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1. Duda y conocimiento

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Algunos dicen que el asombro es el principio de la filosofía. Otros consideran que empieza con la duda, porque la duda nos obliga a reflexionar más sobre la vida, sobre la humanidad y sobre Dios. Eso creía el filósofo y teólogo medieval Abelardo: «A través de la duda llegamos a la investigación; y a través de la investigación alcanzamos la verdad». Para Abelardo era necesario poner en duda todos los fundamentos filosóficos y también todas las afirmaciones de la fe, para conocer mejor cuál es la verdad esencial. En el proceso de investigación conseguimos saber qué significan realmente las afirmaciones de la fe. Sencillamente tener por ciertas las palabras, sin analizarlas, va en contra de la dignidad del espíritu humano. Así desarrolló Abelardo el método del Sic et Non, para conocer la verdad a través de las dudas.

La filosofía distingue diferentes formas de duda. Existe la duda sobre la claridad de una afirmación; también se puede dudar de una afirmación. La segunda forma es la duda sobre el valor de una acción (duda de su calidad moral), y la tercera forma es la duda sobre el sentido y el objetivo de la vida humana (duda de la trascendencia existencial) (cf. Beiner, «Zweifel» en TRE 767). La duda procede del «sentido ambiguo». Todo también puede tener un sentido doble. Por eso podemos dudar siempre de una afirmación; siempre podría existir una afirmación que se ajustase mejor a los hechos.

Uno de los filósofos que elevó la duda a principio metodológico fue René Descartes. A partir de la duda sobre todas las afirmaciones establece un punto de partida firme e inamovible, «del que ya no se puede dudar». Su famosa sentencia dice: «Cogito ergo sum. Pienso, luego existo». Melanie Beiner lo explica de la siguiente manera: «La duda como acto del pensamiento puede poner en cuestión cualquier contenido del pensamiento, pero no la acción de pensar en sí mismo» (Ibídem, 769). Descartes considera como verdadero lo que «puedo comprender de manera clara y manifiesta». Con ello, la «seguridad en sí mismo del sujeto pensante se convierte en el fundamento indudable de todo conocimiento» (Ibídem, 769). Eso ya lo había planteado de manera similar san Agustín mucho antes que Descartes. Este considera que la duda viene acompañada de condiciones de las que no se puede dudar. Por eso dice Agustín: «El hecho de vivir, de recordar, de querer, de pensar, de saber y de juzgar: ¿quién duda de eso? [...] Quien dude de todo lo demás nunca puede dudar de estas cosas. Porque si no fueran firmes, le sería imposible dudar» (Ibídem, 768: Agustín, De Trinitate X, 1914).

El filósofo social alemán Max Weber considera que «la duda más radical es la madre del conocimiento». Cuando dudamos de algo, nos implicamos y queremos saber más y mejor de lo que se trata. Así, la duda es el motor no solo de la filosofía, sino también de las ciencias naturales. Cada experimento de las ciencias naturales parte de la duda sobre los conocimientos existentes en cada momento. Dudamos de los resultados conseguidos hasta ahora y queremos analizar con más precisión lo que constituye la realidad. Los físicos Heisenberg y Pauli empezaron a dudar, a través de sus experimentos, acerca de que la física que aprendieron de Newton fuera correcta; así desarrollaron una física nueva: la física cuántica. Pero también en este ámbito se plantean dudas, que obligan al investigador de la naturaleza a analizar con mayor exactitud la naturaleza y sus leyes.

Un proverbio de la India lo expresa de una manera muy hermosa: «La duda es la sala de espera del conocimiento». La duda no se conforma con los conocimientos que existen en este momento. Quiere saber más. Así que la duda es como un motor que ha impulsado a filósofos, teólogos y científicos a seguir investigando. Sin la duda no habríamos alcanzado nunca el nivel actual de nuestros conocimientos.

El investigador científico empieza poniendo en duda los resultados que se han alcanzado en la investigación hasta el momento: ¿es esta la última verdad? ¿O solo hemos analizado la superficie? La duda obliga al científico a realizar experimentos para confirmar lo aprendido hasta ahora, o para ponerlo en duda. A partir de aquí, la duda obliga a investigar las cosas con mayor profundidad hasta que el científico se da por satisfecho. Pero esta satisfacción no es nunca una satisfacción definitiva. Por eso el investigador siempre irá poniendo en duda lo aprendido hasta el momento para explorar con mayor precisión la realidad.

Uno de los mayores escépticos entre los filósofos fue E.M. Cioran, que era originario de Rumanía, estudió filosofía en Berlín y después vivió en Francia. Según él, Friedrich Nietzsche no fue suficientemente radical. Cioran duda de todo, también del sentido de la vida. Pero una cosa de la que no duda es del poder de la música. Así escribe en un aforismo: «La duda aparece en todas partes, con una excepción remarcable: no existe una música escéptica» (Cioran, Werke, 1976). Y en otro aforismo dice: «A excepción de la música, todo es un engaño, incluso la soledad, incluso el éxtasis» (1924). Y cuando una vez escuchó El arte de la fuga tocado al órgano en la iglesia de Saint-Séverin, no dejaba de repetirse: «Esta es la refutación de todas mis maldiciones» (Ibídem, 1921).

¿Cómo te ha ayudado la duda a conseguir conocimientos nuevos? ¿Sabes dudar de las cosas que aparecen publicadas en los diarios? ¿Aceptas los resultados de las diferentes investigaciones actuales, por ejemplo, en el campo de la alimentación sana? ¿Qué ocurriría si aceptaras todo lo que te presentan como resultado de diferentes investigaciones? Existen muchas propuestas diferentes de cómo nos tendríamos que alimentar. Si lo aceptases todo sin reflexionar, tendrías que cambiar cada año de tipo de alimentación. Pero, ¿cómo te ayuda la duda a encontrar el camino correcto para ti y para tu alimentación? Verás que la duda te obligará, a pesar de todo, a decidirte por un camino para tu alimentación y tu forma de vivir. Está claro que en ello no te pueden ayudar los resultados de las diferentes investigaciones, que con frecuencia han sido encargadas por grupos de interés. Pero ayuda a que tu propio sentido encuentre entre todas las ofertas la que se ajusta más a tu forma de ser.

¿Cuál es para ti el punto del que no se puede dudar? Para Descartes es el cogito ergo sum. ¿Cómo definirías el terreno sobre el que te encuentras y del que no dudas? ¿Se trata de la música como para Cioran? ¿O sientes una certeza interior en la fe cuando asistes al culto divino?

Reflexiona sobre cómo la duda te ha llevado a conseguir conocimientos nuevos. ¿Cómo utilizaste la duda para aprender la verdad?

Conoces la duda filosófica de los niños. Los niños lo preguntan todo: ¿por qué esto es así? Los niños dudan de todo. No se conforman con las respuestas convencionales. Quieren que a través de la duda los adultos se vean obligados a explicarles con mayor precisión qué es correcto, y a partir de ahí podrán avanzar. ¿Cómo respondes ante las dudas de tus hijos? ¿Respondes a sus preguntas, o las pasas por alto como si no tuvieran sentido? Harías bien en plantearte las dudas de los niños. Eso te brinda mayor claridad sobre ti mismo y sobre tu camino, y sobre todo aquello de lo que hasta ahora no has dudado, sino que lo has aceptado sin cuestionártelo.

Aceptar la duda

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