Читать книгу Eternamente - Angy Skay - Страница 11
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ОглавлениеTengo un objetivo claro, muy claro. Son las nueve en punto de la mañana y estoy con Brenda en pleno centro de Londres. Sí, seguramente estemos locas, pero aquí estamos, como auténticas policías. Me paro a pensar con detenimiento. Esto es ilógico.
—¿Sabes que todo esto es una locura?
—Sí.
—¿Sabes que creo que deberías empezar a seguir el consejo de Max?
—Sí.
Esta mañana solo hablo con monosílabos.
—Any, ¿estás volviéndote loca? —me pregunta con los ojos como platos al ver mi actitud.
—Puede…
Tamborileo en mi mesa con los cuatro dedos de la mano mientras contemplo el edificio que tengo enfrente. Bien, reflexionemos. Mi mente está a tres mil por hora, nunca mejor dicho. Estoy aquí con un único objetivo, y ese es Darks, que lo tengo delante: edificio con fachada de estucado gris plata, cristaleras enormes y, si mis cálculos no fallan, diez plantas. Ahora tengo que averiguar a qué se dedica esta empresa. Mi siguiente objetivo —aunque no tengo tan claro que vaya a encontrarlo así de rápido— es Darek, el tal Darek.
Si por lo menos hubiera visto una foto suya de frente, lo tendría bajo control. Para eso soy muy buena. No se me olvida una cara así como así, y menos si me interesa.
—Any, no sé qué demonios piensas hacer. ¿Con qué excusa vas a entrar ahí? —Señala el edificio.
—No hay seguridad en la puerta, por lo que no creo que sea difícil el acceso.
Me levanto para pagarle nuestros cafés a la camarera y, de paso, para interrogarla un poco. Veo cómo Brenda menea la cabeza enérgicamente. Lo sé, yo también pienso que a veces, y solo a veces, estoy un poco loca.
—Perdone, ¿me cobra? —Extiendo un billete.
—Sí, claro —me contesta muy alegre la camarera.
Me preparo para sacarle información en cuanto se acerca con la vuelta.
—Disculpe, ¿podría preguntarle algo? —Pongo mi carita de niña buena.
—Sí, claro. Usted dirá.
—La empresa Darks…, ¿sabe a qué se dedica exactamente?
Asiente con rapidez. ¡Bingo!
—Es una empresa de construcciones, señorita.
—Y, por casualidad…, ¿sabe usted quién es el dueño? ¿Un tal Darek?
La camarera se lleva un dedo a la barbilla en plan interesante. Pero enseguida hace una mueca con la boca de manera negativa.
—En ese aspecto no puedo ayudarla.
Suspiro fuertemente.
—Muchas gracias. Ha sido muy amable.
Cuando me doy la vuelta para irme, oigo que me dice:
—Pero si le diré que viene todos los días a por un café sobre las tres del medio día. Es un hombre —mira hacia ambos lados y después susurra— bastante atractivo…
Termina la frase poniendo ojos de gata. Vaya tela… ¡Ja! No me equivocaba de cafetería. Está justamente enfrente, y es la única que hay en toda la manzana, por lo que he visto.
—De verdad, qué poca vergüenza. ¿Cómo tienes tanta cara? —me recrimina Brenda cuando ve que llego de la barra después de interpelar a la camarera.
—¿Qué pasa? Solo he sacado información. Vamos —la apremio, cogiéndola del brazo—, tenemos trabajo.
Salgo muy segura de mí misma. Brenda tiene cara de descomposición total. Está adquiriendo un color cada vez más blanquecino según cruzamos la carretera que va directa a la entrada del edificio, y eso que ella es mulata.
—¿Te encuentras bien? —le pregunto con una sonrisa guasona.
—No te rías, Any. Estas cosas me dan cagalera.
Prorrumpo en una carcajada que hace que la suelte del brazo y tenga que agarrarme la barriga debido al dolor de reírme tanto.
—No seas tan exagerada. ¡No es para tanto!
Brenda niega con la cabeza sin parar mientras, a paso decidido, entramos en el edificio. Por lo que divisan mis ojos, parece un sitio siniestro; muy siniestro para ser una empresa de construcción. Lo raro es que no hay secretaria en la entrada, y eso me da que pensar, pues no sé muy bien cómo la gente sabría dónde tendría que ir. Tiene únicamente un largo pasillo y, a ambos lados, puedo observar miles de obras de arte de un montón de países diferentes como Rusia, Alemania, Tailandia, Estados Unidos… Las paredes están cubiertas de madera oscura y no hay un solo espejo en todo el pasillo. Al lado del ascensor hay una mesa redonda de cristal y, sobre ella, un jarrón con flores secas, parecidas a las que se ponen en los cementerios. Sin duda alguna, deberían cambiarlas.
Brenda me mira y arquea una ceja. Mi cara no es para menos. No sé siquiera por dónde tengo que ir.
—¿Y ahora qué? ¡Esto es un desastre!
—Brenda, cálmate. Vamos a llamar al ascensor, a ver si encontramos algo.
—¿Y si no hay nada?
Mi amiga está al borde del infarto, lo sé.
—Brenda —suspiro—, encontraremos algo. ¡Cálmate!
Pulso el botón del ascensor y las puertas tardan dos segundos en abrirse. Raro. Parece que estaban esperándonos. Entramos y, en cuanto alzo mi cabeza hacia arriba, observo que hay una pequeña cámara, apenas visible, en el lado izquierdo del habitáculo. ¡Mierda! Si no quería que nos vieran, nos han cazado.
—Brenda… —susurro.
Me mira y abre los ojos como platos.
—¿Por qué pareces el susurrador de El gato con botas? —susurra ella también.
Pongo los ojos en blanco y me pego más a ella. Se queda quieta y abre aún más los ojos.
—Tenemos una cámara encima de nuestras cabezas.
Creo que los ojos están a punto de salírsele de las cuencas. Empiezo a buscar los botones para ir a algún sitio, pero ¿qué coño…?
—¿En qué puedo ayudarlas?
Pegamos a la vez un bote del susto que acaban de meternos. El ascensor… ¡no tiene botones! Brenda y yo nos quedamos mirándonos, y ella me hace un gesto para que diga algo. Por un momento, creo que va a entrarle un tic de tanto torcer la cabeza.
—Eh… —Me aclaro la garganta—. Veníamos a ver al señor Darek.
Brenda me da un codazo y yo la miro de malos modos.
—¿Estás loca? —susurra en mi oído.
—Cállate, que van a pillarnos —la regaño, pegándole un pellizco.
Salta de dolor y oímos cómo la señora que está en el interfono nos dice:
—Enseguida.
Bien. No sé a dónde vamos, pero si es a ver al señor Dark, por fin le pondré cara.
El ascensor sube. Llega un momento en el que no sé cuándo narices llegaremos. Estoy empezando a ponerme nerviosa.
—¿Quieres parar de retorcerte las manos? —le digo con genio.
—¡Ay, Any!... Que yo no valgo para trabajar en la CIA, por eso soy cajera. Acojonada sería poca comparación respecto a cómo me encuentro ahora mismo.
Me es inevitable soltar una carcajada monumental. Ella me escruta con cara de querer matarme, pero a mí me es imposible dejar de reír.
Las puertas del ascensor se abren y se me corta la respiración cuando veo a un hombre delante de nosotras.
—Dios mío… Vamos a morir… —susurra Brenda.
El tipo nos mira con mala cara. Lo curioso es que no podemos salir del ascensor, puesto que está justamente delante de nosotras.
—Disculpe… —me atrevo a decir.
—¿Qué quieren? —nos pregunta de malas maneras. Tiene un acento un poco ruso.
Brenda se pega más a mí y, a decir verdad, creo que está escondiéndose detrás.
—Queríamos ver al señor Darek —le contesto de igual forma.
—Ahora mismo no puede atenderlas. ¿Qué querían?
Antipático…
—Esto es una empresa de construcción, ¿no? —ironizo, levantando una ceja.
—Así es —me responde tajante.
—Bien, pues quiero un presupuesto para una construcción, y me gustaría hablarlo con él directamente.
El hombre me examina de los pies a la cabeza. ¡Vaya educación! Asiente y se hace a un lado para que podamos salir del ascensor.
—Esperen aquí —nos invita, ordenándonos más bien.
Nos hace pasar a una sala con cuatro sillones negros. Las paredes son lisas, de madera oscura, como el pasillo central de abajo. No hay nada colgado en ellas, ni títulos ni cuadros. Nada.
—Este sitio da mucho miedo —me dice Brenda.
—La verdad es que sí.
Es cierto, da pánico. No me siento, y Brenda creo que lo hace porque, si no, caería al suelo redonda. No sé por qué, pero mi cabeza se gira en ese preciso momento y miro hacia la puerta. Veo salir de una de las puertas de al lado de nosotras a… ¿Liam? ¿Liam, el hombre de confianza de Bryan? ¿Liam, el que está de segurata en mi casa?
Oh, oh…
Salgo como una polvorilla al pasillo y Liam me ve cuando, justamente, va a coger el ascensor. Noto cómo se pone un poco nervioso. Mira a ambos lados y me coge del codo para meterme en la habitación donde está Brenda. Yo me sobresalto. ¿Qué maneras son estas? Brenda se pone de pie como movida por un resorte. Me desembarazo de él.
—¿Se puede saber qué haces? —le digo enfadada.
—¿Se puede saber qué hace usted aquí? Como el señor Summers se entere…
Se me enciende una bombilla.
—¿Qué pasa si el señor Summers se entera?
Para que vea que no me intimida, me estiro un poco más hasta ponerme de puntillas y alzo mi cabeza. Se da cuenta de que acaba de cometer un error. Lleva unos papeles, y me dan ganas de arrancárselos de la mano. Él se percata del gesto y echa su mano hacia atrás para esconderlos de mi mirada. Brenda lo ve y me mira. Yo la observo de reojo; se da cuenta también.
—Salga de aquí inmediatamente si no quiere tener problemas, Annia.
—¿Y si no quiero? ¿Vas a obligarme?
Liam empieza a desesperarse. Creo que va a comerse todo, el pobre hombre. Está poniéndose muy nervioso, y ese es un síntoma muy raro en él. En el tiempo que he podido observarlo, he averiguado que no es una persona insegura, y ni mucho menos le tiembla el pulso ante nada.
—Any, por favor, hacedme caso. Salid de aquí inmediatamente. Esto… Esto no es… —No encuentra las palabras adecuadas.
Me asombra que me llame por mi diminutivo.
—No es una empresa de construcción… —termino yo la frase por él.
Liam cierra los ojos y se pasa una mano por la cara, desesperado. No quiero que nos ocurra nada, y mucho menos a Brenda. Además, creo que su cara acaba de cambiar a un blanco transparente.
—¿Por dónde salimos? El ascensor no tiene botones.
Levanta la cabeza y parece aliviado. Brenda suelta todo el aire que contenían sus pulmones. Al final, se desmayará; estoy viéndolo.
—Venid, rápido.
Liam nos conduce por otro pequeño pasillo y, cuando estamos más o menos en el final, pasa una tarjeta por la ranura de una puerta y esta se abre. Acabo de darme cuenta de que todas las puertas tienen el mismo modo de abrirse.
—Lleguen hasta abajo del todo por las escaleras. Cuenten las plantas, hay doce realmente. Salgan por la única puerta que hay en el número doce. No se paren y salgan cuanto antes de aquí.
—¿Doce? Si yo he visto diez. ¿Cómo va a haber doce?
Me mira y ve mi confusión.
—No hay tiempo para pararse a explicar nada. Salgan de aquí. —Nos empuja a la vez que examina el pasillo por el que hemos venido.
—Any, vámonos, por favor —me suplica Brenda al ver que yo me quedo mirando pasmada a Liam.
Giro mis pies y entramos en una entreplanta de emergencia. Las paredes son blancas y las escaleras parecen de mármol. No tienen el diseño cuidado que el resto del edificio. La barandilla es de color gris oscuro y muy endeble. Empezamos a bajar las escaleras en pleno silencio. Brenda no se separa de mí mientras yo voy contando cada vez que llegamos a un rellano. ¡Solo espero que no nos pasemos!
Cuando estamos por la planta seis, si no me equivoco, oigo una voz que me es familiar. Me freno en seco y Brenda me mira asustada.
—Any, ni lo sueñes. No se te ocurra abrirla, no sabemos quién hay. ¡Dios mío! ¿Estás loca? —dice histérica—. Ese tío parecía que estaba salvándonos del corredor de la muerte. Vámonos, por favor.
Tira de mi brazo, pero mis pies se quedan clavados en el suelo.
—Escúchame. —La sujeto de los hombros. Ella niega frenéticamente con la cabeza—. Solo será un pequeño vistazo. Tú agarras la puerta y yo miro por encima.
—Any, no. Ni se te ocurra. —Niega sin parar—. No sabes qué cojones es esto ni quién puede haber dentro. No entres.
Asiento con la cabeza. Ella niega de nuevo.
—Agarra la puerta y no te vayas sin mí. No me dejes sola, Brenda —le pido.
Abro la puerta. Hay un pasillo pequeño con el mismo estilo que el de la entrada. Tiene dos puertas, y una de ellas está medio abierta. La otra está cerrada a cal y canto. Contemplo a Brenda durante un segundo y me parece ver que está llorando. «Son los nervios», me digo a mí misma.
Justamente, donde está la puerta abierta, hay una especie de esquina donde puedo esconderme un poco. Se oyen voces. Veo algo, aunque muy poco. Sin embargo, mi boca llega al suelo cuando me fijo bien y logro visualizar lo que tengo delante.
La única pared que se ve es la que está justo enfrente cuando abres la puerta. Está llena de fotografías. Mis ojos enfocan una en particular. ¡No puede ser! Son… Son… Brenda y Ulises.
En ella se ve que van agarrados de la mano, andando por alguna especie de avenida. Cuento unas veinte fotos más de ellos pegadas con celo en la pared. Al lado hay un montón más, pero no consigo distinguirlas. Habría que abrir la puerta solo un poquito más. Miro a Brenda durante un instante. Empieza a menear la cabeza de un lado a otro al intuir mis intenciones. En el momento justo en que mi mano va a empujar la puerta un poco, la escucho susurrar:
—No lo hagas, Any, no lo hagas. ¡Vámonos!
No le hago caso ni miro hacia atrás, pero veo una sombra cruzarse e, inmediatamente, me escondo detrás de la pared de enfrente. Alguien sale de la habitación. Brenda cierra la puerta casi entera y me mira con los ojos como platos. Veo miedo en ellos. ¡Joder! ¡Van a pillarme!
La persona que sale de la habitación comienza a andar en dirección contraria a la mía y, entonces, suelto todo el aire que tengo en los pulmones. Hasta que, de repente, noto cómo se para. ¡Mierda! Por suerte, a los pocos segundos, reanuda su marcha.
En ese instante, jadeo una exclamación cuando mi móvil empieza a sonar. Comienzo a tocar todos los botones habidos y por haber hasta que consigo silenciarlo. ¡Mierda, mierda y más mierda! Corro como si el mismísimo diablo me persiguiera y llego a la puerta donde Brenda está mirándome, exasperada. No vuelvo la vista hacia atrás en ningún momento, pero sé que me han visto. Brenda no tarda en confirmármelo:
—¡Dios mío, Any! ¡Te han visto! ¡Te han visto!
—¡Cállate y corre!
Pánico. Mi cuerpo empieza a experimentar el pánico de manera atroz.
Corremos escaleras abajo, saltando varios peldaños a la vez. Cuando nos queda una planta para llegar a la salida, Brenda tropieza y se cae al suelo, pegándose un fuerte golpe en la barbilla, la cual empieza a sangrarle. Rápidamente, subo para ayudarla a levantarse.
—¡Jodeeerrr!
—¡Brenda! ¿Te encuentras bien? —Rauda, la cojo del brazo para que se levante. Oigo cómo se abre una puerta en la planta de arriba. ¡Mierda!—. Brenda, tenemos que irnos. ¡Corre! —Al levantarse, pega un chillido de dolor y la miro asustada—. ¿Qué pasa? ¿Qué te pasa? —le pregunto histérica.
—Creo que me he hecho algo en el tobillo. Joder, cómo me duele —se queja. Cojea al andar.
Cuando escuchamos a alguien bajar las escaleras tranquilamente, ambas nos miramos. Por inercia, salimos disparadas. Brenda se agarra de mi brazo y salimos lo más rápido posible de allí. En cuanto veo la puerta, me tiro hacia ella sin pensar en nada más. La traspasamos, y menos mal que lo que encontramos es la calle. Estamos en un callejón trasero, pero enseguida veo la gran avenida y la cafetería en la que estábamos antes. Nos alejamos a toda prisa de allí. Cuando llegamos a la avenida, me giro un instante y no puedo evitar sentir que alguien está clavándome los ojos.
La barbilla de Brenda no para de sangrar. Creo que se ha partido el labio.
—¿Estás bien? Tenemos que ir a un hospital inmediatamente.
Ella asiente. Nos dirigimos al coche con premura.
Todo esto me ha hecho reflexionar. De camino al hospital, la culpabilidad me invade de una manera horrible. Me cuesta hasta respirar.
—Brenda, lo siento… —susurro.
—Eh, eh. No ha sido culpa tuya que me cayese.
La miro durante un instante mientras esperamos que el semáforo se ponga en verde.
—Si yo no hubiera insistido…
—No pasa nada, todo tiene remedio. Pero tienes que prometerme que dejarás de meter las narices en todo esto. Si Bryan te ha dicho que está todo bien, confía en él.
Suspiro.
—Sé que llevas razón y que soy una imprudente. Pero son tantas dudas… Lo de Anthony, lo de Bryan… Sé que, aunque él me diga que todo está bien, no es así. Pero no pienso ponerte más en peligro por mis problemas.
—No es solo ponerme en peligro a mí. Tampoco puedes ponerte en peligro tú.
Está en lo cierto. Tendré que empezar a confiar más en Bryan. No quiero ni imaginarme qué habría pasado si nos hubieran cogido cotilleando en medio de los pasillos.