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Capítulo 4

Zoey durmió como un tronco. Zack la despertó cuando ya no podía dejarla en la cama ni un poco más. Debían abandonar la habitación antes de las once de la mañana y no estaban dispuestos a perder dinero por un descuido.

A pesar de la reparadora cantidad de horas que había descansado, ella no se sentía del todo bien. Sus músculos seguían agotados, pero no se quejó mientras se vestía y peinaba su nuevo cabello en una coleta alta.

Al salir del hotel, en una mañana cálida y normal para el resto de las personas, los dos miraron hacia los lados en busca de una nueva dirección. Necesitaban una computadora y, como no sabían dónde encontrarla, caminaron hasta las calles más transitadas. Llevaban las mochilas en sus espaldas y se sentían más seguros que antes gracias a la tintura de Zoey.

Nadie los miró, nadie se preguntó nada, y con eso llegaron a una avenida que tenía varios puestos de internet y de telefonía pública. Ingresaron al primero que pasaron y se acomodaron frente a una de las pantallas.

—Bien —dijo Zack mientras abría el navegador—. «Antiguo Fuerte», ¿no es así?

Zoey repasó con la vista los resultados de la búsqueda, había algunos sitios web para turistas al respecto.

—Genial, ¿excursiones? —murmuró cuando leyó que la única forma de ingresar a los terrenos aledaños al antiguo fuerte era a través de recorridos para turistas que eran muy costosos—. No podemos gastar el dinero en eso.

—Ni por casualidad —contestó Zack mientras leía un blog que mencionaba algo sobre la posible presencia de antiguos templarios en el lugar—. Nos colaremos, claro.

—Ya quiero ver cómo lo haremos —suspiró Zoey, recargándose contra la silla—. Será divertido.

—Como siempre.

Se aseguraron de averiguar tanto como pudieron. Desde Viedma, tendrían que buscar un bus que los alcanzara a la localidad de Las Grutas, un balneario turístico en la costa atlántica que estaba a pocos kilómetros del Antiguo fuerte. Si podían hacerlo todo en un día, mucho mejor.

El problema era, por supuesto, la locación de su destino en sí. La zona parecía ser difícil de acceder sin un vehículo y sin guías. Ella no podría subirse a la espalda de Zack bajo la luz del sol para recorrer el terreno, pero tampoco era seguro pasar allí la noche.

Al final, después de debatir en voz baja sus opciones, resolvieron decidirlo cuando llegara el momento. Una vez que estuvieran allí y pudieran ver con sus propios ojos cómo era el lugar y de qué manera acceder, lo intentarían.

—Bueno, morena infartante —dijo Zack, palmeándole el hombro—. ¿Lista para salir de aquí?

No les costó mucho conseguir un bus que los llevara a Las Grutas. Pagaron por los boletos y se acomodaron en la pequeña terminal de corta distancia a esperar el siguiente horario de partida.

Una vez a bordo, el viaje transcurrió en paz —salvo por un grupo de adolescentes que parecían haberlos tomado de punto y que no dejaban de soltar comentarios burlones por lo bajo—.

Casi llegando a su destino, Zack no toleró más la situación. Movió los dedos, sin decir nada, y aguardó con una sonrisa. De pronto, uno de los jóvenes molestos se puso a llorar porque no podía controlar su propia mano, que le golpeaba el rostro una y otra vez.

—Zack —reprendió Zoey.

Él se limitó a reír por lo bajo mientras el bus se detenía. Le puso fin a la magia antes de descender.

Allí, en Las Grutas, comenzaba la verdadera aventura.

Pidieron mapas en una cabina de información turística y fingieron estar interesados en todas las excursiones al Antiguo Fuerte —o Fuerte Argentino, como le decían los locales—. Los contingentes salían del centro y atravesaban el campo en vehículos 4x4.

—Tendremos que seguir el mapa —dijo Zoey mientras Zack inspeccionaba.

—¿Te gustaría caminar, entonces?

—No podemos gastar tanto dinero, es la única opción —recordó ella, con una mueca—. Las excursiones cuestan muchísimo, podríamos necesitar lo que nos queda más adelante.

—Pues intentemos con un taxi, que nos deje lo más cerca posible y… veremos. Dijimos que lo resolveríamos en el momento, ¿verdad? —añadió él. Guardó el mapa y se aproximó a la esquina para detener un taxi.

Esa idea no funcionó tan bien cómo esperaban. Pasados varios minutos, tuvieron que caminar hasta encontrar una agencia de remises3 para solicitar que un coche los acercara por al Fuerte Argentino. El hombre que los atendió, extrañado, aceptó y condujo por la Ruta 3 hasta la altura indicada por el GPS.

En medio de la nada, el vehículo se detuvo y los chicos miraron la calle de tierra que iba hacia el océano con extrañeza.

—¿No quieren que los lleve de regreso?

—No —dijo Zack al tiempo que le pagaba por el viaje.

Sin esperar por el cambio, descendieron con prisa y se colocaron las mochilas.

—No es una zona para que vayan solos —insistió el hombre a través de la ventanilla.

—En realidad, solo estaremos por aquí, cerca de la carretera. Queremos tomar fotos —añadió Zoey, con una sonrisa genuina—. Tenemos el número de teléfono de la remisería para cuando queramos volver.

—Se va a hacer de noche y nadie va a venir para este lado

—avisó el conductor—. Chicos, mejor regresen conmigo.

—Estaremos bien —zanjó Zackary mientras cerraba la puerta trasera.

Sin más, comenzaron a caminar hacia la calle de tierra. Al remisero no le quedó más que aceptar y marcharse.

Era una zona extraña. Estaba totalmente despoblada y el camino era polvoroso y seco.

—Bueno, morena, tenemos mucho que avanzar. ¿Te subes?

—propuso él. Dejó caer el bolso al suelo y señaló su espalda.

No había ni una sola alma dando vueltas por allí, así que estaban seguros. Parecía que, a esa hora de la tarde, ya no había excursiones vigentes.

—Si nos cruzamos con una 4x4 dando la vuelta desde el Fuerte, tenemos que aparentar ser normales —recordó Zoey mientras se subía y se acomodaba para poder cargar las mochilas de ambos durante el trayecto.

Zack volvió a tomar el bolso antes de continuar.

El primer tramo lo hicieron en silencio. Él corría, su ropa se ensuciaba con el polvo que levantaban sus pasos. En algún punto, alcanzaron una bifurcación que los obligó a sacar el mapa y decidirse por el camino de la izquierda. Mucho después, cuando ya estaban totalmente sucios y Zoey tosía como loca, notaron que habían conseguido llegar a una zona con rastros de presencia humana, con árboles y casetas que estaban cerradas y vacías.

—¿Hoy no era día de excursión? —preguntó ella.

Más allá de los árboles, imponentes y asombrosos, se delineaba el fuerte que solo habían visto en fotos.

Zack ayudó a Zoey a poner los pies sobre la tierra y luego se sacudió el polvo de los pantalones. Con la boca abierta, negó a modo de respuesta.

—Vaya, es enorme —exclamó al alzar la vista.

—¡Es muy alto! —reafirmó ella. Sin dudas, no se lo había imaginado así.

—Hay que recorrerlo.

Despacio y sin prisas, caminaron por los terrenos hasta acercarse tanto como pudieron a la base del Fuerte Argentino. Se trataba de una meseta junto al mar, estaba llena de historias antiguas que ellos ansiaban descubrir.

A medida que sus pies atravesaban el sitio, se encontraban con más rocas y dificultades para avanzar.

—Ten cuidado —dijo Zack, señalando un pozo antes de que ella lo viera—. Supongo que los turistas no vienen por aquí… ¿por el otro lado, quizás? El lado del mar, digo.

El Antiguo Fuerte medía cerca de cien metros de altura y parecía ser un sitio natural y alejado de las leyendas de internet.

Zoey no solo prestó atención al lugar por donde pisaba y a las indicaciones de su compañero, sino que también se mantuvo al tanto del dije. Esperaba percibir alguna señal de su parte, teniendo en cuenta que ese podía ser el lugar de otro templo o secreto oculto que tuviera una estrecha relación con el collar. Sin embargo, el dije estaba en silencio dentro de ella, sin ninguna señal para su alma. No había pensamientos fuera de lugar, visiones, sueños o palabras con otra voz.

—¿Qué piensas? Todo se ve normal, e igual de terroso que nosotros —murmuró Zack, después de que bordearan la enorme meseta hacia el lado del mar.

—No tengo ni idea, ¿qué podría haber aquí que nadie más haya encontrado antes?

—Quizá nada. Tal vez sí hemos seguido las teorías más bobas del universo.

—Sí, pero pensé que nosotros, que éramos los adolescentes que desafiaron a la muerte y que tienen poderes mágicos, podríamos… percibir algo más —dijo ella, tentada a reírse por la frustración que sentía. Habían sacrificado mucho para huir de Peat y, a la vez, para encontrar algún arma para defenderse de él. Si el viaje no valía la pena para nada, sería una pérdida de tiempo soberana. Un error imborrable.

Zack ladeó la cabeza. Se trepó a una roca y miró hacia la cima.

—¿Qué tal si probamos la magia por allí arriba?

Zoey siguió la línea de su mirada. De escalar, ni hablar. Seguramente tendrían que llegar hasta allí como tantas veces lo habían hecho para alcanzar la ventana de la escuela.

—Tú me subes —avisó ella.

Zack se tronó los huesos de la mano mientras analizaba la altura que tenía por delante. Nunca había llegado tan alto, era un gran desafío. En cualquier otra circunstancia, ella tampoco estaría dispuesta a algo así. Pero ya habían llegado hasta el fuerte, tenían que intentarlo.

Ella trepó a la espalda de él y se aferró con todas sus fuerzas mientras escondía el rostro en su nuca. Zackary se inclinó un poco hacia abajo y luego saltó, con tanto poder que el aire voló sus cabellos y a ella la impulsó hacia atrás, hacia el suelo. Nunca le había puesto semejante fuerza a un brinco antes.

Zoey no quiso ver; si no llegaban, prefería no presenciar la caída.

Zack no parecía contrariado por nada. Un nuevo sacudón y una exclamación victoriosa hicieron que ella levantara finalmente la cabeza y comprobara que lo habían logrado. Habían saltado más de cien metros sin ningún problema.

—¡SÍ! —gritó él, dando un puñetazo en el aire—. Soy genial.

Zoey, en cambio, continuó aferrada a su espalda sin poder moverse.

—Mierda, sí —contestó en voz baja, dándole la razón. Nunca hubiese imaginado que él fuese capaz de eso.

Un par de segundos después, Zoey fue capaz de bajarse sin mareos ni vértigo. Entonces, pudo admirar la enorme planicie sobre la que estaban parados.

Allí arriba hacía calor, había viento y todo parecía todavía más seco. La meseta era imponente y el silencio de la ausencia de vida, además de ellos, por supuesto, era atronador. Se sintieron decepcionados por no ver nada más que rocas y tierra, aunque ambos quedaron maravillados por la vista. El mar se extendía mucho más allá de lo que eran capaces de vislumbrar, era un paisaje hermoso.

—Bueno, al menos la vista valió la pena. Tomémoslo como un paseo —dijo él, reteniendo un suspiro.

Zoey, en cambio, lo dejó salir. Allí tampoco era capaz de percibir nada, ni una sola pista del dije.

—Lástima que corremos de un demonio milenario y que esto era lo único que teníamos como esperanza —murmuró, apoyando la cabeza sobre el hombro de él.

Zackary no contestó. Lo más probable es que no supiera qué decir en esas circunstancias, cuando no había ningún plan B.

En ese lugar, aunque todo el mundo se abría para ellos, con su inmensidad y su imponencia, sus pensamientos iban de un lado a otro de todos sus problemas. En aquel momento, Zoey se preguntó qué hubiera sido de ellos si Zack nunca hubiese conseguido el dije. Los muertos serían otros. Pero, si Peat conseguía el dije, al final, ¿el resultado podría ser el mismo?

—¿Qué crees que hará él con el poder del dije? —preguntó ella, abrazándose al brazo de él.

Zack hizo una mueca y despegó los ojos del océano.

—¿Destruirnos a todos? —contestó, con un escalofrío—. ¿Qué puede querer un demonio de este mundo? Tan solo míralo —dijo mientras extendía la mano libre—. Todo esto tiene siglos y siglos de antigüedad, nosotros poseemos apenas un puñadito de años. Pero Peat tiene mucho más que eso. Ha visto esto gestarse y seguramente lo verá destruirse. ¿Por qué dominar algo que tiene ya puesta la fecha de caducidad?

Zoey lo abrazó con más fuerza.

—Hablas como todo un adulto —replicó ella—. No sé qué querrá Peat de todo esto. En parte, es cierto lo que dices, ¿qué sentido tiene domar algo que es breve? Tiene que haber otra cosa.

Si la había, no podían imaginar qué era.

Zoey le dio vueltas a la idea por todo el tiempo que estuvieron allí y lo que se le ocurrió temió decirlo en voz alta. Era demasiado irreal pensar en que Peat podía querer algo extraterrenal y que el dije pudiese darle el poder para tomar todo lo de ese mundo y más.

Siguió a Zackary por la meseta, mientras rebuscaban entre las rocas cualquier tipo de señal. Mantuvo la boca cerrada, pero estaba cada vez más segura de que Peat no podía simplemente desear algo del mundo mortal.

Cuando el sol de la tarde comenzó a descender, ellos también lo hicieron. Caminaron un poco más lento, por el cansancio que ella tenía en las piernas, hacia el mar. Allí, la marea subía y llenaba las piletas naturales que se habían formado entre las rocas con el paso del tiempo. Era un lugar bonito. Cuando estuvieron en la orilla, Zoey comprobó que el agua no estaba tan fría como en otras partes de la costa atlántica. El área de Las Grutas tenía la fama de ser una de las playas más bonitas de América del Sur y ella no la había conocido hasta entonces. La afirmación de que el agua era tibia era cierta.

—Zoey —llamó Zack, golpeándole el hombro y señalándole el Fuerte Argentino, ahora a sus espaldas—. ¿Ves esa cosa de ahí?

No le costó nada darse cuenta. Había una apertura en las paredes altas del fuerte, que se veía tétrica y fantasmagórica a esa hora, con el atardecer sobre ellos.

—Una gruta, ¿no? —dijo ella con una sonrisa y la emoción a flor de piel.

Aunque la entrada era amplia, no se podía el interior desde allí, tenían que aproximarse.

Llegaron con alegría, pero pronto se dieron cuenta de que el espacio era complicado para recorrer a esa hora y de que, aunque Zack pudiera ver en la oscuridad, para Zoey sería difícil no tropezar ni dañarse con las salientes y los huecos en la cueva.

—Por otra parte —dijo, él, inspeccionando el interior, apenas unos metros dentro—. ¿Qué puede haber aquí que no hayan encontrado antes?

Zoey se encogió de hombros. Estaba empezando a refrescar y el hambre, que no había estado presente durante la tarde, comenzaba a atacarla.

—¿Qué hacemos?

—¿Qué tal si descansamos? Sé que no te gusta dormir a la intemperie, pero ya mañana temprano podremos ocuparnos de esto. No es bueno que fuerces tu cuerpo —recomendó él.

Acamparon allí, con lo que tenían. Ella comió lo que habían traído empacado desde Viedma y cerró los ojos, acostada entre los brazos y las piernas de Zackary. Después pasar el día dando vueltas por sitios desconocidos, estaba agotada y decepcionada. Se acomodó, sabiendo que no podía estar más segura en un momento como ese, y se durmió.

Tuvo numerosos sueños sobre cosas que nunca había vivido.

3 Remís: coche de alquiler similar al taxi, muy común en Sudamérica. La palabra ha sido tomada del francés remise, que es la elipsis de voiture de remise (coche de alquiler que se guarda en un garaje).

El Arca

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