bonito en la ciudad. En la zona que más te guste. Deja que pague la educación de Jared. Podemos inscribirle en la mejor escuela. Puedo contratar a alguien para que te ayude con la casa, alguien que limpie y cocine y recoja a Jared del colegio, si tú quieres seguir trabajando.

–¿Y por qué ibas a hacer eso? Lo que estás sugiriendo te costaría mucho dinero.

–Quizá, pero merece la pena. Es una inversión en mi hijo. Hacer tu vida más fácil, te hará más feliz. Estarás más tranquila para cuidar a nuestro hijo. Él podrá pasar más tiempo jugando y aprendiendo que sentado en el metro. Además, si vivís en Manhattan, será más fácil para mí verlo a menudo.

Gavin adivinó que las defensas de Sabine comenzaban a tambalearse. Era una mujer orgullosa y no estaba dispuesta a admitir que era difícil criar a un hijo sola. Los niños necesitaban tiempo, dinero y esfuerzo. Ella ya había renunciado a la pintura. Sin embargo, sabía que convencerla no sería fácil.

Él conocía a Sabine mejor de lo que ella creía. No era la clase de chica ansiosa por cazar a un hombre rico y ascender en la escala social. Por eso, no le cabía ninguna duda de que Jared había sido un accidente. Y, a juzgar por la cara que ella había puesto al verlo en su casa, ella habría preferido que su padre hubiera sido cualquiera menos él.

–Poco a poco, por favor –pidió ella. Su expresión estaba impregnada de tristeza.

–¿Qué quieres decir?

–En menos de dos horas, te has encontrado con que tienes un hijo y casi una prometida. Es un gran cambio para ti, igual que para nosotros. Es mejor no apresurarse –opinó ella con un suspiro–. Hagamos las pruebas de ADN, para que no quepa ninguna duda. Luego, podemos hablarle a Jared de tu existencia y contárselo a nuestras familias. Después, es posible que nos mudemos para estar más cerca de ti. Pero son decisiones que deben tomarse con calma, no en cuestión de minutos –propuso, y se miró el reloj–. Tengo que entrar.

–De acuerdo –repuso él, salió del coche y dio la vuelta para abrirle la puerta.

–Mañana tengo el día libre. Puedes pedir cita para hacer la prueba de paternidad, llámame o mándame un mensaje y nos veremos allí. Mi número es el mismo. ¿Todavía lo tienes?

Claro que lo tenía. Gavin había estado a punto de llamarla cientos de veces después de su ruptura. Pero era demasiado orgulloso para hacerlo. Además, no había tenido sentido intentar convencerla de que hubiera vuelto, cuando ella no había querido estar con él.

En ese momento, sin embargo, se arrepintió de no haber intentado arreglar las cosas. Podía haber buscado más tiempo para ella. Así, tal vez, habría estado allí para escuchar el primer llanto de su bebé. Y, quizá, la madre de su hijo no se habría reído en su cara ante su proposición de matrimonio.

–Sí.

Sabine asintió y, despacio, comenzó a caminar hacia la entrada del centro de yoga.

–Nos vemos mañana –dijo ella, girándose desde la puerta.

–Hasta mañana –se despidió él.

Gavin percibió una tristeza en su expresión que no le gustó nada. Siempre había sido una mujer vibrante y llena de entusiasmo. Cuando lo había conocido, le había hecho abrir los ojos y descubrir que la vida era mucho más excitante que sus aburridos negocios. Desde que se habían separado, no había dejado de echarla de menos.

En el presente, lo lamentaba más que nunca. No solo por su hijo, sino porque Sabine parecía una sombra de la mujer que había conocido.

–Lo siento, Gavin –murmuró ella, antes de darse media vuelta y entrar en el centro donde daba sus clases.

Ella lo sentía. Y él, también.

Tres años después - Por un escándalo

Подняться наверх