Читать книгу Eternamente - Angy Skay - Страница 8
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Оглавление—Ejem…
Ese ruidito sale de la garganta de Max para indicarnos claramente que está ahí. Me separo un poco de Bryan. Él levanta la cabeza, pero no se menea del sitio.
—¡Ey! —lo saluda efusivamente Bryan. Sin embargo, al ver la cara que trae el otro, arruga el entrecejo—. ¿Qué pasa, Max?
Max me mira a mí, luego a Bryan, y dice seriamente:
—Hola, Bryan. Tenemos que hablar. Es urgente.
Se da la vuelta en dirección a la casa y yo me quedo a cuadros en la piscina. «¿Hola, Bryan?». Creo que la decepción es palpable en mi rostro. Bryan me mira, entendiendo mi cara y mi malestar. Se separa de mí un poco y me recoloca la parte baja del bikini. Él hace lo propio y me da un beso.
—Deberíais hablar. No es bueno para nadie que estéis así.
—Yo no tengo nada que hablar con él —le digo enfadada.
—Me parece que sí, amor —insiste, dándome otro beso, ahora en la mejilla, y sale de la piscina.
Cuando va subiendo las amplias escaleras, por un momento me permito olvidarme de todo y ver a la perfección las líneas de su espalda. ¡Jesús! Su musculatura es irresistible. Sus músculos se definen tan duros como el acero, y la vista que tengo desde mi posición no podría ser mejor. Gozaría lamiéndole la espalda desde el cuello hasta el coxis cien mil veces.
Parece que me lee el pensamiento, pues gira la cabeza, me mira y sonríe, haciendo que todos los músculos de mi cuerpo se contraigan, especialmente los de mi parte baja.
—¿Debería pensar en voz alta, señor Summers? —le pregunto pícara.
—No estaría mal, pero le quitaría la gracia.
—¿Y eso por qué? —Arqueo una ceja, temiéndome la respuesta.
—Me gusta ver la cara que pones cuando te pillo en medio de pensamientos… De esos que nos gustan a ambos.
Enarco más la ceja, si es posible, y él vuelve a sonreír, pero esta vez se ríe con ganas. Se marcha negando con la cabeza y con un gran bulto en medio de las piernas.
—Esto —señala su paquete— es por tu culpa. Ya hablaremos después…
Le sonrío como una niña buena y salgo de la piscina. Me seco el pelo, me pongo un vestido largo, cojo a las dos pequeñas, que están en el parque cuna, y me voy a buscar a Brenda.
—¿Brenda? —la llamo desde la habitación.
Al ver que no me contesta, decido entrar para llamarla por si está durmiendo, pero cuando entro, tengo que taparme los ojos corriendo.
—Lo siento, lo siento —me disculpo.
—¡Any, joder! —grita Ulises del susto.
Brenda se incorpora ipso facto de la cama y empieza a reírse como una descosida.
—Brenda, venía a decirte que voy a ir con las niñas a la playa a dar un paseo. ¿Quieres venir?
En medio de un ataque de risa, consigue contestarme:
—Cla…, claro.
—Bien, te espero abajo. Lo siento de nuevo, Ulises.
—Tampoco ha sido tan grave —me contesta como si nada.
Negando con la cabeza por mis pensamientos, bajo las escaleras. Brenda tenía razón: está bien dotado el amigo. Me río como una tonta.
Cuando llego abajo, giro a la derecha para coger a las niñas, que las he dejado un segundo en el salón, y me estrello contra Max justo cuando sale de una de las habitaciones de la casa. Me separo de él poniendo mis manos en sus hombros para recuperarme del golpe que acabo de darme.
—¿Estás bien? —me pregunta más frío que el hielo.
—¿Te importa? —le contesto sarcástica.
Me mira. Yo le devuelvo la mirada sin amilanarme, pero no contesta. Simplemente, me esquiva por el lateral y se marcha. ¡Esto es increíble! Me quedo con cara de estúpida en medio del pasillo. Al fondo, veo a Bryan asomado por una de las puertas. Niega, y al ver el estado en el que me he quedado, se dirige hacia mí.
—¿Estás bien, nena? —me pregunta, y me da un beso.
—¿Desde cuándo Max es tan imbécil?
—No es imbécil. Solo está enfadado.
—Claro… —digo desganada—. Me voy con Brenda y las niñas a la playa a dar un paseo. Ahora volveré. ¿Qué hacía aquí?
—Ha venido a entregarme unos papeles.
—¿Va a quedarse?
Estamos muy lejos de casa, así que dudo que vaya a irse.
—No, no ha querido. Ya se lo he dicho.
Me marcho con los ojos encharcados. Pero no pienso llorar; él se lo ha buscado. Yo no estoy comportándome de manera infantil. Él fue el que se pasó tres pueblos conmigo. Si quiere algo, que venga a decírmelo.
Cojo a las pequeñas y salgo a la entrada de la casa para esperar a que llegue Brenda. Veo cómo Max se sube en su coche y sale disparado. No sé qué hará aquí o qué será tan importante, pero algo grave debe ser cuando se ha pegado este viaje para venir. Tendré que enterarme, y sé cómo voy a hacerlo.
Paseamos por la playa que tengo frente a la casa en la que estamos. Es de arena blanca y fina. Tenemos kilómetros de playa privada que corresponden a la finca. Todo un paraíso. Ponemos una toalla sobre la arena, tanto para las pequeñas como para nosotras, y nos sentamos.
—¿Estás bien? —me pregunta Brenda.
—No lo sé. Creo que están escapándoseme muchas cosas.
—¿Has averiguado algo más?
Asiento. Estoy harta de hacer averiguaciones sobre la vida de Bryan. Aunque él me haya dicho que pertenece a su pasado, ¿tan malo es para no compartirlo?
—¿Y bien?
—Es poco, pero me vale. Sé que la llave que me entregó Anthony es de un pariente suyo y que corresponde a una casa. Pero no sé dónde está siquiera. Es un puto rompecabezas, Brenda.
—¿Y qué hay de lo otro?
—Un pen drive.
Brenda me mira sin entender nada. Está hablándome de lo que había detrás de la chimenea; lo que parecía más misterioso de todo, a fin de cuentas. Esta familia y sus secretos…
—¿Cómo dices? —me pregunta asombrada.
—Sí, así me quedé yo. Lo que había detrás de la chimenea de Anthony era un pen drive.
—¿Qué hay dentro?
—No lo sé. No sé siquiera si estoy preparada para verlo.
Me quedo unos instantes mirando el mar. Pienso, le doy vueltas a todo una y otra vez. Mi rompecabezas no termina de encajar, y tengo un descontrol mental que no me deja ni dormir. Le cuento que hoy ha venido Max, que necesito que me ayuden una vez más para despistar a Bryan, para llevar a cabo mi plan.
—Claro que sí. Sabes que puedes contar con nosotros para lo que quieras. Y cambiando un poco de tema, ¿qué te ha parecido Ulises?
—Lo he pasado mal… ¡No te rías!
—Any, ¡por Dios! Si lo conoces desde antes que yo.
—¿Y qué? Eso no me da derecho a tener que conocer todas las partes de su cuerpo.
—Entonces, ¿qué? —insiste, realmente interesada.
—¡Oh, Brenda! ¡Venga ya! ¿De verdad quieres que te lo diga?
—A mí me gustaría saberlo.
Nos quedamos las dos en absoluto silencio y, cuando giramos la cabeza, ahí está el hombre del que estamos hablando: Ulises. Las dos estallamos en una carcajada mundial. Ulises se sienta en la arena y coge a la pequeña Lucy en brazos de manera cariñosa. A Natacha, al momento, le da envidia y empieza a tocarle la pierna con su pequeña manita. Todos nos quedamos con cara de bobos mirándola. Al final, Ulises termina cogiendo a una en cada brazo.
—¿Y bien? —Ulises nos saca a ambas de nuestros pensamientos.
—No está mal —le contesto, a sabiendas de su respuesta.
Brenda comienza a reírse de nuevo.
—¿Cómo que no está mal? —pregunta molesto, pero en el fondo sé que no lo está.
Él mismo empieza a reírse; se lo tiene bien creído el tío. Se nos pasa la risa cuando Ulises suelta:
—Any, llevo un tiempo sin hablar cercanamente contigo, y la verdad es que lo echo de menos. Sabes que te quiero, y quiero a estas dos niñas tan preciosas que tienes, pero…
—Sigue sin gustarte —termino la frase.
Niega y mira a Brenda.
—No es eso. Bryan me cae bien; mejor dicho, al final ha conseguido caerme bien. Pero no me gusta verte así. Más que una persona normal, parece que eres de la CIA, y esto no puede seguir así. Creo que deberías ponerle las cartas sobre la mesa y que te diga lo que tenga que decirte. —Hace una pausa y suspira—. Tú hiciste lo que nadie jamás hubiese hecho nunca: le contaste toda tu vida a una cámara sabiendo que lo sabría medio mundo, y lo hiciste por él. Creo que lo mínimo es que él lo haga por ti.
—Lo sé, Ulises, pero no lo hace. Antes me dijo que era pasado y que ya no tenía que preocuparme. No sé si lo mejor es dejarlo estar…
—Haré por ti todo lo que me pidas, y lo sabes. Pero no puedes vivir así siempre: con las dudas, las preguntas sin respuesta… No, Any, eso no es vida para nadie. Tú también contaste tu pasado, te repito, por él.
Junto mis rodillas y apoyo mi cabeza en ellas. Pienso y pienso. Es lo único que hago últimamente. No sé qué hacer, pero la curiosidad, algunas veces —o casi siempre—, me puede. ¿Por qué no puede contármelo y ya está?
Mañana iré al cementerio a ponerle unas flores a mi madre. No estamos lejos de Cádiz, así que tardaré muy poco en llegar. Lo que no tengo claro aún es si iré sola o con Bryan.
A la hora de comer, como habíamos hablado, Ulises comienza con su plan para ayudarme a averiguar qué le ha traído Max a Bryan; tarea que parece no ser muy difícil.
—Bryan, ¿nos vamos a por esa botella de vino que hemos dicho?
—Claro, dame un segundo.
Se va escaleras arriba y, tras ponerse una camiseta para tapar ese escandaloso cuerpo que tiene, baja para irse con Ulises.
—No tardaré —me dice, dándome un beso en los labios y mirándome fijamente a los ojos.
Este hombre va siempre por delante de mí, y no sé por qué. Asiento como puedo. Me dirige una última mirada, pero no sin antes decirme:
—Recuerda: la curiosidad mató al gato.
Lo miro extrañada. Es imposible que haya escuchado mi conversación con Brenda y Ulises. No pierdo el tiempo en pensar. Quizá me lo ha dicho por la conversación que hemos tenido en la piscina.
Me meto por la puerta en la que estaba él antes y, efectivamente, es una especie de despacho. La casa no es nuestra, es de alquiler, así que no la conozco a la perfección. Empiezo a rebuscar todo lo que pillo a mi paso: cajones, muebles, estanterías… Todo. Hasta que, por fin, encuentro una carpeta negra en el fondo de un cajón secreto de la mesa. La saco y me pongo a mirarla, pero no entiendo nada.
—¿Qué es Darks? ¿Y quién es Darek? —susurro.
En la carpeta aparece todo tipo de información: propiedades, vehículos, familiares… Es impresionante lo que pueden llegar a sacar de ti los investigadores. Claro que Bryan tendrá uno bueno, porque el que yo cogí para que investigara no sacó nada.
Sigo pasando las hojas y veo un montón de fotos del tal Darek de espaldas, sin camiseta, en una especie de casa vieja. Tiene pinta de ser otro país. Lleva una estrella diminuta tatuada en la espalda, en el lado derecho. Es apenas visible si no te fijas mucho, pero me quedo helada cuando veo la siguiente foto.
«¿Bryan es policía? ¿Es de los buenos?». Me atrevo a pensarlo durante un instante. Pero no puede ser. Los buenos no suelen ocultarse; los malos sí. No obstante, es muy precipitado sacar conclusiones todavía.
Tomo nota de la dirección de la empresa que, casualmente, está en Londres. En cuanto llegue, será lo primero que haga para averiguar quién es Darek. No viene apellido ni nada; cosa rara. Solo un nombre. Preguntaré por él. Seguro que alguien lo conocerá.
De pronto, la puerta se abre y me quedo muda.
¡Mierda!
—¡¿Tú otra vez?!
Cierro los ojos. ¡Mierda y más mierda! Guardo la carpeta donde estaba y me dirijo a la salida, no sin antes mirarlo de los pies a la cabeza.
—Yo no tengo que darte explicaciones a ti. —Me agarra del brazo, pero me suelto de malas formas—. ¿Qué vas a hacer, Max? ¿Vas a zarandearme otra vez o vas a ir corriendo a decírselo a tu amigo?
—Mi amigo sabía esto antes de salir por esa puerta —me asegura, señalando la entrada.
Me quedo petrificada. No es una pregunta; es una afirmación. ¿Son brujos?
—Pues explicaciones que te ahorras —le digo sin darle importancia.
Nos quedamos un rato mirándonos. Finalmente, lo fulmino con una última mirada cargada de arrogancia y salgo del despacho. ¡No pienso ceder!
Cuando llego a la entrada, Bryan está aparcando el coche. Se baja de él junto con Ulises. Me resulta raro verlo sin traje. Desde que vinimos aquí hace dos semanas, está todos los días con ropa deportiva, y la verdad es que le sienta fenomenal.
Oigo cómo Max respira detrás de mí aceleradamente.
—¿Por qué te empeñas en darle tantas vueltas a todo? —me pregunta de malas maneras.
—Porque me da la real gana.
Me giro para mirarlo a los ojos a la que vez que entrecierro los míos un poco para darle más énfasis a mis palabras. Max me lapida con la mirada, se da la vuelta y se marcha sin decirme nada más. Eso sí, estoy segura de que está echando fuego por la boca.
La comida transcurre bastante bien, excepto por las miraditas que Max y yo nos echamos de vez en cuando. Antes de que ocurriera todo este jaleo con él, decidimos que sería quien me acompañara al altar el día de la boda, pero como sigamos así, no sé con qué cara vamos a ir.
Me habría gustado que fuese Anthony quien lo hiciese, pero Bryan me dijo que no lo pusiera en ese aprieto, puesto que se encuentra peor que antes. Tememos que el día llegue antes de la boda, y por eso precisamente queríamos celebrarla antes. Sobre todo, Bryan. Está muy preocupado, pero sabemos de sobra que no está en nuestra mano; será lo que el destino le depare.
Salgo de mis pensamientos y regreso a la tierra cuando escucho a Bryan hablar:
—Ejem… —carraspea incómodo—. ¿Queréis más vino?
—No —le contestamos Max y yo a la vez.
Ambos nos miramos como verdaderos rivales y, de reojo, me doy cuenta de cómo Brenda abre más los ojos. Ulises se recoloca la servilleta y Bryan se queda con la botella suspendida en el aire. Menudo panorama.
—Vale, perdonad por la ofensa —contesta con ironía.
Los dos hemos saltado de una manera mordaz y hemos hecho que toda la mesa nos observe.
—Lo siento, no pretendía ser tan brusco —se disculpa enseguida Max.
—Ni yo —lo sigo, un poco avergonzada.
—No importa —continúa Bryan, y deja la botella en la mesa—. A más tocamos, pero podríais relajaros un poco.
Max me mira y yo a él, pero de manera asesina. Creo que no me reconozco ni yo.
—Yo no he empezado. Max está un poco alterado últimamente. —Hago una mueca.
—No estaría tan alterado si no me alterases tú.
Abro los ojos con desmesura. No ha dicho lo que acaba de decir, ¿o sí? Ulises se atraganta y Brenda empieza a darle golpes en la espalda.
Bryan levanta una ceja.
—¿Estás bien, Ulises? —le pregunta.
—Sí, gracias —contesta, recuperándose.
—Bueno, a lo que iba. ¿Por qué te altera ella? Ya que estamos, vamos a intentar aclararlo.
Lo miro. Me mira.
No hablamos ninguno, y por inercia contemplo mi plato. Max se mete un trozo de carne en la boca e intenta evitar la pregunta.
—¿Y bien? —insiste Bryan.
Max vuelve a mirarme y yo levanto mis ojos; ojos que no dicen nada. Si Bryan ya está al tanto de que le puse un investigador privado y supuestamente sabía que iba a registrar su despacho, ¿por qué está cubriéndome?, ¿por qué le ha contado una milonga? No lo entiendo. Me limito a no responder.
—Da igual. Ya lo aclararemos en otro momento. Disfrutad de la cena, no vaya a ser que a alguien le siente mal. —Y me mira mí.
Esto no es una indirecta, sino una directa con señales luminosas. Terminamos de cenar y todo el mundo se va a sus respectivas habitaciones. Me dirijo a la cocina para beberme un vaso de agua y no se me ocurre ni encender la luz, hasta que veo la puerta del frigorífico abierta y pego un brinco del susto. A continuación, oigo como si apretaran una especie de espray y miro por la otra esquina. ¿Qué coño es eso? Veo a Bryan al lado de la nevera… ¡zampándose un bote de nata!
—¡Joder, qué susto!
Se asusta también; casi se ahoga con la nata que lleva en la boca. Le doy un vaso de agua, gesto que me agradece con la mirada cuando empieza a toser como un descosido. No puedo aguantar más y empiezo a reírme como una loca. Sin embargo, como si un bofetón me hubiese atravesado la cara, la risa se me borra cuando escucho a Max hablar:
—¿Qué pasa? ¿Ya quiere matarte y aún no se ha casado contigo? —Ambos lo miramos. Levanta las manos a modo de rendición—. Era una broma, ¿vale? Qué poco sentido del humor tenemos…
Elevo una ceja y voy a por mi vaso de agua. Bryan observa el panorama sin decir nada. Max va hasta la nevera y le quita el bote de nata a Bryan de las manos.
—¿Ya estás con el vicio? —bromea.
Bryan muestra su perfecta dentadura blanca en una sonrisa y yo los miro a ambos. Max se echa un buen chorro de nata en la boca y se ahoga también. ¡Hombres! Me sale sin querer una cara de felicidad y Bryan me mira con mala cara mientras le da palmaditas en la espalda a Max; aunque más que palmaditas, son palmadotas, porque, como siga así, va a meterlo dentro de la nevera.
—No te rías del mal de vecino, que el tuyo viene de camino —suelto mientras salgo de la cocina con una sonrisa triunfal.
Llego al dormitorio, dispuesta a relajarme en la gran bañera de mármol antes de ir a dormir. Me sumerjo hasta cubrir mi cabeza con el agua justo cuando oigo la puerta. Salgo y me encuentro a mi hombretón mirándome con los brazos en jarra y el entrecejo fruncido.
—¿No crees que te has pasado un poco?
—¿Yo? —pregunto, haciéndome la inocente.
—Sí, tú. —Me señala.
Después de pensarlo durante dos segundos, le contesto:
—Pues no, se ha pasado él. Ha querido dejarme en evidencia.
Bryan se atusa el pelo con una mano, desesperado, y al final se mete con la ropa y todo dentro de la bañera y se sienta frente a mí.
—Vamos a ver, Any…
—Vamos a ver, Bryan… —lo imito, poniendo los ojos en blanco, y me río—. ¿Vas a regañarme?
Le pongo un pie en medio de la entrepierna y me lo aparta al momento. Abro la boca con desmesura y pongo cara de pena.
—¡No me despistes, mujer! —Me señala con un dedo de nuevo.
Me río y me pongo encima de él. Empiezo a darle pequeños mordiscos en el lóbulo de la oreja y sigo mi camino hasta llegar a su cuello con suaves besos. Noto cómo su erección crece. Desde hace unas semanas estamos peor que los conejos, pero ¡es que no podemos parar! Me agarra de la cintura y me aprieta con fuerza hacia abajo. Nos besamos como dos desesperados.
—¿A qué viene ese carácter que tienes últimamente? —me pregunta entre beso y beso.
—Ese carácter es algo que tú estás haciendo que tenga al ocultarme tantas cosas.
Me mira arqueando una ceja; haciéndose el tonto más bien. Yo lo dejo en el aire.
—No te oculto nada, te lo he dicho antes —me dice, besando mis pechos.
Tira de uno de mis pezones y repite la acción con el otro, lo que hace que de mi boca salga un sonido de placer. De un tirón, le bajo los pantalones de deporte, empapados, y me sorprendo al ver que no lleva ropa interior puesta. Lo empujo hacia atrás para que se suba en el pequeño peldaño que hay en la bañera y obedece de inmediato. Termino de quitarle el pantalón y toco su erección de arriba abajo seguidamente.
—Si continúas por ese camino, no vamos a llegar muy lejos.
Sonrío como una auténtica diablesa mientras paso la lengua por la punta de su glande. Poco a poco, me la introduzco por completo en la boca. Cada día me asombro más del atrevimiento que tengo yo misma; atrevimiento que antes no tenía ni por asomo. Lo miro a los ojos y veo cómo tiene que echar la cabeza hacia atrás por el inmenso placer que estoy provocándole.
—¿Y si seguimos por este camino?
Me mira un segundo y me incorpora, de manera que quedo de rodillas en la bañera. Se levanta y agarra mis brazos para ponerme de pie frente a él. Besa mis labios brutalmente y me da la vuelta para dejarme inclinada, lo que me obliga a apoyar mis manos en el borde de la bañera. Pasa una mano por mi trasero y reparte pequeños besos acompañados de mordiscos. Luego, coloca una mano en mi abertura empapada y oigo cómo se ríe.
—Vamos a ver si seguimos por este camino…