Читать книгу Cosas del destino (I): El diario de Claire Lewis - Anna Pólux - Страница 11

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5 Y quién es él

Parque Edgewater, ocho y media. Llevaba allí más tiempo del acostumbrado, mucho más, porque algo dentro de ella gritaba que quería volver a ver a Claire Lewis. Escuchaba la conversación con Olivia dando vueltas en su cabeza una y otra vez; y tal vez no debería obsesionarse tanto, pero es que las potenciales respuestas a las preguntas que su amiga, tan amablemente, le formuló esa tarde le daban un poco de miedo, la verdad. ¿Y si Claire Lewis resultaba ser una persona terrible? Qué final tan decepcionante para ese amor veraniego propiciado por un diario. A lo mejor, al crecer, las bromas que tenía con su hermano fueron paulatinamente a más y en la actualidad era una fugitiva que huía de la ley y por eso estaba en Cleveland, de incógnito, para que no la asociasen al asesinato de un familiar cercano. Uf… escalofriante. Pero ¿y si Claire Lewis era la chica tímida y maravillosa que parecía ser entre los catorce y los dieciséis? No, no quería ni imaginarse qué podría pasar si al final esa opción fuese la correcta y, a la vez, deseaba que lo fuese. Muy paradójico todo.

«Tracy»

En línea

Tracy: Acabo de salir del trabajo. Me ducho y voy a tu casa.

Ashley: Perfecto, me muero de ganas por verte.

Tracy: Y yo por verte a ti.

Mierda, mierda, mierda. ¿En qué demonios estaba pensando? ¡La cita con Tracy, joder!

—¡Darwin! ¡Vamos! —llamó a su mascota, que estaba entretenida olisqueando unos arbustos junto al lago mientras ella había estado perdida en sus pensamientos sentada en un banco. Eran las nueve menos cuarto. Tenía media hora para ducharse, hacer la cena y estar vestida para cuando llegase su novia. Todo un puto reto. ¿En qué orden iba a hacerlo? Lo pensaría por el camino.

Empezó a correr con su perro, no tenía tiempo que perder, y le daba igual si no iba con la ropa y complementos adecuados para el ejercicio, pero se iba a morir de vergüenza si Tracy llegaba y no estaba lista. Más que nada, porque nunca le había pasado en esos cinco meses y pico que llevaban de citas, e incluía también el tiempo sin ser novias formales.

Encendió el fuego nada más llegar, puso a cocer el agua y empezó a dar vueltas alrededor de la isleta que había en mitad de la cocina mientras se calentaba la salsa carbonara en una sartén. Hierve, hierve, hierve, hierve… ¡Hierve, joder!

—Gracias a Dios —suspiró cuando vio las burbujas en el agua y echó la pasta en el cazo nada más estuvo preparado.

Salió corriendo, se duchó a la velocidad de la luz mientras se cocía la cena y bajó a los veinte minutos envuelta en una toalla y con el pelo mojado. Dio un grito de horror cuando vio la salsa carbonara, que en teoría tenía que ser de un color blanco, totalmente negra. ¡Estúpida! Se había dejado encendido el fuego de la sartén y la pasta había quedado tan blanda que daba hasta grima… Joder.

«Ronda»

Última conexión 20:33

Ashley: S.O.S.

Esperó paciente a que su amiga respondiese, a pesar de haberse conectado hacía unos veinte minutos. Tracy iba a llegar ya y la iba a pillar en toalla y sin la cena. Fantástica velada de mesiversario, Ashley Woodson.

Ronda: Aquí Ronda. ¿Qué ocurre?

Ashley: Dime el número de aquel italiano donde llamamos la semana pasada para cenar en casa de Olivia. Fuiste tú quien lo propuso, ¿verdad?

Ronda: ¿Sin tiempo o quemado?

Ashley: Parrillada.

Ronda: ¿Qué harías sin mí?

Ashley: Te quiero.

Ronda: Lo sé, pero lo nuestro es imposible.

Nada más llegó el número a su Whats­App, llamó pidiendo pasta carbonara para dos. Al menos el postre no se le había quemado, más que nada porque no tenía nada que quemar, y esperaba que Olivia no se enterase. ¿A quién quería engañar? En esos momentos, Ronda y ella se estarían riendo de lo pardilla que era cocinando.

Subió para ponerse unos vaqueros negros y la camisa de franela azul que le regaló Tracy cuando, en un momento de pasión, se cargó la suya favorita. Sintió un escalofrío al recordar esa sesión, estuvo muy pero que muy bien. Se secó el pelo, apagando el secador de vez en cuando por si escuchaba el timbre; al menos, Tracy salía del trabajo un poco más tarde y por eso no iba a llegar puntual. Solo por si acaso, mantuvo su móvil a la vista por si se iluminaba la pantalla con la foto de su chica.

Lista a tiempo. Eres una máquina, Ashley.

Bajó las escaleras justo cuando sonó el timbre, abrió y se encontró cara a cara con el repartidor italiano. Debía de ser su puto día de suerte. Pagó la comida y se dirigió a la cocina, colocó la pasta en platos y preparó las copas y las velas en la mesa del comedor. Ahora sí, sonó el timbre y era Tracy. Sonrió ampliamente cuando la vio vestida con su chaqueta vaquera y esos pitillos que le hacían unas piernas increíbles. Estiró el brazo para agarrar su mano y, con un tirón, la coló dentro de la casa, la abrazó por la cintura mientras estrellaba sus labios contra su boca y la besó con suavidad.

—Por fin ha llegado el día. —Sonrió la chica contra sus labios mientras acariciaba su cuello con una mano.

—Por fin —la imitó, y se besaron fugazmente antes de dirigirse al comedor.

—Oh, guau, sí que ha superado las expectativas… —se sorprendió observando la mesa.

—Ya sabes cómo soy. —Se encogió de hombros. ¿Confesaba o no confesaba?

—Ashley, te has dejado ahí una bolsa —le informó de repente con media sonrisa, señalando la silla, y ella se llevó la mano a la frente. Había estado tan cerca…

—Iba a hacer la cena yo, lo prometo, pero se me ha quemado todo.

—No pasa nada, Ash, no me importa si la has hecho tú o la has pedido. Lo que me importa es compartirla contigo. —Ahí estaba, jodidamente comprensiva y cariñosa.

No pudo evitar besarla de nuevo antes de invitarla a sentarse retirándole la silla; se acomodó luego a su lado y le sujetó la mano sobre la mesa mientras empezaban a comer. Lo primero que comentaron fue su día en el trabajo. Tracy se quejó de lo aburrido que había sido el suyo, a excepción de la visita del excomponente de un grupo que ella no conocía, así que por unos minutos se entretuvo hablando de la música que realizaban en los años ochenta, mientras que ella la escuchaba atenta, admirando cómo disfrutaba de su trabajo.

—Prométeme que me enseñarás alguna canción. Tiene buena pinta.

—Lo haré. —Sonrió.

—¿Te has sacado una foto con él?

—¡No! ¿Quién te crees que soy? ¿Una groupie? —Rio, y ella la miró con los ojos entrecerrados—. ¿Qué?

—Venga, enséñamela. Lo estás deseando —la tentó.

—Vale —se rindió, buscó el móvil en el bolsillo de su pantalón y le enseñó la instantánea que se había sacado con aquel hombre.

—¡Coño! Me suena un montón, me apuesto a que mi padre es fan del grupo de este tío. —Miró la foto, quedándose con la imagen y sonriendo porque Tracy salía preciosa.

—Las ganas de conocer a tu padre aumentan por momentos, Ashley. —Ella la miró, sabía que quería porque tenían muchas cosas en común, pero a lo mejor era muy pronto para esas presentaciones formales.

—Lo conocerás —la contentó, a pesar de que le puso nerviosa pensar en ello—. A mi madre ya la viste ese día en el supermercado. —Pasó una vergüenza enorme, su madre podía ser muy atosigadora con sus parejas, y eso de que le dijese trescientas veces delante de Tracy que su chica era muy guapa le sacó los colores.

—Tu madre es genial. —Se rio—. Por cierto, ese tío me ha dicho que harán pronto un concierto rememorando sus grandes éxitos. Ay, me dijo la fecha… —Golpeó su sien varias veces—. Bueno, tengo el cartel en casa y en el trabajo, mañana te digo cuándo es. Podríamos ir.

—Sí, podríamos. —Sujetó de nuevo su mano y la apretó con los dedos.

—¿Qué decías que hay de postre?

—Ya lo verás, impaciente. —Sonrió.

Le comentó su día muy por encima, no tuvo demasiado trabajo y estuvo casi todo el rato en la oficina mirando informes y terminando otros que tenía pendientes del día anterior, que sí que fue más ajetreado. La velada transcurrió de forma perfecta, Tracy hacía que las cosas fuesen fáciles. A pesar de su gran interés en que ambas conociesen a los progenitores de la otra, ella seguía adorando a aquella chica. Acabaron en el sofá con un bol de fresas y otro con chocolate. Tracy adoraba el chocolate, le volvía loca. Así que utilizaba esos trucos para calentar el asunto. Empezaron comiéndoselas de forma individual, cada una con su fresa, mientras hablaban y bromeaban, se manchaban los dientes y se sonreían, buscando la broma fácil. Pero después empezaron a dárselas la una a la otra y cambió el tipo de diversión; pronto empezaron a excitarse las dos.

Tracy no tardó en ponerse sobre sus piernas, besándola de forma intensa y arqueándose contra su cuerpo. Después se separó de ella, estirándose hacia atrás, y embadurnó otra fresa con chocolate mientras ella la sujetaba por la cintura, temiendo que se cayese. Empezó a acariciar sus labios con ella y, cuando quiso agarrarla con los dientes, la apartó con una sonrisa y la mordió frente a sus narices. Se lamió los labios, atontada con la visión de la fresa apenas introducida en su boca; Tracy mordió solo un trozo y le ofreció lo que quedaba de fruta. Su chica se acercó a su rostro de nuevo y le mordió suavemente el labio inferior, consiguiendo que jadease y que acariciase su espalda con las manos mientras la mantenía sobre su cuerpo, aprovechando para deshacerse de esa camiseta que le molestaba tanto. Se empezaron a besar, acariciándose con la lengua antes de que ella la pusiese sobre el sofá y colocara unos cojines detrás de su cabeza.

—Qué caballerosa —se burló agitada, dejando que le desabrochase el pantalón y lo deslizase por sus largas piernas.

—Ya sabes que me gusta cuidar los modales —le siguió la broma—. ¿Podría lamerla, señorita?

—Si no lo haces, tendré que matarte.

Eso era un sí, ¿verdad?

Sacó la lengua y la pasó por su cuello, llegando hasta su oreja y mordiendo con suavidad donde a ella le gustaba; le valió un gemido ahogado cerca del oído. Bajó por sus hombros, entreteniéndose en su clavícula hasta llegar a su escote, donde depositó suaves besos entre sus pechos; la miró fijamente cuando decidió que era hora de quitar ese molesto sujetador. Tracy se arqueó cuando deslizó las manos por su espalda para desabrochar la prenda, y la lanzó lejos de allí mientras ella miraba sus senos desnudos unos segundos antes de comenzar a estimularlos. Bajó por su vientre, pasando la lengua por cada centímetro de su piel antes de regresar a sus labios, e hizo una pequeña parada en sus pechos, asegurándose de que estaban siendo bien atendidos. Las manos de la chica empezaron a desabrochar botón a botón su camisa, con cuidado de no repetir la desgracia de antaño; supuso que esa camisa le dolería más. Increíblemente impaciente, se arrodilló sobre la pelirroja y se sacó la dichosa camisa por la cabeza antes de que terminase de quitar los botones y se dejó caer de nuevo sobre ella para besarla en profundidad.

—¿Podemos jugar con el chocolate? —pidió Tracy, y no le hizo falta confirmación, porque se deshizo con rapidez del sujetador y se incorporó para agarrar el bol, dejándola sentada sobre sus piernas.

La pelirroja la miró, mordiéndose el labio, mientras pasaba dos dedos por el chocolate derretido y lo extendía por todo su pecho desnudo, estremeciéndola por la sensación; después comenzó a lamerlo, limpiándolo, y repitió el mismo acto con el otro. Ella la imitó, metiendo los dedos en el chocolate y manchándole el cuello para degustarlo entre besos. Tracy bajó las manos a sus pantalones, empezó a desabrochárselos y ella aprovechó para pasar los dedos, aún manchados del dulce, por los labios de su novia. Después su chica los atrapó con la boca y se dedicó a terminar con todo el chocolate que quedaba en ellos; tuvo serios problemas para recordar cómo se respiraba ante aquella visión.

La puso contra el sofá, sujetando el bol para no derramarlo, y bajó de nuevo por su cuerpo dejando un rastro de besos a su paso y disfrutando de los sonidos que escapaban de la garganta de su chica. Lamió por encima su ropa interior, notándola estremecerse, y la escuchó gemir antes de dejarla desnuda completamente para ella. Dejó caer gotas de chocolate desde los dedos hasta su pubis depilado y lo lamió mientras le manchaba la ingle, imitando el movimiento de su lengua y tentando los alrededores de su humedad. Tembló con la vista de su intimidad y no pudo evitar pasar los dedos sobre ella, observando las reacciones de su rostro o cómo sus caderas se movían buscando más contacto. Sonrió cuando vio cómo se cubrían sus labios más íntimos de chocolate. Joder.

—¿Estás lista para el postre especial? —Le lamió los labios, deseando tener el sabor de Tracy mezclado con chocolate en las papilas gustativas.

Le encantaba cuando le sujetaba la cabeza y la guiaba hacia donde quería, diciéndole sin palabras «joder, sí. Nací preparada».

Así sí.

***

Sábado por la mañana, y el idiota de su novio volvía a irse, dejándola sola. Si hubiese sabido que los abogados en Cleveland trabajaban las veinticuatro horas del día los siete días de la semana, se habría pensado seriamente el irse a vivir allí. «No, cariño, es que estoy empezando», «Prometo que este fin de semana vamos juntos a algún lado», «¿Y si vamos a hacer senderismo por la montaña…?», ¿Qué montaña dijo? A lo mejor debería dedicarse a estudiar geografía y aprenderse el mapa completo de los Estados Unidos… Total, sus ratos libres eran a tiempo completo.

Dio otra calada al cigarro, sujetándolo entre los dedos índice y corazón mientras caminaba al ritmo de las patitas de Cleo, que olisqueaba el suelo cada dos pasos en busca de mensajes ocultos de parte de otros canes del barrio. Primer cigarrillo acabado y apenas habían llegado a la mitad del camino, el volver a ese hábito iba a ser la ruina para su bolsillo, porque no le gustaba fumarse dos seguidos, pero ese día lo necesitaba. Se sentía muy mal por haber caído de nuevo en la tentación, pero ahí estaba: encendiendo el segundo cigarro. Lo sujetó con los labios y tapó el viento con una mano, con cuidado de que no se le cayese la correa de Cleo al suelo, mientras que con la otra giraba la ruedecita del mechero. Una mujer multitarea.

Primera calada al segundo cigarro y cerró los ojos, intentando tranquilizarse antes de retomar el camino hacia aquel parque que tanto le gustaba a su pequeña perra. En teoría, al día siguiente iba a ir al zoo con Nick, pero seguro que le volvía a surgir algo y acababa pasando ante sus ojos otro día igual. Esos días emocionantes donde no hacía nada. Casi se había visto todas las series de Netflix, incluso las que no le interesaban, pero ahí estaba: Claire Lewis, experta en contenido de entretenimiento. ¿Su próximo objetivo? Tragarse también las películas que ofertaban. Démosle las gracias a Nick todopoderoso, que había pagado la televisión por cable y tenía a su novia entretenida.

Odiaba ser irónica con su pareja, lo prometía, ella no era así, pero había llegado un momento en que la sacaba de quicio, ¿a quién le gustaba estar sola en casa día sí y día también? Y tenía muy claro que parte de su mal humor se debía a aquel objeto cilíndrico cargado de nicotina. Maldita Gloria y sus ganas de ser guay en el instituto. Bufó y sintió un tirón en el brazo, Cleo parecía tener interés en algo frente a ellas. Levantó la vista y divisó a Ashley y a Darwin corriendo hacia ellas, con una sonrisa pegada en su rostro.

Bienaventurados los que eran felices…

—Cuánta energía por las mañanas —la alabó, esbozando media sonrisa.

—A Darwin y a mí nos gusta mantenernos en forma —respondió mientras disminuía la velocidad al llegar a su altura.

—Os envidio. Cleo y yo somos más tranquilas. —Volvió a dar una calada y reparó en que Ashley se fijó fugazmente en el cigarro. Seguro que era la típica chica deportista y antitabaco. No la culpaba: fumar mata, ya lo advertían en los paquetes; pero, en algunos momentos, para ella el riesgo merecía la pena a cambio de unos segundos de alivio.

—Hola, amiga, qué buen día hace, ¿verdad? —comentó Ashley acariciando a Cleo, que apoyaba las patas delanteras en sus piernas respondiendo a su saludo. En cuanto soltó a Darwin, comenzó a correr como loco pasando una y otra vez junto a Cleo; la pequeña empezó a activarse y a intentar atraparlo, dando tirones de la correa—. Suéltala —la animó.

—No sé, me da miedo que se vaya o le pase algo… No es demasiado obediente todavía.

—El otro día la llevabas suelta —recordó.

—Sí, y casi pierdo la vida para atarla de nuevo.

—Vamos, si no le enseñas, nunca va a hacerte caso. ¿Así cómo va a aprender? —Acarició a Cleo en cuclillas—. ¿La suelto?

Se mordió el labio, indecisa, antes de asentir con la cabeza y ver cómo la desataba y le daba el extremo de la correa para que lo sujetase. Miró a Cleo y parecía el perro más feliz del mundo ahora que era libre, ladró y se puso a perseguir a Darwin por todo el terreno.

—Es aún un cachorro, supongo que es pronto para las normas básicas de obediencia.

—Al contrario, ahora es el mejor momento para que las aprenda.

—¿Sí?

—¿Sabe hacer algo ya? —se interesó.

—Venir a la cocina como si se la llevasen los demonios cuando escucha el pienso caer en su comedero —comentó divertida, llevándose otra vez el cigarro a los labios—. Ah, y cuando abro un paquete de galletas pasa algo parecido, incluso está más interesada, sobre todo si son de chocolate. —La chica soltó una risita y ella sonrió observándola.

—Suele pasar. ¿Sabías que los perros aprenden por imitación también?

—No, no lo sabía —se interesó.

—Es así, por ejemplo, cuando enseñan obediencia a los cachorros aspirantes a perro policía siempre aprenden con un perro ya adiestrado. Vamos a probar, siempre he querido. —Sonrió traviesa—. ¿Puedo?

—¿Tener a Cleo de conejillo de indias?

—Dicho así…

Ella la miró de reojo, sonriendo antes de volver a dar una calada. Se fijó en que cada vez que se llevaba el cigarro a la boca, Ashley lo miraba, ¿y si le incomodaba? Había gente que no soportaba el humo del tabaco, y era normal, porque era asqueroso… ¿Debería preguntarle? No quería dar una mala imagen a la única persona con la que hablaba en ese lugar, aparte de con Nick. Uf, Nick. Otra calada, esta vez más larga.

—Tranquila, puedes intentarlo. Quiero ver cómo se hace.

—¡Darwin! —no tardó en llamar a su perro, que obedeció de forma instantánea y empezó a correr hacia su dueña seguido de Cleo.

—Ashley, ¿te molesta que esté fumando? —preguntó al fin mientras sus mascotas se acercaban.

—No, para nada. No te preocupes —dijo con amabilidad.

—Gracias. —Realmente necesitaba la nicotina que quedaba en ese cigarro.

—Darwin —llamó la atención del perro, sacó una pelota del bolsillo de su chaqueta y el animal empezó a dar saltos y a ladrar ilusionado—. Mira, Cleo. —Se agachó y le puso la pelota en el hocico para que la oliese, Cleo se interesó al momento, mientras Darwin la miraba fijamente.

Ashley se levantó y ordenó a Darwin que se sentase, él lo hizo como si de un soldado del ejército se tratara, quedándose muy quieto, y, una vez se aseguró de que no se movía, lanzó la pelota lejos de allí, el perro echó a correr detrás de ella y Cleo imitó a su amigo. Cuando volvió, soltó la pelota a sus pies y el cachorro se lanzó a ella para mordisquearla. La morena rio, la cogió de nuevo y se la tendió a ella, que la sujetó con la mano libre mientras su perra daba saltos de alegría.

—¿Ahora qué? —preguntó indecisa.

—Manda a Darwin que se siente, y luego a Cleo.

—Darwin, siéntate —indicó, y el perro lo hizo al instante otra vez—. Cleo —llamó a su cachorro, que la miró, más a la pelota que a ella, pero lo hizo—, siéntate. —La perra no hizo caso, obviamente, y suspiró.

—Eh, no te rindas tan rápido. Hay que tener paciencia.

—Cleo, siéntate. —La perra la miró confundida y empezó a correr de un lado a otro—. No, creo que no lo pilla. —La morena soltó una carcajada y volvió a agarrar la pelota, se movió hacia otro lado y los animales la persiguieron, ya que tenía en su poder el objeto de todos sus deseos.

—Siéntate —dijo levantando la pelota frente a sus cabezas, y Darwin lo hizo, Cleo miró la pelota y luego a su nuevo amigo antes de volver a mirar aquel objeto redondo y amarillo, entonces se sentó también. Le supuso unas asociaciones muy complicadas, pero llegó al resultado que los humanos querían. Ella soltó un gritito, sonriendo y dando unas palmadas aún sujetando el cigarro, contenta de que su perra fuese un genio del arte de sentarse. Ashley lanzó la pelota lejos y los perros echaron a correr tras ella de nuevo.

—Teniendo en cuenta el tiempo libre que tengo ahora —empezó a hablar cuando la morena volvió a su lado mientras los perros jugaban entre ellos con la pelota—, podría buscar libros de adiestramiento canino en alguna librería y enseñarle trucos a Cleo.

—Yo tengo algunos libros, bastante buenos. Si quieres los traigo un día y te los dejo.

—Me encantaría. —Sonrió a la chica y apagó el cigarro en la papelera que vio allí, en el lugar indicado para ello.

—Entonces es un trato, Claire Lewis. —Ashley miró su reloj—. Me tengo que ir, debemos seguir con la ronda Darwin y yo. —Dio un silbido, llamando la atención del perro—. ¡Vamos, chico!

—Creo que también me tienes que enseñar a silbar así. —La morena volvió a reír.

—Cuando quieras —aseguró mientras ataba a Darwin y Cleo miraba la escena con angustia reflejada en su carita—. Toma, Cleo. —Sacó una galleta para perros de una bolsa que guardaba en el otro bolsillo de su chaqueta—. Siéntate —dijo elevando la chuchería frente al cachorro; Cleo lo hizo y ella abrió la boca sorprendida—. Esta perrita es muy lista. —Acarició su cabeza mientras se comía el premio.

—Definitivamente necesito ese libro. —Rio al mismo tiempo que aprovechaba para atar a su mascota, ya que estaba entretenida devorando el regalo de Ashley.

—Te lo traeré. Por cierto, eso de traer comida es una buena táctica para hacer que vengan cuando los llamas y poder atarlos —aconsejó, y ella asintió con la cabeza, tomando nota mentalmente—. Nos vemos, Claire Lewis. —Se miraron unos segundos antes de despedirse con la mano y dedicarse una pequeña sonrisa.

Ashley retomó la carrera con Darwin a su lado, y ella los observó hasta que casi se perdieron de vista, entonces miró de nuevo a Cleo. Así que su perra funcionaba mejor con pelotas y premios. A lo mejor debería buscar si había una tienda de animales por el barrio donde vivía o visitar algún centro comercial. Y, por cierto, ¿era común en ese lugar llamar a las personas por su apellido o es que Ashley pensaba que se llamaba Clairelewis todo junto? Que, si fuese el caso, probablemente sus padres no habrían vivido más allá de su adolescencia, porque vaya mierda de nombre.

El sonido de una notificación de Whats­App llegó a su móvil y la sacó de aquellas cavilaciones. Suspiró al ver que era Nick, al menos recordaba que tenía una novia abandonada dando vueltas por la ciudad.

«Nick»

En línea

Nick: Cariño, lo siento mucho, de verdad.

Claire: No pasa nada, Nick. Tienes razón, eres nuevo y debes dar buena imagen.

Nick: Gracias por entenderlo. Siento mucho que tengas que estar sola, prometo que lo del zoo lo haremos mañana sí o sí.

Claire: Tengo ganas. Por fin una cita en Cleveland.

Nick: Sé que deberíamos haberlo hecho antes, tienes derecho a estar enfadada. ¿Mi integridad física correría peligro si mañana intentara besarte?

¿Cómo no iba a poder darle un beso? Ella estaba deseando besarlo todo el rato.

Nick: Por cierto, este viernes tenemos cena todos los compañeros. Y traerán a sus parejas, así que estoy deseando verte con esos vestidos que tan bien te quedan.

Claire: Buen intento, Nick.

Buen intento, Nick.

Un rayo de esperanza con aquello de la cita para ir al zoo y tenía que salirle con esas a continuación. Sabía que odiaba esas cenas, y eso de destacar sus vestidos, que odiaba aún más, había sido una estrategia a considerar, pero por lo mal usada que estuvo. Bufó, sacó otro cigarrillo y lo miró con las cejas arqueadas.

No lo hagas, Claire.

Nick: No creo que dure demasiado, y podríamos hacer algo juntos a la vuelta. Los dos en el sofá, película, manta y palomitas. ¿Qué dices?

Sus intentos de convencerla de que esa cena merecería la pena la hacían sentir más frustrada todavía. Estaba clarísimo que no iba a durar menos de tres horas y que iban a llegar cansados, sobre todo ella por el aburrimiento que le suponía asistir a esas ceremonias repletas de leyes que desconocía y de gente de etiqueta prepotente que te miraba por encima del hombro como si fueran de una raza superior. Neonazis picapleitos.

Se encendió el cigarro y decidió que era momento de volver a casa. Por suerte, antes de irse, sus ojos enfocaron la pelota amarilla que había quedado abandonada sobre el césped.

***

Odiaba cuando le tocaba estar de guardia localizada los fines de semana porque, aunque cabía la posibilidad de que no llamaran en las veinticuatro horas, siempre pendía sobre ella la sombra de la duda y cada vez que sonaba el teléfono era como «que sea mi madre, por el amor de Dios». Y, por desgracia, aquel domingo no fue su madre quien estaba al otro lado de la línea cuando el tono del móvil la despertó a las siete y media de la mañana.

No eran ni las diez y media y el panda rojo, que se había caído desde una altura considerable a aquellas horas tan intempestivas, se recuperaba de sus heridas en el área de hospitalización. Y ya que estaba en el zoológico, los de mantenimiento le habían pedido que se acercara a la zona de la sabana africana, porque habían visto a una cebra que cojeaba; esperaba que no fuera Centenaria, aunque era lo más probable. Los achaques de la edad… a los veintinueve años ya no estaba tan ágil como antes. Aquella cebra era una de las Chicas de Oro del zoológico, y tanto ella como el resto del equipo intentaban estar un poco más pendientes de los habitantes de mayor edad y de sus necesidades especiales.

Así que allí estaba, en su mañana de domingo, apoyada en el cercado del territorio de las cebras, observando a Centenaria y su peculiar nueva forma de caminar. A veces le gustaba simplemente estar allí contemplando los animales. Le resultaba relajante, sobre todo cuando el zoológico cerraba sus puertas al público y podía estar sola recorriendo los diversos hábitats. Pero precisamente un domingo por la mañana no era el mejor momento para encontrar paz en la contemplación de la pseudo vida salvaje de sus habitantes; el parque estaba lleno de gritos de niños pidiendo ir a ver los leones y de gente caminando en todas direcciones. Era lo típico durante el fin de semana, de viernes por la tarde hasta el cierre de puertas del domingo.

—Sonreíd, chicas. El público os aclama —se dirigió a los animales.

—¿Ashley? —escuchó su nombre casi a su lado y juraría que dio un respingo fruto de la sorpresa.

Dirigió su vista hacia aquella voz vagamente familiar y, cuando descubrió a Claire Lewis sonriéndole a apenas un metro de distancia, lo primero que hizo fue preguntarse si le habría escuchado hablando con las cebras como si fuera el jodido Dr. Dolittle.

—No estaba segura de si serías tú —dijo acercándose un poco.

—Ey, Claire. —Le devolvió la sonrisa—. ¿No esperabas verme en la sabana africana? —bromeó.

—La verdad es que no esperaba verte a secas —reconoció la rubia—. ¿Trabajas aquí? —preguntó al fijarse en el chaleco que llevaba puesto.

—Trabajo aquí —confirmó girándose lo justo para señalar la inscripción de «Personal Veterinario» escrita en la espalda de la prenda.

—Así que eres veterinaria —señaló rescatando aquella sonrisa.

—Y me encanta —añadió.

—No me extraña —dijo Claire mirando a su alrededor—. A mí también me encantaría trabajar rodeada de animales.

Se lo creía, porque estaba observando a las cebras con chispitas saliéndosele por los ojos. Le recordó a la forma de mirar que tenían los niños a esa edad en la que aún les interesa todo, como si no quisiera perderse un detalle, porque hasta el más mínimo le parecía de suma importancia. Sonrió al verla de ese modo. Después reparó en que buscaba a alguien con la vista, girándose para poder mirar por encima de su hombro, y la vio suspirar como si de pronto la emoción de estar rodeada de animales se hubiera esfumado, pulverizada por un tío que se acercaba a ellas con el teléfono móvil pegado a la oreja.

—Nick —protestó cuando el chico llegó a su altura.

Él le pidió un par de minutos con un gesto de la mano y Claire se apoyó en la valla observando a las cebras, sin estrellitas por ningún lado esta vez.

Se fijó en el tal Nick: alto, pelo castaño, guapo y atlético. Un asco. Vestía de manera informal con unos vaqueros, una sudadera gris y unas zapatillas deportivas, y parecía muy pero que muy interesado en la conversación que mantenía con quien quiera que estuviese al otro lado de la línea.

Lo que estaba pensando era imposible, ¿no? El diario lo había dejado meridianamente claro en su recta final y ella lo había dado por sentado. Pero es que Claire llevaba unos vaqueros, un jersey de punto celeste y unas Converse blancas y, al verlos juntos, parecía que iban haciendo juego. No podía ser y, además, era imposible, pero ese chico no era su hermano, ¿verdad? ¿Un amigo tal vez? La vio mirarlo una vez más y el gesto de su cara al descubrir que no iba a soltar el móvil en un futuro cercano fue suficientemente expresivo y aclarador. Así solo miras a tu pareja cuando está haciendo algo que te saca de tus casillas. Eran muchos años viendo a Ronda y a Leo como para no estar familiarizada con aquella mímica.

—Se llama Centenaria —decidió comentar para distraer a Claire del objeto de su enfado.

—¿Perdona? —preguntó ella volviendo a la realidad y abandonando por el camino el ceño fruncido.

—Esa cebra, la de la izquierda que está pastando. —La señaló—. La llamamos Centenaria, es la más vieja de todas.

—¿Cuántos años tiene? —curioseó mirándola con un asomo de sonrisa en los labios.

—Veintinueve —indicó apoyándose a su lado en la madera de la verja.

—¡Es mayor que yo! —se sorprendió la rubia—. ¿Cuánto viven las cebras?

—En cautividad la media está en unos treinta años, pero algunas llegan a los cuarenta —informó.

—Oh, espero que Centenaria sea una de esas «algunas» —dijo admirando el animal—. ¿Tienes algún favorito? —preguntó mirándola a ella.

—Te diría que no, por quedar bien.

—Pues queda mal y dime la verdad —le pidió la chica—. Venga, no se lo diré a nadie —dijo cómplice.

Sonrió, mirando hacia otro lado para huir de la presión de aquellos ojos celestes que la instaban a decantarse por alguno de los habitantes del parque.

—Si tuviera que elegir solo a uno elegiría a Dylan —admitió devolviendo su vista a ella—. Fue el primer cachorro de león que tuve en brazos poco después de empezar a trabajar aquí.

Menuda cara puso al escuchar eso de tener en brazos a un cachorro de león. Tuvo que reír al verla, porque de la sorpresa se le había abierto hasta la boca. A veces olvidaba que la gente normal no solía coger en brazos a crías de animales salvajes día sí y día también.

—¿Qué se siente al poder coger en brazos una cría de león?

—Es como coger a Cleo, pero con unos kilos de más.

—Mentira.

—¿Quieres comprobarlo? No tenemos cachorros de león ahora mismo, pero tenemos un par de cachorros de tigre en lactancia artificial.

Se la quedó mirando y solo le faltó decirle en voz alta: «Me estás tomando el pelo, ¿verdad?».

—¿Me estás tomando el pelo? —preguntó desconfiada.

Ahí estaba.

—Yo nunca bromeo cuando hablo de coger en brazos cachorros adorablemente letales —aseguró mirándola seria.

—¡Oh, Dios mío! ¿En serio? ¡Me encantaría! —exclamó llevándose las manos a la boca fruto de la excitación.

En ese mismo momento, el tal Nick decidió colgar por fin el teléfono y acercarse a ellas. Sonrió de medio lado al escuchar la reacción de Claire y la tomó por los hombros con un brazo, mirándola divertido.

—¿Qué ha pasado que sea tan emocionante? —preguntó interesado—. Soy Nick, el novio de Claire. Encantado —se presentó tendiéndole la mano con una agradable sonrisa. Uf, confirmado, y encima era simpático.

—Ashley —correspondió ella estrechándosela.

—¿La famosa Ashley? ¿La Ashley de Darwin? —la sorprendió el muchacho. No sabía que su perro y ella fueran tan populares.

—No sé si tanto como famosa, pero soy la Ashley de Darwin. —Sonrió mirando a Claire de reojo.

—Claire me ha contado que habéis coincidido un par de veces en el parque.

—Sí, Cleo y Darwin se han hecho íntimos —bromeó ella.

—Nick, ¡Ashley dice que puede llevarme a coger tigres! —les cortó la conversación incapaz de contener su emoción por más tiempo y abrazando el brazo del chico.

—Cachorros, cachorros de tigre —puntualizó para evitar posibles malentendidos—. Los estamos alimentando con biberón.

Nick sonrió ligeramente, pero era evidente que no se encontraba cómodo con alguna de las partes del plan «ir a coger tigres», porque apartó un poco a Claire y le dijo algo en voz baja. No es que quisiera escuchar, aunque sí, y entre diálogos ininteligibles captó algo parecido a: «Mira la hora que es». A lo que la rubia contestó en tono perfectamente audible: «¿En serio? Es domingo, Nick», con la emoción de la posibilidad de ir a coger tigres bastante diluida llegado ese punto. De verdad que se sintió un poco incómoda, porque aquella parecía una conversación privada, pero, bueno, el diario de la chica también se suponía que era privado y se lo leyó de cabo a rabo y sin pestañear. Era difícil abandonar viejos hábitos y no se sentía con fuerza en esos momentos para luchar contra la costumbre, de modo que permaneció en su lugar. No tuvo que esforzarse mucho más para captar retazos de la conversación mantenida por ambos, porque, a medida que se caldeaban los ánimos, subía el volumen en relación directamente proporcional.

—Claire, nos hemos levantado a las ocho de la mañana un domingo porque tú querías venir —decía el chico—. No tengo la culpa de que mi jefe necesite esos documentos —se disculpó intentando que su tono fuera conciliador.

—Dijiste que el fin de semana no trabajarías —señaló ella en voz más baja.

—Tienes que entenderlo, cariño. Estoy empezando y es normal que tenga que meter horas —se justificó.

Interesante, un guaperas adicto al trabajo. Por eso a Claire le había hecho tanta ilusión hablar con otro ser humano aquel primer día en el parque.

—No vamos a hablarlo aquí —le cortó la rubia colocando las manos sobre su pecho y apartándolo ligeramente para acercarse de nuevo a ella—. Ashley, lo siento, pero tenemos que irnos. Le ha surgido algo a Nick.

Ni rastro del brillo que antes desbordaba su mirada.

—Bueno, no pasa nada. En otra ocasión —señaló sin darle más importancia.

—Lo siento, Ashley, ya sabes cómo son estas cosas —se disculpó el muchacho con mucha diplomacia.

Y la verdad era que ella no tenía ni puta idea de cómo eran esas cosas, aún más, no sabía ni qué cosas eran esas, pero le sonrió comprensiva, por educación.

—Podríais quedar otro día —sugirió de pronto el chico como si fuera la idea más genial del mundo, y Claire lo miró incómoda por aquella iniciativa—. Podríais ir a coger tigres u otras cosas de chicas.

—Nick, Ashley estará ocupada —dijo tímidamente, intentando terminar la conversación.

—Sería genial quedar otro día —aclaró ella.

Y tan genial, porque había muchas cosas que necesitaban explicación. Aquella relación heterosexual con un tío adicto al trabajo era un claro ejemplo.

—Ashley, no tienes por qué… Es decir, tendrás miles de cosas que hacer —titubeó la rubia.

—Mi vida no es tan intensa como pareces creer —comentó divertida.

Sin más dilación, porque parecía tener algo de prisa, Nick le pidió su número de teléfono, y ella no solía compartir esos datos con los integrantes del sexo masculino, la verdad, pero en esa ocasión hizo una excepción por el bien común.

—Dame un toque cuando quieras —se dirigió a Claire cuando ambos se despidieron.

—Lo haré. —Sonrió ella y se despidió con un gesto de su mano derecha cuando Nick le cogió la izquierda instándola a seguir caminando.

Por unos segundos los miró alejarse y reparó en cómo, a los pocos metros, Claire se soltaba de la mano de su novio. Ay, Nick, Nick… ¿no sabes lo malas que son las adicciones? Devolvió su vista a Centenaria y sus compañeras intentando ordenar sus pensamientos. Contra todo pronóstico, Claire Lewis tenía novio. ¡Novio! Menuda deshonra a la Claire Lewis de los dieciséis. ¿Qué demonios había pasado con aquella chica adolescente y el autodescubrimiento de su sexualidad? Muchas cosas podían haber sucedido en doce años, eso era cierto; y, la verdad, el diario había acabado de forma bastante brusca en un momento increíblemente comprometido de la historia. Colada por una chica de camiseta verde, o sea, por ella, pero a la vez en una relación seria con un tal Jake. En su inocencia adolescente, cuando navegaba en la cima de la ola de su devoción a la homosexualidad, dio por sentado que Claire Lewis había pasado a jugar en su equipo sin dudarlo. Un fichaje cerrado y sin período de devolución. Pero ¿era posible que el cuento hubiera cambiado en las páginas que quedaron en blanco? ¿Cabía la posibilidad de que Claire Lewis hubiese utilizado con demasiada ligereza los términos gay y lesbiana en su afán por autodefinirse? ¿Acaso otros apelativos habían terminado adaptándosele mejor? Oh, joder… ¿era Claire Lewis bisexual?

O, que Dios nos libre por siempre, ¿heterosexual flexible?

Y allí, delante de Centenaria y de sus amigas a rayas, sacó el teléfono móvil del bolsillo del chaleco para poner sobre la mesa otro tema de debate que requería ser tratado, pero ya.

Creaste el grupo «Claire Lewis, ¿bisexual o heterosexual flexible?».

***

Se miró en el espejo una última vez y se atusó el pelo dándole un poco más de volumen. Lo odiaba, de verdad, odiaba tener que arreglarse tanto. Eso de ir de punta en blanco a un lugar donde lo más importante, quizá lo único importante, eran las apariencias no iba con ella, y tenía la sensación de ir disfrazada o de estar interpretando un papel. Era falso y artificial, aunque nada nuevo. Estaba acostumbrada a acudir a cenas como aquella desde que era una niña.

Se ajustó el vestido lavanda que había decidido ponerse en aquella ocasión y evaluó la imagen que le devolvía el espejo.

¿Pendientes en su lugar? Comprobado.

¿Colgante fino y elegante a juego? Comprobado.

¿Analgésico preparado para un posible dolor de cabeza provocado por tanta pedantería? Requetecomprobado.

Un último retoque a los mechones de cabello ondulados que le caían sobre los hombros y ya estaba lista para interpretar el papel de pareja del abogado más joven de la firma. Oh, Señor, qué ganas tenía de volver a casa, despojarse de tanto accesorio y salir a pasear con Cleo en vaqueros. Dios bendijera al creador de los vaqueros. Se hizo con su bolso y bajó las escaleras con cuidado de no tropezar con los tacones. Nick estaba de pie frente a la puerta y con su abrigo en la mano, listo para salir quemando rueda en cuanto llegase a su lado. Tenía que admitir que su chico estaba guapo con el esmoquin, aunque de tanto verle en traje todos los días se estaba acostumbrando a ese look. La verdad era que le daba miedo que, al final, el hombre del que se enamoró acabara desapareciendo absorbido por ese nuevo Nick, desvanecido entre los pliegues de diseño de su último Armani.

—Lista, don Impaciente —anunció al llegar al pie de las escaleras.

El chico se giró para reprenderla una vez más por su tardanza, estaba segura de que esa había sido su intención original, pero al verla cambió de idea y sonrió recorriéndola con la mirada. Silbó y todo, y ella tuvo que reír. Cuando Nick se sacaba el palo de escoba que llevaba a veces metido en el culo le resultaba mucho más atractivo.

—Joder, Claire… —soltó llevándose una mano al pecho.

—¿Es todo lo que vas a decirme? —preguntó acercándose con media sonrisa amenazando con escapar de sus labios.

—Estás guapísima —añadió acariciándole el pelo con cuidado cuando la tuvo a su lado.

—Gracias, tú tampoco estás mal. —Le sonrió ella alzando la vista para poder mirarle a los ojos. Aun con tacones, Nick le sacaba casi una cabeza.

—Vas a ser la mujer más jodidamente atractiva de toda la cena —pronosticó.

Esperaba que la besara y, en vez de eso, el chico se apartó de ella para ofrecerse a colocarle el abrigo. Mierda, Nick. Colaboró en la colocación de la prenda un tanto decepcionada. ¿Qué había esperado? ¿Que se olvidara de la cena y que terminaran follando en el sofá del salón como hacían antes? Un poco improbable, el sofá de aquella casa seguía virgen. Bueno, y la cama, la ducha, la encimera de la cocina… La casa entera seguía virgen, porque desde su llegada no se habían acostado ni una sola vez. Así que descartaba la posibilidad de sexo desenfrenado sustituyendo la aburrida cena que se les echaba encima, pero ¿un beso era mucho pedir? Un poquito de pasión, por el amor de Dios, que sentirse deseado no le hacía mal a nadie.

—¿De verdad tenemos que irnos? ¿No podemos quedarnos tranquilamente en el sofá? —pidió tomándolo por el cuello de la chaqueta del esmoquin.

—Cariño, has tenido toda la semana para estar tranquilamente en el sofá. —Sonrió el chico—. Vamos o al final llegaremos tarde de verdad.

—No me refería a yo sola —murmuró entre dientes agachándose con cuidado para despedirse de Cleo, que la miraba desde el suelo como diciendo: «Oh là là, cuánta elegancia de repente, ¿a dónde vamos?»—. Pórtate bien, Cleo, no tardaremos mucho —le dijo besando su cabecita—. Espero… —añadió en un susurro para que Nick no la oyese.

—¡Claire, por el amor de Dios, es un perro! Vamos a llegar tarde —exclamó presa de sus nervios pre cena importante.

Y, de nuevo, tenía el palo metido en el culo hasta el fondo.

***

Madre de Dios. Tres horas de reloj desde que se habían sentado en aquella mesa. Tres horas, que se decía pronto, pero el vivirlo ya era otra cosa. Le había dicho a la pobre Cleo que no tardarían mucho en volver y aún no habían servido ni los postres. Bebió distraída de su copa mientras a su derecha Nick hablaba sobre el caso de El Estado vs. «no sé quién», para el cual existían antecedentes en el caso de El Estado vs. «no sé cuántos», e hizo una broma que a todo el mundo pareció hacerles mucha gracia, así que ella se rio discretamente dando otro sorbo a la copa. ¿Cómo podía ser aquel hombre el mismo que la persiguió por la casa en calzoncillos y calcetines después de que le manchara la cara de nata mientras desayunaban pancakes en la cama hacía unos pocos meses? Unos pocos meses y parecía una eternidad. Si tuviera los pancakes a mano en esos momentos se los metería en la boca, a presión, para que dejara de parlotear de cosas que ella no entendía.

—¿Qué tal te estás adaptando a Cleveland? —escuchó que le preguntaba el hombre sentado a su izquierda.

A ver si se acordaba… Se llamaba Erik. Tenía treinta y dos años y llevaba cinco trabajando en la firma. Había acudido solo a la cena, no sabía si eso significaba que no tenía pareja o que, simplemente, era más lista que ella y había conseguido escaquearse.

—Bueno, es una ciudad agradable —señaló mirándolo con media sonrisa.

—Nick me ha dicho que estás buscando trabajo —indicó interesado.

—Estoy llevando currículos a todos los institutos que existen.

—Tu especialidad era… —le dio pie a refrescarle la memoria.

—Literatura universal —completó su frase.

—«Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos…» —recitó el inicio de Historia de dos ciudades de Dickens, y ella sonrió.

—Estoy impresionada —bromeó, y el chico rio.

—No me sé nada más. Recuerdo que nos mandaron leerlo en el instituto y no pude pasar de esa frase.

—Dickens no es para todos —lo consoló.

Justo cuando comenzaba a pensar que, a lo mejor, y solo a lo mejor, podría mantener una conversación medianamente interesante con aquel hombre, el viejo barrigón que tenían sentado enfrente le robó la atención de Erik, preguntándole por la enmienda a no sé qué ley de comercio exterior.

Le pareció notar cómo su móvil vibraba en el interior del bolso y se disculpó alegando que necesitaba usar el lavabo. Aunque hubiesen sido imaginaciones suyas, el sonido de las cisternas sería música para sus oídos después de aquellas insufribles tres horas y media. Un oasis en mitad del desierto inmenso de aquella inmersión en el mundo de la abogacía. De todas formas, le alegró comprobar que sí había un mensaje esperando ser leído en su teléfono móvil. Sonrió al descubrir que era de Ashley.

Le había costado decidirse a utilizar el número que la veterinaria le había dado el domingo pasado en el zoo. De hecho, se encontraron el martes en el parque y fue la propia Ashley quien la obligó a hacerle una perdida para tener ella también su número. En un principio se sentía como una especie de invasora del espacio vital de aquella chica, en plan «no tengo amigos, ¿puedo ir contigo de vez en cuando?», y por eso rehusaba el proponerle cualquier tipo de plan, porque a lo mejor se sentía comprometida a hacerlo o le daba pena decirle que no. Pero al final fue la propia Ashley quien le escribió un mensaje aquella misma noche, por si quería comentar con ella los resúmenes de The Voice, y se pasaron intercambiando mensajes hasta que se fueron a la cama pasadas las doce. A partir de ahí dejó de sentirse invasora de nada y en los últimos días cada vez le salía con más naturalidad el charlar con su nueva amiga. Se sentía cómoda hablando con ella, Ashley era una de esas personas que nacen con el don del trato fácil. Menuda suerte haberlos encontrado a Darwin y a ella en el parque. Se habían visto la tarde anterior y sus perros se habían pasado casi media hora corriendo de aquí para allá mientras hablaban sentadas en un banco. Ashley era muy divertida y, normalmente, ella era más bien tímida, pero en esas ocasiones casi que se le olvidaba.

«Ashley Darwin»

Última conexión 00:05

Ashley: Medianoche, ¿te has convertido en calabaza o has muerto antes de aburrimiento?

Le había comentado el día anterior lo de la cena con los compañeros de trabajo de Nick y le pareció un detalle que se hubiera acordado. Decidió contestarle en el momento porque no tenía ninguna gana de regresar a aquella mesa.

Claire: Cualquiera de esas opciones sería preferible a esta tortura.

Se disponía a cerrar la conversación y enfrentar su destino, regresando al país de los picapleitos, cuando vio que Ashley se conectaba y comenzaba a responderle.

Ashley: ¿En serio? ¿Cuál de ellas preferirías? Ser una calabaza o la muerte.

Claire: La muerte, el naranja no es mi color.

Ashley: Qué radical… ¿crees que os quedará para mucho?

Claire: Aún no han servido los postres.

Ashley: ¿Qué hay de postre?

Claire: No lo sé. Según va la noche… ¿el código de derecho mercantil?

Ashley: No está mal, pero un poquito indigesto para estas horas.

Claire: Uf… ¿tú qué haces?

Ashley: Acabo de volver a casa.

Claire: ¿Algún plan interesante?

Ashley: Cena y cine con mi novia.

Su novia.

¿Su novia?

¿De verdad tenía novia o se le había ido la mano a la «a» sin querer? Cosas así a ella le pasaban constantemente…

Ashley: Se llama Tracy y le encantan los dramones.

Oh, Tracy. Así que tenía novia de verdad. No era que le importara, porque ¿cómo iba a importarle algo así a ella? Simplemente, no se lo había esperado.

Claire: ¿Has llorado?

Ashley: Un poco, soy muy sensible.

Claire: Y afortunada por poder irte a la cama ya.

Ashley: Antes voy a tomar un postre viendo la tele… Tengo el Código Penal y uno de derecho administrativo. ¿Cuál me recomiendas?

Claire: El que caduque antes.

Ashley: Sabia recomendación.

Ashley: Por cierto, mañana por la tarde he quedado para tomar algo con unas amigas en un local cerca de casa. ¿Te apetece venir?

Claire: No quiero molestar.

Ashley: No seas tonta, quieren conocerte. Van a caerte bien, te lo prometo. ¿Vienes?

Claire: Mmm… está bien.

Ashley: No te arrepentirás, en ese sitio ponen unas legislaciones deliciosas.

Claire: Imbécil.

Claire: Tengo que volver a la mesa. ¿Hablamos mañana?

Ashley: Claro. Sé fuerte.

Claire: Lo intentaré.

Ashley: Cómete solo el título preliminar, no te fuerces a estas horas.

Claire: Hasta mañana, Ashley.

Ashley: Hasta mañana, Claire.

Cerró la conversación y regresó a la mesa con mejor disposición que al abandonarla, pero tras cinco minutos allí comenzó a sentir de nuevo aquella sensación tediosa. La charla continuaba girando alrededor de asuntos del bufete, por eso se alegró de que por fin llegara el postre. Tendría que decirle a Ashley que, contra todo pronóstico, se había librado del Código de Derecho Mercantil.

***

Cuando Nick paró el coche frente a su casa era casi la una y media de la madrugada. Casi no se podía creer que de verdad se había terminado, como un milagro. Es que le daban ganas de dar las gracias hasta el infinito al Señor Todopoderoso y entonar el Oh Happy Day en plan misa góspel. Le costó un poco que Nick accediera a acompañarla en su minipaseo con Cleo, quien, por cierto, los recibió como si hubieran estado fuera mil años; pero al final accedió a dar una vuelta por la manzana. Caminaron en silencio durante un rato, hasta que Nick se decidió a romperlo.

—En una escala del uno al diez… ¿cuánto te has aburrido esta noche? —le preguntó mirándola bajo la tenue luz de las farolas.

—Aún no han inventado escalas tan potentes —dijo sonriendo ligeramente, aunque casi era verdad.

—No creo que organicen otra hasta dentro de bastante tiempo, así que podrás recuperarte.

—Lo necesito —admitió—. Mañana Ashley me ha invitado a ir a tomar algo con ella y unas amigas —comentó tomándole la mano, hacía mucho que no sentía sus dedos entrelazados.

—Te dije que era buena idea que intercambiarais los números —se jactó él—. No me gusta que estés sola tanto tiempo, Claire —reconoció—. Y sé que es culpa mía, por obligarte a venir y dejar allí a tus amigos…

—Tú no me obligaste a nada, Nick —lo cortó ella mirándolo—. Podía haber decidido quedarme en Boston, pero elegí venir contigo. Yo lo elegí —matizó y sintió cómo él apretaba su mano en silencioso agradecimiento.

Continuaron caminando y se guardó para ella que se había cuestionado esa decisión en un millar de ocasiones desde que se instalaron allí. Sobre todo cada vez que la puerta se cerraba tras su partida, dejándola sola en el interior de una casa vacía. Otras veces se recriminaba planteárselo siquiera porque ¿cómo iba a ser estar con él una decisión equivocada? Por supuesto que merecía la pena aguantar un poco, al menos se lo debía al Nick y a la Claire de hacía un año. Seguramente su novio tenía razón y, en cuanto fuera aclimatándose al trabajo, las cosas volverían poco a poco a la normalidad, aunque tampoco sabía muy bien qué esperar de «la normalidad» a esas alturas. ¿Y si aquello se convertía en su nueva normalidad?

Uf, de nuevo aquellos pensamientos dando vueltas en su mente sin encontrar una salida.

Daría lo que fuera por un cigarrillo en ese mismo instante.

Cosas del destino (I): El diario de Claire Lewis

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