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Lloré.

Dios mío de mi vida, cuánto lloré, sola y sentada en la barra de aquel bar. No sabía cuántos tragos de tequila llevaba en el cuerpo ni la hora que era, pero me daba igual. El lugar estaba abarrotado de moteros vulgares a los que les saqué el dedo corazón en más de una ocasión cuando escuché algún que otro piropo desproporcionado, sin importarme si al final terminarían partiéndome la cara o no.

El camarero acudió cuando alcé el dedo.

—Deja la botella aquí.

—Pero…

No le di tiempo a contestar. Solté un billete que pagaba de sobra la cantidad de lo que costaba la botella y le dije tajante:

—Quédate con el cambio. Tendrás una buena propina.

Me rellené el vaso con urgencia y me lo bebí de una tacada, sintiendo varias miradas sobre mí. Me importó una mierda, y me sentí muy mal al tener aquellos pensamientos tan malignos.

Había rehecho su vida.

Su vida con otra.

Y yo, ilusa e imbécil, pensando en decirle que me quedaría con él para siempre.

Una risa sarcástica resurgió de mi garganta y el camarero me contempló como si hubiese perdido el juicio. Maldito fuera él y maldita fuera yo; porque el tiempo ya no importaba, pero los hechos sí me demostraban lo que en realidad había sido para él. Noté el resquemor del odio subir por mis venas y me cagué en todos sus ancestros y en su madre, que no tenía culpa de nada. También le deseé cosas muy malas a la despampanante de Helena, y pensé que si se moría, tampoco pasaba nada.

Otro tragó me quemó la garganta.

Rellené el vaso y solté la botella con un fuerte golpe que quedó amortiguado por la estridente música de aquel bar de carretera al que solíamos ir de vez en cuando Klaus y yo. Me había mandado un mensaje hacía un rato y le había dicho que estaría allí. Le di vueltas a mi mente como un puñetero mantra, recordando una y otra vez la escenita del despacho y la chirriante voz que lo llamaba «cariñito». Qué ganas tenía de pegarle a alguien. Qué ganas. Sujeté el vaso con tanta fuerza que pensé que se rompería, y lo deseé con vigor. Lo mismo una buena herida suplantaría el dolor que sentía mi pecho y el resquemor que bullía en mi garganta. Qué enfadada estaba con él; con ella, que no la conocía de nada, solo de la televisión, y con el mundo entero.

Pensando en el mundo estaba cuando me di cuenta de que todos los que vivían en Mánchester sabrían de su relación. Me jugaba el cuello. No había llamado a mis amigos, pero pensaba hacerlo y cantarles las cuarenta. El término «pataleta» se quedaba corto con lo que sentía. Di gracias a que no podía echar fuego por la boca, que, de lo contrario, lo hubiese hecho y habría abrasado la cabeza de unos cuantos.

Otro trago y directo. Si no terminaba en el hospital, sería de milagro.

—Tiene que ser grave para que haya una botella de tequila y no una cerveza en nuestra mugrienta barra.

Cerré los ojos despacio y me moví lo justo para ver que Klaus no venía solo.

—¡Tú!

Me levanté como impelida por un resorte y empujé el pecho de Luke con rabia. Me miró sorprendido y Klaus trató de ponerse en medio para separarme de él.

—¡Eh! —Luke alzó las palmas de sus manos en mi dirección, detuvo otro golpe que iba directo a su pecho y me gritó—: ¡¿Qué te pasa, loca?!

—¡Lo sabías! —Lo señalé con el dedo, muy cerca de él—. ¡Lo sabías y no me has dicho nada! ¡Encima, tú has sido el instigador para que viniese! ¡¡Porque seguro que si no llegas a meter el dedo en la llaga, ni me habría llamado!! —le grité con rabia, y todo el bar nos miró.

Klaus se acercó. Con severidad, me sujetó del brazo y me preguntó:

—Enma, ¿qué demonios te ocurre?

Fui consciente de que mi pecho subía y bajaba a una velocidad de vértigo. Observé a Luke, que me contemplaba con arrepentimiento y dolor, pues le había contado todos mis planes justo después de comer el día que Edgar me llamó. Al notar que las lágrimas descendían por mis mejillas, me pasé una mano por el rostro y las arrastré con una rabia desmedida. Le di la espalda a los dos y me senté en la barra para terminar mi vaso y volver a rellenarlo.

La presencia de ambos fue inmediata: uno a cada lado. No dijeron nada. Antes de llevarme el vaso a los labios, le recriminé a Luke el no habérmelo contado:

—¿Por qué no me dijiste que Edgar había rehecho su vida? —Atisbé un gesto extraño por parte de Klaus y solté un suspiro de derrota—. No me lo puedo creer… Tú también lo sabías… —musité dolida.

—Enma… —trató de explicarse el escocés.

—¡Ni Enma ni mierdas! —voceé furiosa.

Solté un sollozo mientras me llevaba las manos a la cara. Me tapé el rostro y mis hombros se sacudieron. Lloré de nuevo, rota por encontrarme en otra situación similar, solo que esa vez dolía mucho más que las anteriores, y no sabía por qué. Tal vez porque lo había echado mucho de menos y porque, durante el tiempo que habíamos estado separados, mi amor se había intensificado tanto que era insoportable.

—No podía contártelo. No me pertenecía a mí —se excusó Luke.

Separé las manos de mi rostro, lo aniquilé con la mirada y apreté los dientes.

—¿Y tampoco has podido decírmelo antes de subirme en el avión, aun sabiendo mis intenciones?

—¿Qué intenciones? —se interesó Klaus.

El silencio se apoderó de nosotros, pero mis ojos no se despegaron de Luke. Él me aguantó la mirada como pudo y carraspeó, mirando al frente.

—No. Yo no…

Lo corté:

—¡¿Tú no qué?! —le chillé—. ¿Vas a inventarte otra excusa tonta para que te crea?

—¡Yo no me invento nada! —me contestó, y dio un bote de su asiento para quedarse de pie, frente a mí.

Nos retamos con los ojos y lo empujé de nuevo, dándole un golpe en el pecho.

—Pensaba que eras mi amigo. Pensaba que me entendías y que estabas ahí. Y te digo que vuelvo para quedarme ¡y no me cuentas que ha rehecho su puta vida! —Fui subiendo de tono según hablaba.

—¡Y no tenía por qué contártelo! —me respondió de la misma manera.

Klaus dio un paso y se colocó a mi lado. Me observó con asombro y tiró de mí para que me alejase de Luke.

—¿Pensabas quedarte y no me has contado nada?

Negué con la cabeza, mirando a Luke e ignorando a Klaus, y me senté en el taburete para vaciar mi vaso de nuevo.

—Parece ser que no soy el único que tiene secretos. Y, para tu información, todos los que están aquí, incluidos tus amigos, sabían que Edgar estaba con Helena. —Se apresuró a coger su chaqueta, me observó con soberbia y soltó con saña—: Así que disculpa si no he sido yo el primero.

Posé mi mirada en él y lo miré con desprecio.

—Que te den, Luke.

Apretó los labios y dejé de mirarlo. Estaba muy enfadada con el mundo. Supe que se había marchado cuando sentí que su presencia desaparecía de mi lado. Tragué saliva, pensando que había sido demasiado dura con él. El rubio que tenía a mi lado tampoco dijo nada. Durante muchos minutos, bebió de su botellín de cerveza sin soltar palabra alguna, y yo me dediqué a vaciar aquella botella, que ya iba por la mitad.

—¿Piensas hablarme? Llevamos media hora callados y el silencio no es mi fuerte. —No le contesté y seguí mirando mi vaso, apreciando en él el reflejo de mis ojos enrojecidos y algunas marcas de pintura negras debajo de ellos—. Ninguno te dijimos nada porque todos sabíamos cómo estabas, Enma. No puedes juzgarnos por intentar que estuvieras bien. Estos últimos meses has estado bien —recalcó con redundancia—. Parecías feliz.

—Y eso ya lo sabes tú —le solté con desprecio.

Escuché un resoplido por su parte.

—Tú tampoco me has contado nada sobre tu vuelta.

Reí como una desquiciada. «Volver… ¿A qué?, ¿a ver cómo se lo pasa en grande con otra? No, gracias». Haría de tripas corazón, pero su nombre acababa de pasar a la lista de las cosas más odiadas de mi mundo, aunque siguiese amándolo. Ya haría lo que fuese para que eso se extinguiera.

—¿Sabes lo que ha supuesto entrar en su oficina y que casi ni me mirase? Debería haber sido más lista. Por su tono cuando me llamó, tendría que haberlo adivinado. —Hablé como una desquiciada mientras me sorbía la nariz.

—No eres bruja.

—No. ¡Soy gilipollas! —bramé.

El movimiento de mi vaso para que llegase a mi boca fue lo siguiente.

—Deberías dejar de beber ya, Enma. —Noté la mano de Klaus en mi muñeca y desvié la mirada hacia su contacto—. Siento mucho que estés así. De verdad que no te imaginas el gran cariño que te tengo, y no me gusta que parezcas uno de esos moteros, porque al final terminarás uniéndote a ellos.

Les lancé un breve vistazo y vi que reían a carcajada limpia, borrachos como cubas y con sus cervezas en alto. Bueno, a fin de cuentas, al final no sería tan malo unirme a ellos si se daba el caso.

Tragué saliva y sentí que el nudo subía de nuevo. Mis ojos se cristalizaron y lo miré con intensidad. Estaba muy cerca.

—No le importo. —Una lágrima cayó a plomo en mi barbilla.

Su dedo pulgar buscó la gota salada y la recogió, con una triste sonrisa que no llegó a permitir que asomaran sus dientes.

—Le importas más de lo que parece. Él también ha estado muy jodido, puedo asegurártelo. Y Helena…

Apreté los dientes y levanté la mano en su dirección en una clara amenaza.

—¡No me hables de esa zorra!

Sonrió y envolvió mi cuerpo con sus brazos. Alcé el rostro, que se encontraba apoyado en su pecho, y lo miré.

—Acabas de hablar como una endemoniada celosa. Y esa rabia me dan ganas de borrártela a besos. ¿Estás segura de que no quieres venirte conmigo?

—Klaus… —lo advertí.

—Tendrías que haberme dejado ser tu consolador humano. Sabes que lo habríamos pasado muy bien —ronroneó con una risilla que imité.

—Está claro que el que no corre, vuela. Y yo no he sabido desplegar siquiera mis alas.

Me apretujé a él con vigor. Poco después, me levanté y me sorbí la nariz por enésima vez. Estaba mirándome con una sonrisa malvada. Lo golpeé en el pecho mientras reía y cogía su chaqueta para marcharnos de allí en su coche.

—Déjame en la verja de abajo. No quiero que te vea —le pedí cuando faltaban pocos metros para llegar a la casa de Edgar.

—No ocurrirá nada. En cierto modo…, le medio prometí que no te pondría una mano encima.

Lo miré con asombro y negué con la cabeza. Con todo lo que había insistido, me asombraba.

—Eres un cruel mentiroso.

—Pero si la cosa no termina como quieres… —movió el rostro de un lado a otro con gracia y detuvo el coche—, tendré que romper esa promesa.

Reí y me acerqué a él para darle un beso en la mejilla. Se movió y mis labios terminaron dándole un casto beso en los labios entre risas y risas.

—Eres tonto —murmuré sin dejar de reírme, y abrí la puerta.

Lo vi sonreír, y pensé que tenía la sonrisa más bonita del mundo. Mi rostro cambió y se dio cuenta.

—¿Estás bien?

—Ojalá hubieses sido tú, Klaus. Ojalá —me sinceré con tristeza.

Meditó su respuesta durante unos segundos. Al final, desmontó, rodeó el coche y llegó a mí. Agarró mi cintura con ganas y me acercó a él para fundirme en un enorme abrazo.

—Puedo ser muy insistente, y no me asusta otro combate.

Solté una pequeña carcajada, sabiendo que se refería a Edgar. Me separé de él, y esa vez le di un beso en la mejilla. Me despedí y empujé la verja, que se encontraba abierta.

El ruido del motor del coche de Klaus se escuchó en la lejanía. Me quité los zapatos, pero al hacer el intento, la pierna me falló y caí de lado en el suelo, perdiendo el equilibrio que evidentemente no tenía con tantas copas de tequila encima. Unas piedrecitas se clavaron en mis brazos y en mis piernas y noté un sabor metálico en la boca.

—Qué bien… —murmuré con desgana. Me había mordido el labio al caer.

Me levanté como pude, cogiendo los zapatos del suelo, y mis neuronas de borracha y yo nos pusimos en marcha por el sendero hasta llegar a la casa. Medité durante todo el camino lo dura que había sido con Luke. Yo no era así; tenía que pedirle perdón. Y para mi suerte o mi desgracia, su coche estaba en la entrada de la casa. ¿Por qué había ido a contárselo? Me enfadé inmediatamente, sacando conclusiones; tal vez equivocadas, aunque lo dudaba.

Miré mi teléfono y me di cuenta de que era más de medianoche. A saber cuántas horas me había tirado en aquel bar de mala muerte. Alcé el mentón todo lo que pude y más cuando atravesé el camino, y vi que Edgar y Luke estaban sentados en el gran escalón del porche. De reojo, advertí que había una piscina enorme en el lateral de la casa, e inmediatamente pensé en mis niños y en ese detalle que me habían contado y que yo casi había olvidado. ¿Tal vez la hubiese estrenado con su adorada Helena? Helenita, iba a llamarla de ahora en adelante. Así le pegaba más al cariñito.

«Rabia, olvídame. Yo no soy así. Yo no soy así», me repetí mentalmente.

Sentí la mirada de los dos hombres que estaban sentados. El primero que se levantó fue Luke. Antes de que se marchara, me acerqué a él sin importarme que Edgar estuviese delante observándome con meticulosidad.

«Como en su despacho», pensé con ironía.

—Bueno, mañana nos vemos…

—Luke. —Le toqué el brazo y me miró sin mostrar emoción alguna. A mí no me daba miedo pedir perdón, así que me lancé a sus brazos y me apretujé a su cuerpo. Pegada a su pecho, alcé el mentón para buscar sus ojos y le dije—: Lo siento.

Me observó durante muchos segundos, pero yo sabía que estaba haciéndose de rogar y que ya me había perdonado.

—La disculpa no es válida hasta que no me invites mañana a desayunar. —Sonreí y asentí—. ¿A las ocho?

—A las ocho.

Me abracé con más fuerza a su cuerpo y le di un beso en la mejilla.

—¿Vienes de revolcarte con un gato? —me preguntó como si nada.

Me separé de él y vi que llevaba la camisa sucia, la falda arrugada y de cualquier manera, y el cabello enmarañado; por lo menos fue lo que pude apreciar cuando me pasé la mano. Fui a contestarle, pero una voz que no esperaba que hablase se metió en la conversación:

—No. Viene de revolcarse con Klaus.

Miré a Luke, que negó con la cabeza y después reprendió a Edgar por su tono duro. Me volví despacio y con calma, controlando los nervios que me suponía escuchar su voz tan cercana y con tanto odio. Apreté los dientes con mucha rabia acumulada y le dije:

—Y eso lo sabes tú, que eres más listo que nadie, ¿no? ¡Anda! Pero si has aprendido a decir más de una palabra, ¡felicidades! Vas a perdonarme, pero si me revuelco o no con Klaus, no es de tu incumbencia —le solté con sarcasmo. Me giré de cara a Luke y cambié el tono—: He tenido un incidente en la entrada. Mañana te lo cuento, que tengo ganas de acostarme y me molesta su presencia.

—Sí… —Luke pareció dudar por mi comportamiento—. Mejor nos vemos maña…

Edgar lo cortó con malhumor:

—Klaus es mi amigo. Como comprenderás, sí me importa.

Suspiré con mucha fuerza y volví a enfrentarlo:

—¿Decides tú con quién se acuestan tus amigos también? —ironicé.

Se levantó, y ese gesto provocó que su camisa se adhiriese mucho a su torso. Me crucé de brazos para protegerme no sé de qué, y saqué todo el valor alcoholizado del que disponía.

—No quiero que te acerques a él —sentenció con tono rudo y mirada severa.

No me amilané y alcé la barbilla con más brío.

—Y yo quiero que te mueras y sigues vivo.

«No estás hablando en serio. Tú no eres así», me decía mi subconsciente, pero yo me sentía muy bien soltando mierda.

—Enma…

La advertencia de Luke no me detuvo; al contrario, me dio más alas:

—Tranquilo, Luke. Márchate. Cobardes más grandes han caído, y a este ya me lo conozco —le dije a mi amigo, sin quitarle los ojos al otro.

—Yo no soy ningún cobarde —bufó.

—No. Tú eres un cabrón prepotente sin escrúpulos —solté sin pensar.

Sonrió de manera perversa y dio un paso para estar más cerca de mí. Me miró con muy mala cara, y en vez de notar ese temblor que provocaba que mis piernas flaqueasen, sentí que era más fuerte que nunca. No me moví.

—Buenas noches. Por favor, no os matéis, que mañana es la gala —murmuró Luke, pero ninguno de los dos le contestó porque continuábamos con nuestro arrebato de miradas asesinas.

Su ego crecía a pasos agigantados, y dudé un segundo cuando acercó su rostro mucho al mío. Sabía por qué lo hacía, pero esa vez estaba muy borracha y muy enfadada como para dejarme convencer o camelar lo justo para flaquear.

—¿Hablas tú o una mujer celosa?

—¡Yo no estoy celosa! —ladré casi sin dejarlo terminar.

—Seguro. —Rio como un tirano y añadió dañino—: No pensarías que estaría esperándote hasta morirme, ¿verdad?

«Pues yo sí lo hice», pensé, y comenzó a darme algo parecido a una flojera por su comentario. La cabeza me aguijoneó y un nudo apareció de la nada en mi garganta.

—No necesito que me esperes para nada. Por mí, puedes irte a tomar por culo.

Pasé por su lado con unas ganas terribles de llorar, pero sobre todo de perderlo de vista. Mal asunto, porque estaba en su casa.

Detuve mi paso al oírlo de nuevo:

—Vaya. Me sorprendes. Se ve que este año y medio te ha hecho evolucionar —sentenció con retintín y mucha ironía.

Me giré y apreté los dientes antes de responderle:

—No necesito evolucionar porque yo no soy ningún tirano, aunque este carácter puede que lo tenga por culpa de uno.

—Entonces, sí estás celosa.

Entrecerré los ojos y me dieron ganas de abofetearlo.

—Me da igual lo que hagas con esa tía. ¡A ver si te enteras y entra en tu cerebro de mosquito la información! —Rio, y más ganas me dieron de pegarle un guantazo. Negué con la cabeza. Con un desprecio patente en mis ojos y en mi voz, siseé—: Te odio.

Avancé para marcharme, no sin antes ver de reojo el cambio en su rostro cuando solté aquellas últimas palabras, y me detuve cuando lo escuché otra vez:

—¿Y por qué no te has quedado con Klaus esta noche? Así no habrías tenido que verme si tanto desprecio te ocasiono.

Pensé antes de volverme de cara a él y soltarle a bocajarro cosas que no debería decirle. Tragué saliva y me armé de valor antes de mirarlo.

—Porque no me ha salido del coño quedarme con Klaus. —Lo miré altanera—. ¿Quieres que te responda a alguna pregunta más, o te das por satisfecho? —Quiso hablar, pero lo interrumpí—: No te preocupes. Para no ser una molestia, mañana mismo me marcho de aquí.

Giré sobre mis talones para entrar en la casa, pero tuve que volver a detenerme.

—No con mi hija —aseveró.

Cerré las manos en puños. Al volverme, casi me estampé con su torso por el impulso.

—Sí. Con mi hija. Y dale gracias a que no tengo el derecho legal sobre los niños, porque si no también se vendrían conmigo. Y, ahora, haz como que no existo. ¡Mira!, como has hecho esta tarde en tu despacho, por ejemplo.

La conversación o pelea, dependiendo de cómo se mirase, estaba siendo tan irónica que me dolía de verdad encontrarme en aquella tesitura con él. Me pareció ver un atisbo de sonrisa en sus labios al decir eso sobre los niños.

—Si tanto asco me tienes, ¿por qué has vuelto? —me preguntó como si nada.

Lo miré a los ojos durante tanto rato que se me hizo eterno. Pensé muchas cosas, muchas excusas, pero al final le dije lo que verdaderamente había ido a hacer, permitiendo también que mi rudeza se apartara y dejara paso a mi sinceridad, como de costumbre:

—Acepté porque pensé en volver la semana que viene. Volver para quedarme contigo y con los niños. —Su gesto chulesco, pese a no quererlo, fue cambiando según hablaba. Me crucé de brazos como si eso me protegiese de él—. Porque me di cuenta de que seguía… —Sellé mis labios y los apreté, conteniendo unas enormes ganas de llorar.

—Después de un año y medio —añadió con desdén.

—Después de un año y medio —repetí, y me aferré a la poca fuerza que me quedaba—. Pero no te preocupes. Ya veo que tú sí has sabido escoger tu camino, y yo haré lo mismo.

Noté que los ojos me quemaban, así que me giré para marcharme de allí cuanto antes. No podía seguir mirándolo, o rompería a llorar como una idiota delante de él.

Subí los escalones del porche y lo sentí muy cerca de mí. No me detuve hasta que su mano se posó en mi antebrazo y me giró. El contacto me abrasó.

—¿Sabes cuánto tiempo he esperado a que me dejases verte?, ¿que dieses señales de vida? ¿Sabes cuánto, Enma? —me preguntó con dolor y rabia. Sus ojos brillaban—. ¿Sabes acaso lo que he sentido yo como para que ahora me juzgues? ¿O piensas que como soy un monstruo no tengo sentimientos?

Me solté de su agarre con malas maneras. Sin dejar de mirar aquellos bonitos ojos, le espeté:

—Ya da igual.

Me tragué mis emociones a flor de piel e intenté entrar en la casa, pero no me lo permitió. Me sujetó por la misma zona y volvió a colocarme de cara a él con mucho enfado.

—¡Un puto año y medio! ¡Un puto año y medio! —repitió como si no se lo creyese, con la voz demasiado alta y acercándose mucho a mí—. Y ahora me vienes con celos y reproches que no vienen a cuento porque…

Lo corté furiosa:

—¡Yo no tengo celos!, ¡deja de decir eso!

—¿Te has visto la cara cuando ha aparecido Helena? Y vienes atacando después de todo, ¡como si encima la única dolida fueses tú!

Rechiné los dientes, y supe que mi paciencia se encontraba al límite.

—Puedes meterte a Helena por el culo, ¡que me importa una mierda! —siseé con más fuerza, aproximando mi rostro a sus labios.

—Ya veo —murmuró con prepotencia.

Ya sí, lo empujé con un golpe seco en el hombro.

Se movió una milésima.

—No importa el tiempo, ¡sino lo que sientes de verdad con el transcurso de los días! —le solté con furia—. Y si he ido a tu despacho, era porque solo quería verte. —Lo empujé con más rabia y descendió un escalón y otro de espaldas—. Porque quería saber cómo estabas. ¡Porque quería contarte mis planes y compartirlos contigo! —le grité, y una lágrima traicionera rodó por mi mejilla. La limpié de un manotazo bajo su expectante mirada y sus labios sellados. Sin embargo, sus ojos comenzaron a mostrar arrepentimiento, aunque no quisiesen revelarlo; el mismo arrepentimiento que reflejaron en su despacho—. Yo sí te esperé, porque en el fondo sabía que te amaba tanto que sería imposible no volver a tu lado. Porque cada día me dolía más. Y… Y… —Tragué el sollozo y musité, apenas sin voz—: Porque hoy necesitaba tanto abrazarte que pensé que iba a morirme si no lo hacía en cuanto pusiese un pie en Mánchester.

El sollozo se hizo evidente, y quise morirme cuando extendió una mano hacia mí. Sus ojos repararon en mi cuello y en mi colgante. Me había olvidado de él por completo. Me lo quité con rabia y se lo lancé al pecho como si no valiese nada. Lo cogió al vuelo.

—Enma…

—¡¡No me toques!! —le grité con ira y con los ojos repletos de lágrimas que ya no contenía—. Vete y haz tu vida perfecta con tu chica perfecta. ¡Y olvídate de mí!

Hice el amago de marcharme, pero me sujetó con más fuerza, esa vez de los dos brazos. Yo ya no veía. Necesitaba irme de allí, o me daría un ataque de ansiedad que no sabría sobrellevar.

—Enma…

—¡¡Que me dejes!! ¡¡Que no me toques!! —Lo empujé con fiereza y me observó dolido. Mis dientes chocaron entre sí y siseé con más fuerza, sin dejar de llorar; ya no podía contener las lágrimas por mucho que quisiese—: Te odio.

Me soltó con lentitud y sin dejar de mirarme, completamente ido. Me giré y encaminé mis pasos con mucha urgencia hasta el dormitorio. Necesitaba cerrar los ojos y dormirme ya. Necesitaba calmarme y olvidarme de lo que había ocurrido desde que había puesto un pie en Mánchester.

Al día siguiente lo vería todo de otro color, sin el alcohol en mis venas.

Mi tentación

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