Читать книгу Dimensiones humanas en acción : Ser para saber obrar - Andrés González Duperly - Страница 9
ОглавлениеAsí como en los últimos años se han puesto de moda ciertos productos light –el tabaco, algunas bebidas o ciertos alimentos–, también se ha ido gestando un tipo de hombre que podría ser calificado como hombre light.
¿Cuál es su perfil psicológico? ¿Cómo podría quedar definido? Se trata de un hombre relativamente bien informado, pero con escasa educación humana, muy entregado al pragmatismo, por una parte, y a bastantes tópicos, por otra. Todo le interesa, pero a nivel superficial; no es capaz de hacer la síntesis de aquello que percibe, y, en consecuencia, se ha ido convirtiendo en un sujeto trivial, ligero, frívolo, que lo acepta todo, pero que carece de unos criterios sólidos en su conducta. Todo se torna en él, etéreo, leve, volátil, banal, permisivo. Ha visto tantos cambios, tan rápidos y en un tiempo tan corto, que empieza a no saber a qué atenerse o, lo que es lo mismo, hace suyas las afirmaciones como «Todo vale», «Qué más da» o «Las cosas han cambiado». Y así, nos encontramos con un buen profesional en su tema, que conoce bien la tarea que tiene entre manos, pero que fuera de ese contexto va a la deriva, sin ideas claras, atrapado –como está– en un mundo lleno de información, que le distrae, pero que poco a poco le convierte en un hombre superficial, indiferente, permisivo, en el que anida un gran vacío moral (Rojas, 2000, p. 6).
La cultura debe cultivar al hombre y a cada hombre en toda la extensión de un humanismo integral y pleno, en el cual todo hombre y todos los hombres sean promovidos a la plenitud de cada dimensión humana. La cultura tiene el propósito esencial de promover el ser del hombre y de proporcionarle los bienes necesarios para el desenvolvimiento de su ser individual y social (discurso de Juan Pablo II en el Encuentro con Eminentes Personalidades de la Cultura. Río de Janeiro, 1º de julio de 1980).
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El primer pasaje que elegí para introducir esta breve presentación es un fragmento del libro El hombre light, de Enrique Rojas, que es, como escribe su autor en las páginas introductorias, “un libro de denuncia contra sociedades intoxicadas por la tetralogía nihilista, a saber: hedonismo-consumismo-permisividad-relatividad” (p. 6). Lo escogí como epígrafe preliminar porque resume muchas de las características de las sociedades contemporáneas que numerosas investigaciones y notables intelectuales han estudiado, vertebrado de epistemología y conceptualizado con diferentes nombres: sociedades masa, sociedades líquidas, sociedades cansadas, sociedades del espectáculo, sociedades hiperconsumidoras, sociedades nihilistas, sociedades materialistas, sociedades, en fin, light y, precisamente por eso, y por muchas otras causas, extraviadas (¿desnaturalizadas?).
Los tantos descarríos que acechan al hombre light devienen en muchas consecuencias para el desarrollo humano, tales como la fácil colonización de cualquier ideología, las adicciones a las recompensas neurofisiológicas ilegítimas (sustancias psicoactivas), los múltiples y crecientes trastornos psicológicos, el infantilismo emocional, la apatía cívica, la ausencia de pensamiento crítico, la pornografía infantil, las enfermedades de transmisión sexual, los salpicones religiosos, los deterioros cognitivos, el desasosiego vital y, al final, y en muchos casos, el suicidio.
Contra todo este panorama sombrío existe un remedio: la educación. Pero no cualquier tipo de educación. No una educación que se amista con la lógica del beneficio y del mercado y que, en consecuencia, promueve los recortes presupuestales para las artes y para las humanidades. Tampoco educaciones meramente técnicas y tecnológicas, para las que la cultura humanística es un ornato de segunda categoría. No. Ese tipo de arquetipos educativos sumen al hombre en la orfandad de cultura; lo sumen, en conclusión, en tejidos humanos fútiles. De ahí que José Ortega y Gasset, el erudito y filósofo español que alcanzó las cimas de la Edad de Plata y sus postrimerías acusara a las sociedades de la falta de conciencia sobre la incultura y sus desvaríos. Por eso criticó, con maestría, la ignorancia de lo general que padece el sabio de lo especial (Ortega y Gasset, Misión de la universidad).
El remedio es la educación humanística, en tanto que cultiva la humanidad de los hombres y, por eso, les concede herramientas a las comunidades para que se formen integralmente. De hecho, fue Santo Tomás Moro, según el English Dictionary, el primero en utilizar por escrito la palabra “integrity”, en 1533. Y fue Santo Tomás Moro, además de santo, un enamorado de la cultura humanística, tal y como lo certifican sus cartas, por ejemplo, a Maarten van Dorp, en 1515, a la Universidad de Oxford, en 1518, y a German de Brie, en 1520. Lo “integral”, entonces, fue un mensaje no solamente teórico en Santo Tomás Moro, sino un testimonio vital. Y lo integral, todavía hoy, hace parte del centro de las discusiones acerca de los propósitos de la educación y de la cultura. Se trata, en últimas, tal y como lo escribió Séneca en su texto Sobre la ira, de cultivar nuestra humanidad, mientras vivamos y estemos entre los seres humanos.
El libro de Andrés González Duperly acentúa, justamente, lo integral. Lo renueva, igual que el follaje renueva la primavera. Y lo renueva en sus formas y en sus fondos, esto es, en sus articulaciones ontológicas, epistemológicas y gnoseológicas en su didáctica expositiva y, finalmente, en su transdisciplinariedad metodológica. Al principio de esta brevísima presentación anoté la tragedia del hombre light; hombre, en suma, que olvidó la máxima socrática de conócete a ti mismo. Pues bien, el texto de Andrés González Duperly nos rememora, desde su título, la causalidad necesaria entre el cultivo del ser un individuo interior y la acción humana o, más exactamente, la necesidad de aprender a ser, para saber obrar.
Camilo Noguera Pardo1
Bogotá, diciembre, 2019