Читать книгу El Arca - Ann Rodd - Страница 12
ОглавлениеCapítulo 7
Agotados, regresaron al portal y, con una mano extendida, Zack se dirigió a la criatura que aguardaba al otro lado.
—Hazte a un lado o te lastimaremos —advirtió él, pero el animal solo ladeó la cabeza, se rascó y estornudó otra vez.
Exasperado, Zack se volteó hacia Zoey.
—Pff, te das cuenta de que todo ahí adentro me sigue señalando que no hay nada vivo, ¿verdad? Esta cosa ni siquiera debe ser mortal —añadió—. Esto es una mala idea.
—Tienes razón, dudo que haya algo vivo —corroboró ella—; por eso, entra tú primero.
Mientras debatían, el extraño ser decidió alejarse un poco, sin rumbo. Parecía aburrido.
—Yo no soy el problema —señaló él, pero quitó el escudo e ingresó de todos modos.
Zoey se cubrió de llamas, por las dudas, y también cruzó el portal.
Desde el inicio de las amplias escaleras de piedra, ya al otro lado, observaron el mundo que se expandía unos dos metros por debajo de ellos y que solo se podía percibir hasta las penumbras que cubrían el puente —construido de la misma roca tallada— que se encontraba un poco más allá.
En silencio, comenzaron a descender.
La presencia de Zoey y el calor que su cuerpo emitía llamaron pronto la atención de la criatura, que dejó de corretear de forma errática a su alrededor, como un perro, y se quedó observándola con curiosidad.
—Mmmm, huesos, huesos. Magia, mucha magia —dijo, poniendo una pata en alto en dirección a la chica.
Zack fue rápido y se interpuso entre ambos. Infló el pecho y llenó sus manos con magia para enfrentarlo y verse lo suficientemente agresivo como para asustarlo. No podía bajar la guardia con la actitud tan desconcertante que la criatura presentaba.
Con cuidado, el animal bajó la pata y se alejó un poco.
—Lapis Exilis no se toca —dijo, captando la indirecta, y se alejó otra vez.
Zoey se detuvo junto al muchacho y frunció el ceño. De repente, algo que habían estado pasando por alto volvía a su mente. Pensativa, se giró para ver el portal, latente detrás de ellos.
—Zack, él dice que yo soy Lapis Exilis, es decir, el dije. ¿Cómo se condice eso con lo que tradujo Jessica en el templo? —Zoey sabía la respuesta, pero quería ver qué decía él al respecto.
El chico se detuvo mientras el animal metía la cabeza dentro de un yelmo olvidado sobre el puente y olfateaba como un loco.
—Lapis Exilis es la vida eterna —repitió él, tal y como antes—. ¿Significa que eres inmortal?
Ella apretó los labios.
—La parte siguiente. O la anterior, en realidad. Lo que sea
—balbuceó Zoey, sacudiendo las manos—. La frase dice que Lapis Exilis es la vida eterna, sí. Pero también dice que Lapis Exilis se sentará en un trono y que… reinará.
—Lapis Exilis es el santo Grial de la vida eterna —corrigió Zack, girándose hacia ella, pensativo—. La vida eterna, reinará con el…
—…, con el bastón de mando —completó ella—. Y la oscuridad será vencida. Eso es básicamente la profecía.
—Supongamos que la oscuridad es Peat —continuó él, un poco más relajado ahora que la criatura se encontraba a varios metros de ellos—. Y, como mencionó este bicho, suponiendo que sepa realmente de qué habla, el dije sería la vida eterna o algo relacionado con el santo grial; si es que eso tiene sentido, claro. ¿Verdad?
—Sí —susurró ella mientras bajaba más escalones. El fuego que la envolvía tornaba las ruinas desoladas de naranja—. Lapis Exilis es el dije, ¿y es también el santo grial? ¿Qué sentido tiene eso? ¿Cómo puede una piedra ser una copa?
El muchacho negó, más confundido que antes.
—Quizás haya otra interpretación. Como que el dije, la piedra filosofal y el santo grial tienen algo en común. En cualquier caso, la piedra filosofal es conocida por dar inmortalidad. Y el santo grial fue usado por alguien que resucitó y consiguió la vida eterna. Por lo que el dije también aplicaría a eso. Quizá se refiere a que el dije otorga inmortalidad —razonó él, cuando ella llegaba a su lado—. Y, si tú eres el dije, entonces quiere decir que podrías ser inmortal de algún modo que no terminamos de entender ni que Peat tampoco comprende. No sé, quizás.
Zoey se llevó una mano al pecho, tenía el impulso de recoger el collar que ya no estaba ahí. Se quedó callada, evaluando las palabras de Zack mientras recorría el lugar con la mirada. Cuanto más observaba, más la abrumaba lo grande que parecía ser el sitio.
—Recuerda que el dije me salvó la vida cuando los demonios de Jude me acuchillaron. Tal vez se refiere a eso, a que el dije en sí no puede morir, ¿no? Y yo, estando fusionada con él, seguramente podría salvarme de un montón de heridas. Es decir, si me acuchillaras ahora mismo de gravedad, el dije me curaría.
—Claro, de esto estoy casi seguro. Pero, si Peat absorbe tu alma, con el dije incluido, no creo que suceda lo mismo.
—Tampoco lo creo —contestó ella, un poco atemorizada—. Pero, si la profecía se sigue entendiendo como dijimos…, suponiendo que el dije, la piedra filosofal y el santo grial están relacionados con la inmortalidad y que por ello está frase sobre la vida eterna, entonces…, ahí viene lo de que la vida reinará y la oscuridad será vencida. Dice algo también de la sangre eterna. No entiendo.
—Puede seguir siendo una alegoría —replicó él—. Una alegoría de que el dije podría ganarle a la oscuridad, a Peat.
—¡O quizá se refiere a que se necesita al dije, a la piedra y al santo grial juntos! —exclamó ella, como si hubiese encontrado la respuesta exacta—. Que, con esas cosas, creas la verdadera vida eterna o la fórmula para tenerla. Quizá sea alguna clase de poder que pueda derrotar a Peat.
Zack se giró hacia ella, con la misma emoción, y le puso las manos en lo hombros sin preocuparse por el fuego.
—¡Quizá, si juntamos el dije con el santo grial, podrías vencer a Peat!
—¡Sí!
Estuvieron a punto de saltar a causa de la emoción, cuando Zack se dio cuenta de que su ropa mortal, aquella que había sacado de su casa, sí no era inmune al fuego de Zoey. Tuvo que retirar las manos de los hombros de ella antes de que se le chamuscara por completo el atuendo.
—Y, entonces —añadió él mientras sacudía la manga de chaqueta de algodón—, cabe la increíble posibilidad de que el santo grial esté aquí.
Zoey apagó las llamas al notar lo que había pasado. Luego, alzó la vista y notó que el bicho había estado pendiente de sus gritos y que los observaba. Le restó importancia.
—Somos unos genios adolescentes que han superado a la muerte —bromeó ella, alzando la mano para que él la chocara—. Dame esos cinco.
—Tu mente es brillante, morena —replicó él, chocándosela antes de tomarla por la cintura. Le plantó un beso profundo—. Y me encantas.
—Gracias, gracias —dijo ella, con soltura—. Ahora, es momento de buscar nuestro grial.
Se sonrieron y se giraron al mismo tiempo hacia la criatura, que ladeó la cabeza una vez más al darse cuenta de que iban hacia él.
—No morder Lapis Exilis —avisó, por las dudas.
—No, no vas a morderme. —Zoey se quedó a una prudente distancia de tres metros. Se agachó y chasqueó los dedos para llamar su atención—. ¿Sabes lo que es el santo grial?
La criatura la miró —o, al menos, eso parecía— a través de las cuencas vacías y negras que tenía por ojos. Se quedó en silencio, como si intentase comprender de qué le hablaban. Pasado un momento, se puso a olfatear el aire.
—Ey, Ey —dijo Zack, palmeando el aire—. No te distraigas, cosa…, cosita —añadió cuando obtuvo su atención otra vez—. Nos referimos a una copa. ¿La has visto alguna vez? Es como esas que están allá, de plata, dentro de los baúles. Pero esta tiene que ser especial, podría tener magia, ¿comprendes? Como Lapis Exilis.
El bicho pegó el hocico al suelo.
—No hay nada como Lapis Exilis. Nada, nada.
Zoey suspiró, pero no se rindió.
—¿Parecido? Quizá sea una copa con un poder distinto.
—No, no —insistió la criatura.
Zack giró la cabeza hacia ella y negó, dándole a entender que él consideraba que hablar con el bicho era una pérdida de tiempo.
Probablemente tuvieran que poner otras cosas en juego. Quizá debían preguntar por otras historias sobre ese lugar para obtener pistas. Si los rumores escritos en internet sobre el santo grial apuntaban al Antiguo Fuerte, sin duda era a causa de los templarios y de esa ciudad escondida detrás del portal. Tenían que estar, de algún modo, un poco más cerca.
—Bueno, no importa —aseguró ella—. ¿Qué pasó con la gente de aquí, la que vivía en esta ciudad? ¿Por qué se fueron? ¿Y por qué murieron?
La criatura no dudó en responder.
—¡Guerra! Se olía la guerra, la sangre, los huesos —explicó, acomodándose en el piso—. Muchos huesos.
—Eso nos quedó claro —replicó Zack—. ¿Qué clase de guerra fue? ¿Quién podría atacarlos aquí?
No obtuvieron nada. Lo más seguro era que la criatura no lo supiera.
—De acuerdo. —Zoey se irguió—. ¿Los soldados que vinieron, esos cuyos huesos te comiste, guardaron más cosas en este mundo?
El animalito levantó la cabeza y agitó lo que parecía ser el rabo esquelético. Se puso de pie y caminó alegremente hacia el inicio del puente, más allá del yelmo que había estado olfateando. Zack hizo una mueca y, cuando Zoey se puso de pie, la tomó la mano.
—Allí, allí, allí —señaló el bicho—. Cosas secretas. No se dice nada, no se dice nada.
—¿Dónde?
—En el arca.
Sin comprender, los dos se quedaron en silencio. No pasó mucho más, sin embargo, para que Zack se llevara una mano a la sien e intentara sacar alguna conclusión.
—Un arca… ¿Los templarios guardaron cosas en un arca?
—murmuró. El animal se giró hacia él y movió la cabeza de calavera de arriba abajo—. ¿El arca… de la alianza?
Zoey bufó.
—No entiendo —replicó.
—El arca de la alianza es como una especie de baúl que Dios le mandó construir a Moisés para que guardara cosas allí, como las tablas con los mandamientos y las leyes, si no me equivoco —explicó él—. Lo curioso es que lleva cientos y cientos de años perdida. Nadie sabe dónde está.
—Como el santo grial —apuntó ella.
Él dejó caer la mano y chasqueó los dedos, indicando la certera conexión entre ambas cosas.
—Como el santo grial —añadió Zack—. Todo apunta a que los templarios escondieron la copa aquí. Y pudieron haber escondido el arca también.
—Si es que el bicho no se refiere a otra arca.
—Hay que ver —murmuró él, y se dirigió otra vez a la criatura—. ¿Dónde está el arca?
El extraño animal empezó a caminar por el puente, alejándose unos metros de ellos. Ninguno quiso seguirlo. No sabían qué tanto peso resistía la construcción y, además, no parecía haber más que un vacío aterrador debajo.
—En el reino —explicó el bicho.
—¿No estamos ahí ahora? —consultó Zoey.
—No, reino estar allá, montañas allá. Lejos, lejos —replicó la criatura mientras se sentaba el medio del puente y los observaba.
Los chicos levantaron la mirada. Notaron que se podían apreciar las siluetas de dichas montañas a lo lejos; Zoey era incluso capaz de vislumbrar algún tipo de construcción sobre sus laderas. Pero estaban lejos, lejísimos. Si Zack corría, seguramente tenían posibilidad de llegar ese mismo día. ¿Deberían ir? Era arriesgado, no sabían qué iban a encontrarse y no tenían comida. Cruzar el puente era una cosa, adentrarse en ese mundo sin estar preparados era otra.
—No puedo llevarte hasta allí —murmuró Zack, como si leyera los pensamientos de la chica—. Si queremos hacerlo, tenemos que alistarnos
Zoey lo pensó con cuidado. Repasó los problemas que podía traer regresar hasta Las Grutas, buscar comida, agua y otras cosas para luego volver al Fuerte. Temía que la vieran y que la policía los detuviera.
Se frotó la cara con las manos, tratando de encontrar la mejor solución; luego, se giró y se dirigió hacia las escaleras.
Apresurado, Zack fue tras ella.
—¿Y? —preguntó él.
—Irás tú solo —explicó ella mientras cruzaba el portal—. Podrás moverte mucho más rápido que si te acompaño. Y nadie sospecharía de ti. Puedes comprar un montón de comida, incluso galletitas y lo que encuentres que sea envasado para que dure más tiempo, una bolsa de dormir y cualquier cosa que necesitemos. Yo me quedaré aquí —dijo, ya en el hall—. Te esperaré. Cerraré el portal mientras tanto.
Él tomó aire, pero no dijo nada de primer momento. Trató de evaluar la idea, sabiendo que tenía sus puntos fuertes y sus puntos débiles.
—¿Cómo te avisaré que he vuelto a la cámara? —preguntó Zack.
—La dejaré abierta.
—¿Y si alguien viene?
—¿Puedes poner una ilusión? —consultó ella.
Con esa idea, él pareció ligeramente más cómodo.
—Pero si Peat viene…
—Si Peat viene, no habrá nada que tú puedas hacer tampoco —contestó ella—. En todo caso, lo mejor que puedes hacer ahora mismo es darme un abrazo, un beso y correr —añadió, con un poco de angustia—. Quiero verte de vuelta, ¿sí?
Zack volvió a tomar aire. Le hizo caso: la abrazó fuerte, la besó con intensidad y comenzó a vaciar el bolso de ropa, para poder llevarlo consigo. Cuando eso estuvo listo, Zoey lo acompañó hasta el pasadizo y recibió otro beso y otro abrazo antes de que él pusiera un escudo y una ilusión, por si algún turista o guía llegaba por error.
Se miraron a los ojos una última vez, antes de que él desapareciera por el enrevesado túnel.
Zoey se quedó sola, sintiéndose insegura y preocupada. Nada en ese lugar la hacía sentir cómoda y lo único que podía hacer era regresar hasta el portal y cerrarlo con la falsa idea de que así estaría mejor protegida.
Cuando llegó hasta el arco y las escaleras, se dio cuenta de que el extraño animal había atravesado el portal y estaba hurgando entre sus pertenencias.
—¡Oye! —espetó la chica, envolviéndose en llamas y amedrentándolo—. ¡Sal de ahí!
La criatura se encogió y corrió de regreso a su mundo, donde se dedicó a mirarla con su usual expresión de nada.
—No hay huesos.
—Obvio que no.
—Los soldados me daban huesos —insistió la criatura.
—Pues yo no tengo —replicó Zoey, caminando hacia el portal—. Y ahora, quédate de ese lado. Volveré en unas horas, ¿de acuerdo? Quiero que estés allí. Vas a guiarnos al arca.
La criatura estornudó a modo de respuesta, y Zoey puso los ojos en blanco. Extendió las manos hacia el portal y repitió lo que se acordaba de la profecía.
—Esta es la profecía del reino perdido.
La Ciudad de Césares desapareció y se vio reemplazada por un sólido muro. Realmente cansada, ella se sentó en el suelo y comenzó a sacudir su ropa y a acomodarla, porque sabía que iba a tener un largo tiempo de espera.