Читать книгу Estás en mi corazón. 2ª ed - Anji Carmelo - Страница 10
ОглавлениеNO TENEMOS QUE RESIGNARNOS
Todos hemos perdido cosas a lo largo de nuestras vidas, y por muy pequeñas o poco importantes que hayan sido, hemos reaccionado con dolor, incomprensión, y tristeza. Aquello que era nuestro ya no lo es y el hueco que ha dejado duele. Cuando la pérdida es la persona que más queríamos y que seguimos queriendo ahora más que nunca, el dolor se convierte en sufrimiento, tormento, daño, angustia y un sin fin de sensaciones y emociones que tal vez jamás habíamos sentido antes.
El duelo, será todo el tiempo que vamos a necesitar, para intentar sobrevivir el acontecimiento más desgarrador y terrible que jamás hemos experimentado.
Al principio el dolor implacable no nos permite ni la respiración. Un gran vacío se ha instalado en el centro de nuestro ser y la sensación es como si un puñal estuviera retorciéndose para abrir aún más vacío.
La desesperación, retumba en nuestro interior y anula todo sonido que viene desde el exterior. Es imposible escuchar. Este primer periodo, dura poco, aunque parezca una eternidad para el que lo esté viviendo.
Cuando los golpes de dolor parecen calmarse, empezamos a buscar algún alivio. Necesitamos un respiro, un consuelo, pero nos envuelve la magnitud del acontecimiento y no parece haber resquicio real. Este periodo se alarga tanto, que podemos llegar a creer, que la única salida para sobrevivir, sea la resignación, con todas las connotaciones tremendas que este sentimiento encierra. Incluso el entorno parece ratificarlo, pidiendo en los consejos más cariñosos, que nos resignemos.
Entonces hacemos una bajada de hombros, que no es difícil porque llevamos tal peso, que casi imposibilita manteneros de pie y nos rendimos a la resignación. Desde allí la vida cobra un matiz gris plomo, y entramos en una fase falta de toda vida. La resignación es la ausencia de vida y tarde o temprano vamos a sentir sus efectos.
Todos los sentimientos reprimidos a causa de la resignación, la desesperación, la necesidad de un llanto reparador, la ira, la indignación, van a buscar expresión y desde el dolor vivo y punzante que habita el centro de nuestro ser, vamos a rebelarnos y se manifestará la rabia. Menos mal. La rabia nos puede salvar de la resignación y nos va a movilizar para que podamos, reivindicar nuestra pérdida.
En este momento, la rabia se convierte en nuestro aliado. Un aliado muy valioso, porque la resignación es mortífera, es la falsa anulación de todo sentimiento que mueve y conmueve.
En el periodo de duelo la rabia es algo muy normal. Es importante saber esto, porque normalmente cuando sentimos ira, la reacción inmediata, suele ser la culpabilidad. Si sabemos que es incluso bueno porque nos impide reprimir sentimientos que nos están haciendo daño, entonces podemos deshacernos de la culpa y evitar lo que llamo IDA o impuesto de dolor añadido. No necesitamos otra dificultad más.
La rabia puede tener muchos objetos, tantos como todas las circunstancias y personas que causaron o tomaron parte en el acontecimiento que acabo con nuestra vida, tal y como era antes. También, a veces podemos ser su blanco preferido y otras veces incluso, esa persona que tanto echamos de menos. Las razones pueden ser múltiples, desde habernos dejado, hasta ser la causa de todo el dolor que hemos y estamos pasando.
Pero la rabia es buena, primero porque nos arranca de la resignación, esa bajada de hombros que no soluciona absolutamente nada, y luego porque nos devuelve a la vida.
A menudo no tenemos las ganas ni la energía de nada. Incluso después de mucho tiempo, existen mañanas que levantarse se convierte en una de esas hazañas heroicas, que llenan el periodo que sobrevive la muerte de un ser querido. Esta falta de ganas, tiene su causa en la pérdida real de energía que supone su ausencia. Podríamos decir que nuestras fuentes de energía, además del sol, el aire y la comida y bebida, son los demás. Cada persona que habita nuestro universo particular y personal es un foco energizante, que nos nutre tanto como el alimento más esencial. Vivimos de las aportaciones energéticas de los demás.
Cuando perdemos nuestra fuente principal de energía, entonces incluso levantar una mano puede costar. La rabia mueve mucha energía. Si pudiéramos darle un color lo pintaríamos de rojo, y el rojo es el color más vitalizante. ¿Estoy diciendo que la rabia nos vitaliza? Si, y normalmente en momentos en que estamos tan desvitalizados que incluso se convierte en el medio que nos va a devolver nuestras ganas de vivir, ya que nos desvela batallas internas que tenemos que librar, para poder estar tranquilos con nuestra tristeza.
Entonces podríamos decir “Gracias rabia”. Si, gracias porque nos arranca de cuajo de la resignación. Por supuesto que no es de héroes resignarse, pero si lo es rebelarse, luchar, esforzarse...
¿Qué hacer entonces cuando nos pidan resignación? Rebelarnos, porque tenemos que vivir todas las emociones que necesitan vivirse, y tenemos que sobrevivir el dolor y convertir su llanto desgarrador en llanto purificador: Ese llanto que podrá regar el vacío inmenso que se ha convertido en nuestro centro, para vitalizarlo, lentamente, poco a poco, hasta que podamos convertir nuestro gran vacío en el gran encuentro con nosotros mismos. Encuentro que nos espera en algún momento en este camino de héroes que es el duelo.