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INTRODUCCIÓN

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Escribir es un acto de fe, no un ejercicio gramatical”.

E. B. WHITE

PARA QUIEN NO TIENE LA HABILIDAD, escribir puede ser doloroso y frustrante; quien aprende a hacerlo lo hallará estimulante y divertido.

La escritura ha dado lugar a mil clichés: que es un don divino, que no hay modo de enseñarla, que el escritor nace y no se hace. Pues bien, debemos darle al lector que empieza a acompañarnos en estas páginas una noticia buena y una mala. La mala es que las probabilidades de que llegue a escribir con la potencia y la calidad que se requieren para volverse famoso, sin hablar de ganarse el Premio Nobel de Literatura, son estadísticamente muy bajas, como lo son para que un joven aficionado al fútbol llegue a integrar la selección nacional de su país. El futuro autor de mérito y el futuro crack del balón necesitarán todo el talento que recibieron en la cuna, toda la dedicación que les aporte una recia personalidad y todas las enseñanzas y consejos que vayan acumulando a lo largo de los años, y aun así corren el riesgo de quedarse cortos.

La buena noticia es que sin alcanzar la cumbre se puede vivir a plenitud, ir a muchas partes y pasarla bien. Aparte de que hay dignidad en el intento de escalar una montaña sin coronarla, aprender a escribir es en extremo útil para una gran cantidad de empeños en la vida. Está demostrado, además, que la escritura es enseñable, pese a que no todo el mundo aprende igual ni tiene las mismas necesidades. De hecho, hubo un tiempo en que el futuro Premio Nobel de Literatura no sabía redactar y otro en que el futuro goleador de la Copa Mundial no había pateado el primer balón. También es seguro que alguien los inició a ambos en los rudimentos de la actividad que después los llenaría de gloria. Los tiempos de Tarzán, el autodidacta absoluto de la ficción de Edgar Rice Burroughs, pasaron hace mucho.

Existen dos prerrequisitos a la hora de sentarse a escribir: hay que apreciar la lectura adquiriendo en ella habilidades por lo menos medianas y hay que tener ganas. El resto corre por cuenta de un modelo pedagógico adecuado y de un buen manual de acompañamiento, como ojalá lo sea este.

A veces es preciso aclarar desde el principio lo que uno no quiere hacer, para evitar engaños. La idea de este libro no es ayudarle a usted a convertirse en un escritor frío y correcto. Escribir bien y escribir “correctamente” son dos cosas distintas. Si lo que desea es esquivar los errores que los ubicuos cazadores de gazapos persiguen con fruición cruel, este libro tal vez podrá aportarle detalles y guiarlo en cuestiones mecánicas, aunque habrá fracasado en su propósito básico: abrirle las puertas a una relación afectuosa, incluso sentimental, con la escritura. Cuando alguien escribe, el lado racional de la mente participa y tiene que participar, pero si el corazón no se involucra, la comunicación obtenida será limitada.

Cabe anticipar otra buena noticia: así como no es necesario volverse un mecánico experto para manejar un automóvil, tampoco es necesario ser un gramático erudito para escribir bien. Con rudimentos sólidos, oído y buenos hábitos bastará. De hecho, enmarcar el aprendizaje de la escritura en un esquema punitivo de reglas gramaticales y sintácticas inviolables es mala idea y puede conducir al mutismo. Nadie quiere tener un sirirí revoloteándole encima todo el tiempo. Las reglas, que son necesarias hasta cierto punto, deben irse domesticando en forma desenfadada. Solo dos premisas son de rigor: tener algo que decir y decirlo con gracia y elocuencia. Aunque nosotros mencionaremos aquí lo primero, haremos énfasis en lo segundo.

La escritura tiende a variar con la personalidad y la ocupación de quien escribe. Según eso, son numerosos los tipos de escritura a los que usted podrá aficionarse con el tiempo. Ninguno está prohibido en los códigos. Aquí, sin embargo, abogaremos por la escritura general, útil como base para las demás, y por el idioma llano, lo que no significa insípido.

Este libro no aspira a cubrir la totalidad del tema. Claro que no. Para ello habría que sumarle varios volúmenes y aun así quedaría muchísimo por fuera. Sucede que la enseñanza de escritura creativa ha corrido con fortuna en los últimos tiempos, sobre todo en el mundo anglosajón, hasta el punto de que hoy es posible obtener un PhD en la materia. Allá usted si quiere acumular títulos o incurrir en excesos académicos; lo nuestro es identificar los obstáculos comunes que impiden que personas de otro modo agudas se expresen de forma ingeniosa e interesante. Eso por el lado negativo. Por el lado positivo, esbozaremos una serie de buenos hábitos, sacados de la larga experiencia acumulada. Removidos los principales obstáculos y establecido un régimen de buenos hábitos, usted estará listo para progresar por su cuenta, o sea, para decirnos adiós.

La mayor parte del contenido de este manual dista mucho de ser original. Para no ir tan lejos, su estructura y parte de su filosofía están basadas en The Elements of Style, un libro celebérrimo también conocido como Strunk & White, que durante generaciones ha enseñado a escribir a medio mundo en Estados Unidos. Así, cuando un pensamiento particular sea extraído de alguna fuente porque vimos que no lo podíamos decir mejor, lo entrecomillamos. Al mismo tiempo, es tal la profusión de reglas y contrarreglas que, si busca, usted encontrará y es tal el cúmulo de contradicciones que afectan a la escritura nada más en español, que nuestro aporte consistirá en organizar el material con un énfasis y un enfoque relativamente heterodoxos.

Tampoco tiene sentido exaltar la escritura más allá de sus propios límites. Pepe Sierra era un campesino antioqueño que llegó a Bogotá a comienzos del siglo XX y se hizo muy rico. Cuentan que algún día don Pepe estaba redactando un documento, quizá la escritura de una de sus muchísimas propiedades, y se lo pasó al secretario, un clásico señorito bogotano, tan al tanto de las leyes de la gramática como estrecho de peculio. En el documento don Pepe se refería a una acienda, error ortográfico que le fue señalado por el secretario. El latifundista alzó la mirada fastidiado y contestó: “Mire, joven, yo tengo veinte aciendas sin hache, ¿cuántas con hache tiene usted?”. Según quien cuente la anécdota, varían el interlocutor y el número de aciendas de don Pepe, pero no el mensaje de fondo.

Suponemos que si usted tiene este manual entre las manos es porque lo necesita o le resulta útil. Pues bien, lo dejará de necesitar (aparte de abrirlo de tarde en tarde para hacer tal cual consulta puntual) cuando sea capaz de violar la mayoría de las reglas que aquí proponemos, no solo sin que se note sino con provecho. Antes, sin embargo, le conviene dominarlas para aspirar a jugar con ellas luego. Un principio paradójico del conocimiento es que las excepciones suelen ser más interesantes que las reglas, aunque dependen de ellas para funcionar. El autor inexperto incurre en casi todas las excepciones sin saberlo; el experto escogerá las que le atraigan. Así, estimado lector, quizá le aportemos algo en su camino para vivir también en la excepción.

Andrés Hoyos Restrepo, Bogotá, 2015

Manual de escritura

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