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2. La duda en las relaciones personales

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Escucho con frecuencia, en diferentes conversaciones: «No sé si estamos hechos el uno para el otro. Dudo sobre si mi amiga/amigo es la pareja ideal para mí, sobre si juntos seremos realmente felices». Toda relación implica una duda. Debo tomar en serio la duda y no pasarla por alto. Ahora bien, me debo preguntar si la duda está diciendo algo sobre mí, sobre mi inseguridad para entregarme a otra persona, sobre mis expectativas demasiado elevadas, que ansían encontrar el compañero perfecto o la compañera perfecta. En este punto, la duda es una invitación para despedirse de las expectativas demasiado elevadas puestas en la persona con la que me quiero casar. En este caso, la duda me obliga a contemplar a dicha persona de manera realista y aceptarla tal como es. Este tipo de duda no duda de la persona en sí, sino solo de si se ajusta a las ilusiones que me he hecho sobre ella.

Pero también me tengo que plantear si la duda me está dando una información importante sobre dicha persona. En este caso, la duda me obliga a contemplar con mayor profundidad a la persona. ¿Qué es lo que me hace dudar de ella? ¿Tengo la sensación de que hay algo que no encaja en ella? ¿O irradia algo que me hace dudar de que sea sincera, de que vaya a ser fiel, de si puedo entregarme a ella? ¿Su imagen exterior se corresponde con su verdadero ser? ¿Sus palabras concuerdan en todo con lo que transmite desde su interior? Esta duda me obliga a comprobar la confianza. Observo si el amigo guarda el secreto de lo que le explico. Si le dice a los demás lo que le he explicado en confianza, entonces mi duda se verá reforzada. En consecuencia, no le confiaré nada más que sea personal. También compruebo la confianza de otra manera. Analizo mis sensaciones cuando estoy con él. ¿Me siento bien, seguro, acogido? ¿O me surgen dudas de que todo eso solo sea un espejismo, de que nuestro amor pueda perdurar? También puedo ir observando de vez en cuando si nuestro amor y nuestra confianza crecen, o si la duda se vuelve más fuerte.

También existe otro tipo de duda sobre la pareja. Siento que mi pareja no encaja bien conmigo. No obstante, ahogo la duda con argumentos, como: «Nos conocemos desde hace tanto tiempo. No vale la pena ponerse a buscar otra pareja. No tengo ninguna garantía de encontrar a alguien mejor». Cuando le pregunto a los miembros de un matrimonio después de la separación si tuvieron dudas sobre su pareja al conocerse y al principio de su relación, la mayoría reconocen que las tuvieron, pero no quisieron dar espacio a la duda. Estaban contentos de haber encontrado a alguien con quien se entendían. No se puede dar por supuesto que se va a encontrar una buena pareja. Por eso se acalla la duda con argumentos racionales: «Los defectos del otro no son tan graves», o «Cambiará gracias a mi amor». Una mujer me explicó que tenía dudas de que su pareja bebiera demasiado alcohol y que se pudiera convertir en un alcohólico, pero obvió esa duda. Creía que a través de su amor podría solucionar el problema de su marido. Se había sobrevalorado. No tomó en serio sus dudas y su relación fracasó.

Otra mujer consideraba imprescindible casarse con un hombre creyente. En un grupo de oración conoció a un hombre que era muy devoto. Se hicieron amigos; sin embargo, cuanto más lo conocía, más sentía que no tenía solo un lado devoto, sino que detrás de la fachada de devoción albergaba rasgos de inmadurez, egocentrismo y narcisismo. Ahora bien, creía que la fe lo cambiaría todo, así que dejó de lado sus dudas. Pero en algún momento se tuvo que decir: «No puedo vivir con este hombre. La devoción por sí sola no es suficiente. Sí, la devoción de mi marido solo oculta una personalidad narcisista. Se esconde detrás de su devoción, de manera que realmente no puedo tomar en serio al hombre que hay detrás». Así supo que no era posible tener una relación con dicho hombre. Esto la llevó a tomar sus dudas mucho más en serio. Con frecuencia, la duda es una información importante sobre la persona de la que dudo. Debo tomar en serio las dudas, sin entregarme a ellas. Debo hablar con las dudas para encontrar claridad.

Y también durante la relación pueden aparecer las dudas en uno de los dos: ¿es realmente fiel? ¿Estamos hechos el uno para el otro? Estas dudas que surgen durante la relación se deben tomar en serio. Entonces, también tengo que analizar mis dudas y preguntarme si la duda surge solo de mis ansias de perfección, o si indica algo quebradizo en la relación. En ese caso sigo teniendo la libertad de cómo reacciono ante dicha duda, si rebajo mis elevadas expectativas, o si le explico mis dudas al otro para hablar con él sobre lo que me parece que no va bien y lo que me plantea dudas. En este caso, una conversación sincera puede conducir a una confianza renovada y a una calidad nueva en la relación.

Con frecuencia, las dudas no se basan en el comportamiento del otro. Se trata sencillamente de dudas existenciales que son solo mías y que aparecen sobre todo en mí. En ese caso, sería conveniente tomarse en serio las dudas y pedir la bendición de Dios para nuestra relación. A veces, las dudas sobre la relación son realmente dudas sobre mi vida en general. No sé si lo que estoy viviendo es lo correcto. No estoy seguro. Esta inseguridad nos pertenece. La tenemos que afrontar y decirnos: «Nunca tendremos la certeza absoluta. Confío en que Dios bendiga mi vida y mi relación». Así, las dudas son siempre una invitación a confiar en Dios y, de esta manera, también en la relación.

Las dudas en las relaciones tienen también otra función. Un proverbio español dice: «No acuses si tienes dudas». A veces acusamos a nuestra pareja de que no ha sido fiel, o de que ha hecho esto o aquello, o que no lo ha hecho. En ese caso es de ayuda el refrán español. Mientras no estemos seguros, mientras dudemos de lo que sabemos, no deberíamos acusar o responsabilizar a nuestra pareja. La duda nos tiene que contener e invitar a investigar más a fondo si nuestra duda se ajusta verdaderamente a la realidad. Debemos tener cuidado con nuestras suposiciones.

Existen matrimonios que no dudan en absoluto de su pareja, pero que, a pesar de ello, acaban decepcionados. Una mujer me explicó: «Siempre he confiado en mi marido. Estaba segura de que me era fiel. No lo dudé nunca. Y de repente tuve que reconocer que tenía una amiga con la que había iniciado una relación sexual». Está bien que en una pareja las dos partes confíen incondicionalmente el uno en el otro. No sería bueno para ninguno de los dos poner continuamente en duda la fidelidad del otro. Pero también es cierto que no nos deberíamos sentir demasiado seguros en una relación. Una pequeña duda me podría impulsar a prestarle más atención a mi pareja. Una pequeña duda puede mantener la chispa en una pareja.

Siéntate en silencio e imagínate a tu compañero, a tu compañera, a tu amigo, a tu amiga. ¿Confías totalmente en él/ella? ¿Puedes confiar en cualquier caso? ¿En qué momento aparecen las dudas? Analiza esta duda con mayor detenimiento, habla con las dudas. No las reprimas. Déjalas aparecer. Pero intenta profundizar en la duda. ¿Son solo las dudas existenciales, las que proceden de nosotros mismos y tenemos sobre todos los demás porque nunca tenemos la certeza absoluta sobre nosotros y sobre los demás? ¿O se trata de dudas muy personales sobre tu pareja? En ese caso imagínate que sí, que tienes esas dudas. Pero ¿qué experiencias de fidelidad, de fiabilidad, de claridad, de amor has tenido con él/ella? Habla con tu pareja de tus dudas y sobre la confianza que le tienes. Si habláis abiertamente sobre las dudas mutuas y sobre el ansia de confiar el uno en el otro, entonces se pueden resolver las dudas y puedes lograr una nueva certeza en la relación.

Al final de todas las conversaciones con tu pareja y al final de tus reflexiones y de todas las sensaciones que surgen en ti, te tendrás que decidir. ¿Puedo tomar partido en cuerpo y alma por mi compañero, mi compañera? Si tomas una decisión clara, será de ayuda para superar las dudas y para reforzar la confianza en el otro. La decisión te libera de las cavilaciones constantes sobre tus dudas. Te has enfrentado a las dudas y no las has dejado de lado, pero ahora te decides por tu pareja y dejas atrás las dudas. Cuando se analizan a fondo las dudas y se habla con la pareja, entonces se pueden obviar las dudas si vuelven a aparecer. Después de la decisión, no podemos evitar que las dudas vuelvan a aparecer. Entonces tenemos que decir: «Basta. He tomado una decisión. Me niego a que las dudas debiliten constantemente mi decisión a favor de mi pareja».

Aceptar la duda

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