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LA CORRECCIÓN POLÍTICA

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Este manual tampoco propicia la corrección política, un fenómeno que se encuentra en las antípodas de la hipercorrección, pues quiere acelerar el cambio lingüístico, en vez de frenarlo.

Un idioma es el precipitado de su larga historia y dista mucho de ser un producto inocente o neutro. Por el contrario, contiene tanto la sabiduría y la poesía, como los prejuicios y la estupidez que sus hablantes le han ido inyectando con el tiempo. La renovación de los idiomas es lenta, así a veces uno se sorprenda con giros que ayer nada más no oía. Un idioma, en síntesis, muestra en la epidermis una larga colección de heridas a medio cicatrizar.

Pues bien, 5.000 años de predominio masculino en el poder político y familiar de los pueblos que fueron forjando lo que después sería el español se reflejan en la forma de hablar contemporánea de una manera que para la corrección política es sexista y discriminatoria. Una frase muy popular quizá ilustre estos prejuicios. Cuando uno se ve enfrentado a una alternativa poco apetitosa, se dice que le tocó bailar con la más fea, obvia evocación de un escenario machista. El habla discrimina también a las minorías, porque al menos en los países latinos de Occidente no mandaron los hombres machistas per se, sino los hombres machistas, blancos, cristianos y a veces enemigos de la democracia y de los defectos físicos.

El Diccionario del uso del español de María Moliner define cafre y apache de la siguiente manera:

cafre

1. adj. y n. Se aplica a los habitantes de una región del sudeste de África, de color cobrizo.

2. Bárbaro y brutal en el más alto grado. 5. Salvaje.

apache

1. adj. y n. Se aplica a ciertos indios que habitaban en Nuevo México, Arizona y norte de México, y a sus cosas.

2. m. Nombre aplicado a los ladrones y gentes de mal vivir de los bajos fondos de París, que cometían particularmente agresiones nocturnas.

Poco le importaba al hablante de hace cuarenta años que al equiparar a un apache con un bandido estuviera agregando sal a las heridas del aguerrido pueblo aborigen comandado por el legendario Jerónimo hasta que la conquista del Oeste lo diezmó.

El sustantivo negro aplicado a una persona era descriptivo hasta hace poco en español y no tenía el sentido peyorativo que tiene, por ejemplo, en inglés. Designaba apenas al individuo con ese color de piel. En cambio, negro como adjetivo sí tiene los matices denigrantes derivados de la noción ancestral que asocia lo oscuro, lo turbio y lo tenebroso con lo malo, mientras que blanco, brillante, transparente y claro son matices de bondad. Al comercio ilegal se le dice mercado negro, una persona mala es la oveja negra de la familia, la magia maligna es la magia negra, una lista de proscritos es una lista negra, una merienda de negros era otra forma de decir caos, la raíz etimológica de denigrar significa “manchar de negro” y trabajar como un negro es trabajar muy duro.

Veamos la definición que da doña María Moliner de género gramatical:

Accidente gramatical por el que los nombres, adjetivos, artículos y pronombres pueden ser masculinos, femeninos o (solo los artículos y pronombres) neutros.

Ahí la palabra clave es accidente, es decir, algo que no representa la esencia o la naturaleza de las cosas.

Por eso, por accidente, no existe la correspondencia entre el género y el sexo en muchas palabras. Arriba mencionábamos el sustantivo familia, femenino, pese a que en Occidente ha predominado la familia patriarcal. Hermafrodita es un sustantivo masculino, que termina en a y se refiere a una criatura de doble sexo. En español se dice la leche (aunque su más famoso derivado se llama el queso), pero en francés, un idioma de morfología parecida al español, se dice le lait, sustantivo masculino, sin que el género de la palabra tenga relación alguna con el origen glandular del líquido. Y vaya que es divertido saber que la poesía romántica en español se montó sobre el hecho de que Luna es un sustantivo femenino, mientras que en alemán Mond es masculino. La de dolores de cabeza que deben haber padecido los traductores al alemán para lograr una versión de la frase “señora Luna”.

El sexo tampoco tiene nada que ver con el nombre que se les da a muchas especies de animales. Así, la culebra, la pantera, la lechuza, la abeja, la paloma, la golondrina, la jirafa, la ballena, la mosca, la rana, la araña, la rata, son sustantivos femeninos, pero hay también el pingüino, el buitre, el leopardo, el rinoceronte, el hipopótamo, el elefante, el murciélago, sustantivos masculinos. Si la idea es diferenciar al animal individual por el sexo, será necesario agregar macho o hembra, según sea el caso: “la pantera macho” o “el leopardo hembra”. Solo es común usar palabras distintas para los dos sexos en los animales domésticos, dada la familiaridad que tenemos con ellos: el perro/la perra, el caballo/la yegua, el toro/la vaca, el loro/la lora, el carnero/la oveja. En los animales salvajes la correspondencia entre el género y el sexo es más rara: el león/la leona, el tigre/la tigresa y quizás uno oirá decir por ahí la elefanta.

Para la corrección política los inconvenientes citados arriba se solucionan jubilando las palabras contenciosas. Según este ideario, no conviene usar el sustantivo ni el adjetivo negro para referirse a una persona. Proponen que digamos afroamericano o afro, sin importar que la persona en cuestión tenga, aparte de la piel negra o apenas morena, ancestros en los cinco continentes, no solo en África. La corrección política asimismo nos sugiere evitar palabras de sólida raigambre española, como enano, tullido, lisiado, ciego, sordo, tartamudo o gordo. Usted, de usarlas, lo hará por su cuenta y riesgo. La corrección política prefiere que se hable de corto de estatura, discapacitado, invidente, no oyente, disléxico o subido de peso, cuando no propone frases hilarantes como verticalmente retado para decir enano o disminuido en sus capacidades motrices para decir lisiado. Los eufemismos no se inventaron ayer –la frase corto de entendederas tiene más de un siglo–; lo que sí es reciente es la obligatoriedad de su uso.

En cuanto al sexismo del idioma, nuestras cruzadas de último hervor proponen tres soluciones. Una es la generalización de los sustantivos femeninos donde antes no se usaban. Ahora hay presidentas, juezas, fiscalas, concejalas, parientas y un larguísimo etcétera. Estos usos son razonables, aunque en algunos casos el hablante incurra en cacofonías, como miembra, pilota, cancillera, individua, lideresa o pacienta. Hay debate sobre la pertinencia de seguir usando algún viejo sustantivo de aire cursi que cambiaba según se tratara de un hombre o una mujer: ser poetisa sigue siendo menos atractivo que ser poeta, y ser sacerdotisa, menos serio que ser sacerdote. Sin embargo, nadie diría reya por decir reina, ni príncipa por decir princesa, ni abada por decir abadesa. La segunda idea para contrarrestar el sexismo es mencionar ambos sexos al referirse a cualquier genérico. Así, no se dirá “los estudiantes se sublevaron”, sino “las estudiantas y los estudiantes se sublevaron”. La tercera idea es recurrir a una forma de acción afirmativa o de discriminación positiva consistente en usar los pronombres femeninos a manera de genéricos, alternándolos con los masculinos que solían ocupar ese lugar.

Pongamos un ejemplo:

Versión corriente

No es este un libro de fácil comprensión. Se recomienda a los lectores prepararse a cabalidad para navegar por sus laberintos.

Versión políticamente correcta

No es este un libro de fácil comprensión. Se recomienda a las lectoras prepararse a cabalidad para navegar por sus laberintos.

Yo no veo qué se gana con hablar de las lectoras en vez de los lectores en el segundo ejemplo, pero si a usted estos usos le generan satisfacción o le dan una sensación de justicia histórica, no habrá problemas y será comprendida con facilidad.

En cualquier caso, mucha gente ya no acepta el uso del genérico hombre, de suerte que una frase tan venerable como los derechos del hombre hoy tiende a convertirse en los derechos humanos. Menos aún puede hablarse de trata de blancas; ahora se dice trata de personas, perdiéndose por el camino la noción de que las personas traficadas suelen ser mujeres pertenecientes, eso sí, a todas las razas.

Dado que los idiomas son reacios a estos tratamientos con purgantes, la cura a veces resulta peor que la enfermedad. Nadie que no tenga oído de cañonero (¿hubo muchas cañoneras?) dejará de entender que la proliferación de giros como las amigas y los amigos, las abogadas y los abogados, las jugadoras y los jugadores tiene un efecto disolvente sobre el ritmo de la escritura. Además, ¿qué impide que detrás de la corrección política venga el insulto? Uno podría escribir, por ejemplo:

Las abogadas y los abogados son todas y todos unas hamponas y unos hampones.

o

Todas las jugadoras y todos los jugadores son promiscuas y promiscuos.

La redacción será farragosa, pero el prejuicio no quedará menos en evidencia. Es todavía peor evitar la multiplicación de los géneros cambiando las vocales a y o por el signo arroba @, que en su origen nada tiene de epiceno. El resultado es espantoso. Cuando usted lea un mensaje como...

L@s polític@s están tan desprestigiad@s que solo l@s ilus@s o l@s loc@s votan por ell@s...

...salga corriendo.

No sugerimos un regreso pleno al lenguaje de antaño. La palabra señorita, pese a ser eufónica, ya no se debe usar para designar a las mujeres en general y, menos, a las que no están casadas, sobre todo ahora que las uniones conyugales se han vuelto tan variadas. Queda el doña, que suena feo pero que no parece tener sustituto, a menos que sea el muy serio señora, que en la actualidad designa a cualquier mujer mayor de edad sin distingo de estatus marital.

Aunque no recomendamos la corrección política, entendemos que hay gente que prefiere incurrir en ella. Si usted pertenece a este grupo, nadie le va a quitar la idea de la cabeza y pocos, quizá algún humorista del otro lado, se la van a sacar en cara. Sintetizando, para nosotros lo ideal es que cada persona calibre su tolerancia al fenómeno de la corrección política y proceda a hablar y escribir según le plazca, con la obvia advertencia de que si se arriesga más allá de ciertos límites, podrían lloverle rayos y centellas.

Manual de escritura

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