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Capítulo 3

Después de comer algo, y de que Zack bebiera café con leche como si fuese una persona normal y viva de dieciocho años, ambos caminaron por las calles de Azul para matar el tiempo. Faltaban varias horas hasta que el bus saliera en dirección a Viedma.

Pasaron por tiendas de ropa en las que ella se detuvo para ver las tendencias del verano. Las vacaciones y el verano eran dos cosas a las que también tendría que renunciar, no compraría un bikini y era probale que ni siquiera se aproximara a una piscina en el futuro.

Cuando estaban frente al reflejo de ambos en una vidriera, Zack tomó un mechón del cabello de Zoey y lo extendió en el aire. El rizo se estiró con el suave jalón.

—¿Qué piensas de cambiarlo de color? —opinó él—. Si lo oscureces, no será tan fácil que la gente te reconozca una vez que emitan una orden de búsqueda.

Ella hizo una mueca. Nunca lo había pensado y, aunque había odiado siempre su pelo —de tono rubio desvaído y con rulos indomables—, no se veía a sí misma con un color más oscuro.

—No sé cómo teñirme —admitió ella.

—¿Y si buscamos una peluquería?

—¿Ahora?

No podían malgastar el dinero. Teñir el cabello en un salón era mucho más costoso que comprar una tintura e intentarlo en el baño de un hotel. Además, tampoco tenían mucho tiempo.

—Es solo una sugerencia —replicó él, encogiéndose de hombros—. Recuerda que eres menor de edad, ni siquiera tienes diecisiete todavía. En cuanto la orden se emita y llegues a las noticias, porque estoy seguro de que lo harás, cualquier niña rubia se parecerá a ti… y más te parecerás tú a ti —agregó. Hizo un gesto con los dedos y bajó la voz cuando una señora pasó caminando junto a ellos.

Zoey levantó una mano.

—Lo sé, lo sé —contestó, pero suspiró y movió la cabeza para afirmar—. Lo entiendo, pero eso puede ser un potencial desastre.

—Yo puedo ayudarte, siempre que sea necesario —aseguró Zack—. He visto a mi mamá teñirse el pelo.

—Será un desastre —insistió ella, pero no acotó nada más. No podía preocuparse por su cabello en esos momentos.

«Hay cosas más importantes», pensó. Como, por ejemplo, un loco ser milenario que quería matarla.

—Por ahora, compremos la tintura y luego vemos —propuso él. Se giró y señaló una perfumería en esquina opuesta—. Supongo que con decir que quieres un color oscuro bastará, ¿no?

Ella lo miró con la misma expresión estupefacta.

—Ni idea.

Ingresaron a la tienda y se aproximaron a la vendedora. Zoey habló con la mujer, que presentaba una actitud desconfiada, y le expresó su deseo de oscurecerse el cabello. La señora, de mediana edad, le mostró varias cartillas de color y se los quedó mirando con la boca abierta, como si estuviera a punto de hacer una pregunta acusatoria.

Al notarlo, Zack intervino.

—¿Y para mí cuál podría ir?

—¿Tú? —terció Zoey. Se giró y notó que estaba bromeando.

—Para cualquiera de los dos creo que este color quedaría precioso —contestó la mujer, riendo—. Con esos ojos claros que tienen, un negro caoba haría resaltar sus expresiones.

—Ah… —respondió el chico. Frunció el ceño.

Tanto Zack como Zoey querían algo que opacara sus expresiones, no que las resaltara.

—¿No es algo muy… osado?

—Cambiarte completamente el tono podría tomarse así, sí, pero un color lindo y muy clásico.

—Creo que a ella le quedará muy bien —admitió Zack al fin.

Zoey asintió. Si de ella dependiera, se iban a pasar el día entero allí sin que se decidiera por un color. No quería teñirse, aunque fuera una cuestión de fuerza mayor.

—¿Este, entonces? —sonrió la mujer—. ¿Quieres el kit listo o todo por separado?

Y, como no tenía ni idea de cuál era la diferencia, optó por la caja ya preparada. Sonaba más sencillo.

Inspeccionaron la caja mientras se alejaban de la tienda y, cuando Zackary volvió a asegurar que quedaría bien, Zoey se sintió un poco más confiada. Guardó la tintura en su mochila y suspiró.

Recorrieron el resto del centro de la ciudad sin apuro y regresaron a la terminal al anochecer. Cenaron en el mismo restaurante en el que habían merendado por la tarde; por segunda vez, Zack comió de verdad, masticando y tragando como si tuviese órganos que pudiesen procesar el alimento.

—Tengo una duda enorme —preguntó Zoey, cuando lo vio mordisquear la orilla de una porción de pizza—. ¿A dónde va todo eso?

—Creo que no voy a expulsarlo, pero ni idea —respondió Zack, sin mirarla y con los ojos en otra porción—. ¿Sabes qué es lo más extraño? Le siento algo de sabor.

—¿De verdad?

—Estaba seguro de que no sería así. Ya sabes que no siento dolor y, si te acuerdas de mis teorías con respecto al placer…

—añadió. Alzó los ojos para verla, le guiñó un ojo y ella se atragantó con la gaseosa—. Pero esta parte sí que no le encuentro sentido.

—Bueno, que yo recuerde, nunca habías probado comer.

—Zoey se limpió la nariz, que goteaba después de la tos que le había provocado el accidente con la bebida.

—Creo que no, ¡y está genial! —admitió Zack—. Voy a comer un montón de ahora en más. ¿Qué tal un McDonald’s? De seguro hay uno en Viedma, ¿no?

Zoey tomó el último trozo de pizza que quedaba. Se encogió de hombros y masticó despacio, sintiendo la garganta raspada y molesta por la tos previa.

—Puede ser… —respondió ella algunos segundos más tarde.

Dejó la pizza a medio comer y se encogió en la silla. El cansancio comenzaba a golpearla con fuerza, no podía dar ni siquiera otro bocado. Desvió la mirada hacia la ventana y observó, con expresión impaciente, a los buses que entraban y salían de la terminal.

Lo que Zoey más ansiaba era sentarse sobre la butaca mullida del micro y cerrar los ojos, desmayarse.

—¿Estás cansada? —preguntó Zack, inclinándose hacia ella por encima de la mesa.

—No puedo más.

—Lo estás haciendo bastante bien. Pensé que morirías mucho antes.

—No bromees —terció ella—. Yo también pensé que moriría mucho antes, como por comienzos de este año.

Esta vez, fue Zack el que frunció el ceño.

—¿En serio dices eso?

—¿En serio tú creíste que no iba a morir? —Zoey soltó una carcajada siniestra y se resbaló por el asiento para apoyar la cabeza contra el respaldo.

—Claro que no.

Sin más, ella puso los ojos en blanco. Zack siempre le provocaba las mismas reacciones, en todos los sentidos.

—Por supuesto, tu ego nunca falla —musitó ella.

Zoey guardó silencio mientras él se acababa la pizza; observó sus manías a la hora de comer, maravillada, en cierta forma, de contemplar acciones que nunca antes había podido apreciar de cerca. Así, él volvía a parecer vivo, mucho más que la mayoría del tiempo. Se veía normal, humano, mortal, necesitado de una cuestión tan básica como el alimento.

La chica sonrió y estrechó los ojos cansados.

—¿Qué? —preguntó él, tragándose la gaseosa—. No voy a engordar.

Zoey negó con la cabeza.

—No es eso. Estaba pensando en lo vivo que te ves ahora

—suspiró, todavía con la sonrisa en la cara—. Y en que de verdad me gustas mucho.

Zackary esbozó una sonrisa enorme y cargada de orgullo. Entrelazó sus dedos con los de ella por encima de la mesa y rio suavemente.

—Sí, tú también me gustas mucho. Especialmente cuando estás tan cansada que pareces drogada —se burló.

Zoey lanzó un manotazo débil al aire.

—¿Drogada?

—¡Pareces una china!

—Qué tonto eres —replicó ella, pero continuó sonriendo.

El cuarto de hora que faltaba para las doce de la noche se hizo eterno y todavía faltaba mucho para subir al bus.

Zack se cambió de silla para sentarse junto a Zoey, se convirtió en una cama humana por las horas restantes. Aunque pareciera increíble, ella se durmió sobre su regazó, en esa pose tan incómoda, y no despertó hasta que él la obligó a hacerlo. Faltaba media hora para la salida del bus y, al parecer, este ya estaba en una de las plataformas y pronto abriría las puertas a los pasajeros.

Pagaron la cuenta y se alejaron del restaurante sin dejar propina, no podían malgastar el poco dinero que tenían. Caminaron hacia el bus y aguardaron allí, con los boletos en mano, hasta que pudieron abordar e instalarse en los lugares indicados.

Zack ocupó de inmediato el sitio junto a la ventana porque, a pesar de su confianza, prefería vigilar el exterior y que ella estuviera más segura del lado del pasillo.

No pudieron conversar más porque Zoey volvió a dormirse apenas comenzó el viaje, la cómoda butaca y el sonido del motor ayudaron. Dos horas después, sin embargo, despertó con las voces de los ocupantes de los asientos detrás del suyo. Giró la cabeza para ver a Zack que, obviamente, estaba despierto.

Él tenía los mapas en las manos y uno de los cuadernos en los que Jessica había estado trabajando con las traducciones sobre el regazo.

«Habría sido ideal traerla también a ella para que siguiera traduciendo», pensó Zoey en ese instante. Se pasó las manos por la cara para aclarar su visión antes de llamar la atención de su acompañante.

—¿Y qué buscas? —preguntó, somnolienta.

—Quiero ver si hay algo aquí que corrobore lo del grial y lo de la ciudad oculta. Han sido todas teorías relacionadas con lo que Jess sacó e intuyó con la información de internet.

—Pero lo que decía en el templo…

—Lo de la piedra filosofal —contestó Zack, sin levantar la vista—. Sí, hay unas tantísimas teorías sobre la piedra filosofal. En cuanto lleguemos a Viedma, deberíamos buscar una computadora con buena conexión.

—¿En dónde se relaciona el tema del grial con la piedra y, de ahí, al dije? —murmuró ella, mirando brevemente hacia su alrededor. Las personas que hablaban detrás se habían callado.

Zack chistó, frustrado con los papeles.

—Ay, esa será la cuestión. ¿Confiamos en todas esas teorías locas de internet o no?

Todavía adormilada, Zoey se pasó la lengua por los labios antes de responder.

—¿Escritas por algún otro loco? —musitó—. Perfecto.

Se rieron por lo bajo, tratando de no despertar a nadie como la habían despertado a ella. Recién se asomaba el sol por el este, justo del otro lado del pasillo del bus.

—Pero ¿y si algo de eso resulta ser cierto? Es muy probable que los templarios realmente hayan ocultado el grial allí —continuó él, sin mencionar el lugar. Otra vez, la gente de atrás estaba muy callada—. Tendríamos que ver…

—Para empezar, no tenemos ninguna otra cosa que hacer. Es nuestra única posibilidad para no andar vagando de un lado a otro. Si el dije tiene algo que ver con los templarios y, por ende, con la copa, y llegásemos a dar con ella, o con cualquier otro tipo de información, tendremos algo, al menos.

Zack giró la cabeza hacia ella y la miró con las cejas arqueadas. Zoey bufó cuando esa mirada se transformó en un gesto pícaro.

—¿Han pasado cientos de siglos y dos adolescentes van a dar con una copa milenaria en el proceso?

Ella soltó una risita baja y se acomodó en la butaca para girarse hacia él y darle la espalda al sol.

—¿Qué? ¿No somos dos adolescentes geniales que superan la vida y la muerte? —murmuró.

En ese momento, Zack acortó la distancia para plantarle un beso casto en los labios.

—Sí, lo somos. Y por eso la encontraremos —afirmó él,

completamente convencido de repente.

A partir de allí, para Zoey fue difícil volver a dormir, entre el sol y la gente a su alrededor, cada vez más charlatana.

«¿Es que ellos no están cansados?», se preguntó. Tal vez sí lo estaban, pero no tanto como ella, que solo había dormido cuatro horas en los últimos dos días.

Se resignó cuando, en los carteles de la ruta, Zack comenzó a señalar los kilómetros que faltaba para llegar a Viedma. Sabían que desde allí deberían trasladarse todavía más hacia el sur, hacia el Golfo de San Matías, para hallar la manera de acceder al Antiguo Fuerte. Según lo que había buscado Jessica, el lugar estaba cerca de Las Grutas. Pero, en lo inmediato, el plan era bajarse de ese bus y descansar.

Cuando estaban por llegar, Zack acomodó los papeles, que había releído varias veces, y los guardó en la mochila de azul.

—McDonald’s, yo quiero un McDonald’s —murmuró él.

Ella tuvo un ataque de risa que se le quedó pegado en la garganta. Los ojos irritados no le permitieron apreciar Viedma con la emoción requerida.

Tardaron una eternidad para alcanzar la terminal y otra eternidad para descender. Al final, cuando bajaron con los bolsos colgados, Zoey sentía que se iba a desmayar por el sueño. Miró a Zack y buscó su apoyo para arrastrarse a donde fuera.

Solo con gestos, él la ayudó a llegar al escritorio de información. Sabían que, al preguntar, corrían el riesgo de exponerse demasiado, pero necesitaban hallar un hotel económico, de fácil acceso y con internet lo más pronto posible, y solo lo obtendrían si consultaban con un local.

Zoey se apoyó contra el hombro de Zack mientras él se inclinaba sobre el alto mostrador de la cabina de Información. Escuchó sin prestar atención hasta que la mujer preguntó si estaban solos en la ciudad.

Zackary, hábil como siempre, respondió que él y su hermana estaban viajando al sur para visitar a su tía abuela. No aclaró nada más y la señora tampoco preguntó, pero fue evidente que no les creía cuando les marcó los hoteles en el mapa que tenía en la mano.

—No vayamos a ninguno de ellos —dijo Zoey al alejarse de la cabina de Información—. No nos ha creído y estoy segura de que, si llega a sospechar algo más o, por ejemplo, si ve mi foto mañana en las noticias, nos denunciará. Podría decirle a la policía los hoteles que nos mencionó.

Mientras él la ayudaba a llegar hasta los taxis, se volteó para ver la cabina y a la señora, que los seguía con la mirada.

—No he actuado tan bien, ¿no? —respondió Zack. Abrió la puerta de un taxi y metió los bolsos dentro—. Buscaremos cualquier otro. Esta noche jugaremos a la peluquería.

Una vez dentro del automóvil, pidieron indicaciones al chofer2. Muy amablemente, y sin dudar tanto, el hombre los llevó a un hotel de dos estrellas que estaba alejado de los que la señora les había dicho en la terminal. Antes de bajar, Zack se sostuvo de los asientos delanteros y le preguntó muy seriamente al conductor si había un McDonald’s en la ciudad.

—Lo siento, muchacho, pero no.

De seguro la ciudad tendría sitios de comida rápida que podrían reemplazar a la franquicia, pero Zack se mostró desilusionado.

Bajaron del auto con desgano y entraron al hotel. Era un sitio económico, por lo que no conseguirían una computadora y una buena conexión, al menos ese día.

Pidieron una habitación con dos camas, todavía simulando ser hermanos, y fueron conducidos a una pieza pequeña, pero con un baño limpio y un televisor moderno. Era más que suficiente para lo que les quedaba del día.

Acomodaron sus pocas cosas antes de que ella pudiera relajarse en una de las camas.

Se durmió a los pocos minutos, aunque la almohada estaba dura y el colchón tenía un bollo a la altura de los omóplatos. El cansancio era superior y cualquier cama era lo bastante buena para ella en esos momentos.

Sus sueños estuvieron llenos de imágenes inconclusas.

Horas después, cuando el anochecer se dejaba ver por la pequeña ventana de la habitación, Zoey abrió por fin los ojos y se dijo que todas esas escenas llenas de luces, de ráfagas y de exaltaciones tenían que ver con la pelea con Peat. Antes había estado demasiado cansada como para soñar con ellas, ahora, su cuerpo estaba más repuesto.

Bostezó y se giró para ver a Zack que, sobre la otra cama, revisaba los papeles de la logia y la información que Jess había recolectado, otra vez.

—¿Tienes hambre? —preguntó él cuando la vio despierta—. Estaba esperando para salir por algo de comida. En la recepción decía que no se puede traer la cena a las habitaciones, pero nadie va a saber que he metido un par de hamburguesas —aseguró.

Contagiada por su buen humor, ella le devolvió el gesto.

—La verdad es que me comería una docena de hamburguesas en estos momentos —admitió.

Zack apartó los papeles y se levantó de un salto, alegre.

—No serán hamburguesas de McDonald’s, pero prometo que será algo rico igual. ¿Con queso?

Zoey asintió.

—Con mucho queso.

—¡A sus órdenes, señorita!

Cuando él se encaminó a la puerta, y mientras guardaba dinero en el bolsillo trasero de los vaqueros, ella se dio cuenta de que Zack se había cambiado de ropa. Se había puesto lo que había robado de su casa. Se veía muy… normal.

—Trae papas, por favor —pidió en voz baja.

Antes de salir y de dejar un lindo escudo protector alrededor de la habitación, él le guiñó un ojo y le recordó que no se bañara todavía. Necesitarían el cabello sucio para poder teñirlo después de comer.

Una vez sola, Zoey tomó el control remoto que descansaba sobre la pequeña mesa que dividía la habitación en dos. Apuntó a la televisión, pero dudó antes de apretar el botón. Un montón de preguntas y de dudas pasaron por su cabeza. Tragó saliva y empujó la ansiedad a un lado. Encendió el aparato diciéndose a sí misma que era algo que debía enfrentar tarde o temprano. Además, era mejor estar informada de lo que la gente sabía sobre ella.

El canal que apareció en pantalla era de documentales. Zoey resistió el impulso de poner el noticiero durante algunos minutos, hasta que se rindió. Apretó sus labios y bufó al darse cuenta de qué tan ansiosa estaba y de que retrasar lo que sabía que haría no tenía sentido.

Buscó por fin un canal de noticias las 24 horas. Lo miró en silencio. Se llevó los dedos a la boca y se mordió las uñas por unos veinte minutos, hasta que el periodista cambió la expresión de su rostro y, desde la capital del país, anunció otra extraña desaparición en un colegio del interior de la provincia.

La chica apretó el control remoto con ambas manos cuando en la pantalla apareció una foto que su madre había sacado en el sillón de la casa algunos meses antes.

—Zoey Scott, de 16 años, desapareció este pasado 17 de noviembre en la localidad de Villa Helena. Es la segunda desaparición del año en la escuela pupilo Santa María del Valle. Hace menos de un mes, Adam Scott, de 17 años, también desapareció sin dejar rastros y, aunque la policía y la familia consideran que el adolescente se ha fugado, las sospechas no dejan de sobrevolar el colegio. A principios de este año, otra tragedia se produjo dentro de las instalaciones escolares. Zackary Collins, compañero de clase de Adam Smith, falleció tras un accidente dentro del edificio. Ahora, la policía está indagando entre los familiares y los amigos de Zoey Scott, quienes señalan a Adam Smith como posible culpable, aumentando así las sospechas de que él también esté involucrado en la accidental muerte de Zackary Collins. —La mirada del periodista pareció trabarse con la suya. Zoey suspiró—. Se solicita que, ante cualquier información que usted pueda proveer, llame a este número. Si usted ve o sabe algo de Zoey Scott no dude en comunicarse al número en pantalla o al 911.

Salió de la cama y caminó frenéticamente por el cuarto. Rezaba para que nadie en ese hotel estuviera viendo la televisión justo en ese canal. Estaba bien jodida. Necesitaba quitarse el rubio del cabello lo más rápido posible. No podría calmarse hasta que Zack regresara y la ayudara con ello.

Muchas cosas más pasaron por su mente mientras analizaba el tema. Pensó en sus padres y en lo que debían estar sintiendo. Se aliviaba de que la carta que había dejado hubiera funcionado para desviar la atención hacia Adam, un joven al que no encontrarían jamás.

Zoey se sentó sobre la cama y allí se quedó hasta que Zack regresó, con deliciosa comida caliente que había mantenido oculta con su magia del recepcionista del hotel.

—¡Qué cara! —exclamó él, mostrándole las enormes hamburguesas con queso que había conseguido—. Pensé que estarías emocionada por algo como esto. Yo lo estoy.

Zoey tomó la comida sin decir nada. La ansiedad le había dado hambre… Además del hambre que ya tenía, claro. Comieron en silencio porque, hasta que ella no se terminó las papas fritas, no estuvo dispuesta a comentar lo que había visto y sus temores.

—Salí en las noticias. Si me ven, piden llamar al 911 —contó por fin mientras se pasaba una mano por el cabello—. Necesito quitarme esto ya.

—Podemos raparte también —se carcajeó Zack, como si el asunto no le preocupara tanto—. Anda, lo arreglaremos rápido. Soy un maestro con estos asuntos de los cabellos.

Por desgracia, Zoey estaba acostumbrada a que Zack fuera un completo desastre en todo lo que aseguraba ser bueno. Ella se sentó en una banqueta, en el baño, y dejó que él hiciera su trabajo cuasi improvisado. Le pintó hasta las orejas, pero eso fue lo de menos. Cuando terminó de aplicar el color, ambos miraron sus reflejos e inspeccionaron el fino trabajo que había logrado el muchacho.

—Demonios —dijo ella, frotándose la ceja—. Tengo la cara llena de manchones.

—Son artísticos —se defendió Zackary con sarcasmo—. Vamos, que te verás genial —agregó y le robó un beso.

Eso la relajó por un momento. Sin embargo, cuando él se alejó y la dejó sola en el baño, el estrés, las dudas y las preocupaciones volvieron a asaltarla. Comprendió que cambiar el color no iba a solucionar nada. Era apenas una ínfima ventaja pues Peat, el mayor peligro, podía estar todavía muy cerca y de seguro la reconocería de todas formas. Para peor, el dije seguía en silencio.

A la hora de enjuagarse, Zoey elevó plegarias al cielo. Esperaba que no le quedara el cabello verde, o algo por el estilo, pues lo único que le faltaba era conseguir más atención de la deseada. Se lavó sola y no le importó manchar la toalla del hotel con el color caoba que había puesto sobre su cabeza.

Los mechones oscuros de cabello todavía escurrían cuando ella se observó al espejo. Zoey hizo una mueca, pero lo aceptó. El color no estaba parejo, algunas zonas se veían más oscuras que otras. Había un sector en particular que parecía más rubio. Sin embargo, a pesar de todo, creía que funcionaría.

—¿Listo? —Zack abrió la puerta y soltó unos cuántos comentarios halagadores—. ¡Podría vivir de esto!

Zoey negó, divertida, y le dio un pellizco cariñoso en la mejilla.

—Por supuesto, ¡Peluquerías El conejo loco volador!

Ella se rio tanto como él, aunque seguía agotada.

Se acostaron en sus respectivas camas poco después. Zoey cerró los ojos de inmediato, tratando de mantener la mente en blanco y de alejarse de todo aquello que la asustaba.

Un cuarto de hora más tarde, se levantó y se acurrucó junto a Zackary, buscando en su compañía un consuelo ante todo lo que había perdido.

2 Chofer: conductor. Palabra tomada del francés chauffeur.

El Arca

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