Читать книгу Eternamente - Angy Skay - Страница 9

4

Оглавление

Me despierto por la mañana y me dispongo a recoger todas las cosas. ¡Parece que hemos venido para toda una vida! Y solo han sido unas semanas. Después de visitar el cementerio, nos iremos a Londres de nuevo. Esta tarde tengo la prueba del vestido de novia y estoy un poco nerviosa, la verdad.

Preparo todo lo de las pequeñas y lo nuestro, y me arreglo con un bonito vestido turquesa para irme. Cuando llego al salón, no sé por qué todo el mundo está ahí. Parece una concentración, y ya me temo el porqué.

—¿Estáis todos esperándome? ¿Ha pasado algo?

El primer valiente en hablar es Ulises:

—Any, si quieres, vamos contigo. Sé que no es fácil y…

Lo corto con la mano. Bastante está costándome como para que vengan todos a ver cómo me desmorono por segundos.

—No, necesito hacerlo sola.

El aludido asiente, e igual que se ha levantado, vuelve a sentarse. Les doy un beso a las niñas y les susurro:

—Mamá volverá pronto para irnos a casa.

Me miran con verdadero cariño, y una diminuta sonrisa cruza sus pequeñas boquitas. Salgo acompañada de Bryan. De reojo, veo que Max no tiene muy buena cara. Supongo que será por pensar en la situación en la que me encuentro ahora mismo, ya que no es nada agradable.

Nunca he visitado la tumba de mi madre. Solamente lo hice cuando la enterramos. Fue la cosa más dura que hice en mi vida, y después de eso no he sido capaz de poner un pie en el cementerio. Todo por el sentimiento de culpa; sentimiento que ya sé que no debería tener. El dolor de perder a una madre es insuperable y perdura de por vida.

Jamás pensé que mi madre muriera tan joven. Jamás imaginé lo que llegaría a pasar esa noche. Mi mundo se quedó vacío. Era la única que sabía hacerme sonreír de esa manera tan especial, la única madre, amiga y confidente en los peores momentos de mi vida. Todo mi mundo giraba en torno a muchas cosas, pero ella era una de las principales. Era mi día a día, y aunque tuviéramos nuestras diferencias, la quería. La quería más que a mi propia vida, y habría dado cualquier cosa por ponerme en su lugar, por que ella estuviera viva ahora mismo.

Llegamos al cementerio. Suspiro y me bajo del coche. Al ver que Bryan hace lo mismo, lo detengo.

—Tengo que hacerlo sola, por favor —le pido.

—Está bien, pero estaré cerca por si me necesitas.

Me da un tierno beso en la frente y me alejo de él.

—Tranquila, tranquila —murmuro para mí misma, armándome de valor.

Cuando llego a su lápida, después de dar varias vueltas y no encontrarla, peor aspecto no puedo tener. Se nota que por aquí no pasa nadie. Me culpo a mí misma porque no debería estar así. Pero me prometo que no volverá a pasar y que, siempre que pueda, vendré, aunque solo sea para ponerle unas flores y limpiarla un poco.

Concretamente, está enterrada en una típica fila en el cementerio, la segunda empezando por abajo. Me pongo de rodillas, ya que llego perfectamente, y deposito un ramo de flores mezclado con rosas, tulipanes, margaritas y gardenias; las flores que más le gustaban a ella. Sonrío ante ese pensamiento.

—Hola, mamá. —Suspiro. Las lágrimas ya empiezan a brotar de mis ojos—. Sé que tienes que estar muy enfadada conmigo, y llevas mucha razón. Fíjate, nadie se ha molestado en todos estos años en venir a ponerte unas flores… Incluida yo.

Aunque siempre he sido de las personas que dice que ir a una tumba no va a hacerte ver a nadie ni nadie va a escucharte, necesito hacerlo, así que me limpio las lágrimas y continúo:

—He conocido a un hombre, ¿sabes? Un hombre que me tiene loca. Es cariñoso, comprensivo, amable, y aunque tiene sus defectos, como todos los humanos, lo amo por encima de todo. Ojalá estuvieras aquí para conocerlo. Seguro que te adoraría. —Mis ojos se empañan de nuevo—. He tenido dos niñas con él. Con toda seguridad, serían tus luceros. Crecen por días y son una preciosidad. Ahora comprendo lo que tú sentiste con Nina y conmigo. Yo también daría mi vida por ellas, como tú hiciste.

Miro hacia el suelo. Qué difícil se hace esto.

Ojalá pudiera dar marcha atrás e intentar que nada de esto hubiera sucedido. Pero de ser así, el destino no habría sido el mismo; no habría encontrado a mi hombre y no habría tenido los tesoros más preciados de mi vida: mis hijas.

—Si hubieses visto lo que hice ante millones de personas, te asustarías. No sé cómo fui capaz de hacerlo, mamá, no me lo explico ni yo. Bueno, sí… —Sonrío irónica—. Por amor… Lo hice por amor. Por esa palabra se hacen tantas cosas… Lo mismo por lo que tú estás aquí.

Intento buscar una cajita de pañuelos que llevo en el bolso, ya que mis manos están empapadas de lágrimas. Me cuesta un poco encontrarlos, pero al final, después de rebuscar un rato, los hallo.

—Nina ha conocido a un hombre que la hace muy feliz y ha tenido otra preciosa niña. Lo pasé muy mal, pensé que la perdía, como a ti, y se me hizo insoportable. Tengo tantas cosas que contarte… Tengo tantas ganas de poder abrazarte, de que me beses y me sonrías para decirme que todo irá bien… —Suspiro fuertemente—. Te echo tanto de menos, mamá…

Retiro con las manos unas cuantas telarañas que hay en la lápida y paso el pañuelo que llevo por ella para poder quitarle el polvo de encima.

—Hay personas que me han ayudado mucho, sobre todo a llegar a concienciarme de que no fue mi culpa lo que pasó. Pero si hubiera llegado antes… No sé, todo esto es muy complicado. Sé que la vida es difícil, y más en mi caso. A cada paso que doy, una piedra se interpone en mi camino. ¿Alguna vez seré feliz por completo?

Finalmente, me derrumbo y lloro como una niña pequeña sin el consuelo de nadie encima de la tumba de mi madre. Esto es tan doloroso que es imposible no rendirse ante esta situación. No sé cómo Nina ha podido todos estos años asistir a las misas, venir aquí, ver a los familiares de mi madre… No sé cómo.

—Te quiero, mamá. Siempre estarás en mi pensamiento y en mi corazón.

De repente, noto cómo unas fuertes manos me levantan y me abrazan junto a su cuerpo.

—Ya está, tranquila.

Bryan me besa el pelo y me hace mil caricias por la espalda para consolarme. Lo necesitaba. Necesitaba llorar y hacer esto.

—Estoy bien, solo tenía que desahogarme y… La echo tanto de menos, Bryan. No sabes lo que duele.

Vuelvo a llorar. A través de mis lágrimas, veo cómo su cara se contrae. Sé que su pensamiento ha sido el mismo que el mío. No lo sabe, y ojalá no sea pronto.

—No pienses en eso ahora —me susurra, intentando tranquilizarme.

—Lo siento, no pretendía…

—Lo sé, tranquila. —Me besa de nuevo, pero esta vez lo hace en los labios—. ¿Nos vamos? —me pregunta con delicadeza.

—Sí —lo detengo antes de irnos—, pero antes quiero hacer una cosa.

Me mira sin entender nada, sin embargo, yo sé de sobra qué es lo que voy a hacer. Cojo del suelo unas cuantas flores combinadas como las de mi madre, pero en un tamaño inferior. Bryan no sabe aún cual es mi propósito. Deposito un beso en mi mano y la pego a la tumba de mi madre, cierro los ojos y respiro profundamente. Los abro y me limpio el resto de las lágrimas que me quedan, decidida a terminar lo que he venido a hacer. Doblo la esquina donde está mi madre enterrada y me meto cuatro calles más arriba. Busco con la mirada hasta que lo veo.

—Any, ¿qué haces? —me pregunta confuso.

Lo miro. Mis ojos no tienen expresión alguna, excepto odio.

Giro mi cabeza y, frente a mí, tengo a don Julián Moreno.

Tus padres, hermanos y sobrinos no te olvidan.

«Muy propio de la familia de mi padre. Tus hijas no. Claro que no. Tus hijas han intentado olvidarte por todos los medios posibles de sus cabezas». Es un pensamiento muy frío que cruza mi cabeza en este mismo instante. No obstante, lo peor no es eso, sino lo que estoy a punto de hacer.

—Any…

Bryan me coge del brazo, pero le aparto la mano de manera delicada. Lo miro sin sentimiento alguno y, en parte, mostrándole la fuerza que puedo llegar a tener en una situación tan violenta como lo es esta. La lápida está peor aún que la de mi madre. No se acordará nadie de él, y no me extraña. Unas flores blancas secas adornan los lados de su lápida y una extensa capa de polvo la cubre por completo. Deposito las flores en uno de los laterales sin molestarme en limpiar nada. Frío. Como él lo era con nosotras.

—Hola. Te diría papá, pero me duele hasta decir que eres mi padre. He venido a traerte estas flores porque, ante todo, soy una mujer de los pies a la cabeza. Mujer que tú no me enseñaste a ser en ningún momento. Gracias a ti he tenido que andar toda mi vida sola de un lado para otro. Gracias a que tú me quitaste mi mayor tesoro: mi madre. —Mis palabras son veneno; veneno que quema mi garganta—. Espero que desde algún sitio escuches lo que estoy diciéndote, y también espero que seas feliz, aunque no te lo merezcas, porque yo sí lo soy. Nina es feliz. Y tú no estás aquí para impedirlo. No volveré a venir a verte jamás por la sencilla razón de que, con esto, mi dolor por tu culpa ya ha sucumbido. Eres el único culpable de que esta historia acabase así, y estás donde mereces estar.

Me doy la vuelta bajo la cara estupefacta de Bryan, que no se atreve a decir ni mu. Me he quedado en la gloria. Mi padre no se merece nada. Un hombre así no es digo del paraíso, sino de un infierno constante. Y si hay una rencarnación después de la muerte, yo se la deseo.

Intento desviar mis pensamientos llenos de rencor y miro a Bryan, que aún no ha abierto la boca.

—Bryan, ¿puedo pedirte un favor?

—Por supuesto, lo que quieras —me dice solícito mientras coge mi mano.

Suspiro. Creo que ya puedo respirar algo mejor. Es como si me hubiera quitado un gran peso de encima.

—Me…, me gustaría poder venir más a menudo a ponerle unas flores a mi madre. Todo esto está abandonado y…

Bryan me corta con la mano, así que me callo de golpe. Aunque no le guste la idea, vendré. Solo iba a pedirle un transporte para poder venir, ya que él tiene todo lo necesario para poder viajar.

—Tienes lo que quieras, desde el jet hasta lo que necesites. Y siempre te acompañaré, Any. Para eso estoy contigo, para lo bueno y para lo malo. Recuérdalo.

Me abrazo a él como si fuese un ancla a la que agarrarme, y me corresponde.

Cuando vamos a salir del cementerio, una voz me llama. No la reconozco de inmediato, pero al girarme, me quedo petrificada en el sitio.

—¿Any? ¿Annia Moreno? —pregunta.

—Sí, soy yo —le digo seca.

Miro a la individua. Es Tania, «mi amiga» de bachiller. La repaso de los pies a la cabeza. Ha cambiado un montón; a peor. Tiene el pelo largo, negro, atado en un moño, y viste completamente desastrosa. Va sin una pizca de maquillaje y ojerosa a más no poder. Su perfectísima cara delgada se ha convertido en una regordeta. ¿Qué hay de la Tania que conocí?, ¿de la chica rubia de pelo corto, con una talla treinta y seis y la más envidiada por todo el instituto? La joven que yo conocía se ha esfumado como el humo.

—¡Vaya! ¿Qué haces aquí? ¿Has venido a ver a tu madre?

«Lógico. ¿No me ves la cara?».

—Sí. Estaba poniéndole unas flores —le contesto con sequedad.

Me abraza y me da dos sonoros besos. Estoy alucinada. Si la viera por la calle, no la reconocería jamás. Veo cómo examina a Bryan, y sé que está deseosa de que se lo presente. Está comiéndoselo con los ojos como una lagarta. En ese aspecto, no ha cambiado.

—Tania, este es Bryan. —Miro al susodicho, que me contempla con cara de circunstancia—. Bryan, esta es Tania, una amiga de bachiller.

Ella se acerca para darle dos besos, pero mi guiri estirado, cómo no, le saca una mano y, estrechándola, le dice en un perfecto español más seco que un ajo:

—Encantado.

Ella lo mira con ojos deseosos, pero, a la vez, se queda petrificada por el corte que Bryan acaba de darle. ¡Ese es mi hombre! Tiene un detector, sin duda.

—El gusto es mío, por supuesto. ¿Y qué papel tiene este pedazo de hombre en tu vida, Any?

Antes de que me dé tiempo a contestar, Bryan lo hace por mí:

—Es mi mujer.

¿Acaba de mearme encima? Solo le ha faltado recalcar «mi mujer» con más énfasis.

—¡Vaaayaaa! Veo que no te andas con chiquitas. Mikel se queda muy corto comparado con este hombretón que tienes ahora.

Me entran los siete males.

Mikel… No es momento de hablar de él. Decido responder antes de que vuelva a hacerlo Bryan:

—Pues sí, Mikel no le llegaba…, ejem… —carraspeo para disimular—, no le llega ni a la suela de los zapatos.

Ella se ríe. Sigue siendo la misma, solo que con otro aspecto, pero la serpiente que es la lleva debajo.

Bryan hace un amago de levantar un poco la ceja. Debe estar anonadado con la fresca esta.

—Pues ya me dirás dónde los consigues, porque, oye, yo quiero uno igual.

Se pega un poco más a Bryan, quien, por inercia, me acerca más a él, cosa que me hace gracia. De repente, oigo el sonido de un coche y, cuando giro mi cabeza, me encuentro a Max saliendo de él. Al vernos, suelta un fuerte suspiro. Me mira a mí, luego a Bryan y después posa sus ojos en Tania, reparando apenas en ella. Veo cómo esta se molesta por ese gesto.

—¿Estáis bien? Me teníais preocupados al tardar tanto.

Bryan asiente y lo miro de reojo. Se da cuenta de que he llorado, pero cuando va a preguntarme, la odiosa voz de Tania retumba en los oídos de todos:

—¡Bueno, bueno! No me digas que este también es tu marido, porque conociendo tu historial…

Se me tensan todos los músculos del cuerpo y adopto una postura rígida que Bryan nota al instante. Me da un leve apretón para que me relaje, pero me es imposible. ¿Cómo se atreve?

—Pues no, no es mi marido. Y ya puestos, ¿qué me dices de ti? —le pregunto sarcástica—. Has cambiado mucho, ¿no?

Mis titanes se miran sin entender nada, pero sé que se divierten con la guerra de chicas.

—Sí, la verdad es que todo ha cambiado mucho desde que tú te fuiste de aquí —dice un poco avergonzada. Pero la vergüenza se le va de inmediato cuando, con una sonrisa malévola, me aplasta con una verdad más grande que una catedral; verdad que ninguno de los dos hombres que tengo detrás sabe—: Supongo que en la cárcel enseñan mucho, ¿no, Any? No sé cómo pudiste pasar por ese infierno, pero estoy segura de que te sirvió para muchas cosas.

Está crispándome, y al final, vamos a tenerla, así que la corto de inmediato:

—Si la cárcel me espabiló o no, creo que no es tu problema.

Cuando estoy terminando la frase, veo a lo lejos a una mujer mayor vestida completamente de luto. Al fijarme bien, casi me da un vuelco el corazón. ¿María?

Joder…, es la madre de Mikel.

—¿María? —pregunto con los ojos como platos.

—¿Any? Oh, hija mía, cuánto tiempo sin verte.

Se acerca a mí y deposita dos cariñosos besos en mis mejillas. Es una mujer que tendrá unos setenta años, de ojos achinados, mandíbula cuadrada y un metro cincuenta de estatura. La pobre ha pasado muchas desgracias en la vida, todo eso sin contar con los disgustos que le daban sus hijos Mikel y Jeremy cada dos por tres.

—¿Qué hace aquí? ¿Ha venido a ponerle flores a su esposo?

La mujer niega con la cabeza y unas lágrimas recorren su arrugada piel. Ay, Dios mío… Miro a Bryan y a Max, pero ninguno muestra nada. La miro de nuevo a ella. Tania está en una esquina, con la boca cerrada.

—Mi nuera y yo hemos venido a ponerle flores a mi hijo… —La mujer rompe a llorar de nuevo.

Mi mirada se posa en Tania, sorprendida de que ella sea la nuera. Ahora mismo me tiemblan hasta las piernas. Bryan se da cuenta y me agarra más fuerte de la cintura para que no me desplome en el suelo. ¿Cómo se han enterado?

—¿Tú eres su nuera? —le pregunto a Tania.

Ella me observa con cara de circunstancia, como si no quisiera que nadie lo supiese.

—Sí, pero no estoy con Mikel, si es a lo que te refieres… Estaba con Jeremy…

Ay, Dios, que me desmayo.

—Su…, su hijo Jeremy… ¿ha muerto? —balbuceo.

La mujer se limpia las lágrimas.

—Sí, hija, murió hace dos semanas, y de Mikel no sabemos nada desde hace meses. ¿Tú sabes algo de él, niña? Lo que sea… No sabe siquiera que su hermano ha muerto.

Si no salgo de aquí inmediatamente, voy a desplomarme en el suelo.

—Lo siento mucho. No, María, no tengo ni idea de su paradero desde hace mucho tiempo —le miento lo mejor que puedo.

Si ella supiera…

—¿Podrías ayudarme a…, a… encontrarlo? —solloza—. Te lo pido como un favor.

Me quedo estupefacta, y creo dar un traspié hacia atrás. Tania me mira.

—¿Te encuentras bien, Any? —me pregunta.

—Sí… Sí… Estoy un poco cansada.

Bryan, al ver mi malestar, me agarra de la cintura y continúa como si tal cosa la conversación con la madre de Mikel:

—Señora, si sabemos algo del paradero de su hijo, le informaremos. Ahora, si nos disculpa, tenemos que irnos.

La mujer se queda más tranquila, pero yo aún sigo viendo a Mikel tirado en la moqueta del apartamento de Bryan.

—Muchas gracias, muchacho. Cuídala bien. —Toca mi mejilla—. Es una buena chica. Lástima que mi hijo la dejase escapar de esa forma.

Necesito salir de aquí.

—O lástima de ella, porque también ha perdido a un buen hombre, ¿no, Any? —me pregunta la tintineante voz de Tania con maldad.

Todo el mundo se queda en silencio y me encargo personalmente de que esta conversación y este encuentro acaben de una vez por todas:

—Por una parte, o por otra, nunca lo sabremos. Ahora, si nos disculpáis, tenemos que marcharnos.

Me giro sobre mis talones y, cuando estoy llegando al coche, escucho esa voz de nuevo:

—¡Any, espera! —¡No se cansa!—. ¿Volveré a verte? Podríamos quedar algún día para tomar una copa.

Me giro para mirarla directamente a los ojos y pienso sarcástica: «¡Ni de coña!».

—Claro, si algún día tengo tiempo en mi apretada agenda, te llamaré.

Me subo al coche y nos dirigimos a casa en completo silencio. Otra duda más, otro pequeño secretito que se ha generado gracias a la señora Tania.

Eternamente

Подняться наверх