Читать книгу Neko Café - Anna Sólyom - Страница 13
Оглавление4. Presentaciones informales
Cuando el nerviosismo de Nagore se calmó un poco, pudo ver que el espacio estaba diseñado con buen gusto. Entre las paredes de colores suaves había media docena de mesas bajas con sillas de colores y dos enormes árboles para gatos. Sus bandejas con arena estaban bajo las bancas, lejos de los recipientes con comida.
Yumi le explicó con precisión nipona todas las tareas que debería realizar cada tarde, antes de la llegada de los clientes, para la comodidad de los chicos.
–Aparte de limpiar sus areneros y ponerles comida dos veces por tarde, no necesitarán nada más de ti. Aunque estén aquí, son muy independientes, ¿sabes? Tu misión será, sobre todo, servir a los humanos: ya sabes, recibirlos, explicarles cómo deben comportarse con los gatos, preparar cafés con bigotes… también tenemos recuerdos a la venta en la vitrina al lado de la barra.
Nagore levantó la cabeza para ver la selección de gadgets: tazas con el emblema del local, dijes gatunos, portavasos con forma de pata y otras inutilidades, a su entender.
–Ya que vas a trabajar con ellos, ha llegado la hora de las presentaciones. Como a Capuccino ya lo conoces –dijo Yumi mientras el aludido recuperaba su posición en el puf–, quiero que conozcas a este señor de ahí arriba.
En lo alto del árbol artificial más apartado de la calle había una plataforma con dos ejemplares durmiendo: un gato enorme tenía acoplado en cuchara un ejemplar rojizo de menor tamaño.
Parecen alfombras en vez de gatos, pensó Nagore con disgusto.
–Ese gigante blanco es Chan, nuestro maestro zen. Es bastante mayor y verás que le falta un ojo. No sabemos cuál es su historia, pero todos los gatos se pelean por acostarse con él. Lo único es que se vuelve un poco loco con la luna llena... –agregó Yumi, pensativa.
–¿Qué quieres decir con que se vuelve loco? –preguntó Nagore mirando angustiada aquella gran masa de pelo.
–¡Oh, nada serio! Empieza a merodear maullando como si hubiera perdido algo –Nagore asintió, intranquila–. El más huidizo es el que duerme con el maestro: esa bola de pelo roja se llama Licor, que aún es un bebé. Todavía no tiene ni medio año. Le encanta escaparse y crear problemas. Cada vez que intentes tocarlo, saldrá a la carrera, pero tampoco puede ir muy lejos…
Me abstendré mucho de tocarlo, se dijo Nagore mientras notaba horrorizada que algo suave le rozaba los pies desde atrás, justo por encima del tobillo.
Se giró con rapidez pero no vio nada.
–¿Por qué están aquí estos gatos? –preguntó, luchando por mantener la compostura–. ¿Y cuántos son?
–El café da refugio a siete ejemplares de momento. Nuestra misión es encontrar para ellos un hogar permanente. ¿Tal vez te gustaría llevarte uno a casa? –al ver el miedo en los ojos de Nagore, se inclinó sobre una caja de madera con un agujero en lo alto–. Ahí dentro está Smokey. ¡Apenas la verás! Tiene una capacidad prodigiosa para esfumarse, por eso el nombre. Nuestra princesa de humo tiene unos maravillosos ojos verdes. Además de ocultarse, le encanta aparecer de repente como un fantasma. Luego desaparece de nuevo. Es muy esquiva y, al día de hoy, nadie ha logrado tocarla.
Nagore se asomó con prudencia sobre el agujero en la parte superior de la caja, pero solo logró ver dos estrellas verdosas que brillaban en la oscuridad.
–¿Es negra? –le preguntó a Yumi mientras intentaba domar sus nervios.
–Sí, correcto… Smokey es una pequeña pantera negra, siempre alerta. ¿Un poco como tú, quizás? ¡Apuesto a que también eres difícil de atrapar!
–No –murmuró sin entender aquel comentario–. De hecho, odio correr.
–Ya, pero tus ojos verdes son bonitos y tu pelo negro parece el de una japonesa… Quizás tienes más en común con Smokey de lo que crees.
Nagore liberó una risa estúpida como toda respuesta.
Tras avanzar hacia el centro del local, Yumi le presentó un gato atigrado que bostezaba sobre un almohadón solitario, como una balsa en medio del mar de madera que era el suelo. Justo entonces, Smokey apareció de la nada como un Ferrari negro y pasó entre las piernas de Nagore antes de brincar olímpicamente hacia el árbol cercano a la vitrina.
Yumi dejó escapar una risa tan dulce que Nagore tuvo que comenzar a reír también, lo cual ayudó a que su nerviosismo se evaporara.
–Ya te estás dando cuenta de que son espíritus libres –dijo la japonesa mientras se aflojaba el pelo de su moño, dejando que su melena negra barriera sus orejas.
–Quieres decir que de verdad no les importa que yo esté aquí, ¿verdad?
–Así es, a ellos les importa poco, puedes estar tranquila –dijo acariciando al felino atigrado, que parecía sonreír con los ojos cerrados–. Les da igual qué pienses de ellos. Si un gato quiere algo de ti, te lo hará saber. Si le falta comida o cualquier otra cosa, lo sabrás de inmediato –y, dando unas palmaditas en la espalda al gato atigrado, dijo–: te presento a Sherkhan que, aunque en varios idiomas indios significa “señor tigre”, su interés principal son los perros, por cierto...
–¿Le gustan los perros? –preguntó sorprendida.
–Bueno, le gusta volverlos locos. Es un provocador. Cuando ve a uno en la calle, junto al café, se lanza sobre el cristal y le da un susto de muerte.
El gato con rostro de mapache, nariz rosa y ojos azules como un cielo de verano seguía la explicación con gran interés desde su puf. Nagore rezó porque Capuccino no intentara volver a subir a su regazo. Parecía a punto de hacer algo… y finalmente decidió echar a Sherkhan de su almohadón, algo que el gato atigrado aceptó con resignación.
–Esta es otra característica de este niño mimado –explicó Yumi–. Siempre quiere el lugar de los demás.
Las dos mujeres observaban en silencio cómo el gato mapache comenzaba a limpiarse sobre el almohadón recién ocupado.
–Terminaré las presentaciones, no quiero aburrirte. Esa bola de pelo largo es Blue, nuestra anciana gruñona –continúo Yumi y señaló a un gato acurrucado en un rincón con rostro de malas pulgas–. Lleva un collar amarillo porque ataca. Es como una reina que ha luchado por ganarse el respeto de los chicos. Blue detesta a los otros gatos, pero tampoco le gustan los humanos. Tendrás que vigilar que los clientes se mantengan lejos de ella o tendremos problemas.
Nagore asintió con suavidad e hizo una nota mental de no acercarse jamás a esa gata de collar amarillo, aunque se llamara Blue.
–Y el último de la tribu es ese chico blanco y negro con medio bigote: ¡Fígaro! –lo presentó Yumi mientras el aludido caminaba sobre una banca.
La japonesa lo capturó con un movimiento rápido y lo meció en sus brazos, mientras proseguía:
–Fígaro es pacífico como un peluche. Y tiene una paciencia enorme. Cuando perdió a su anterior dueña, una mujer mayor, su nieto lo dejó aquí. Lo que más le gusta es recibir mimos y la música clásica… Cuando le pongo a Bach, se queda quieto y levanta las orejas. No se quiere perder ni una nota.
Fígaro empujó su cabeza contra la barbilla de la japonesa, como si reclamara más caricias. Tras ocuparse un poco de él, Yumi puso al gato en la banca de madera y volvieron a sentarse en la misma mesa, junto a una Nagore todavía rígida.
–Entonces… ¿crees que podrás soportarlo?
Nagore suspiró.
Entendiendo aquello como una afirmación, la japonesa sacó del bolsillo de su vestido un manojo de llaves y se las entregó con una sonrisa a la nueva empleada.
–Habrá muchos momentos en los que yo no esté, así que puedes venir todos los días a las dos, aunque el Neko Café abra hasta las cuatro. Tendrás esas dos horas para acondicionar el local, ponerles comida y agua fresca a los gatos, limpiar sus cajas de arena… Ellos van siempre primero. Luego puedes hornear pasteles y comprobar que no nos haga falta nada del listado de despensa.
–Creo que podré con todo –se oyó decir Nagore.
–¡Así me gusta! Y no temas por tu ailurofobia… La mayoría hará como si no existieras. Si acaso, serás una sirviente si necesitan algo. No esperes cariño de ellos. Capuccino es una excepción.
Nagore volvió a mirar incómoda al gato de ojos azules y pelaje café con leche. Su instinto le decía que no debía confiar en las excepciones, especialmente si se presentaban como un gato con rostro de mapache.
–Esta es una lección importante que me han enseñado todos los gatos –dijo Yumi para concluir aquella pequeña ceremonia de presentaciones–. Acéptate como eres y no necesitarás la aprobación de los demás.