Читать книгу Camino de héroes - Anji Carmelo - Страница 12
ОглавлениеRabia
...Entonces amasas
un montón de pisadas
y las plantas
en medio de ese amanecer
y el aire se rompe
en mil pedazos
porque sólo buscaba
una pequeña semilla
para hacerla flor.
Cuando de pronto, sin previo aviso nos encontramos sobre las ruinas, los escombros de lo que ha sido nuestra vida hasta ahora y nos vemos apartando las piedras para encontrar algún vestigio de la vida que allí ha quedado anulada… desaparecida para siempre, de repente, (de repente, porque por muy lento que sea el proceso, la muerte siempre sucede de repente: estaba y ya no está, no existen intermedios.) algo desde muy dentro de nuestro ser nos agarra los órganos vitales y los retuerce con tanta fuerza que incluso la respiración se nos hace laboriosa.
¿Qué hacemos entonces cuándo nuestra más preciada realidad, nuestra totalidad está enterrada entre las ruinas y sólo nuestro retorcimiento agonizante queda de pie (porque no parece haber descanso) buscando razón de ser?
Entonces ese grito mudo surge de lo más profundo y arremete contra la vida, porque ya no tenemos esa razón de ser.
¿Qué hago yo aquí? Nos preguntamos. No queremos estar, no queremos formar parte de los escombros. No queremos ordenar y reconstruir las ruinas porque sabemos que no vamos a encontrar el tesoro que quedó enterrado para siempre.
Y entonces desde esas entrañas dolidas… arremetemos contra todo, contra las ruinas, contra el estar vivo, contra el destino, contra Dios, contra incluso esa persona tan querida que ya no está… todo.
Y esa rabia es lo único que podemos hacer con ganas, es lo único que nos hace sentir vivos.
Tenemos nuestra cruzada particular, nuestro campo de batalla. Lo hemos perdido todo, a ver si ganamos este último combate.
No es una guerra clara porque nuestro único enemigo somos nosotros. Pero, cuando podemos expresar el retorcimiento que agarra todo nuestro ser, a través de la rabia liberadora y podemos hacerlo sin culpabilidades, poco a poco, van quedando espacios en nuestro interior que ya no arden tanto, resquicios apaciguados porque han podido dar ese grito de reclamación, que lentamente se transforma en lágrima purificadora… en descanso merecido.
El guerrero que somos, ha podido defenderse del horror de la aniquilación y ha reconquistado terrenos nuevos con árboles frondosos que invitan al descanso y que permiten vivir lejos de las ruinas, para empezar a construir del nada el cauce de un nuevo río.