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TERESA SANTIAGO

HABÍA SIDO UN DÍA TÓRRIDO. De esos en los que uno empieza a sudar a las siete de la mañana. Un sol radiante después de una lluvia torrencial de tres días; el aire estaba denso y pesado, como el interior de una secadora llena de ropa húmeda. Esperaba con gusto la inmersión de la mañana: iba a resultar un alivio estar encerrada en una cámara con aire acondicionado.

Al entrar en la finca, Teresa estuvo a punto de atropellar a una persona. Un grupo de seis mujeres con letreros caminaba en círculo, como en un piquete. Teresa había reducido la velocidad y estaba tratando de leer los letreros, cuando una persona se le cruzó por adelante. Frenó en seco y logró esquivarla.

—¡Por Dios! —exclamó, mientras bajaba del coche. La mujer siguió andando, sin mirarla, ni gritarle, ni hacerle ningún gesto obsceno—. Perdón, pero ¿qué está pasando? Necesitamos entrar —dijo Teresa al grupo. Eran todas mujeres con letreros que decían “SOY UN NIÑO, NO UN RATÓN DE LABORATORIO”; “ÁMAME, ACÉPTAME, NO ME ENVENENES” y “MEDICINA DE MATASANOS = MALTRATO INFANTIL”, todo escrito con letras mayúsculas en colores primarios.

Una mujer alta, de pelo corto canoso, se le acercó:

—La calle es terreno público. Tenemos derecho de estar aquí para impedirles el paso. La OTHB es peligrosa, no funciona y lo único que están haciendo ustedes es mostrarles a sus hijos que no los aman como son.

Un coche hizo sonar la bocina detrás de ella. Era Kitt.

—Estamos aquí a unos metros. No les prestes atención a estas locas —dijo, y señaló calle abajo. Teresa cerró la puerta de la camioneta y la siguió. Kitt no anduvo demasiado, solamente hasta la siguiente zona de aparcamiento, un claro en el bosque. Entre el espeso follaje se veía correr el arroyo Miracle, hinchado, oscuro y perezoso después de la tormenta.

Matt y Elizabeth ya estaban allí.

—¿Quién mierda es esa gente? —preguntó Matt.

Kitt se dirigió a Elizabeth.

—Sé que han estado diciendo cosas horribles sobre ti y amenazando con locuras, pero nunca se me hubiera ocurrido que harían algo así.

—¿Las conoces? —preguntó Teresa.

—Solo de encontrarlas en sitios online —respondió Elizabeth—. Son fanáticas. Todos sus hijos padecen autismo y ellas van por ahí declarando que así es como tiene que ser y que todos los tratamientos son un engaño, que son crueles y matan a los niños.

—Pero la oxigenoterapia no es así en absoluto —objetó Teresa—. Matt, tú puedes explicárselo.

Elizabeth sacudió la cabeza.

—No hay modo de razonar con ellas. No podemos dejar que nos afecte. Vamos, llegaremos tarde.

Entraron por el bosque para evitar a las manifestantes, pero no dio resultado. Ellas los vieron y corrieron hacia allí para bloquearles el paso. La mujer de pelo canoso blandía un folleto con la imagen de una cámara hiperbárica rodeada de llamas y el número 43 impreso arriba.

—Se sabe que ha habido cuarenta y tres incendios en cámaras de OTHB, y también varias explosiones. ¿Por qué someten a sus hijos a algo tan peligroso? ¿Con qué fin? ¿Para que hagan más contacto visual? ¿Para qué agiten menos las manos? Acéptenlos como son. Dios los hizo así, han nacido así y…

—No, Rosa no nació así —replicó Teresa, dando un paso hacia adelante—. No nació con parálisis cerebral. Nació perfecta. Andaba, hablaba, le encantaba colgarse de las barandillas en los juegos infantiles del parque. Pero enfermó, y no la llevamos al hospital con la suficiente rapidez. —Sintió que una mano le apretaba el hombro: Kitt—. No debería estar en una silla de ruedas. ¿Acaso me están criticando, condenando, por tratar de curarla?

—Siento mucho todo eso —dijo la mujer de pelo canoso—. Pero nuestro objetivo es protestar contra los padres de hijos autistas, que es diferente.

—¿Qué tiene de diferente? —quiso saber Teresa—. ¿Que nacieron así? ¿Y los que nacen con tumores y labio leporino? Dios evidentemente los creó así, pero ¿eso significa que los padres no deberían operarlos ni darles radiaciones o lo que sea necesario para que estén sanos y perfectos?

—Nuestros hijos ya son sanos y están perfectos —replicó la mujer—. El autismo no es un defecto, es una forma diferente de ser y cualquier tratamiento es pura palabrería.

—¿Estás segura? —preguntó Kitt y se adelantó para ponerse al lado de Teresa—. Yo también pensaba eso y después leí que muchos niños con autismo padecen problemas digestivos y que por eso caminan de puntillas, porque la tensión muscular les alivia el dolor. TJ siempre andaba de puntillas, así que lo llevé al médico. Resultó que sufría una importante inflamación digestiva y no podía decírnoslo.

—Lo mismo le sucede a ella —dijo Teresa señalando a Elizabeth—. Estuvo probando muchísimos tratamientos y su hijo ha mejorado tanto que los médicos dicen que ya no padece autismo.

—Sí, conocemos muy bien sus tratamientos. Su hijo tiene suerte de haber sobrevivido a ellos. No todos los niños lo hacen —dijo la mujer agitando el folleto sobre los incendios contra la cara de Elizabeth.

Elizabeth resopló y sacudió la cabeza. Atrajo a Henry contra su cuerpo y se apartó. La mujer la agarró del brazo y tiró con fuerza. Elizabeth gritó tratando de soltarse, pero la mujer se lo impidió.

—No voy a dejar que sigas ignorándome —le espetó—. Si no dejas de hacerlo, algo terrible sucederá, te lo garantizo.

—¡Eh, suéltala ahora mismo! —gritó Teresa, interponiéndose entre ambas y golpeando la mano de la mujer para apartarla. La mujer se giró hacia ella y cerró el puño, como para Teresa sintió que le corría un escalofrío por la espalda. No seas tonta, no hay nada que temer, es solo una madre exaltada, se dijo—. Vamos, déjennos pasar de una vez —le ordenó.

Después de unos segundos, las manifestantes retrocedieron. Acto seguido, levantaron los letreros y, en silencio, reanudaron la caminata en círculo.

*

Resultaba extraño estar sentada en el tribunal escuchando a Matt contar esos mismos acontecimientos de la mañana de la explosión. Teresa no esperaba que los recuerdos de él fueran idénticos a los suyos —seguía por televisión la serie Ley y Orden, no era tan ingenua— pero de todos modos, lo distintos que eran le causaba inquietud. Matt redujo el encuentro con las manifestantes a una frase: “Un debate sobre la eficacia y la seguridad de los tratamientos experimentales para el autismo”; y no mencionó lo que Teresa había dicho sobre otros problemas de salud; tal vez él no había registrado la importancia de ese argumento o quizá simplemente le resultaba irrelevante. La jerarquía de las discapacidades… para Teresa eso era esencial, algo que la mortificaba; y para Matt no significaba nada. Si él tuviera un hijo discapacitado, sería distinto, desde luego. Tener un hijo con necesidades especiales no solo te cambiaba: te transformaba, te transportaba a un mundo paralelo con un eje de gravedad alterado.

—Y mientras sucedía todo esto —dijo Abe—, ¿qué estaba haciendo la acusada?

—Elizabeth no se implicó en absoluto —respondió Matt—, lo que me llamó la atención, porque por lo general siempre hablaba sobre tratamientos para el autismo. Se limitó a observar el folleto. En la parte inferior había un texto y ella entornaba los ojos, como queriendo leer lo que decía.

Abe entregó a Matt un documento.

—¿Es este el folleto al que se refiere?

—Sí.

—Por favor, lea el texto en la parte inferior.

—“Evitar las chispas en la cámara no es suficiente. Hubo un caso en que se produjo un incendio fuera de la cámara, debajo de los tubos de oxígeno y eso provocó una explosión fatal”.

—Se produjo un incendio fuera de la cámara, debajo de los tubos de oxígeno —repitió Abe—. ¿No es exactamente eso lo que sucedió en Miracle Submarine ese mismo día?

Matt miró a Elizabeth y apretó la mandíbula, como haciendo rechinar las muelas.

—Sí —respondió—. Y ella lo tenía en mente porque después de eso, fue directamente a ver a Pak y le contó lo que decía el folleto. Pak dijo que eso no nos podía suceder, que no permitiría que ninguna de esas mujeres se acercara al granero, pero Elizabeth siguió diciendo que eran peligrosas y le hizo prometer que llamaría a la policía para denunciar que nos estaban amenazando, para que quedara registrado.

—¿Y durante la inmersión? ¿Habló ella de este tema?

—No, permaneció en silencio. Parecía ausente. Como si estuviera muy concentrada en algo.

—¿Como si planeara algo, quizá? —sugirió Abe.

—¡Protesto! —se quejó la abogada de Elizabeth.

—Protesta aceptada. El jurado no tendrá en cuenta la pregunta —manifestó el juez con desgana. Una versión judicial de “Sí, claro, claro”. De todos modos, no importaba. Los miembros del jurado ya lo habían pensado: el folleto le había dado a Elizabeth la idea de provocar el incendio y echarles la culpa a las manifestantes.

—Doctor Thompson, después de que el submarino Miracle explotó exactamente del mismo modo que había mencionado la acusada, ¿intentó ella echarles la culpa a las manifestantes?

—Sí —respondió Matt—. Esa tarde, oí que le decía al detective que estaba segura de que habían sido ellas las que habían prendido fuego debajo de los tubos de oxígeno de fuera.

Teresa había escuchado lo mismo. Al principio —igual que el resto—, sospechó de las manifestantes y, aun después de que arrestaran a Elizabeth, seguía pensando lo mismo. Esta mañana, cuando la abogada de Elizabeth se reservó el alegato inicial para después de que la fiscalía presentara el caso, se había sentido decepcionada, pues todavía creía que la defensa alegaría que las manifestantes eran las homicidas.

—Doctor Thompson —prosiguió Abe—, ¿qué más sucedió esa mañana después del episodio con las manifestantes?

—Después de la inmersión, Elizabeth y Kitt se fueron enseguida y yo ayudé a Teresa a cruzar el bosque con la silla de ruedas de Rosa. Cuando llegamos a donde habíamos aparcado, Henry y TJ ya estaban en el coche y Elizabeth y Kitt se encontraban junto al bosque, al otro lado de donde estábamos nosotros. Estaban discutiendo —explicó Matt. Teresa lo recordaba bien: se estaban gritando, pero con ese secreto ruidoso que utiliza la gente cuando discute en público por algo privado.

—¿Qué decían?

—Era difícil entender, pero escuché que Elizabeth le decía a Kitt “perra celosa” y algo como: “Cómo me gustaría pasarme comiendo bombones todo el día en vez de cuidar a Henry”.

Teresa había escuchado la palabra “bombones”, pero no el resto. Matt estaba más cerca que ella; en cuanto llegaron al lugar, él notó que había algo sobre el parabrisas y corrió a cogerlo.

—Disculpe —dijo Abe—. ¿La acusada llamó a Kitt “perra celosa” y dijo que le encantaría pasarse el día comiendo bombones en lugar de cuidar a su hijo Henry… justo unas horas antes de que Kitt y Henry murieran en la explosión? ¿He entendido bien?

—Sí.

Abe miró las fotografías de Kitt y Henry y sacudió la cabeza. Cerró los ojos un instante, como para coger fuerzas y prosiguió:

—¿La acusada había discutido con Kitt alguna otra vez en la que usted estuviera presente?

—Sí —respondió Matt, mirando directamente a Elizabeth—. En una ocasión, le gritó a Kitt delante de nosotros y la empujó.

—¿La empujó? ¿La empujó físicamente? —preguntó Abe y dejó que su boca se abriera de asombro—. Háblenos de eso, por favor.

Teresa conocía la historia que Matt iba a contar. Elizabeth y Kitt eran amigas, pero en su relación había una cierta tensión que de vez en cuando salía a la superficie y las hacía discutir. Pequeñas peleas, nada del otro mundo, salvo una vez. Fue después de una inmersión. Cuando todos se marchaban, Kitt le dio a TJ lo que parecía ser un envase de pasta de dientes decorado con la imagen del dinosaurio Barney.

—¡Ay, no me digas que es el nuevo yogur! —exclamó Elizabeth.

Kitt suspiró.

—Sí, es YoFun. Y ya sé que no es LGLC —respondió, luego se dirigió a Teresa y Matt—. LGLC significa libre de gluten, libre de caseína. Es una dieta para el autismo.

—¿TJ ya no sigue esa dieta? —quiso saber Elizabeth.

—Sí, la sigue para todo lo demás. Pero este es su yogur favorito y es la única forma en que acepta incorporar los suplementos. Se lo doy solamente una vez al día.

—¿Una vez al día? ¡Pero está hecho con leche! —exclamó Elizabeth, e hizo que “leche” sonara como “excremento”—. El ingrediente principal es la caseína. ¿Cómo puedes decir que sigue una dieta libre de caseína si toma caseína todos los días? Ni qué decir de que contiene colorantes. ¡Y que ni siquiera es orgánico!

Kitt parecía a punto de echarse a llorar.

—¿Qué quieres que haga? Escupe los comprimidos a menos que se los dé con YoFun. Le hace feliz. Además, no me parece que esa dieta tenga efecto. Nunca he notado diferencia alguna en TJ.

Elizabeth apretó los labios.

—Tal vez la dieta no funciona porque no la haces bien. Libre de significa que no lo incorporas en absoluto. Yo uso platos diferentes para la comida de Henry. Hasta tengo una esponja especial para lavar sus platos.

Kitt se puso de pie.

—Pues yo eso no lo puedo hacer. Tengo que cocinar y lavar para cuatro hijos más. Solamente intentar hacer las cosas bien es un esfuerzo tremendo. Todos dicen que hay que hacerlo lo mejor que se pueda; además, quitarle casi todos esos ingredientes es mejor que nada. Siento no poder ser perfecta al cien por cien como tú.

Elizabeth arqueó las cejas.

—No te disculpes conmigo, hazlo con TJ. El gluten y la caseína son toxinas neurológicas para nuestros hijos. Hasta una dosis mínima interfiere con el funcionamiento cerebral. Con razón TJ sigue sin hablar —dijo y se puso de pie para marcharse—. Vamos, Henry.

Kitt se le puso delante.

—Oye, no puedes…

Elizabeth la apartó de un empujón. No fue fuerte y de ninguna manera hizo daño a Kitt, pero la asustó. Nos asustó a todos, en realidad. Elizabeth siguió su camino hacia la salida y luego se volvió.

—¿Y ya que estamos, puedes por favor dejar de decir que la dieta no produce resultados? No la estás siguiendo, y estás desanimando al resto porque sí. —Cerró la puerta con violencia.

Cuando Matt terminó con la anécdota, Abe dijo:

—¿Doctor Thompson, vio a la acusada enfadarse así en alguna otra oportunidad?

Matt asintió.

—El día de la explosión, cuando discutió con Kitt.

—¿Cuándo la llamó “perra celosa” y dijo que le encantaría pasarse el día comiendo bombones en lugar de cuidar a su hijo?

—Así es. No la agredió físicamente, pero se fue muy alterada y cerró la puerta del coche de un golpe violento. Retrocedió de un modo tan brusco que casi choca contra mi automóvil. Kitt le gritó que se calmara y esperara, pero… —Matt sacudió la cabeza—. Recuerdo que me preocupé por Henry, cuando Elizabeth aceleró tan precipitadamente. Los neumáticos chirriaron.

—¿Qué sucedió después? —prosiguió Abe.

—Le pregunté a Kitt qué había sucedido y si se encontraba bien.

—¿Y?

—Parecía muy alterada, como al borde de las lágrimas y respondió que no, que no estaba bien, que Elizabeth estaba realmente enfadada con ella. Después añadió que había hecho algo y que tenía que encontrar la manera de arreglarlo antes de que Elizabeth se enterara, porque si se enteraba… —Matt miró a Elizabeth.

—¿Si se enteraba… qué?

—Dijo: “Si Elizabeth se entera de lo que he hecho, me mata”.

El juicio de Miracle Creek (versión española)

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