Читать книгу Cosas del destino (I): El diario de Claire Lewis - Anna Pólux - Страница 10

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4 La chica de ayer

Abrió la puerta y comprobó que no estaba cerrada con llave tal y como la había dejado al salir de paseo con Cleo, y eso solo podía significar una cosa: por primera vez, en las dos semanas que llevaban viviendo en Cleveland, había salido del trabajo antes de las nueve. Se permitió albergar la leve esperanza de que aquel horario pasara de ser una excepción a conformar la norma, porque no le estaba resultando nada fácil adaptarse a su nueva vida, y el tener que pasarse el día entero sola no ayudaba precisamente.

Cleo corrió al interior de la casa, directa a la cocina, en concreto a su comedero. La muy ilusa siempre comprobaba que no se hubiera llenado mágicamente de comida en su ausencia. La oyó beber agua, seguro que para llenar el vacío de la desilusión, aunque tal vez estaba sedienta debido a las carreras que se había metido en el parque con ese tal Darwin. Le había gustado ver a su mascota tan contenta y relacionándose tan bien con otro de los de su especie, ambas debían comenzar a expandir los horizontes de sus amistades, porque las dos últimas semanas se las habían pasado prácticamente solas codo con codo y aquello comenzaba a ser demasiado exclusivo para su gusto.

Colgó su abrigo y su gorro en el perchero que habían colocado justo a la entrada de la casa y se revolvió un poco el pelo, siempre se le quedaba apelmazado cuando lo encerraba entre lana demasiado tiempo. Se asomó al salón con la esperanza de encontrarlo allí, pero estaba tan vacío como cuando se habían marchado.

—¿Nick? —optó por llamarlo para salir de dudas sin necesidad de recorrer hasta el último rincón de la casa.

Nada. Silencio. Qué extraño. ¿No había cerrado la puerta con llave al salir? Se acercó a la ventana y escudriñó la calle hasta localizar su coche. Suspiró pesadamente tras sumar dos y dos, porque el cuatro no le gustó nada, y subió por las escaleras, directa a la habitación que el chico estaba convirtiendo en su despacho dentro de casa. A Cleo le costó un poco trepar tal cantidad de peldaños, pero enseguida se puso a su altura y, de hecho, fue la que entró primero en la estancia; ella se apoyó en el marco de la puerta. Su novio estaba sentado frente al escritorio, aporreando las teclas de su ordenador portátil con los malditos cascos puestos, así que no iba a oírla, pero lo intentó de todos modos.

—Cleo y yo hemos desarticulado un comando de narcotraficantes nosotras solitas —comenzó a hablar acercándose con lentitud—. Y después, al volver, hemos reducido a un ratero que intentaba robarle a una anciana. Deberías ver cómo Cleo le ha dejado el tobillo. El domingo el alcalde nos entrega la estrella al valor en el ayuntamiento; naturalmente, estás invitado.

Nada. Continuaba escribiendo aquello tan importante, ajeno a todo lo demás, como si no hubiera tenido tiempo de hacerlo en las catorce horas diarias que pasaba en el bufete. Le quitó uno de los cascos, sobresaltándolo, no había otra forma de hacerlo.

—Claire, no te he oído llegar —señaló el chico mientras apagaba el iPod y se quitaba el otro casco.

Se fijó en que aún tenía el pelo húmedo: se le veía de una tonalidad castaña mucho más oscura que de normal, señal de que había llegado hacía poco a casa. Siempre saltaba a la ducha nada más entrar por la puerta. Llevaba puesta una sudadera gris de la Universidad de Harvard y la verdad era que para ella estaba mucho más guapo así que con los trajes que vestía cada día para acudir a su trabajo. Había empezado a odiarlos un poquito, desde hacía un tiempo se habían convertido en su competencia más feroz a la hora de atraer la atención del chico.

—Has salido antes del trabajo —señaló sentándose en sus piernas cuando él la invitó a hacerlo.

—Te echaba de menos —respondió depositando un beso en su mejilla.

Y ojalá fuera cierto, pero sabía que cuando Nick estaba en «modo abogado» en su cabeza no había sitio para nada más. ¿Ni siquiera para ella? Le daba un poco de miedo responder aquella pregunta, de modo que hasta la fecha no lo había hecho.

—Yo también te he echado de menos. No te oí llegar anoche y esta mañana te has ido muy temprano. Últimamente solo te veo si me despierto de madrugada para ir a hacer pis —señaló—. No quiero tener que beber litro y medio de agua cada noche para asegurarme de verte —se expresó con una broma que no lo era en realidad.

Él sonrió al escucharla. Era la misma sonrisa de medio lado que le estrujó el corazón en el pecho la tarde que chocaron en mitad del campus de la Universidad de Harvard hacía seis años, pero no tenía el mismo efecto devastador en ella. A lo mejor porque ya la había visto mucho o a lo mejor porque en el último año la había visto muy poco. Fuera por lo que fuese, le daba miedo.

—Ya casi es fin de semana —indicó Nick como si aquello significara algo.

—Y ya, sin casi, es hoy. ¿Quieres que salgamos a cenar a algún sitio? —le propuso rodeándole el cuello con un brazo—. Cleo y yo hemos encontrado locales interesantes por aquí cerca —lo tentó.

Antes les encantaba ir a explorar comidas de diferentes lugares, eran expertos en la gastronomía de Boston. Cuando Nick comenzó a trabajar el año anterior en una de las firmas de abogados más prestigiosas de la ciudad, pasaron paulatinamente de pedir juntos comida a domicilio, a tener que cenar ella sola casi todas las noches. El cambio había ocurrido tan despacio que apenas se había dado cuenta. O el tránsito había sido muy sutil, o el tener allí un grupo de amigas con las que llenar su tiempo libre se lo había difuminado todo un poco. En cambio, en Cleveland no había distracción posible. Cleo lo intentaba, esa era la verdad, pero el efecto no era el mismo.

—Sabes que me encantaría, Claire —comenzó el discurso que ya casi se sabía de memoria—. En serio, sé que últimamente no paro de decirte que me encantaría hacer cosas contigo y que luego no tengo tiempo. Este fin de semana haremos algo juntos, ¿de acuerdo?

—Miraré a ver si tengo un hueco libre para ti en mi apretada agenda —accedió resignada—. Por cierto, Cleo ha hecho un amigo en el parque hoy. Han estado jugando casi veinte minutos. Su dueña y yo hemos estado hablando mientras, parece simpática.

—Esa chica podría ser tu futura nueva mejor amiga aquí en Cleveland —respondió—. Cariño, sé que ahora mismo empezar de cero en un sitio nuevo es difícil, pero date tiempo, ¿vale? Conocerás gente nueva y encontrarás un trabajo que te encante —pronosticó y, cuando reparó en el gesto de escepticismo de su cara, matizó la afirmación—. O un trabajo a secas… ¿Tienes idea de cuántos institutos hay en Cleveland?

Agradecía el esfuerzo de Nick por animarla, pero eso de pintar su futuro de rosa nunca le había funcionado y aun así se empeñaba en repetir, el eterno optimista por excelencia. Se levantó de sus piernas y le tendió la mano.

—Pidamos algo para cenar y veamos un rato la tele acurrucados en el sofá —propuso un plan alternativo, ya que la salida al mundo exterior había sido rápidamente vetada.

—Tengo que transcribir estas declaraciones para mañana.

—También tendrás que cenar —aventuró ella insistiendo con la mano aún tendida.

—He comido un sándwich al llegar —reconoció, y ella se cansó de insistir incluso antes de haber empezado.

—Tú te lo pierdes. —Se encogió de hombros—. Luego no vengas mendigando atraído por el irresistible buen olor —le advirtió dirigiéndose hacia la puerta.

—¿Sabes que te quiero?

—Lo sé —respondió dedicándole media sonrisa.

Si no hubiera estado tan impaciente por regresar al trabajo, tal vez se habría dado cuenta de que le había salido un poco forzada y, a lo mejor, habría escuchado un silencioso: «Pero a veces necesito sentirlo».

Pidió comida china y salió al porche a esperar su llegada. Se sentó en el banco de madera que se había empeñado en comprar la semana anterior y miró a Cleo cuando esta se encaramó al mismo y se acomodó a su lado.

—No me juzgues, ¿vale? —le pidió antes de sacar un paquete de cigarrillos del bolsillo interior de su chaqueta.

Había comenzado a fumar en el último año de instituto. Fue algo tonto, un impulso adolescente o, como le dijo su madre, un «Si todos se tiran por un puente, ¿tú también te tiras?». Fue una estupidez de la que se había arrepentido en innumerables ocasiones, sobre todo hacía un par de años, cuando se decidió a dejarlo. Y lo consiguió. Y creía que ya se había fumado el último cigarrillo de su vida hasta hacía un par de meses. ¿Identificaba algún incidente que hubiera podido desencadenar su recaída en aquel hábito tabáquico? Pues hacía dos meses que a Nick le habían ofrecido aquel magnífico trabajo en una ciudad situada a casi setecientas millas de su casa, de su familia y de sus amigos; que cada cual sacara sus conclusiones, porque ella no quería darle muchas vueltas a aquel tema. Volvió a fumar y eso era lo que había. Siete dólares el paquete y aquella sensación de momentánea anestesia emocional en cada calada. De momento prefería quedarse allí, sin buscar demasiado el motivo por el cual necesitaba desconectar de sus emociones de esa forma.

Se colocó el pitillo en la boca y lo encendió sin dudar, los primeros le habían costado un poco más porque aún seguía peleándose consigo misma, en plan «no tires dos años por la borda, por el amor de Dios»; pero en la actualidad la borda quedaba ya muy lejos. Dio una primera calada observando el vecindario, si se esforzaba lo suficiente podría llegar a gustarle vivir en un sitio así. A lo mejor Nick tenía razón y solo necesitaba tiempo, pero no creía que su novio comprendiera de verdad lo duro que estaba siendo para ella aquel cambio. Echaba de menos a su familia, echaba de menos a sus amigos y le echaba de menos a él, porque estaba pero no estaba y, aunque eso no era nuevo, allí se sentía más sola que nunca.

***

«Deberías llamarme Claire Lewis».

¿Cuántas veces había repetido aquellas cuatro palabras en su mente en las últimas doce horas? Pues no lo sabía, no había tenido tiempo de contarlas porque había estado demasiado ocupada repitiéndolas. Ella lo había dicho como si fuera lo más normal del mundo, y en realidad lo era si te llamabas Claire Lewis, pero, joder, había sido oírlo y quedarse congelada en el sitio, en serio. Allí plantada mirándola alejarse con aquella frase perseverando en su cerebro y trabajando a mil por hora para intentar encontrarle algún sentido. Porque doce años después no tenía ninguno. Doce años después, Claire Lewis era tan solo una quimera, un imposible, un sueño truncado por un oftalmólogo incompetente y su maldita y apretada agenda. ¡Es que no podía ser!

¿Había alucinado? ¿Una distorsión auditiva, tal vez? Era la única explicación plausible que se le ocurría tras pasar casi toda la noche en vela dándole vueltas. Había creado un grupo en Whats­App llamado «Reunión de urgencia» para poder comunicarse con Ronda y Olivia a la vez. Era verdad que compartían muchos más grupos, pero cada vez que acontecía algo mínimamente trascendente hacían uno nuevo para poder tratar el tema en exclusiva, tal y como se merecía. Al final no borraban ninguno, y el noventa por ciento de los chats de su Whats­App eran del tipo «Olivia folla de nuevo», creado por Ronda seis meses después de que la morena rompiera con Aaron, «Putos niños psicópatas», creado por Ronda dos minutos después de derivar a dos gemelos a Psiquiatría tras su perturbador comportamiento durante una consulta, «Ruidos raros en casa: quedada para Ouija», creado por Olivia en la época en la que se interesó por los fenómenos paranormales, y del que Ronda y ella salieron sin participar siquiera, o «American Idol 2016», que había creado ella misma para comentar el programa minuto a minuto durante su retrasmisión. Ese año lo cancelaron, así que guardaban el chat como tributo a su memoria.

Releyó el contenido del grupo y al final la cosa había quedado así:

«Reunión de urgencia»

Olivia, Ronda, Tú

Ashley: Mañana se adelanta media hora el desayuno. A las siete en mi casa.

Ronda: Estoy de guardia en el hospital y salgo a esa hora. ¿Cuál es la urgencia?

Ashley: Una que os tengo que contar cara a cara.

Ronda: (Foto de su cara)

Ronda: Adelante.

Ashley: En mi casa mañana a las siete.

Ashley: Por cierto, hay una niña vestida de blanco detrás de ti en ese pasillo.

Ronda: ¡Hija de puta! Qué acojone…

Olivia: Para acojone tú. Ese pijama azul que usáis para las guardias no te favorece nada.

Ronda: Es la envidia que te corroe la que habla.

Olivia: ¿Qué urgencia es? ¿Merece la pena el madrugón? Mañana libro en la farmacia y esta noche empiezan las audiciones en The Voice.

Ashley: ¡Merece la pena y os lo tengo que decir en persona!

Ronda: Como sea otra vez lo de la aventura de tu madre con el de la taquilla del teatro…

Ashley: Si fuera eso os lo habría puesto en el grupo de «Affair entre bambalinas».

Olivia: Joder, qué intriga… del 1 al 10… ¿cómo de fuerte es?

Ashley: Un 12.

Ronda: La hostia… ¡cuéntalo aquí! No teníamos un 12 desde «Olivia folla de nuevo».

Olivia: Yo también voto por que lo cuentes por aquí. Y por cierto… ¿podríamos borrar ese grupo ya?

Ronda: Ni hablar. Y estamos esperando a ver si actualizas, que hace seis meses ya y está muy paradito.

Ashley: Me la pela lo que votéis. Mañana aquí a las siete.

Olivia: Qué nazi.

Ronda: (Selfie enseñando el dedo medio de su mano)

Dejó el móvil sobre la mesa de la cocina y tamborileó con los dedos sobre su superficie. Darwin y ella habían salido a pasear media hora antes y ya estaba lista. Se había duchado, vestido y preparado en su ordenador un vídeo en YouTube de redobles de tambores, porque aquel notición tenía que anunciarlo por todo lo alto. Joder, es que era «Claire Lewis» después de doce putos años. Miró el reloj con impaciencia y quedaban dos minutos para las siete. Salió a su porche incapaz de estar más tiempo dando vueltas por la casa y se apoyó en la barandilla observando la calle. No habían pasado ni cinco minutos cuando divisó el coche de Ronda girando en la esquina para enfilar la avenida hacia su casa. Puf… más minutos perdidos esperando a que la castaña se cambiara en su domicilio, eso sí que no. Es que la información que poseía le estaba quemando dentro y no había tiempo para más dilaciones. Saltó las escaleras del porche y corrió hasta plantarse en mitad de la calle con la intención de cortarle el paso a su amiga. Ronda frenó en seco, derramándose sobre la ropa un café del Starbucks que sujetaba en la mano con la que no controlaba el volante. No le importó mucho, la verdad, aunque por los aspavientos de la castaña parecía que el líquido aún estaba bastante caliente. Rodeó el vehículo, se agachó frente a la puerta del lado del conductor y golpeó el cristal en plan «baja la ventanilla, nenaza, esas quemaduras son de primer grado como mucho». Lo hizo con cara de pocos amigos.

—Joder, Ashley… lo cogí anoche limpio de la lavandería. —Señaló el pijama azul que llevaba en las guardias y que acababa de bañar en café.

—En la próxima guardia coges otro y ya está —resolvió despreocupada.

—¿No te dije que beber de los vasos del Starbucks era demasiado complejo para ti? —era Olivia, que de pronto estaba asomada a la ventanilla del lado contrario—. ¿Qué hacéis aquí fuera montando el espectáculo tan temprano?

—Lo monto aquí fuera porque ya deberíais estar ahí dentro —les recordó señalando su casa.

—Como no sea algo bueno de verdad voy a matarte, Ashley, en serio —la amenazó Ronda antes de iniciar la marcha y aparcar un par de metros más adelante.

Buf… ya las tenía a las dos sentadas en la mesa de su cocina. Olivia ahogando un bostezo porque las audiciones de The Voice debían de haber terminado de madrugada, y Ronda sujetando el café del Starbucks con ambas manos y mirándola retadora: un «más te vale que me sorprendas» sin necesidad de palabras. Todo estaba preparado y sintió cómo una taquicardia se originaba en el interior de su caja torácica.

—Os preguntaréis por qué os he reunido aquí con tanta urgencia —comenzó para darle un poco de emoción, no era cuestión de soltárselo a bocajarro.

—Obviamente porque tienes algo increíblemente urgente que contarnos —evidenció la castaña cruzándose de brazos sin soltar el café.

Algo le decía que lo tenía preparado para decorar su chaleco de personal del zoológico si la noticia no le impresionaba lo suficiente.

—Obviamente —le dio la razón por apaciguar los ánimos—. Ayer pasó algo mientras Darwin y yo paseábamos por el parque…

—¿Y ese algo es…? —le dio pie Ronda alzando una ceja—. ¿Y por qué tienes una pizarra en tu cocina? —preguntó al reparar en la pizarra apoyada en la encimera.

—Ese algo es que conocí a alguien y que no os lo vais a creer cuando os diga a quién —continuó con el suspense—. He escrito su nombre en la pizarra para darle más emoción.

—¡Oprah Winfrey! —probó suerte Olivia.

—Ummm…, no.

—Pues eso sí que hubiera sido un bombazo —admitió Ronda dando un sorbo al café—. ¡Barak Obama! —hizo otra intentona animada por el juego iniciado por la morena.

—No.

—¡Michelle Obama! —cambió su apuesta.

—No —repitió ella impaciente por que terminaran con los acertijos.

—¡Sasha Obama! —volvió a aventurar.

—¡Mierda, Ronda! No conocí a ningún miembro de la familia Obama ayer en el parque —exclamó ante la fijación de la castaña con ese apellido.

—Interés descendiendo —señaló su amiga recostándose contra el respaldo de la silla mientras le daba otro sorbo a su café.

—Os lo voy a decir, porque es tan increíblemente increíble que no lo adivinaríais ni aunque nos pasásemos así el día entero, y a las ocho me tengo que ir a trabajar —cortó de raíz a Olivia, que estaba dispuesta a lanzar otra apuesta al aire—. ¿Estáis preparadas?

Inició la reproducción del vídeo de YouTube «Redoble de tambores» y, justo cuando iba a coger la pizarra para mostrarles su contenido, el móvil de Ronda comenzó a sonar desde el bolsillo de la chaqueta del pijama.

—¡Un momento! ¡Un momento! —pidió una pausa la castaña, y Olivia soltó un bufido impaciente al verla responder la llamada— ¿Sí?… ¿Por qué no iba a estar bien?… En casa de Ashley, a las puertas de una revelación que cambiará el mundo tal y como lo conocemos…

Se cruzó de brazos en espera de que terminara la conversación que mantenía su amiga, probablemente era Leo quien estaba al otro lado de la línea.

—Te he dicho mil veces que no me llames cuando estoy con mis amigas —señaló tapando el auricular con su mano.

Sí, era Leo.

—Bueno, pues respira tranquilo que estoy bien… te veo luego en casa… yo también te quiero —esto último lo dijo en voz baja porque le daba vergüenza decir cosas así con ellas delante. Colgó el teléfono y lo guardó de nuevo en el bolsillo—. Era Leo. Le había dicho que iba directa a casa cuando he salido del hospital y, como cierta loca me ha interceptado, estaba preocupado —explicó la intromisión.

—¡Qué gran hombre! —comentó Olivia sin mucho interés—. Ahora… ¿puedes decirnos, por el amor de Dios, a quién conociste ayer en el parque?

—Ayer en el parque… conocí a… —volvió a reproducir el redoble de tambores y tomó la pizarra entre las manos dispuesta a volverla hacia sus amigas en el momento en que finalizara el sonido del ordenador.

Casi sonrió complacida por la cara de expectación que portaban las dos en aquellos momentos, seguro que estaban hasta conteniendo la respiración. Llegó la hora.

Tres… dos… uno…

Y la volvió. Mostrando el nombre allí escrito en espera de su reacción. Por un momento se quedaron inmóviles, observando las letras y digiriendo el impacto.

—¿Perdóname la vida? —balbuceó Ronda a los pocos segundos llevándose las manos al pecho. Suficientemente impresionante como para que abandonara el café del Starbucks sobre la mesa.

—¡¿Claire Lewis?! —exclamó Olivia dejando caer sobre el plato el dónut que había planeado comerse en un pasado ya inexistente—. ¿Tú estás segura de que no era Oprah? Porque eso es mucho más creíble.

—Estoy segura porque no estoy ciega, ¿vale? Era rubia, con los ojos azules y al despedirnos me dijo que se llamaba Claire Lewis.

—Esa última parte me parece la más convincente —admitió Ronda—, pero… ¿cómo puede ser? ¿Ha estado aquí todo este tiempo y nosotras sin saberlo?

—No, por lo que me dijo acaba de mudarse desde Boston —aclaró.

—Claire Lewis ha estado todo este tiempo en Boston… —meditó Olivia—. Mientras forrabas tu carpeta del instituto con fotocopias de su fotografía, ella vivía tranquilamente en Boston sin saber de tu existencia.

Sí, vale, durante unos meses decoró la carpeta de los apuntes con aquella instantánea. Otras la llevaban forrada con imágenes de los Jonas Brothers, y no miraba a nadie pero miraba a Olivia.

—¿Y qué ha pasado? ¿Cómo ha sido? ¿Habéis vuelto a quedar? —inició su interrogatorio la castaña.

—Darwin y yo estábamos en el parque y, de repente, al tirarle la pelota, acabó al lado de una chica que paseaba con un cachorro de jack russell —explicó—. Darwin y el cachorro empezaron a jugar entre ellos, así que nosotras estuvimos hablando, de perros sobre todo, luego salió el tema de que se había mudado hacía poco. Hablamos durante unos veinte minutos y luego dijo que se tenía que marchar. Cuando le pregunté su nombre me dijo que se llamaba Claire Lewis, y eso fue todo.

—Qué fuerte, ¿y cómo te sentiste hablando con ella? —quiso profundizar la castaña.

—¿Qué? No me sentí de ninguna manera, ni siquiera sabía que era ella hasta que se fue —puntualizó comenzando a comerse un dónut, porque, le gustara o no, en breve debía salir para el trabajo.

—¿Me estás diciendo que te encuentras fortuitamente con la chica con la que estuviste obsesionada durante años en tu adolescencia y no sientes nada? —Frunció el ceño Ronda.

—Eso fue hace doce años y ahora soy adulta y tengo novia —dio a entender que aquello era cosa del pasado.

—¿No era guapa? ¿Ha envejecido mal? —intentó comprenderlo la castaña.

—No ha envejecido mal —admitió a regañadientes removiendo su café con la cucharilla.

—Así que te pareció que era guapa —dedujo de sus palabras.

—Sí, bueno, era muy guapa, ¿y qué? Me encuentro todos los días con chicas guapas —rebatió a la defensiva. ¿Por qué tenía que defenderse?

—Sí, bueno, pero de esas otras no estuviste enamorada en el pasado, y has dicho muy guapa —observó la castaña.

Maldita Ronda y su facilidad para acorralarla de esa forma tan eficiente.

—Remarca en el pasado —matizó—. Y he dicho que es muy guapa, porque me ha parecido una chica muy guapa. Tú también me pareces una chica muy guapa y no significa nada, ¿verdad? —ejemplificó a sabiendas de que el enorme ego de su amiga haría el resto.

—Bueno, nada más allá de que realmente soy una chica muy guapa —admitió degustando uno de los dónuts que quedaban en el centro de la mesa.

—¿Y qué vas a hacer ahora? —le preguntó Olivia aprovechando el silencio de Ronda.

—Tener una cena romántica con mi novia —les recordó a ambas que era una mujer comprometida en el inicio de una relación.

—¿Ni siquiera sabes si volverás a verla? —La morena frunció el ceño contrariada.

—Tiene perro y vive por la zona, así que es probable que volvamos a coincidir.

A la posibilidad de no volver a verla le había dado bastantes vueltas y no le gustaba mucho a pesar de los pesares. Con o sin novia, no podía negar que sentía curiosidad por conocer en persona a la chica que la había cautivado de aquella manera tan pasional con la única ayuda de un diario en blanco y unos cuantos bolígrafos.

—¿Y te gustaría volver a coincidir? —curioseó Ronda alzando una ceja interrogante.

Puso los ojos en blanco y suspiró, porque el tono de su amiga podía convertir cualquier asociación de palabras en una perversión, y de hecho lo hacía.

—Tengo que irme a trabajar —fue todo lo que dijo antes de levantarse de la silla.

—Nos suelta esta bomba y ahora se tiene que ir a trabajar —protestó la castaña dándole otro bocado al dónut—. ¡Esta conversación no ha acabado aquí, jovencita! —alzó la voz para que la oyera desde el vestíbulo.

—Cerrad cuando salgáis —les gritó antes de salir a la intemperie y dejarlas a las dos cuchicheando en la cocina.

***

«Tracy»

En línea

Tracy: He soñado con nuestra cita de esta noche y ha sido alucinante. Espero que estés a la altura.

Ashley: La realidad siempre supera a la ficción.

Tracy: ¿Aunque la ficción sea extremadamente genial?

Ashley: ¿Tratas de ponerme nerviosa?

Tracy: Me encantas cuando te pones nerviosa.

Ashley: Pues te encantaría ahora.

Tracy: No seas tonta, sé que esta noche va a ser genial. ¿Quieres que lleve algo? Te estás encargando tú de todo.

Ashley: Con que vengas tú me vale.

Tracy: Tengo muchas ganas de verte. Te eché de menos ayer.

Ashley: Yo también te eché de menos ¿Quieres venir antes y acompañarnos a Darwin y a mí en el paseo?

Tracy: Ojalá, pero mi jefe quiere que hagamos inventario, así que saldré tarde. ¿Qué tal la mañana en el zoo?

Ashley: Un bebé koala me ha vomitado encima y una llama me ha escupido, así que genial.

Tracy: No me extraña que adores tu trabajo.

Tracy: ¿Te vas a poner especialmente guapa esta noche? No sé qué llevar puesto.

Ashley: No importa, no te va a durar puesto mucho.

Tracy: Vaya, vaya… ¿Esas son sus intenciones, señorita Woodson?

Ashley: Creía que también eran las suyas, señorita Simmons.

Ashley: ¿Hablamos luego? Olivia acaba de llegar, me va a ayudar con los preparativos.

Tracy: Vale. Salúdala de mi parte.

Ashley: Espero que tengas una tarde tranquila en la tienda.

Tracy: Y yo espero que elijáis bien, el sueño ha sido realmente genial.

Ashley: Tonta. Nos vemos luego.

Tracy: Hasta luego, mi amor.

Cerró la conversación y miró a Olivia, que estaba especialmente sonriente. Se levantó del banco en el que la había esperado y frunció el ceño. ¿Por qué seguía mirándola así? Llevaba esperándola más de un cuarto de hora y la tía tenía la cara de presentarse como si acabara de salir del anuncio de la mejor pasta de dientes del mundo.

—Llegas tarde —le recriminó.

—¿Hablabas con Tracy? Hablabas con Tracy, ¿verdad? Menuda cara de tonta tenías —se burló.

—¿Más que la que tú tienes ahora? —se la devolvió.

—Mucho más —aseguró—. Siento llegar tarde, pero ya sabes lo que pasa cuando como en casa de mis padres.

Ah, sí… Olivia sabía la hora de inicio de las comidas familiares, pero la de su finalización ya era otro cantar. Su amiga intentaba comer con ellos los días que no tenía que trabajar en la farmacia y, al final, siempre acababa peleándose con su madre para poder abandonar el hogar de su infancia. El día que la morena se independizó las acciones de Kleenex alcanzaron su máximo histórico.

—¿Qué tal con tu madre? ¿Ha intentado atarte a la cama otra vez? —bromeó.

—No, pero está empeñada en que nos apuntemos juntas a clases de baile latino —informó mientras ambas caminaban hacia el supermercado más cercano a su vecindario.

—Uh… los bailes latinos son sexis —dijo con una sonrisa—. ¿Qué le has dicho?

—Imagina a tu madre bailándolos —le pidió la morena, y se le borró la sonrisa de la cara de forma radical. Jodida enferma—. Ahora comprenderás por qué he tenido que romperle el corazón diciéndole que «ni en un millón de años, mamá».

—No me importaría apuntarme a clases de baile latino con tu madre —insinuó, y Olivia paró de golpe la marcha.

—¡Ah, Ashley! Repite eso porque creo que no te he entendido bien —dijo caminando de nuevo.

—Tu madre es una mujer muy atractiva y no me importaría practicar bailes latinos con ella —aclaró con media sonrisa al ver la cara que se le estaba quedando a su amiga.

—Oh, Dios mío. Creo que acaba de darme una pequeña embolia —exageró la morena.

—No sé de qué te sorprendes. Todos los niños de la clase estaban colados por tu madre a los catorce años —le recordó.

—¿Y eras tú uno de esos niños de catorce años colados por mi madre? —quiso saber.

—¿Por qué te crees que me pasaba el día metida en tu casa?

—Demasiada información. No puedo mirarte a la cara en estos momentos —dijo entrando antes que ella en el supermercado.

La siguió por la zona de ultramarinos sin que la morena se dignara a dirigirle una palabra. Cuando llegaron al pasillo de los congelados decidió retomar la conversación.

—Deberías estar orgullosa de que tu madre sea sexi a los cuarenta y siete años, eso quiere decir que tú también lo serás. Es pura genética —aseguró.

—Abandonemos esta conversación e iniciemos otra que no haga que tenga ganas de suicidarme —propuso su amiga—. ¿Qué has pensado cocinar para esta noche?

Iba a cocinar para Tracy por primera vez en su relación y estaba un poquito nerviosa, la verdad. Sabía que a la chica le volvía loca la pasta y eso le venía francamente bien, porque… ¿cómo de difícil podría ser cocinar unos espaguetis a la carbonara? El postre lo tenía decidido porque, hacía un par de semanas, habían estado en el cine viendo una película en la que los protagonistas comían fresas con chocolate en plan romántico, y a Tracy esa escena la había dejado loca. Ya se las imaginaba a ambas compartiéndolas a la luz de las velas. Menuda casanova estás hecha, Ashley Woodson.

Tenían el carro a medio llenar, ya que Olivia había decidido aprovechar la ocasión para actualizar su nevera, y avanzaban por el pasillo de los lácteos cuando un «¡Olivia!» a sus espaldas le hizo volver la vista.

—¡No mires, loca! —le regañó la morena tirando de la manga de su cazadora para asegurarse de que siguiera avanzando.

—¿Qué demonios te pasa? —Frunció el ceño ante su brusquedad.

—Es Aaron —explicó la chica—. ¿Recuerdas que Ronda dijo que lo había visto rondando por mi casa?

—Sí, no sé qué les das que los dejas a todos loquitos.

—Hacía unos meses que no sabía nada de él, pero hace un par de semanas se encontró con mi padre en el Home Depot comprando destornilladores, y la lumbrera le dijo que seguía soltera y que todos le echaban mucho de menos —susurró. Sospechaba que Harold se habría llevado una buena bronca por aquel desafortunado comentario.

—Si el problema es que cree que estás soltera, ¿por qué no hablas con él y le dices que tienes novio? —propuso una simple y elegante solución.

—Porque ya sabe que no tengo novio, Ashley. Lleva dos semanas siguiéndome con flores a todas partes. La única gente con la que me ve relacionarme es con Ronda, contigo y con Robin en la farmacia —suspiró.

El destino, o las tendencias acosadoras de Aaron, quisieron que al girar en la esquina con el carrito se lo encontraran de frente.

—Olivia, me había parecido que eras tú. —Le sonrió el chico con cara de memo enamorado.

—Aaron… qué sorpresa —suspiró la morena casi sin molestarse en fingir la poca ilusión que le hacía encontrárselo allí.

—Hola, Ashley —se dirigió a ella al reparar que acompañaba a su exnovia.

—Ey, Aaron, cuánto tiempo —le devolvió el saludo.

—Me alegro de haberte visto, pero Ashley y yo tenemos un poco de prisa —se disculpó Olivia intentando avanzar con el carrito.

—Es gracioso que nos hayamos encontrado justo hoy que un amigo me ha dejado tirado con entradas para el próximo partido de los Monsters —la tentó, porque a Olivia le chiflaba el hockey sobre hielo.

—Eh… lo siento, pero estoy ocupada, Aaron.

—Pero aún no te he dicho cuándo es el partido. —El chico frunció el ceño desorientado.

—Es verdad, últimamente estoy tan ocupada que es la costumbre. ¿Cuándo es el partido?

—Mañana por la noche —respondió el muchacho cambiando el peso de su cuerpo de pie. Pobre, se le veía nervioso.

—Pues estoy ocupada —se disculpó intentando avanzar de nuevo con el carrito.

—A lo mejor un día que no estés ocupada podría invitarte a uno de sus partidos. Lo están haciendo bien esta temporada —lo intentó de nuevo sujetándole el carrito para ganar algo de tiempo por si pescaba un sí de casualidad.

Madre mía, es que casi hasta dolía verlo así. Decidió echarle un cable a su amiga, porque si alguien no intervenía pronto aquello amenazaba con alargarse eternamente y ella tenía un poco de prisa. Los espaguetis a la carbonara no iban a cocinarse solos.

—Olivia, yo voy yendo a por las fresas con chocolate para el postre. Nos vemos en la caja, ¿vale, cariño?

Y sin más, tomó a la morena por el cuello con una mano y la acercó para plantarle un beso en los labios. Sin lengua, nada demasiado íntimo, lo justo para que aquel muchacho pillara que su amiga no estaba por la labor de volver a sus musculados brazos de jugador amateur de hockey.

—Hasta luego, Aaron. Cuídate —se despidió del sorprendido chico alejándose hacia la sección de postres.

Los dos minutos que le costó encontrar las fresas fueron suficientes para que Olivia se materializara a su lado y le pegase en el brazo varias veces.

—¿A qué ha venido eso? —la interrogó, y ese gesto que percibía en su cara le indignó un poco, la verdad. Hasta entonces a nadie le había dado asco que Ashley Woodson le besara.

—Ha venido a salvarte el culo de ese neandertal hormonado —explicó con parsimonia.

—Pues no sé si ha funcionado, porque se ha quedado prácticamente babeando. Deberíamos llamar al personal de limpieza, no sea que vaya a resbalarse alguien —señaló molesta.

—Lo que decía, un neandertal hormonado —suspiró—. ¿Los tíos son todos así de básicos? —se interesó sopesando la calidad de las fresas que iba seleccionando y recolectando en una bolsa de plástico para que se convirtieran en su postre.

—Si no es así, aún no he conocido a la excepción —admitió la morena—. No vuelvas a hacer eso nunca —le advirtió.

—Reconoce que te ha gustado —bromeó con una sonrisa arrogante.

—Ha sido como besar cartón —eligió el símil que siempre utilizaba ella para referirse a sus besos con chicos en su adolescencia temprana.

—Pero cartón del bueno, nena —matizó riendo cuando Olivia le golpeó el costado.

—Guárdatelo para Tracy, anda.

Le había extrañado, y mucho, que Olivia no hubiera sacado el tema de Claire Lewis en toda la tarde de compras. Por eso, una vez que estuvieron en su casa colocando los víveres en el frigorífico, casi estaba preparada para el «En cuanto a lo de esta mañana…» con que introdujo su amiga el tema.

—No me digas que te da igual volver a verla o no, porque es evidente que no me lo creo —le advirtió de antemano cruzándose de brazos apoyada de espaldas en la encimera.

Ella suspiró cerrando el frigorífico después de colocar el último huevo y se enfrentó a su mirada. Cuando quedó claro que no iba a contestar, Olivia alzó las cejas como medida de presión.

—Claro que quiero volver a verla —admitió sentándose en una de las sillas colocadas alrededor de la isleta—. Pero no porque siga enamorada de ella, ni porque quiera tirármela, ni por ninguna de las perturbadas razones que Ronda pueda estar barajando en su pervertida minimente.

—Descartemos todas esas pervertidas razones —concedió—. ¿Qué te gustaría entonces? —le dio pie a seguir hablando.

—No lo sé. Conocerla, simplemente. —Se encogió de hombros—. Me gustaría saber si en realidad es como yo me imaginaba que sería.

Observó a su amiga cuando esta se apartó de la encimera y se sentó en la silla que quedaba justo enfrente.

—¿Y si no lo es? —la interrogó con los codos apoyados en la mesa y la cara en la palma de las manos, mirándola interesada.

—Pues si no lo es, simplemente sabré que no lo es —contestó—. Ha aparecido en mi puta cara después de doce años, Olivia. ¿No eres tú la que crees en esas cosas del karma y del destino?

—Precisamente por eso te digo que tengas cuidado —le desconcertó. Olivia siempre tan críptica.

—¿Qué quieres decir?

—Quiero decir que… ¿qué pasa si lo es? —preguntó mirándola tras unos segundos en silencio.

Ella no le contestó nada y la morena se levantó de la silla.

—Buena suerte con la cena. Ya nos contarás mañana.

Sin más, salió de la cocina, dejándola con aquella pregunta flotando en el aire.

¿Y si lo era?

Cosas del destino (I): El diario de Claire Lewis

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