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2. Gato por liebre

El timbre estridente del teléfono fijo despertó a Nagore con un sobresalto. Hacía apenas un par de horas que había logrado dormir, así que volvió a enterrar la cabeza bajo la almohada, esperando que colgaran. Ese aparato lo tenía en la sala porque por allí solo llamaban para venderle tarifas milagrosas. Cuando por fin se calló, suspiró aliviada. Parecía que la inercia del sueño volvía a llevársela cuando una nueva andanada de timbrazos dinamitó el descanso.

Entendiendo que el vendedor no se rendiría fácilmente, salió del dormitorio sintiendo mareos a cada paso, como si caminara por la cubierta de un barco. Su primer impulso fue desconectar el aparato y volver a la cama, pero la duda hizo que levantara el teléfono.

–¡Nagore! ¿Estás ahí?

Hacía más de dos años que no escuchaba aquella voz fresca y enérgica, que le hizo perdonar enseguida que llamara a las ocho y media de la mañana.

–Lucía… Justo ayer me acordaba de ti.

–¿Leíste mi whatsapp?

–No… Todavía no. Estaba durmiendo. Bueno, intentaba dormir. ¿Qué pasa? –preguntó alarmada–. ¿Murió alguien?

Una risa cristalina al otro lado del teléfono reveló que su vieja amiga seguía siendo la de siempre.

–Seguro que alguien ha muerto, cada día muere gente –dijo, filosófica–. Pero yo te llamo para darte buenas noticias… Hace unos días me escribió Amanda desde un refugio del Atlas. Estuvimos recordando anécdotas de la facultad y poniéndonos al día… Sé que he estado muy out últimamente, perdona la desconexión. Tener un bebé se traga todo el tiempo como un agujero negro.

–Me imagino –dijo Nagore con súbita tristeza–. Tengo muchas ganas de ver a…

–Saúl. Se llama Saúl.

Nagore se disponía a disculparse, pero Lucía la cortó con su voz cantarina:

–¡Tranquila! Muy pronto lo conocerás.

–Tampoco hubiera podido hasta hace poco… Pasé diez años en Inglaterra y volví hace unos meses. La razón da igual ahora. ¿Cuál es la buena noticia? –preguntó Nagore sin poder ocultar un bostezo.

Esperaba un anuncio del tipo: “Estoy embarazada por segunda vez” o “Me voy a casar y te quiero ver en mi boda”, pero no.

–Necesito explicártelo en persona… –dijo en su lugar el miembro más optimista del trío Calavera, como las llamaban en la facultad–. ¿Quieres que pase por tu casa? Tengo que estar en la oficina antes de las diez, pero podemos tomar un café.

–Mejor en la cafetería del mercado… –con un dolor de cabeza creciente, Nagore barrió con la mirada el desorden en la sala–. En veinte minutos estaré ahí.

–¡Genial!


Una ducha y cincuenta pasos después, Nagore abrazaba a Lucía. Su energía la hizo sentir aún más débil.

Volvió a pensar que estaría mejor en la cama, pero conocía lo suficiente a Lucía para saber que no se la habría quitado de encima fácilmente. Con todo su buen corazón, era terca y mandona. Si había decidido que tenían que verse a las nueve de la mañana, así sería, aunque tuviera que echar abajo la puerta de su apartamento. Era inútil resistirse a ella cuando quería algo.

–Dos jugos de naranja y un par de cafés –pidió al mesero sin siquiera preguntar a Nagore–. También nos compartiremos un sándwich de esos.

–¡Espera! –le rogó escandalizada–. Solo tengo un par de euros… Hace tiempo que no nos vemos, pero te informo que no tengo mucho dinero.

–Ya lo sé, tonta… Amanda me explicó que has estado buscando trabajo sin mucho éxito… No te preocupes, yo invito. ¡Hoy toca celebración! En cualquier caso, tus problemas financieros están a punto de terminar.

–¿Ah, sí? –preguntó Nagore incrédula.

–Definitivamente, por eso quería verte. La buena noticia es que, por una casualidad del destino, te encontré un empleo.

En estado de shock, Nagore se dijo que todo estaba sucediendo demasiado rápido para su castigada cabeza.

–¿De veras? –balbuceó asombrada–. ¿De qué se trata?

Lucía dio un mordisco a su mitad de sándwich de salmón y bebió un poco de jugo antes de explicar:

–Tal vez no sea el trabajo que esperabas, pero te servirá para pagar facturas y algo más. La próxima vez me podrás invitar a desayunar –sonrió satisfecha.

–¿Y cómo sabes que me lo van a dar? Supongo que tendré que pasar una entrevista y… debo de tener rostro de fracasada, porque últimamente me han rechazado en todas.

–En esta no, aunque por supuesto tendrás que conocer a la dueña.

–¿Cómo sabes que no?

–Es una corazonada.

Lucía se terminó su café de un sorbo y se limpió los labios con un trozo minúsculo de servilleta. Luego puso sus manos pequeñas y delicadas sobre la mesa, mirando abiertamente a los ojos verdes de Nagore. Las bromas se habían acabado y se disponía a hablarle en serio.

–El hecho de que no hayas encontrado trabajo hasta ahora no tiene nada que ver con tu edad, cielo. Quizás el problema es que no sabes lo que quieres y eso lo nota quien debe decidir si eres la candidata idónea.

Nagore suspiró irritada. Tras dos años sin contacto, Lucía no tenía derecho a juzgarla.

–Pero encontré la solución perfecta para ti –prosiguió–. Una amiga japonesa se mudó a Barcelona y necesita a alguien de confianza para el café que está a punto de abrir. De entrada, puede pagarte mil euros al mes, además de seguridad social, vacaciones, etcétera.

El mesero que las había servido pareció aguzar el oído. Nagore pensó que tal vez él cobrara menos que lo que le estaban ofreciendo.

–No tengo experiencia alguna de mesera… Cuando me haga la entrevista verá que no sirvo para el puesto.

–¡Seguro que sirves! –le dijo Lucía revolviéndole la melena negra azabache–. Es uno de estos lugares en los que los clientes se quedan una hora con un café… y creo que no caben más de quince. Yumi necesita alguien que hable bien inglés, como tú, porque no sabe otro idioma. Aparte de japonés, claro.

–Entonces no parece tan mal… –repuso más relajada–. ¿Dónde está? ¿Y cuál sería el horario?

–Está a diez minutos de aquí. Me dijo que el horario es de dos a ocho y media, pero los sábados también trabajarás. Te espera esta misma tarde, porque su idea es abrir oficialmente el lunes.

Superada por los acontecimientos, Nagore pensó que tendría el fin de semana para hacerse a la idea. Trabajar seis días por semana en algo que nunca había hecho se le hacía difícil, pero siempre sería mejor que quedarse en la calle por no poder pagar la renta. Eso si sobrevivía a la entrevista.

–Si le gustas, Yumi te ofrecerá un mes de prueba –explicó Lucía–, y luego contrato indefinido. Sé que tu misión en la vida no es servir tés y pasteles, pero… te servirá mientras buscas algo mejor. Eso sí, te recomiendo que controles tu mal genio si no quieres volver a la casilla de salida.

–Sabes que soy una buena chica–replicó indignada–... casi siempre. ¿Me estoy perdiendo de algo?

–Bueno… de hecho, hay un detalle de ese café que no te he contado aún.

–¿Qué detalle? –preguntó temiendo que su amiga la estuviera dirigiendo a un antro de vicio.

Ella sonrió nerviosa antes de declarar:

–Nagore, es un café de gatos.

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