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Los monjes de Cardeña reciben al Cid.

Jimena y sus hijas llegan ante el desterrado.

A la puerta llaman; todos saben que el Cid ha llegado.

¡Dios, qué alegre que se ha puesto ese buen abad don Sancho!

Con luces y con candelas los monjes salen al patio.

"Gracias a Dios, Mío Cid, le dijo el abad don Sancho,

puesto que os tengo aquí, por mí seréis hospedado."

Esto le contesta entonces Mío Cid el bienhadado:

"Contento, de vos estoy y agradecido, don Sancho,

prepararé la comida mía y la de mis vasallos.

Hoy que salgo de esta tierra os daré cincuenta marcos,

si Dios me concede vida os he de dar otro tanto.

No quiero que el monasterio por mí sufra ningún gasto.

Para mi esposa Jimena os entrego aquí cien marcos;

a ella, a sus hijas y damas podréis servir este año.

Dos hijas niñas os dejo, tomadlas a vuestro amparo.

A vos os las encomiendo en mi ausencia, abad don Sancho,

en ellas y en mi mujer ponedme todo cuidado.

Si ese dinero se acaba o si os faltare algo,

dadles lo que necesiten, abad, así os lo mando.

Por un marco que gastéis, asl conveto daré cuatro."

Así se lo prometió el abad de muy buen grado.

Ved aquí a doña Jimena, con sus hijas va llegando,

a cada una de las niñas la lleva una dama en brazos.

Doña Jimena ante el Cid las dos rodillas ha hincado.

Llanto tenía en los ojos, quísole besar las manos.

Le dice: "Graciias os pido, Mío Cid el bienhadado.

Por calumnias de malsines del reino vais desterrado."

Cantar de mío Cid (texto completo, con índice activo)

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