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2 El diario de Claire Lewis (II)

Verano de 2008.

Apenas había puesto un pie en la cabaña tras dejar a Alison frente a la puerta de la suya, y sus amigas se manifestaron a su lado como si llevaran toda la noche esperando su regreso. Y seguro que llevaban toda la noche esperando su regreso.

—¿Qué ha pasado? —preguntó Ronda palpablemente desesperada por obtener una respuesta. Cuantos más detalles mejor, conocía a la castaña.

—Nada —susurró, porque no eran horas de ir dando voces por ahí. A excepción de Ronda y Olivia, todas las chicas de la cabaña dormían.

—¿Por qué tienes el pelo mojado? —interrogó de nuevo la castaña, tomándole un mechón entre los dedos.

—Por nada. —La evitó con media sonrisa, sorteándola para avanzar hacia su cama. Dar evasivas a la curiosidad morbosa de su amiga era un placer.

—Le has metido morro, ¿verdad? No vendrías tan chulita si no la hubieses catado —insistió la castaña siguiéndola entre las literas, chorreando litros de curiosidad a cada paso.

Hizo uso de su derecho a permanecer en silencio hasta llegar a su cama y, nada más sentarse sobre el colchón, tuvo a sus dos amigas flanqueándola, una a cada lado. Uf… no iba a aguantar mucho más sin soltarlo todo, porque le estaba quemando dentro. Había sido increíble, había sido fantástico, había sido una puta pasada, y aún le escocían un poquito los labios; de haberlos usado tanto, seguramente, porque su primer beso lésbico no había sido el único. Menuda noche.

—Está bien… —cedió ante los embates de curiosidad de ambas, que seguían asediándola con «¿Os habéis besado o no?» en plan disco rayado. Al escuchar su «Está bien», ambas callaron de golpe conteniendo la respiración—. Nos hemos besado —concedió al fin.

Ronda soltó un gritito de alegría alzando las manos al cielo y con una sonrisa tan gigantesca que se le iba a salir de la cara. Qué mujer tan empática. Olivia, en cambio, se llevó las manos a la boca como sin poderse creer que al fin hubiera sucedido, y la miraba en plan «oh, Dios mío, qué mayor te estás haciendo». En su opinión, un poquito exagerado todo.

Se pasó la siguiente media hora respondiendo a preguntas varias del tipo: «¿Cómo ha sido?», «¿Dónde ha sido?», «¿Quién ha dado el primer paso?», «¿Te ha gustado?»… Fue una tarea titánica el satisfacer la curiosidad de las dos chicas, sobre todo la de Ronda. Y cuando, por fin, cada una estuvo en su cama, una vez repasados todos y cada uno de los acontecimientos que habían sucedido desde que se habían separado tras la cena, sus pensamientos regresaron al lago, reviviéndolo todo una vez más. Un recuerdo que atesoraría para siempre, seguro. Aún podía sentir el sabor afrutado de los labios de la chica sobre los suyos.

No iba a poder dormir. Garantizado. Estaba demasiado activada en todos los sentidos, con energía suficiente como para correr la maratón más larga de todos los tiempos y luego volver a casa haciendo footing. Madre mía, no podría cerrarse los ojos ni con fórceps. Se dio media vuelta en la cama. En medio del calor asfixiante típico de esa estación del año, el sentir el pelo aún mojado era un alivio, la verdad. Las manos de Alison habían estado enredadas en ese mismo pelo hacía apenas una hora. Uf… iba a pasarse la noche en blanco.

Cambió de posición en el lecho, como si eso fuera a variar en lo más mínimo su inexorable camino hacia el insomnio más absoluto y, al meter una de las manos debajo de la almohada para acomodarse mejor, lo tocó. ¡Ah, coño! El diario de Claire Lewis. Una buena opción, digna competencia a la posibilidad de quedarse la noche entera mirando la parte de abajo de la litera de Ronda. Lo sacó y recuperó la linterna que tenía escondida en el mismo lugar; pasó las páginas en busca del punto en que lo había dejado el día anterior: «Claire y su decepcionante primera vez con Jake», y la palabra clave era «decepcionante», claro. Ay… lo que no había sido nada decepcionante era su primer beso, ¿verdad? Otra vez pudo sentir el sabor del cacao de Alison en los labios y el calor de sus manos reclamándolos cerca.

Con las hormonas revolucionadas, se obligó a centrar la vista en la impoluta caligrafía de Claire Lewis y admiró su forma de trazar cada letra, ligeramente curvadas. En especial le gustaba su forma de hacer las aes. Eran sus favoritas.

¿No será que eres lesbiana?…

Anda, la leche.

… Eso me ha preguntado Megan…

Ohhh… falsa alarma.

… Y les ha hecho mucha gracia a las dos imbéciles. Nunca les tendría que haber contado lo de mi primera vez con Jake. Podría haberles dicho simplemente que fue fantástica y punto. Estúpida Claire y tu tendencia a la sinceridad. Supongo que me ha dejado un poco tocada cómo salió todo, porque cuando la gente a mi alrededor habla de sexo lo hacen como si fuera lo mejor que han probado en su vida y, la verdad, yo he probado cosas mejores que esa noche con Jake. No dejo de darle vueltas, ¿y si a mí el sexo me deja indiferente? ¿Y si durante el resto de mi vida simplemente me tengo que quedar tumbada como una puñetera muñeca hinchable? En fin, a Jake no le he dicho nada, el pobre está muy ilusionado con todo eso de que hemos dado el paso. No me gusta mentirle, pero no me veo con el valor suficiente como para decirle: «No fue para tanto, ¿sabes?». Él está deseando repetir y no sé qué más excusas ponerle. Es verdad que no tengo ninguna gana de volver a probarlo, pero eso no quiere decir que sea lesbiana. Lesbiana yo… ¡menuda gilipollez! Hablando de otras cosas, hoy he pillado a Jonathan bailando delante del espejo «… Baby one more time» de Britney Spears y lo he grabado en vídeo. El pringado no sabe aún que va a ser mi esclavo para siempre…

Sonrió al leer aquello. Y ya eran por lo menos treinta las sonrisas que le había arrancado ese diario, aunque no era que las estuviera contando ni nada de eso. Llevaba tres noches dedicadas a avanzar por sus páginas y cada vez sentía más y más curiosidad, como si necesitara saberlo todo acerca de la tal Claire Lewis. Quizás porque lo que había ido descubriendo le gustaba. ¿Qué haría cuando se acabara el diario? Señor… Aquello era peor que una droga y cuando terminase debería pasar el síndrome de abstinencia de la mejor forma posible. Esperaba no volverse una yonqui de las intimidades ajenas, viéndose abocada al robo con violencia de diarios personales para satisfacer su oscura adicción. Un futuro prometedor.

Haciendo caso omiso a las posibles catastróficas consecuencias de sus acciones más recientes, volvió a sumergirse en las páginas del diario. Ya se enfrentaría al mañana cuando llegara.

Serían más o menos las dos de la madrugada cuando sucedió. Algo que iba a suponer un cambio increíblemente gigantesco en su biografía. Un hito en su desarrollo como persona humana. La eclosión frente a ella de un nuevo universo inexplorado. Cuando le contara cosas de su vida a sus nietos, aquel punto en el camino marcaría un antes y un después. En resumen, que fue un momento trascendente de la leche. Ya casi se estaba planteando la posibilidad de cerrar el diario, leer la última entrada de la noche e irse a dormir con la convicción absoluta e inamovible de que a Claire Lewis solo le quedaba verbalizarlo. Algo le decía que, en su interior, esa chica ya había comenzado a aceptar que su homosexualidad, más que una posibilidad, era un hecho.

Confieso que desde que tenía ocho años he decorado mi habitación con pósteres a tamaño natural de Sarah Michelle Gellar y que siempre he tenido una extraña obsesión por Jennifer Aniston. Pero eso no quiere decir que sea gay, ¿verdad?

Mentira. Y eso del lesbianismo comenzaba a ser un tema recurrente en todas las entradas del diario.

Es cierto que si empecé a salir con Jake fue porque él me lo pidió y a mí me pareció que empezar a salir con chicos era «lo normal». Nunca me han interesado las piernas de los jugadores del equipo de fútbol y jamás he suspirado por el capitán del equipo de rugby, pero eso tampoco es nada determinante, ¿verdad?

De nuevo, mentira.

He de reconocer que en clase de biología intento ponerme siempre de pareja con Holly Swanson, y siempre he dicho que es por su alto coeficiente intelectual, pero, entre nosotros, tampoco es tan alto y su sonrisa es bonita. Oh, Dios… su sonrisa es bonita. Aunque admirar ortodoncias ajenas no quiere decir nada. Tal vez solo signifique que de mayor quiero ser higienista bucal…

¿Higienista bucal? ¿En serio, Claire? Te está costando bastante pillarlo…

Cuando he salido del instituto esta mañana, Holly Swanson iba por delante de mí. Me he pasado el camino entero mirándole el culo y, parafraseando a Katy Perry, «me ha gustado».

Ya casi estaba, el mirar culos de chicas sexis es el primer paso hacia la aceptación. Iniciemos la cuenta atrás: tres…

Oh, Señor, he parafraseado «I kissed a girl» de Katy Perry…

Dos…

Oh, mierda… desde que la vi en el Show de Ellen pienso que Katy Perry tiene su puntito.

Uno…

Joder… no me pierdo el Show de Ellen…

Cero…

A la mierda, soy gay. Portia y Ellen forever.

¡Que Dios te oiga, hermana!

¡Y por fin había llegado el momento más esperado de los últimos dos días! Claire había admitido, al menos en su diario, que era gay, y a ella le estaba haciendo mucha ilusión. Es que casi estaba ejecutando el baile de la victoria por dentro. ¿Demasiada emoción quizás para tratarse de una completa desconocida? Pues sí, la verdad. Aquella alegría interna era desproporcionada desde todo punto de vista. Una reacción emocional primaria e inexplicable. Era casi como si sus conexiones neuronales se hubiesen puesto a chisporrotear a sus espaldas, diciéndose las unas a las otras «podrías tener una oportunidad con ella, ¿sabes?», como viejas cotillas asomadas a la ventana todo el jodido día. Y perdona, pero es que tenía que frenarlas allí mismo porque… ¿Una oportunidad de qué? Vamos a ver… que no la conocía ni de vista. «Pero la conoces por dentro, que es más importante», otra vez esas viejas metomentodo. ¡Qué mala es la demencia!

Pasó de página para, al menos, terminar de leer la entrada que había empezado, después le daría un descanso a su cerebro, porque, visto lo visto, lo iba necesitando. ¿«Podrías tener una oportunidad con ella»? Urgía un sueño reparador, pero ya. Así que pasó la página, y nunca debió haberlo hecho, nunca, porque algo se desprendió del diario y cayó suavemente sobre su pecho.

Cuando la tomó entre sus manos lo hizo encarando el reverso primero y pudo leer «Dante y yo en el lago Tahoe. Junio de 2008», escrito con la misma caligrafía que aparecía en cada una de las páginas del diario. ¡Oh, Dios mío! No tenía ni idea de quién era Dante, pero «yo» era Claire, y le empezó a trabajar el corazón a doble potencia, porque era evidente que estaba a punto de ponerle cara a la chica que había robado sus tres últimas madrugadas. Giró la fotografía para poder apreciar la imagen allí plasmada por un actor desconocido y… ¡boom!

Como en una puta película de cine, pero en su vida real…

Como si le hubieran sacado todo el aire de los pulmones de golpe…

Un segundo Big Bang aconteciendo ante sus propias narices…

Era una instantánea en blanco y negro y no podía apreciar el color exacto de esos ojos claros, pero eran una puta pasada; al igual que aquella increíble sonrisa que casi le iluminaba la cara entera. Si a eso le sumabas el pelo rubio semiondulado que lo enmarcaba todo, te quedaba un conjunto de «Dios mío, eres increíblemente guapa» mirando a cámara. A ella. Y, por unos segundos, se quedó atrapada en esa mirada, como atontada con la fotografía a un palmo de su cara; y acordarse de respirar era algo secundario en aquellos momentos. De pronto no podía dejar de pensar: «Joder, me muero por que me sonrías a mí así tan solo una vez». Claire abrazaba al tal Dante, un perro que tenía pintas de pastor alemán sin serlo del todo, y a espaldas de ambos se extendía la superficie inmensa del lago Tahoe. La foto era bonita en su totalidad, pero ella solo estaba procesando una parte en concreto. Esos ojos y esa sonrisa eran como un puto hechizo o un relámpago atravesándola en mitad de una tormenta eléctrica. Un impacto brutal en forma de fotografía.

Y ahora que la conocía por dentro y la conocía por fuera, necesitaba conocerla ya.

***

—Necesito conocerla.

Lo dijo plantando la foto en mitad de la mesa donde sus amigas desayunaban, equidistante del vaso de zumo de Ronda y del plato de las tostadas de Olivia. Una precisión milimétrica teniendo en cuenta que acababa de levantarse tras dormir apenas tres horas.

—Buenos días a ti también —respondió la castaña con una galleta en pausa a medio camino de su boca.

—Necesito conocerla —repitió tomando asiento frente a ambas y señalando la foto—. No bromeo —aclaró, por si acaso lo dudaban.

—No. Deliras —la corrigió Ronda—. ¿De qué puñetas estás hablando?

Soltó un resoplido impaciente y tomó la foto de nuevo para plantársela a su amiga a medio palmo de su cara.

—¡De esto! —repitió—. De Claire Lewis —aclaró—. Necesito conocerla.

—¿De dónde has sacado eso? —Olivia frunció el ceño y le arrebató la foto para poder observarla más de cerca.

—Estaba metida entre las páginas del diario. La encontré anoche —explicó.

Joder, es que menudo impacto, casi no se le había pasado la taquicardia aún. Y ya ni le hacía falta mirar la foto para ver esos ojos. Se le habían grabado a fuego. Increíble.

—¿Sabes qué otra cosa encontraste anoche?: la boca de Alison en la tuya —le recordó Ronda.

—¿Esta es Claire Lewis? —preguntó Olivia. Ninguna de las dos prestó atención al comentario de la castaña.

—Es perfecta. Ya era perfecta antes de verle la cara, pero después de vérsela es más perfecta aún —sentenció recuperando la foto para poder observarla una vez más.

Ronda la estaba mirando bastante raro, la verdad. Como si le hubieran salido cuernos de repente, con el ceño fruncido en plan «¿pero qué coño…?». Después dejó de observarla para dirigirse a Olivia.

—Te dije que estaba idiotizada con el dichoso diario —recordó mirando a la morena—. Te dije que tendríamos que haberlo quemado mientras dormía. Yo esto ya lo veía venir incluso antes de que doblara la esquina, así te lo digo —suspiró con hastío.

—La chica es mona, eso hay que reconocerlo —admitió Olivia para disgusto de su interlocutora—. Normal que a Ashley se le hayan caído las bragas al verla.

Otra vez hablando de ella como si no estuviera delante. Es que la sacaban de quicio cuando se ponían en ese plan y… Un momento… ¡a ella no se le había caído nada al ver a nadie! Bueno… tal vez un poco sí, porque ya había empezado a aflojársele la ropa interior mientras leía las cosas que Claire había plasmado en el papel. Después, aquella foto solo había necesitado una mínima ayuda de su amiga la gravedad para conseguir el resto. Si se la encontraba de frente, no sabía qué más podría ocurrir. ¿Infarto agudo de miocardio? ¿Accidente cerebrovascular? ¿Catalepsia irreversible? ¿Todo lo anterior junto? No lo sabía con exactitud, pero algo grande pasaría. Seguro.

—Pues ya puede ir subiéndoselas otra vez y quitándose esos pájaros de la cabeza —esto lo decía Ronda, y seguían hablando de ella como si no estuviera presente. Qué martirio—. No saldría bien.

—¿Ni siquiera nos conocemos y ya es una causa perdida? —protestó porque su amiga no tenía ningún derecho a sentenciar algo así tan a la ligera.

—Precisamente porque no os conocéis aún es una causa perdida, Ashley —aclaró la castaña—. Porque o le dices que has encontrado su diario y has leído sus pensamientos más íntimos sin parpadear siquiera o se lo ocultas empezando esa hipotética relación basándola en una mentira. Elijas lo que elijas, llevas las de perder —señaló encogiéndose de hombros.

Coño, es que dicho así sonaba hasta mal y perdía seguro.

—Eso suponiendo que aún siga aquí —aportó Olivia. Como si con una aguafiestas no tuviera bastante.

—Dejad que sea yo quien me preocupe por esas menudencias —exigió recuperando la foto, que guardó a buen recaudo en el bolsillo trasero de sus pantalones vaqueros.

—Pues allí mismo tienes una menudencia por donde empezar a preocuparte —dejó caer la castaña mientras saludaba con la mano a Alison, sentada un par de mesas a su derecha.

En cuanto sus miradas se encontraron, una sonrisa bastante significativa tomó forma en los mismos labios que la noche anterior le habían regalado interesantes besos lésbicos por primera vez en su vida. Y el pensamiento apareció como de la nada, pero seguro que estaba bastante bien estructurado; sospechaba que había ido tomando forma desde que leyó la primera página de aquel diario y ahora se mostraba en todo su esplendor. «Deberías haber esperado, Ashley. Tu primer beso habría sido mucho mejor si te lo hubiera dado alguien por quien te sintieras así». Menuda locura, porque… ¿así? ¿Así cómo? Pues como si fueras a echar a volar de un momento a otro, como si en el interior de tu cuerpo de repente hubiera gravedad cero y todas y cada una de tus vísceras estuvieran flotando a su libre albedrío. Un poco temerario todo.

Le devolvió la sonrisa casi por educación, porque tampoco sabía muy bien qué querría Alison de ella de ahí en adelante. ¿Se habían besado el día anterior? Sí, bastante. ¿Había sido jodidamente increíble? También. ¿Habían establecido qué pasaría al día siguiente? No, en absoluto, y ese era el problema. Ese y aquellos ojos con sonrisa a juego que viajaban en el bolsillo trasero de sus vaqueros.

—¿Qué vas a hacer con ella, Casanova? —escuchó la voz de Ronda y esto le hizo desviar la vista—. Aunque Claire estuviera aún aquí, cosa que dudo mucho dado que no ha aparecido para reclamar su diario, tú tienes un asunto pendiente con aquella monada de allí —le recordó.

De nuevo volvió la vista hacia Alison y se le encogió el corazón un poquito en el pecho, porque Ronda tenía razón. No hacía ni doce horas que había besado a esa chica con todas sus ganas bajo la luna llena y ya estaba pensando en otra. ¿Esa es la clase de persona que eres, Ashley? Y ni puta idea, la verdad, porque era la primera vez que algo así le sucedía a ella. ¡Acababa de empezar su andadura por el sendero del amor intrasexos, por el amor de Dios! Y en tal caso… ¿esa era la clase de persona que quería ser? La respuesta más que obvia era que no, pero a la vez se moría de ganas de encontrarse frente a frente con Claire Lewis y sus jodidamente increíbles facciones. Menuda disyuntiva más inoportuna.

—Ni siquiera sé si Alison sigue interesada —se defendió, sospechaba que para justificarse ante sí misma sobre todo.

—¿Estás de coña? ¿Pero tú ves cómo te mira? —exclamó Ronda alucinada por su ignorancia—. Llorará hasta deshidratarse cuando tengáis que despediros.

Joder, la perspectiva de que Alison pudiera llorar al tener que despedirse de ella no le venía para nada bien a ese sentimiento de culpabilidad que había comenzado a instalarse en un rinconcito bastante privilegiado de su mente consciente, pero es que Claire Lewis ocupaba todo lo demás.

Buf… Definitivamente, «Ashley, la rompecorazones» sería su epitafio.

***

El puto día entero se había pasado buscándola entre la gente. Totalmente ensimismada en la tarea de conectar con aquellos ojos entre la multitud. Había prestado más bien poca atención a todo lo que se alejara lo más mínimo del objetivo de encontrarla, y sospechaba que Ronda y Olivia ya estaban comentando entre ellas que se le había ido la olla. ¿Acaso podía culparlas? Madre mía, si es que estaba completamente obsesionada por una chica a la que no había visto en persona en su vida. Su parte racional intentaba hacerle comprender lo extraño de toda aquella situación, aportando hasta esquemas con flechitas que resaltaban lo importante, pero nada. La tal Claire Lewis se le había colado dentro pero bien, ella y su sonrisa, por Dios, qué facilidad para desmontarle la cordura. Le había faltado muy poco para ponerse a gritar «¡Claire Lewis!» a diestro y siniestro por si de casualidad se volvía al oírla.

Ashley, Ashley… menudo panorama.

Esa noche, tras la cena, había decidido quedarse un rato fuera en las mesas y les había pedido a sus amigas que la dejaran a solas al menos unos minutos. Y allí estaba, dejando vagar sus pensamientos sin rumbo fijo, pero todos con la misma casilla de salida —Claire Lewis, ¿cómo no?—, cuando, de pronto, alguien tomó asiento a su lado y le acarició suavemente el brazo.

—No te he visto en todo día. ¿No estarás evitándome? —Era Alison y, por supuesto, bromeaba.

Cuando se encontró con su sonrisa, una punzadita en algún lugar indeterminado de su pecho le reprendió por compararla con otra un poco más increíble. Joder, Ashley, qué complicado es el mundo del romance.

—Ya sabes, los monitores nos mantienen ocupadas —señaló con media sonrisa. La culpabilidad no le permitía regalarle una entera.

—Bueno, es su trabajo —admitió colocándole un mechón de pelo rebelde tras la oreja.

Un escalofrío involuntario la recorrió de arriba hasta abajo, electrificando las terminaciones nerviosas que encontró a su paso. Alison la estaba mirando de una forma tan expresiva que no le hizo falta decir nada en voz alta para que ella lo escuchara perfectamente. «Me muero por repetir». Así de simple.

—He estado pensando bastante en lo que pasó ayer por la noche —le confesó con dulzura en su tono.

«Y yo en Claire Lewis», así que menuda contradicción. Alison se le acercó un poco más y a ella se le aceleró el pulso como por reflejo. Loca por una y excitándose con otra. ¡Por Dios, Ashley, eres una mercenaria del amor! La mano de Alison estaba acariciándole una pierna, se encontraban demasiado cerca y olía sensacionalmente bien.

—¿Quieres dar un paseo? Dicen que la vista del lago de noche es alucinante —lo susurró justo junto a su oído. Qué mala leche.

—¿Llevas allí a todas tus conquistas? —bromeó un poco atontada. Maldito descontrol hormonal adolescente.

Alison le sonrió de una forma que… ¡madre mía!

—Solo a las especiales —volvió a susurrar junto a su oído.

—Qué suerte la mía.

Alison la besó. Sin previo aviso y sin ningún pudor. Atrapó su boca con esos labios que sabían a cacao de frambuesa y, de repente, estaban en el lago comiéndose a besos contra el tronco de un árbol. Así sin más. ¿La culpabilidad? Debía de haberse despistado por el camino. ¿Sus principios? Aún no los tenía muy claros, la verdad. Y, a lo mejor, cuando acabara toda aquella fiesta de labios y manos colándose bajo la ropa, le caía un rapapolvo de parte de su conciencia, pero, por el momento, iba a disfrutarlo un poco más, porque ya habían pasado la primera base y en la segunda se estaba mucho mejor. Tenía a Alison atrapada entre el tronco de un abedul y su propio cuerpo, era imposible pegarse más a ella, pero lo seguía intentando, y le estaba volviendo loca sentir cómo le arañaba la espalda por debajo de la camiseta. Solo tenían quince años, pero aquello se estaba volviendo para mayores de dieciocho. Decidió probar suerte y abandonar sus labios para morder su cuello, y se vio recompensada por un «Oh, Dios, Ashley» estrangulado junto a su oído. Bufff… allí hacía demasiado calor.

—Espera… —un susurro entrecortado y las manos de Alison apartándola de ella. La miró con sus procesos cognitivos significativamente enlentecidos y la respiración pesada—. Si seguimos así, no voy a poder parar —reconoció acariciándole el rostro—. Y no quiero que mi primera vez sea contra el tronco de un árbol —añadió con media sonrisa y las mejillas encendidas.

—Yo tampoco —admitió ella devolviéndole el gesto.

Alison resopló, dejándose caer hasta acabar sentada contra el tronco del abedul y entre sus piernas. Por un segundo, miró hacia arriba y dejó escapar el aire contenido en sus pulmones, tratando de ralentizar su ritmo cardíaco. Después se sentó a horcajadas sobre las piernas de la chica, apoyando sus manos en el árbol, una a cada lado de su cabeza.

—Cuando mi madre se empeñó en apuntarme a este campamento no pensé que fuera a pasármelo tan bien —le confesó Alison, acariciando su abdomen por encima de la camiseta.

—Seguro que tu madre tampoco —apostó sonriéndole, y ella también rio.

—Eso por descontado. Me encanta tu sonrisa —le confesó mientras la observaba—. Vas a ser de las peligrosas. ¿Por casualidad no estarás pensando mudarte a California en un futuro cercano? —preguntó paseando las manos por sus muslos.

—Me necesitan en Cleveland —se disculpó disfrutando de las atenciones de Alison.

—Dicen que allí hace muchísimo frío —señaló la chica.

—Es parte de su encanto. —A ella le encantaba el invierno de Cleveland.

Sonrió cuando sintió sus manos acariciarle la espalda y bajar hasta su culo; la verdad era que ella tampoco se había esperado pasarlo tan bien en aquel campamento. Vale que iba con Ronda y con Olivia, pero con ellas tenía otra clase de diversión. Soltó una carcajada cuando Alison intentó colar sus manos en los bolsillos traseros de sus pantalones.

—Uh… ¿qué tienes aquí? —La chica frunció el ceño cuando sus manos toparon con algo en el interior de uno de los bolsillos.

Joder… la foto de Claire Lewis.

—Es solo una foto que he encontrado tirada en nuestra cabaña —mintió, porque evidentemente no iba a confesar así como así que iba leyendo diarios ajenos en cuanto se le presentaba la oportunidad.

—¿En serio? ¿Puedo verla?

Se la sacó del bolsillo y la miró un momento antes de cedérsela a Alison. Ay, Dios, ahí estaban otra vez esos rasgos que le habían removido todo por dentro.

—Es Claire —señaló la chica en cuanto la vio, y lo dijo como si fuera lo más normal del mundo.

«Es Claire». Así sin más lo había soltado, obviando el hecho de que esa simple identificación a ella le había puesto el corazón a mil. ¡Alguien por fin que conocía a Claire Lewis! Alison le devolvió la instantánea y ella la miró una vez más. Guárdatela, anda, antes de que empieces a salivar o algo.

—¿La conoces? —preguntó mientras hacía desaparecer la fotografía en su bolsillo trasero de nuevo.

Trató de que aquel interrogante sonara casual, pero no estuvo segura de haberlo conseguido. ¿Y si le decía que sí? ¿Y si le decía que aún seguía en el campamento? Oh, joder… ¿Y si podía conocerla?

—La conocí el mismo día que llegamos, dormía en mi cabaña —explicó escuetamente.

¡Escuetamente! ¡Como si a ella no le fuera la vida en ello! Como si tuviera que pagar por palabra hablada o le faltara saliva. Ella quería saber más. Ella quería saberlo todo, en realidad. ¿Era graciosa? ¿Cómo vestía? ¿Era simpática? ¿A qué olía? ¿Cómo era su voz? ¿Se reía mucho? ¿Era su risa increíble? ¿Era su personalidad increíble? ¿Iba todo a juego con su jodidamente increíble cara? ¡Habla, maldita sea!

Por fortuna, su capacidad de inhibición actuó con la suficiente rapidez como para frenar ese torrente de interrogantes antes de que abandonara la seguridad de su garganta. Sutileza, Ashley, sutileza. «La sutileza y la educación te llevan a cualquier sitio», eso decía su madre.

—Oh… qué casualidad. ¿Sigue en el campamento? —dejó caer como si nada, pero aguantando la respiración en espera de la respuesta.

Por favor, di que sí. Por favor, di que sí. Sí. Sí. Sí. Sí…

—No.

Me cago en la leche.

—Coincidimos solo un par de días. Estaba con el grupo de la primera quincena de julio. Cuando se marcharon fue cuando nos cambiaron de cabañas —explicó.

Y entonces ella encontró el diario y comenzó su creciente obsesión por una chica que, en esos momentos, podía estar en cualquier sitio del planeta Tierra. Literalmente en cualquier sitio. Excepto, claro estaba, en ese campamento, y ese dato le venía muy mal, la verdad. A lo mejor Olivia tenía razón con toda esa mierda de que el karma es una puta. Y de las caras, además, de las de categoría.

—No te quedes tan seria, solo es una foto, seguro que tiene el original en la cámara —le quitó importancia la chica y la atrajo hacia ella tirando del cuello de su camiseta para atrapar de nuevo sus labios.

Mierda, ojalá solo fuera eso, pero vaya decepción se había llevado. Y ni siquiera albergaba ya esperanzas de que aún siguiera allí en realidad. Tenía claro que era bastante improbable, pero menudo mazazo emocional el saberlo seguro.

Es que el karma era la madame suprema de todas las putas del mundo.

***

Menos mal que cuando regresó a la cabaña todas dormían. Todas. Incluida Ronda, contra todo pronóstico. Tenía y no tenía ganas de hablar de lo ocurrido aquella noche, a partes iguales. Porque había llegado a segunda base con Alison y había estado muy pero que muy bien, y seguro que Ronda iba a estar orgullosa; pero, por otro lado, tenía que despedirse definitivamente de la idea de llegar a conocer a Claire Lewis. Debía aceptar que jamás sabría cuál era la tonalidad exacta de aquellos ojos claros que le habían taladrado el alma desde los grises matices de una fotografía.

Apenas le quedaban una decena de páginas que leer y se acabó. Estaba llegando al final del camino y no hacía más que volver la vista atrás, porque lo que tenía por delante no le gustaba nada. Diez páginas más y el resto en blanco. Adiós a Claire Lewis y a lo que podría haber sido…

Hoy hemos llegado al campamento por fin, menos mal que a Jonathan lo han mandado a la otra punta, a la cabaña más alejada, porque después de haber pasado todo el viaje de venida juntos no quiero volver a verle en los quince días que dure esto. Qué pesadilla de niño, y lo de que es adoptado se lo digo siempre de coña, pero es que empieza a no tener otra explicación. Las cosas con Jake se han quedado un poco raras, dice que me ve más distante y a lo mejor tiene algo de razón. ¿Cinco o diez metros más distante? Depende de lo ancha que sea la carretera… por lo de que me he pasado a la acera de enfrente, ¿lo pillas? Ya puedo empezar a bromear con ello y todo, un par de pasos adelante en mi proceso de aceptación. Quizás debería sincerarme y romper con él, pero ¿cómo voy a ser sincera si aún lo estoy asimilando yo misma? La verdad es que no tengo ninguna gana de estar aquí, no me apetece hacer jueguecitos en equipo ni todo ese deporte que dicen que tenemos que practicar. Vaya mierda, que en vez de un campamento de verano, esto parece un puñetero capítulo de «Ya no estoy gordo». Ni siquiera estoy de humor para seguir escribiendo, esto de asimilar la propia homosexualidad la deja a una agotada.

Y encima eso, las últimas entradas que iba a leer las había escrito sin ganas. Era extraño estar leyendo las vivencias de Claire en el lugar en el que ella se encontraba en esos momentos. Joder, y pensar que durante un par de días las dos habían estado allí, tan cerca, y no se había fijado en ella. Eso no iba a perdonárselo jamás a sí misma. Jamás. Ni a sí misma ni a Ronda, que seguro que la había estado distrayendo todo el día con sus gilipolleces del Kamasutra.

Antes de lo que le habría gustado, llegó a la última entrada del diario, fechada el día siguiente a que Ronda, Olivia y ella llegaran al campamento. Menuda sensación más rara en la boca del estómago; o sea, que aquello se acababa ya. Primero el último capítulo de Friends y ahora esto. La vida es un continuo sufrimiento.

Sé que en los últimos días no he escrito demasiado, pero es que, la verdad, no había mucho de lo que escribir. Levantarse, desayunar, actividades, comer, actividades, cenar y a la cama. Cada día ha sido como un déjà vu del anterior. Ayer llegaron los nuevos, los que van a pasar aquí los próximos quince días de sus vidas y lo siento mucho por ellos. Es extraño estar escribiendo esto precisamente ahora, es como si hubiera estado todo extrañamente organizado de antemano. Mi primera vez con Jake, el «no serás lesbiana» de Megan, mi propio «mierda, soy lesbiana» personal, y entonces, justo en el momento exacto, ni antes ni después, la llaman a escena. A ella. La vi ayer cuando bajaba del autobús, recién llegada, y se estaba riendo con algo que comentaba otra chica a su lado. Fue como si se me cayera una venda de los ojos, muy raro. Estaba hablando con Sofía de algo, y tuvo que darme un codazo porque me quedé con el encefalograma plano. Mirándola atontada. Fue como «mierda, ¿cómo no te habías dado cuenta antes de que eres gay, tía?». Y a lo mejor no me había dado cuenta antes porque es la primera vez que me pasa esto con una chica. Bueno, con una chica y en general, porque con ningún chico había sentido esto tampoco. Me pasé el día entero mirándola, en plan acosadora, porque solo me faltaban los prismáticos y una libreta donde apuntar sus movimientos. Es la chica más guapa que he visto en mi vida. Sonríe todo el tiempo y cada vez que la veo hacerlo es como… joder, es muy cursi, pero mi corazón se salta un latido. No sé qué es lo que me ha dado, pero estoy tonta con ella. Y digo «ella» porque no tengo ni idea de cómo se llama…

¿Ashley? ¿Se llama Ashley? ¡Dime por Dios que se llama Ashley!

Me he pasado la noche pensando en ella, preguntándome si hoy nos tocaría juntas en el mismo equipo para alguna de las actividades. Quería hablarle, decirle algo, cualquier cosa, no quiero irme sin ni siquiera saber su nombre. Tengo que tener un nombre para mi primer flechazo lésbico, pero me marcho mañana y ni siquiera me ha mirado. Lo más cerca que la he tenido ha sido cuando he ido a preguntarle a Edward a qué hora venían los autobuses mañana. Ella estaba hablando con él cuando he llegado, he esperado un par de minutos casi a su lado, y la he escuchado hablar. Su voz y su risa cuando Edward le ha hecho una broma tonta me han hecho sonreír a mí también. Debía parecer una pobre retrasada…

¡Ay, que es Ashley! ¡Joder, que es Ashley! O sea, que soy Ashley. ¡Que estuve hablando con Edward ese día! ¿Solo tú? Miles de chicas hablan con Edward porque piensan que está muy bueno. Mierda de conciencia aguafiestas. ¡¿Era Ashley sí o no?! Urgía un poco el saberlo seguro porque se tenía que estar poniendo un poquito azul de tanto aguantar la respiración.

Vaya mierda, trece días muriéndome del asco aquí y justo cuando tengo que irme llega ella…

Ashley. ¡Ashley! Ashley.

A.S.H.L.E.Y.

Durante la cena la he estado mirando tanto que me extraña que no le haya desgastado las facciones. Joder… y qué facciones. Hoy llevaba una camiseta verde que le quedaba indescriptiblemente bien, resaltaba el color de sus ojos y me han entrado ganas de hacer caso a la inscripción que tenía estampada en letras blancas: «Simplemente ven y…».

¡Bésame!

¡«Simplemente ven y bésame»!

¡Me cago en la leche! ¡Su puta camiseta favorita! ¡Es que «ella» era ella! ¡Ella era «ella»! ¡Ashley, joder! Ashley era «ella» y ella era Ashley. Y no sabía si estaba pensando con mucha claridad en aquellos momentos, porque casi podía escuchar a Freddy Mercury entonar eso de «We are the champions my friends» de banda sonora. Oh, joder… ¡que Claire Lewis se había fijado en ella! Que había estado a punto de besarla, así sin más, en mitad de la cena, y habría sido una puta locura, pero a ella le hubiera parecido muy bien, gracias.

Madre mía, que se le iba a salir el corazón del pecho, pero a lo bestia, aterrizando por lo menos a veinte metros de allí. ¡Ashley, por el amor de Dios, mantente serena! ¡Pero es que ella era el primer flechazo de Claire Lewis y Claire Lewis era su primer flechazo! Y cuadraba todo menos las fechas, joder. Como si vivieran en putos universos paralelos. Y nunca había odiado tanto a nadie como odiaba en esos momentos al Dr. Cunningham por haberle adelantado al 10 de julio su revisión anual de la vista. Maldito médico repelente, con su título de especialista en oftalmología, que iba por la vida cambiando citas como si sus acciones no tuvieran repercusiones catastróficas para el equilibrio cósmico del universo.

«… bésame». He de confesar que le he sacado un par de fotos sin que se diera cuenta, necesito poder enseñársela a Susan y Megan. Los quince días de campamento han merecido la pena simplemente por haberla conocido a pesar de haberlo hecho de esta manera. Joder… voy a arrepentirme toda mi vida de no haberle preguntado al menos su nombre.

Le dio la vuelta a la hoja y se encontró la siguiente página en blanco. Eso era todo. Un final inesperado que le había dejado con el corazón a mil y el ánimo por los suelos.

Ashley.

Se llamaba Ashley, pero Claire nunca iba a saberlo.

Cosas del destino (I): El diario de Claire Lewis

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