Читать книгу Eternamente - Angy Skay - Страница 7

2 Cinco meses después

Оглавление

—Ay… —suspiro fuertemente.

El sonido de las olas rompiendo en la orilla inunda mis oídos de manera relajante. Contemplo el hermoso paisaje que tengo ante mis ojos mientras muevo mis manos de un lado a otro y mis brazos acarician el agua de la piscina.

Necesito relajarme…

Y aquí estoy, en una bonita casa y en una estupenda piscina frente al mar. Eso sí, dándole vueltas a todos los acontecimientos que me han ocurrido desde que mi vida está unida a Bryan. ¿Por qué todo es tan complicado? ¿Por qué no podemos ser una pareja como cualquiera? Solo quiero una vida normal. Pero no, nada de lo que hay a mi alrededor es normal.

La boda. ¡Ay, la boda! Ese es otro tema. Todo es un completo caos, y solo faltan tres semanas para el gran día.

Nada está saliendo como debería. Todo se desmorona por momentos: los músicos nos dejan en la estacada, la floristería cierra por motivos personales, el restaurante nos cambia la fecha prevista… ¡Un desastre!

Y Bryan, ese hombre, mi hombre, me tiene loca perdida. Se ha emperrado en hacerlo todo deprisa y corriendo, y a la vista está que las prisas no son buenas para nadie.

Brenda y Ulises han venido desde Málaga para ayudarme a organizarlo todo y, aun así, nada sale bien. Lo cierto es que necesito apoyo. En algunos momentos me siento muy sola. Nina y John están muy liados. Han comprado una nueva casa y están en plena mudanza. Además, mi sobrina ya ha nacido y tienen que organizarse. Les dije que íbamos a ayudarlos con todo, pero se negaron. Ambos le aconsejaron a Bryan que nos fuésemos lejos unos días. Finalmente, así lo hicimos. Nos hemos venido con nuestras pequeñas, así como con Brenda y Ulises.

Todavía recuerdo el día que Nina dio a luz. Pensé que la perdía…

Ese día me hizo creer que sí existía un Dios, ya que escuchó mis plegarias y mis súplicas. Fue todo un constante terror para mí y para todos los que estuvimos a su lado.

Estaba en el trabajo y me llamó un número que no conocía. Cuando lo cogí, era John, desde el hospital.

—¿Diga?

—¿Any? Por favor, necesito que vengas corriendo al hospital. Nina… Nina…

Me extrañé y me asusté tanto que empecé a desesperarme.

—¿Qué le pasa a mi hermana? —le pregunté alterada.

—Se ha puesto de parto, Any, y… es que…, es que…

Al verlo tan nervioso, le chillé sin pretenderlo:

—¡¿Qué demonios pasa, John?! ¡Por el amor de Dios!

—Any, ven, por favor. Ven corriendo.

Y colgó.

Mi mundo se volvió oscuro y frío. ¿Qué estaba pasando? No lo sabía.

Enseguida llamé a Bryan, quien no dudó ni por un instante en acompañarme. Llegamos al hospital y el doctor que nos atendió nos lo explicó todo. John estaba tan nervioso que era incapaz de dejar de llorar y de andar de un lado a otro.

Mi hermana había perdido mucha sangre. Se le había complicado el parto de manera brutal y, finalmente, tuvieron que hacerle una cesárea de urgencia. Sacaron a John de la habitación cuando comprobaron que las constantes vitales de mi hermana bajaban de manera descontrolada. Tuvieron que reanimarla, y casi se muere.

Estuvimos horas y horas en el hospital mientras Nina se debatía entre la vida y la muerte. Cogimos al bebé, que, al final, resultó ser una niña de ojos verdes con la tez morena como su padre.

Preciosa. Esa era la única palabra que la describía. Un ángel.

Me dirigí a mi cuñado, el cual parecía a punto de morir del sufrimiento. Yo no estaba para menos, pero alguien tenía que intentar calmar el ambiente.

—John. —Le toqué el brazo de manera cariñosa y él se giró para mirarme con sus bonitos ojos encharcados de lágrimas. Se abrazó a mí con fuerza y le correspondí—. Tranquilo, todo saldrá bien. Nina es una luchadora.

—Ojalá, porque sin ella no sería capaz de vivir, Any.

Nos miramos a los ojos un instante y unas lágrimas surcaron mi rostro hasta llegar a mis labios.

—Estoy muy orgullosa de que te hayas cruzado en su camino. Se merece tener a alguien como tú a su lado.

Sus labios se curvaron en una pequeña sonrisa y, a continuación, lo que me reveló me dejó tan sorprendida que jamás lo habría imaginado:

—¿Sabes qué? Nunca se lo he dicho, pero, incluso cuando se casó con Norbert, yo la amaba más que a nada en el mundo. He sufrido mucho por ella, Any. No lo sabe, nunca se lo he dicho. Siempre la observaba y seguía sus pasos. Parecía un loco detrás de ella, pero algo no me dejaba separarme de donde estuviese. —Mi cara era un completo poema—. El trabajo aquí, en Londres, lo solicité yo. Lo hice para estar a su lado. Incluso, cuando me enteré de lo de Norbert, estuve muy cerca de ella, pero jamás me vio. A partir de ahí, siempre intenté coincidir en el autobús, en el metro, en su trabajo… Pero no se acordaba de mí.

—No tenía ni idea, pero si hiciste algo así, creo que deberías contárselo, porque es muy bonito, John.

Él sonrió ligeramente.

—No dudes que lo haré.

—¿Cómo conseguiste que se acordara de ti? —le pregunté, realmente interesada.

—Un día, en el autobús, decidí que era ahora o nunca y, sin más, me acerqué a ella. Y hasta el día de hoy la enamoré segundo a segundo, como se merece.

Mis ojos, llenos de lágrimas, lo miraban asintiendo a todo lo que me decía. Qué bonito es el amor cuando llega. Y sí, en algo llevaba razón John: se lo merecía; eso y mucho más.

En ese momento, el doctor nos llamó y, a toda prisa, decidimos dejar la conversación para otro momento. Según nos acercábamos, nuestros nervios florecían más y más, hasta que nos dijo que estaba bien y pudimos soltar todo el aire que teníamos contenido en nuestros pulmones. Nos abrazamos y nos besamos los unos a los otros, llenos de completa alegría. ¡Menos mal! Mi hermana es la única familia que me queda, por lo que no soportaría perderla, y gracias a Dios que todo quedó en un mal recuerdo. Aunque, a veces, no puedo evitar que un dolor inmenso me llene el corazón al pensar que el desenlace podría haber sido el contrario.

Luego está el tema de Jim… Este es otro cantar.

Estaba muy equivocada. Pensaba que era una persona transparente, pero me he dado cuenta de que no es así. No he vuelto a saber nada de él, aunque, no sé por qué, sé que me queda poco para tener noticias suyas. El beso que me dio en la puerta de mi casa hizo que un amargo sabor se quedara en mis labios y en mi pensamiento. No sé qué le rondará por la cabeza, pero es algo que no estoy dispuesta a consentir. Era el cliente perfecto, sin embargo, el supuesto príncipe azul ha resultado ser un sapo, y no un sapo cualquiera. Tendré que mantener mucho más las distancias, y siempre que esté en el trabajo, intentaré tener a alguien conmigo para evitar quedarme a solas con él.

Por último, está Mikel… ¿Qué habrá pasado con él? Para evitar una discusión, no me he atrevido a preguntarle a Bryan. No es que sea una desagradecida, ya que él me salvó la vida. De lo contrario, seguramente estaría muerta ahora mismo. Siempre se lo agradeceré.

No obstante, es el hombre con el que estoy compartiendo mi vida, y me gustaría saber el porqué de muchas cosas. ¿Qué hacía con una pistola? Y lo peor de todo…, ¿le pegas dos tiros a alguien sin más y sin importarte qué pueda pasar después? Si alguna vez se nos va de las manos alguna discusión, ¿podría correr yo esa misma suerte?

No es que lo piense, claro que no, y creo que no sería capaz. Pero siempre correrá la duda por mi cabeza.

Una persona normal puede perder los papeles y matar a su contrincante dándole un mal golpe en la cabeza, incluso de muchas maneras diferentes. Pero él… llevaba una jodida pistola como si nada. Y, por la serenidad que desprendía, parecía estar acostumbrado. Me atemoriza el simple hecho de pensarlo. ¿Habrá matado a alguien más? No quiero ni plantearme las posibilidades que puede conllevar hacerle esa pregunta.

Me tomé la libertad de contratar a un investigador privado hace cuatro meses. Me asusté. Y no precisamente por lo que encontré, porque no encontré nada sobre Bryan, ni una analítica siquiera. Eso fue lo que más me llamó la atención. Es como si él no existiera, lo cual atrajo más mis dudas. Si no existes, ¿quién eres? Eres una persona reconocida en Londres, pero si te investigan, no sale nada sobre ti. Solo datos mínimos, como el nombre propio y el de la empresa; algo muy raro.

Bryan estuvo explicándome claramente —o al menos eso creo— el tema de la seguridad en la casa. Los dos gorilas, como yo los llamo, son sus trabajadores. Lo que no llego a comprender es el cometido que tienen en su empresa. Quizá sean sus guardaespaldas, aunque nunca lo he visto llevar a nadie. Ya he podido ponerles nombre. Sé que uno de ellos se llama Eduardo y el otro Liam.

Por lo que me ha contado Bryan, Liam es su hombre de confianza. Es como si Max fuese su mano derecha y Liam la izquierda. Nunca lo había mencionado, y creo que después de ver los desplantes que le hacía cada dos por tres a ambos, decidió contármelo todo.

Cuando pasó lo de las niñas, Bryan se tomó al pie de la letra la amenaza de esos mensajes y, acto seguido, puso todo patas arriba para garantizar nuestra seguridad. No he vuelto a recibir nada más desde entonces, y es algo que me tranquiliza, pero siempre hay alguien al lado de mis hijas cuando Bryan y yo no estamos. Como aquella vez que coincidimos los dos en Sevilla. Yo estaba allí por trabajo, y sé que mis hijas se quedaron en buenas manos con Giselle, Nina, John y los de seguridad. Estoy segura de que no podría haberles pasado nada.

Otra pregunta que florece en mi cabeza es qué hacía Bryan en Sevilla. Negocios, según él. Sí, pero ¿qué tipo de negocios?

Dudas, dudas y más dudas me consumen día a día.

Está claro cuál es el problema de esta relación. Por mucho que no queramos aceptarlo, hemos ido demasiado rápido como para pararnos a pensar en la cantidad de sucesos que nos han pasado desde que nos conocemos. Si analizamos las cosas buenas y las malas, son muchas más las buenas, está claro, puesto que el hecho de ser padres es la mejor alegría que nadie podría tener en la vida. Pero si pensamos en las malas, la balanza estaría muy igualada.

Esto no se quedará así, dado que mi cabezonería puede con todo. Y sé que, aunque sea tarde, averiguaré quién eres, Bryan Summers.

Yo saqué a la luz todo mi pasado, pensando que mi vida era lo peor para él y que me repudiaría por ello. Pero no, él lo sabía todo. Y ya me quedó bastante claro que el artífice de que la carpeta llegara a manos de Bryan fue ni más ni menos que Abigail Dawson, cómo no.

Esa es otra.

Si alguna vez vuelve a toparse en mi camino o me entero de que tuvo algo que ver con los mensajes que me mandaron, juro que me las pagará, y de la manera más cara que pueda, porque me tomaré la justicia por mi propia mano.

Y Max, ese hombre al que ya considero un amigo… Pero ¿amigo fiel? La respuesta es no. No llego a entender por qué protege tanto a Bryan. Recuerdo la conversación que tuvimos cuando se enteró de que contraté a un detective privado para investigar a Bryan. La reacción no podría haber sido peor. Ni la situación. No pensaba contárselo, pero me pilló de pleno. Lo recuerdo a la perfección.

Estaba en el aparcamiento de mi trabajo. Allí es donde solía ver a mi detective, como yo lo llamaba. Yo le pagaba y él me daba fotos e informes que destruía en cuanto salía del garaje para que Bryan no los viera. El último día que lo vi, pues no hubo manera de encontrar nada relevante como para continuar con la investigación, le entregaba un sobre con dinero en el preciso instante en el que entraba Max al garaje como un toro mientras yo le sonreía agradecida al hombre.

—Muchas gracias por sus servicios, aunque he de decir que no han servido para nada. Entiendo que no ha sido su culpa.

—El placer ha sido mío, señorita A…

¡Pum! Puñetazo en toda la boca y detective al suelo.

Me giré levemente para ver de quién se trataba. Cuando vi que era Max, desencajado, casi me dio un vuelco el corazón.

—Pero ¡¿qué haces?! —le chillé.

—¡¿Qué haces tú con este?! —me gritó cerca de la cara.

—Pues…, pues…

—¡¿Pues qué?! —Me miraba desesperado por una respuesta.

Tras ayudar a levantarse al pobre detective, que había caído desplomado al suelo, miré a Max. Sabía que me echaría una bronca de tres pares de narices, y así fue.

—Max, este es José, un detective privado. Estaba… —pensé mi respuesta mientras Max me escrutaba con la mirada. Sería una tontería engañarlo— pagándole sus servicios.

—¿Sus servicios… para qué? —me preguntó, arqueando una ceja.

Por un extraño motivo, bajé la mirada, avergonzada. Pero enseguida la levanté, porque no estaba haciendo nada malo.

—Quería saber quién era Bryan, aunque ha sido en vano.

Max meneó la cabeza enérgicamente de arriba abajo, con cara de pocos amigos.

—Entiendo… Váyase de aquí antes de que le deje sin un diente en la boca. ¡Ya!

El pobre detective no rechistó; se subió en su coche y se marchó a toda prisa.

No sabía dónde meterme.

Max empezó a dar vueltas de un lado a otro por el parking de la empresa. Lo escuché respirar con fuerza. Para ser más exactos, oí hasta el latir de su corazón.

—Vamos a ver, Any…

Lo interrumpí antes de que empezara a hablar:

—No eres mi padre para decirme lo que debo o no hacer.

Al ver las malas maneras en las que se lo decía, se pegó a mí y se quedó completamente a la altura de mi rostro, mirándome de manera intimidatoria. Alcé mi cabeza para mirarlo a los ojos, y en ellos solo había chispas.

—Claro que no soy tu padre, pero veo las consecuencias de lo que haces; consecuencias que tú ignoras por completo.

Enarqué una ceja y lo miré más intensamente.

—¡Ah, ¿sí?! Y, según tú, ¿qué es lo que ignoro?

—Muchas cosas de las que no tienes ni puta idea, y con esto, solo lo empeoras todo.

Ya estaba empezando a desesperarme.

—Habla claro, Max. ¿Qué se supone que empeoro?

—Te he dicho muchas veces que cuando Bryan esté preparado, te contará lo que quieras saber. ¿Por qué sigues indagando?

—¡Necesito respuestas! Respuestas que él no me da, que nadie me da. —Resopló y se pasó una mano por el pelo, impaciente, al ver mi comportamiento—. ¿Qué pasa, Max? ¿Te altero? Pues esto solo es el principio, porque pienso enterarme de quién es Bryan Summers, cueste lo cueste. Ni tú ni nadie va a impedírmelo —le dije, señalándolo con el dedo—. Ahora, si quieres —continué con aires de chulería—, puedes irle con el cuento a tu fiel amigo.

Entonces pasó algo que jamás me habría imaginado. Al darme la vuelta para ir hacia mi coche, Max me detuvo. Me cogió por los hombros y, zarandeándome, me chilló:

—¡No tienes ni puta idea de lo que estás diciendo! ¿Quién cojones te crees que eres para indagar en su vida de esa manera? ¡¿Quién?! Si él decide contarte sus cosas, lo hará. Si no, créeme, es mucho mejor para ti. ¡Eres una necia!

A cada palabra que iba diciendo, yo abría los ojos más y más, hasta llegar a un punto en el que comenzaron a escocerme. Jamás lo había visto así. ¿Este era el verdadero Max? ¿Dónde estaba su lado cariñoso y pasional?

Me quedé helada, con la mirada fija en él. Enseguida se me escapó una lágrima, y él, asustado, me miró. Creo que en ese momento entró en sí y se dio cuenta de que había perdido los papeles. Y no con cualquiera, sino conmigo.

Cuando te apoyas tanto en una persona como yo lo hacía en Max, duele —y mucho— encontrarte con que no es como lo esperabas. Pero, claro, es lo mismo de siempre… Nada es como lo esperamos.

Max me soltó de inmediato y miró mis hombros marcados por la presión de sus dedos. Sus ojos se abrieron más que los míos al darse cuenta de lo que había hecho, al ver cómo me había hablado.

Retrocedí un paso.

—Any… —Elevé una mano en el aire para que no continuara, pero él no se dio por vencido—: Escúchame, lo siento. No sé qué me ha pasado… Por favor, espera —me suplicó.

Sin mirar atrás, me metí en el coche y salí echando humo del aparcamiento de mi empresa, dejando a Max de pie y observando cómo me alejaba.

Desde ese día, o sea, desde hace un mes, he intentado evitarlo por todos los medios, y hasta el día de hoy lo he conseguido. Todavía no me veo capacitada para hablar con él.

Sé que Bryan se ha dado cuenta de lo que pasa. Estoy segura de que Max se lo ha contado, aunque él personalmente no me haya dicho nada. Pero yo no soy tonta; lo sé.

A pesar de todo lo malo, siempre hay algo que me hace sonreír día a día: mis adorables hijas Lucy y Natacha, mis dos luceros. Crecen tan rápido que a veces me asusta. No quiero que se separen de mí jamás. Son mi día y mi noche y, sobre todo, mis ganas de seguir adelante. Mis dos pequeñas tienen ya casi un año. Parece que fue ayer cuando las tuve. Cada día están más espabiladas. Son una ricura y se portan estupendamente. Andrea, como siempre, nos ayuda en todo lo que puede, sobre todo ahora, que tenemos más trabajo en la oficina y tengo que estar más tiempo fuera de casa.

Hablé con Richard y, en vez de dejar de trabajar por completo como Bryan quería, redujimos unas cuantas horas de jornada. Me da tiempo suficiente para hacer todos mis proyectos y poder disfrutar de mi familia.

Bryan, últimamente, está mucho tiempo trabajando, así que lo veo a duras penas. Aunque intento aprovecharlo al máximo, siempre hay algo que me dice que esté alerta.

—¿Qué estás ocultando, Bryan? —murmuro mientras continúo sumergida en la piscina, relajándome. Hay veces que pienso que me tiro más tiempo en el agua que en mi propia cama.

Noto cómo alguien entra y, seguidamente, me pone una mano en la cintura.

Y aquí está el hombre de mis más profundos pensamientos y dudas.

—Hola… —Besa mi hombro. Me giro y cojo su cara con mis manos para darle un apasionado y largo beso—. ¡Vaya, qué buen recibimiento! —Asiento—. Pero, a pesar de esta magnífica acogida, veo que alguien está dándole vueltas a algo aquí. —Me señala la cabeza. Me mira con admiración, aunque también con cara de «Sé que ocultas algo»—. ¿Es por Max?

Decido que si le digo que sí dejará de preguntarme, pero también sé que creará otra duda más. Realmente, estoy harta de guardarme todo para mí.

—Sí —me limito a decir. Asiente; lo sabe—. Sabes por qué estamos así, ¿no es cierto?

Me observa durante un momento, y creo que está a punto de mentirme, pero no lo hace:

—Sí. —Ahora es él quien me mira como diciendo «Sé más que tú». Lógico…

—¿Y bien? ¿No piensas decirme nada?

Apoya su frente en la mía y suspira levemente.

—¿Qué quieres que te diga? Tú debes saber valorar tus actos y lo que haces.

Me separo de él, dándole un suave empujón hacia atrás.

—Sé perfectamente por qué lo he hecho. Quizá sea porque es la única manera de saber lo que tú te niegas a contarme. —Lo miro desafiante.

Coge uno de mis brazos y tira de mí para acercarme a él.

—¿Has encontrado algo relevante? —Niego con la cabeza—. No tienes que preocuparte de nada. Son cosas de mi pasado y, créeme, es mejor que se queden en el pasado. Ya no tiene importancia —me asegura, pegado a mi boca.

—Tú conoces el mío de pies a cabeza. Tú y medio mundo —refunfuño.

—Any, déjalo estar, no merece la pena.

Roza sus labios con los míos; ya está intentado desviar el tema.

—Bryan…

—Mmm… —murmura sin despegarse de mi cuello.

Agarra mis nalgas y las estruja, elevándome. Enrosco mis piernas alrededor de su cintura y me restriego un poco contra él. Gime pegado a mi oreja cuando noto en mi muslo su enorme erección lista para entrar en acción. Mete su mano derecha hábilmente por la parte baja de mi bikini y la posa en mi sexo. Arqueo mi espalda cuando aprieta mi clítoris, lo que hace que nos movamos hacia delante y que perdamos un poco el equilibrio.

—¿Quieres hacer el favor de ser más disimulada?

Encima se guasea de mí.

—¿Quieres hacer el favor de ser menos atrevido?

Me mira como si estuviera enfadado. Pero no lo está; solo quiere parecerlo. Levanta una de las comisuras de sus labios, gesto que me dice que va a reírse. Sin embargo, mi cara cambia cuando noto su ancha cabeza en la entrada de mi sexo.

—No me perdería por nada del mundo tus caras, cielo.

—Eres un degenerado.

—Y tú una provocadora.

Mi vista se separa de los bonitos ojos de mi adonis y me encuentro con el otro adonis al que llevo evitando un mes a los pies de la piscina y con los brazos cruzados en el pecho. ¿Qué hace aquí?

Eternamente

Подняться наверх