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ОглавлениеFAMILIA Y PRIMEROS AÑOS
La gens Annia, en cuyo seno nació Marco, no era especialmente célebre en los anales de Roma. Había dado dos cónsules en el siglo II a. C., pero el único Annio que alcanzó fama —o notoriedad— fue Milón, el político carente de escrúpulos cuyo recurso a la violencia contribuyó a destruir la república libre. En realidad, los Annio se hallaban dispersos tanto por las provincias como por Italia; y en el momento en que aparece por primera vez, a mediados del siglo I d. C., la familia de Marco estaba asentada en la provincia de la Bética, en el sur de Hispania. Su patria chica era la pequeña localidad de Ucubi (Espejo), a unos pocos kilómetros al sureste de Córdoba. La primera información sobre la presencia de un Annio en esta región es del periodo de la guerra civil entre César y los pompeyanos. Un hombre llamado Annio Escápula, «del máximo rango e influencia en la provincia», estuvo implicado en una conjura para asesinar al gobernador de César, el odiado Q. Casio Longino, y fue condenado a muerte. Alrededor de un siglo más tarde, Annio Vero, bisabuelo de Marco, fue nombrado senador. Durante los reinados de Claudio y Nerón, las élites coloniales de Occidente, en especial las procedentes de las provincias Bética, Tarraconense y Narbonense, comenzaron a adquirir relevancia. La influencia de Séneca, natural de Córdoba, y Burro, de Vaison, ayudaron sin duda a su auge. El primer Annio Vero pudo haber sido uno de los beneficiados. Podemos suponer que fue un hombre adinerado; y la fuente probable de su fortuna debió de haber sido el aceite de oliva. En la Historia Augusta se dice que fue «hecho senador pretoriano», es decir, que se le concedió el rango de ex pretor. Es de suponer que se trató de una recompensa por servicios prestados en la guerra civil del 68-70. El segundo Annio Vero, abuelo de Marco, fue elevado al patriciado por Vespasiano y Tito durante su censura, en los años 73-74. Ambas promociones pudieron haber tenido lugar al mismo tiempo.[1]
Aquel fue el inicio de una carrera extraordinaria cuya mayor parte permanece, sin embargo, oculta. Lo cierto es que el año del nacimiento de Marco, el 121, iba a ser conocido en las actas romanas como el del segundo consulado de su abuelo. El joven neopatricio había realizado un buen matrimonio al casarse con la hija de una familia de posición notable. Su esposa fue Rupilia Faustina, hija de Libón Rupilio Frugi. No se conoce ningún otro Rupilio de este periodo, pero los nombres de Libón y Frugi deben de significar que era descendiente de Craso Frugi, cónsul del año 27, y de su esposa Escribonia y, a través de ellos, de Pompeyo, de los Calpurnio Pisón y de otras casas de la nobleza republicana. El nombre de su hija, Faustina, podría indicar, incluso, que descendía del dictador Sila. La esposa de Libón Frugi, madre de Rupilia Faustina, era también, sin duda, una mujer de buena posición. Su nombre nos es desconocido, pero se ha conjeturado que se trataba de Matidia, madre de la emperatriz Vibia Sabina, nacida de otro marido. Si Annio Vero compartió suegra con Adriano, este dato podría ayudar a explicar su gran influencia. Matidia falleció en el año 119, y los pasajes de la oración fúnebre pronunciada por Adriano revelan que este se sintió muy unido a ella.[2]
Desconocemos cuáles fueron las ocupaciones de Annio Vero durante el reinado de Domiciano. Aparece en el agitado año 97, cuando el cargo de cónsul fue cubierto por un número insólitamente grande de personas cuidadosamente seleccionadas. Annio Vero, cuya edad superaba probablemente por poco la treintena, fue uno de ellos. Su colega en el consulado fue el jurista L. Neracio Prisco, procedente de una familia del sur de Italia que había adquirido prestigio recientemente bajo la dinastía Flavia. Su ejercicio del cargo solo fue notable por un asunto: un decreto del Senado que prohibía castrar a los esclavos. En el año 97 fue también cónsul un tal Arrio Antonino, que ocupó el cargo por segunda vez, al igual que su colega L. Vibio Sabino, marido de Matidia, sobrina de Trajano. Antonino había sido cónsul en una primera ocasión durante otro año agitado, el 69, el de los cuatro emperadores. Cuando su amigo Nerva fue nombrado emperador en septiembre del 96, Antonino no le dio la enhorabuena: felicitó al Senado, al pueblo y a las provincias, pero no a aquel hombre, lo bastante desafortunado como para haber sido elegido emperador. Plinio el Joven fue amigo y admirador de aquella persona culta cuyo nieto iba a ser el futuro emperador Antonino Pío.[3]
Annio Vero y Rupilia Faustina tuvieron tres hijos: dos niños, Vero y Libón, y una niña, Annia Galeria Faustina. El hijo mayor se casó con Domicia Lucila, hija de otro patricio, P. Calvisio Tulo Rusón, y de Domicia Lucila la mayor. Lucila la mayor había heredado una enorme fortuna, una riqueza que procedía sobre todo de su abuelo materno, Curtilio Mancia, y de su abuelo paterno por adopción, el orador Cn. Domicio Afro. La herencia se describe prolijamente en una de las cartas de Plinio.
Las circunstancias de aquel hecho fueron que Curtilio Mancia (cónsul en el 55, al comienzo del reinado de Nerón) había concebido una violenta antipatía contra su yerno Domicio Lucano. En su testamento dejó su fortuna a Lucila, pero solo a condición de que fuera liberada de la tutela paterna —no quería que Lucano tocara ni un céntimo—. Lucano accedió. Pero la muchacha fue adoptada de inmediato por Tulo, hermano de Lucano. Los hermanos tenían sus propiedades en común, «y de ese modo se frustró la finalidad del testamento», explicaba Plinio, quien añade detalles interesantes sobre los dos hermanos Domicio, miembros destacados de la nueva aristocracia. Tulo y Lucano habían sido adoptados por Domicio Afro, quien había tomado medidas para arruinar al verdadero padre de ambos, Curvio. El motivo de la carta de Plinio fue la muerte de Tulo; «lisiado y deforme en todos sus miembros, solo podía disfrutar de su fortuna con la mirada, y ni siquiera podía volverse en la cama sin ayuda. Un detalle sórdido y lamentable es que tenía, incluso, que hacerse limpiar y cepillar los dientes». La inmensa riqueza de aquel anciano decrépito había atraído a una multitud de cazadores de fortunas. Al final, «en el momento de la muerte, resultó ser mejor que en vida», pues su familia fue, en definitiva, la más beneficiada, ya que dejó como heredera principal a Lucila, su hija adoptiva. Plinio ofrece un cúmulo de historias familiares complicadas y embarazosas. «Aquí tienes todas las habladurías de la ciudad, pues todos los chismes se refieren a Tulo».[4]
Al parecer, las disposiciones de aquel famoso testamento fueron grabadas en un imponente monumento de mármol de la Vía Apia. El testador, que redactó su documento el verano del 108, no se nombra en las secciones de la inscripción que se han conservado. Por la mención de la que, al parecer, era su familia se suponía que debía llamarse «Dasumio». El descubrimiento de un nuevo fragmento, y un estudio posterior, demostraron que, si bien una de las beneficiarias era una dama llamada Dasumia Pola, no se trataba de la hija del testador, mencionada como la primera de cuatro herederos principales. Dasumia pudo haber sido la viuda de Tulo. Al carecer de hijos, el testador pedía que «su muy especial amigo» llevara su nombre. Este hombre, el segundo heredero mencionado, puede identificarse como el marido de Lucila, yerno de Tulo y conocido a partir de ese momento como P. Calvisio Tullus Rusón. Otro amigo íntimo mencionado en el documento es Julio Serviano, cuñado de Adriano. Serviano supervisaría el funeral, y sus libertos portarían el féretro.
Los contactos del viejo Tulo con los Dasumio pueden explicar su orden de que se erigiera un monumento en Córdoba. Media docena de miembros de esta familia aparecen documentados en la Bética, en la propia Córdoba, en Sevilla y en la cercana Ilipa, y en Cádiz. También Marco debió de haber tenido algún Dasumio entre sus antepasados, pues su biógrafo relata la leyenda de que descendía del «rey salentino Malemio, hijo de Dasummus, fundador de Lupias». Se trata del tipo de genealogía ficticia que los romanos inventaban gustosos basándose en algún nombre de familia. También Adriano tenía, por lo demás, vínculos con los Dasumio: podemos suponer que un hombre llamado L. Dasumio Adriano, cónsul sufecto en el 93, fue primo suyo. Estos vínculos ayudan a explicar el importante papel de Julio Serviano, marido de la hermana de Adriano, en el testamento. Pero, sobre todo, la carta de Plinio y la gran inscripción ilustran conjuntamente la preeminencia social y la inmensa fortuna de la abuela materna de Marco, Domicia Lucila la mayor.[5]
Lucila tuvo otros hijos, además de la que llevó su propio nombre. Pero quien adquirió una gran parte de su fortuna, incluido el enorme tejar para la fabricación de ladrillos situado a las afueras de Roma, fue Lucila la menor. Esta fuente de riqueza había sido obra de Domicio Afro, y como en Roma se había dado un auge casi continuo en la construcción a partir del gran incendio de tiempos de Nerón, se entiende fácilmente el incremento de la fortuna familiar.[6]
Lucila la menor y su marido Vero tuvieron dos hijos, Marco, nacido en el año 121, y su hermana menor, Annia Cornificia Faustina, nacida probablemente en uno de los dos años siguientes. El padre de Marco falleció joven, siendo pretor. Como patricio, debería haber sido cónsul a la edad mínima de treinta y dos años, dos después de haber desempeñado la pretura. Su hermano menor, Annio Libón, fue cónsul en el año 128, y difícilmente pudo haber sido pretor después del 126. Vero tuvo que haber ejercido la pretura antes de esa fecha, y el 124 es el año más probable de su muerte. Por tanto, es probable que Marco apenas conociera a su padre, aunque más tarde diría de él: «De la reputación y memoria legadas por mi progenitor [aprendí] el carácter discreto y viril». De hecho, el biógrafo atribuyó a Marco cualidades similares. Lucila fue fiel al recuerdo de su marido y no volvió a casarse. De haber vivido Vero el joven, habría alcanzado con seguridad un lugar distinguido en la vida pública de Roma.[7]
En el año 126, Vero, el abuelo de Marco, volvió a ser cónsul por tercera vez, lo que constituyó una enorme señal de honor, pues el propio Adriano no ocupó el cargo en más de tres ocasiones. Vero fue el primer hombre a quien Adriano concedió tal distinción. Hubo, no obstante, otros que ejercieron su segundo consulado antes que Vero. Uno de ellos fue Catilio Severo, cónsul un año antes que él. De todos modos, Julio Serviano, cuñado del emperador, ocupó el consulado por segunda vez ya en el 102, pero en ese momento fue superado por Vero, una persona con buenos contactos. En una inscripción se ha conservado un curioso poema en el que un hombre llamado Urso se describe a sí mismo como el principal jugador del «juego de la pelota de cristal». No obstante acaba confesando haber «sido derrotado por mi patrón, Vero, tres veces cónsul, y no en una ocasión sino a menudo». En un primer momento se supuso que el tal Urso era un deportista profesional. Pero se ha propuesto una explicación ingeniosa según la cual el jugador de pelota no es otro que Julio Serviano —que había adoptado el nombre de Urso muchos años antes—. Según una interpretación todavía mejor, el «juego de la pelota de cristal» —desconocido, por lo demás y poco verosímil, podríamos decir, como deporte vigoroso, aunque es posible que se refiera a un juego parecido al de las canicas— sería una forma burlona de referirse al juego de la política.[8]
Las razones del éxito político de Annio Vero deberán seguir sin aclararse. Ni el prestigio del linaje de su esposa Rupilia Faustina, ni los vínculos de su nuera Lucila con los Dasumio parecen suficientes para explicarlo. Es posible que también Annio Vero tuviera algún parentesco con los Elio. Casio Dión creía, evidentemente, que Adriano había favorecido a Marco por su «parentesco». Más tarde afirma que Marco, «cuando todavía era un muchacho, agradaba tanto a sus muchos parientes poderosos y ricos que era querido por todos», y que «Adriano lo adoptó principalmente por esa razón».[9]
Marco fue educado en su niñez en el hogar de sus padres, sobre el monte Celio, una de las siete colinas de Roma, a la que más tarde llamaría con afecto «mi Celio». En tiempos del imperio, el monte Celio era un distrito elegante de la ciudad ocupado por las principales familias. Contaba con pocos edificios públicos, pero con muchas espléndidas mansiones aristocráticas, la más imponente de las cuales era el Palacio Laterano, antigua posesión de Nerón, obtenida mediante confiscación, y propiedad imperial a partir de entonces, que se alzaba en el lugar donde ahora se encuentra la basílica de San Juan de Letrán. En la época romana se hallaba al lado de los cuarteles de los Guardias Montados Imperiales, los equites singulares. Cerca también del Laterano se alzaba el palacio del abuelo de Marco, donde este pasó gran parte de su niñez. El monte Celio se encontraba en el borde meridional de Roma. Desde él, en dirección norte, se podían ver, más allá del Circo Máximo, el Palatino, con sus palacios imperiales, el Foro, el Coliseo y los Baños de Trajano. En un primer plano se hallaba el templo colosal del Divino Claudio y, a caballo sobre la zona entre el Laterano y el centro de Roma, el gran acueducto que llevaba a la ciudad el Aqua Claudia y parte del Aqua Marcia.[10]
Si los padres de Marco siguieron la práctica tradicional, su padre tendría que haber reconocido como suyo al niño depositado a sus pies levantándolo del suelo. Nueve días después de este acto se celebraba la ceremonia de la purificación, en la que se daba nombre al niño. Fue entonces cuando se le impuso el praenomen de Marco, el único de sus nombres que llevó durante el resto de su vida. En esa ceremonia, el niño solía recibir regalos: un sonajero hecho con una cuerda a la que se ataban objetos tintineantes (crepundia) y un amuleto de oro (bulla), talismán contra el mal de ojo que llevaría alrededor del cuello hasta el momento de vestir la toga virilis, la prenda de la edad viril —en el caso de Marco, a los catorce años.[11]
Tras el alumbramiento, Lucila tuvo probablemente poco que ver con su hijo durante un tiempo. El historiador Tácito, que quizá estaba aún vivo cuando nació Marco, había escrito con cierta amargura, en su Diálogo sobre los oradores, acerca de los cambios en las costumbres de la nobleza en lo referente a la crianza de los niños:
Antaño, los hijos nacidos de madre honrada no se criaban en el cuartucho de una nodriza alquilada, sino en el regazo y en el seno de su propia madre, y esta tenía como principal motivo de orgullo velar por la casa y ser una esclava para sus hijos... Así se ocupó Cornelia, la madre de los Gracos, de la educación de sus hijos —según se nos ha dicho— y consiguió que llegaran a ser personajes de primera fila; y lo mismo hizo Aurelia con César... Pero ahora, el niño recién nacido se entrega a cualquier criadilla griega, a la que se agregan uno o dos siervos del montón, en general los peores, e incapaces para ningún quehacer serio. Aquellas almas tiernas y sin cultivar se impregnan al instante de los chismes y aberraciones de esta gente y nadie en toda la casa se preocupa de lo que se dice o hace en presencia del joven dueño.[12]
Hay constancia de que Marco estuvo al cuidado de «nodrizas». Al principio, una de ellas habría sido, sin duda, el ama de cría, cuyo deber consistía en alimentar al recién nacido. Esta impresión está confirmada por una mención a su nodriza en las Meditaciones:
Camino siguiendo las sendas acordes con la naturaleza, hasta caer y al fin descansar, expirando en este aire que respiro cada día y cayendo en esta tierra de donde mi padre recogió la semilla, mi madre la sangre y mi nodriza la leche.
El hecho de que las nodrizas fueran habitualmente griegas no tenía nada de accidental. Para un romano culto era esencial dominar el griego, y supondría una gran ayuda que la nodriza del niño hablase esa lengua, aunque se corría el ligero peligro de que el niño hablara luego latín con acento extranjero.[13]
No todos aprobaban la práctica de recurrir a amas de cría, pero se trataba de una costumbre muy arraigada. Aulo Gelio explica cómo acompañó al filósofo Favorino que había ido a visitar a uno de sus pupilos, un senador de familia noble. La esposa del senador acababa de tener un hijo, y Favorino quería darle la enhorabuena:
Cuando le hablaron de lo largo que había sido el parto y de las dificultades del alumbramiento, y de que la muchacha, rendida por el esfuerzo y por la falta de sueño estaba durmiendo en ese momento, comenzó a hablar explayándose. «Seguro», dijo, «que amamantará ella misma a su hijo, ¿verdad?». Pero la madre de la joven comentó que había que ahorrárselo y conseguir amas de leche, para que la fatigosa y difícil tarea de dar el pecho no se añadiera a los dolores sufridos en el alumbramiento.
Esto provocó un arrebato de cólera en Favorino:
Pensáis que la naturaleza ha dotado a las mujeres de pezones como si fueran lunares
y siguió hablando así durante un rato. Los argumentos utilizados por él eran un tanto falaces, pues afirmó:
Si quien prevéis que le dé la leche es una esclava o proviene de una familia servil y tiene, como suele ocurrir, origen extranjero o bárbaro, si es deshonesta, fea, carente de modestia y una borracha [una parte de esas desafortunadas cualidades podría transferirse a través de la leche al niño alimentado por ella].
Algunos autores modernos podrían estar de acuerdo, en principio, con la opinión de Favorino, aunque el efecto que presupondrían sería más bien psicológico que fisiológico. Favorino, un galo helenizado natural de Arlés, de quien se decía creíblemente que era hermafrodita, fue un eminente filósofo del reinado de Adriano y la primera parte del de Antonino Pío. Mantuvo una relación estrecha con los mismos círculos que la familia y amigos de Marco, y la joven madre cuyo comportamiento provocó su arrebato pudo haber sido muy bien Domicia Lucila. Aulo Gelio no da nombres.[14]
Al morir su padre, Marco fue adoptado por su abuelo Vero. Pero, en sus años tempranos, otro hombre desempeñó un papel importante como supervisor de su educación: L. Catilio Severo. De hecho, Marco llevó durante algunos años los nombres de Catilio Severo además del suyo original «Marco Annio Vero». Severo aparece descrito como su «bisabuelo materno». Al parecer, se casó con la viuda del viejo Domicio Tulo, convirtiéndose así en padrastro de Lucila la mayor. Aquella alianza habría sido valiosa para Catilio Severo, hombre de talento, pero sin ningún otro vínculo conocido con la aristocracia antigua o nueva. Catilio Severo procedía, claramente, de una familia italiana asentada en Bitinia. Tras un lento inicio de carrera logró destacar al final del reinado de Trajano y fue un apoyo decisivo para Adriano en su tormentoso acceso al trono, cuando Catilio estaba al mando de uno de los ejércitos orientales.[15]
No sabemos mucho acerca de Annio Libón, tío de Marco, excepto que fue cónsul en el año 128 como colega más joven de un miembro de la vieja aristocracia. Tenía un hijo llamado también Libón, nacido, probablemente, en torno al 130, y una hija llamada Annia Fundania Faustina. El segundo nombre de la hija es una clave valiosa para conocer la identidad de la esposa de Libón, que, según podemos suponer, fue Fundania, hija de L. Fundanio Lamia Eliano, cónsul del año 116. Como es natural, conocemos mucho mejor a Annia Galeria Faustina, tía de Marco, pues se casó con el futuro emperador Antonino Pío, que en ese momento tenía como nombre completo el de T. Aurelio Fulvo Boyonio Arrio Antonino. Antonino había sido colega menor de Catilio Severo en el consulado del 120. Recientemente se ha deducido la existencia de otra tía de Marco, cuarto vástago de Annio Vero el viejo y de Rupilia Faustina. Se afirma que fue esposa de C. Umidio Cuadrato, cónsul sufecto en el 118 y gobernador de Mesia Inferior al comienzo del reinado de Adriano. Cuadrato era miembro de una familia italiana de Casino, cerca de Nápoles, considerada aristocrática en ese momento, pues su fortuna se había cimentado en tiempos de Augusto y Tiberio. En su juventud, Cuadrato había sido amigo de Plinio, quien se mostró encantado de ver en él un abogado prometedor. En una carta característicamente sentenciosa, Plinio expresaba su satisfacción por que el joven Cuadrato había logrado «pasar su juventud y los primeros años de la edad adulta sin verse afectado por los escándalos», a pesar de vivir con su abuela, una anciana desenfrenada famosa por la compañía de bailarines que mantenía en su casa. Cuadrato se casó antes de cumplir veinticuatro años, pero en el 107, cuando Plinio escribía sobre él, todavía no tenía hijos. El hijo que tuvo con la hija de Vero nació probablemente hacia el 113 o 114.[16]
Las novias y novios conseguidos por Vero para sus hijos e hijas formaban, por tanto, un conjunto impresionante. Ya hemos examinado los vínculos de Domicia Lucila. El padre de Fundania descendía, según indican los nombres «Lamia Aelianus», de una familia ennoblecida en tiempo de Augusto. Además, su tía Plautia, casada tres veces, ocupaba el centro de un poderoso nexo aristocrático. Cuadrato, marido de una hija de Vero, no solo era noble, sino también amigo de Adriano. En cuanto a Antonino, procedía de una familia provincial originaria de Nemauso (Nîmes), en la Galia Narbonense. El fundador de su fortuna había sido su abuelo T. Aurelio Fulvo, cuya carrera había adquirido sus primeros brillos siendo legado legionario bajo el gran Corbulón, durante el reinado de Nerón. La carrera de Fulvo había ido viento en popa bajo los Flavios hasta ocupar la prefectura de la ciudad y desempeñar un segundo consulado. Su hijo, el padre de Antonino, había fallecido cuando este era un muchacho; y su madre, Arria Fadila, hija del famoso Arrio Antonino, había vuelto a contraer matrimonio con Julio Lupo, pariente lejano de la dinastía Flavia. Antonino nació en el año 86 y se casó, probablemente, con Annia Faustina en torno al 110, unos años antes del nacimiento de Marco. Tuvieron cuatro hijos, dos niños y dos niñas. Tres —los dos chicos y la hija mayor, Aurelia Fadila— murieron jóvenes. Pero Fadila sobrevivió lo suficiente como para contraer matrimonio con Lamia Silvano, hijo del cónsul del año 116 y hermano de Fundania. Al parecer, falleció en el año 134. Su hermana menor, llamada Faustina por el nombre de su madre, había nacido probablemente en torno al 130, pues se casó con Marco, su primo, en el 145 y todavía pudo tener hijos en una fecha tan tardía como en el 170.[17]
En las Meditaciones aparecen unos pocos atisbos de lo que fue la niñez de Marco con su abuelo. Marco Aurelio lo sitúa al frente de la lista de quienes pudo sacar provecho: «De mi abuelo Vero: el buen carácter y la serenidad». Por otra parte, algún tiempo después de la muerte de su esposa Rupilia Faustina, aquel hombre anciano tomó una amante con la que vivió sin tapujos. Marco se sintió agradecido en años posteriores porque el curso de los acontecimientos le impidió ser educado en el mismo hogar que aquella dama durante más tiempo del que le tocó vivir en él: es evidente que algo de ella o de su círculo podía haber representado una tentación en el camino de Marco. El comentario de las Meditaciones recuerda la observación del biógrafo de que Marco fue «un niño serio desde su primera infancia».
La madre de Marco tuvo un importante papel en su vida, a pesar de no haberlo alimentado personalmente en su niñez. Las cualidades que, según recordaba, habían influido en él fueron su «respeto a los dioses, la generosidad y la abstención no solo de obrar mal, sino, incluso, de incurrir en semejante pensamiento; más todavía, la frugalidad en el régimen de vida y el alejamiento del modo de vivir propio de los ricos». Esto último constituye, quizá, un homenaje especialmente sorprendente, habida cuenta de la excepcional fortuna heredada por Lucila. Hacia la mitad de su vida, Marco se sintió agradecido por el hecho de que su madre, «que debía morir joven, viviera, sin embargo, conmigo sus últimos años». Su correspondencia con Frontón está llena de referencias naturales y afectuosas a ella. Fue una dama de cierto talento y cultura, bastante competente en lengua griega. El gran orador ateniense Herodes Ático, que iba a ser instructor de su hijo, se había criado durante un tiempo en la casa de su padre —probablemente para aprender latín—, lo cual contribuyó, sin duda, a proporcionar a Lucila cierta afición por la cultura helénica.[18]
Marco cumplió siete años en el 128; era el momento en que los muchachos romanos iniciaban la educación elemental, aunque es probable que, siguiendo los principios de Quintiliano, se le hubiera enseñado ya a leer. Es posible que fuera entonces cuando se planteó la cuestión de si debía ser enviado a la escuela o ser educado en casa mediante tutores. En épocas anteriores, los padres más concienciados instruían personalmente a sus hijos en las materias más elementales, como lo hizo el gran Catón casi trescientos años antes del nacimiento de Marco, quien,
en cuanto su hijo dio señales de poseer inteligencia suficiente, se encargó de él en persona y le enseñó a leer, a pesar de que tenía un esclavo muy bien formado que era maestro de escuela... Catón consideraba un error que un esclavo regañara y tirara de las orejas a su hijo por ser lento en aprender la lección —y todavía apreciaba menos tener que deber a un esclavo un beneficio tan impagable como el de la educación—. Cargó sobre sí la tarea de ser su maestro en las primera letras, su tutor en el conocimiento de las leyes y su entrenador físico... y hasta escribió de propia mano con letras grandes una Historia de Roma para el muchacho.
No obstante, Catón fue un hombre excepcional incluso para su época. Su esposa no solo amamantó personalmente a sus hijos, sino que a veces daba el pecho a los bebés de sus esclavas, con lo cual se pasaba al extremo opuesto. En cualquier caso, Marco no tenía padre en el momento en que fue lo bastante mayor como para comenzar a leer. El propio Plinio, partidario de que los chicos asistieran a una escuela si estaba llevada por un hombre como su amigo Julio Génitor, solo aplicó este principio a la educación secundaria. Al recomendarle la escuela de Génitor para el muchacho, escribía a Corelia Híspula:
Hasta ahora tu hijo era demasiado joven para no estar a tu lado y ha tenido maestros en casa, donde hay pocas oportunidades, o ninguna, de descarriarse.[19]
Como es obvio, hubo algún debate en la familia sobre lo que debía hacerse, aunque la discusión no debió de haberse suscitado hasta que Marco estuvo listo para recibir la educación secundaria. La voz decisiva fue la de Catilio Severo, a quien Marco recordó más tarde con gratitud por ello:
De mi bisabuelo: el no haber frecuentado las escuelas públicas y haberme servido de buenos maestros en casa, y el haber comprendido que, para tales fines, es preciso gastar con largueza.
Tras las lecciones elementales de lectura, escritura y aritmética, la base de la educación romana consistía en enseñar al muchacho la lengua y literatura griegas, considerada por los romanos como algo esencial para una persona civilizada. Sus primeros maestros se llamaban Euforión y Gémino. A juzgar por su nombre, Euforión era griego y fue, probablemente, el responsable de su instrucción elemental en ese idioma. Gémino, cuyo nombre es latino, aparece descrito como actor, y su tarea pudo haber consistido, por tanto, en supervisar la pronunciación latina del muchacho y su dicción en general. Tanto Euforión como Gémino, desconocidos por lo demás, serían, sin duda, esclavos de la familia o libertos de los Annio Vero. Un tercer maestro se encargaba del cuidado general de Marco con la función de educator (tro∏eÚj, en griego), para velar por su bienestar moral y su desarrollo global. Desconocemos su nombre, pero Marco habla de él con gratitud en las Meditaciones: «De mi preceptor: el no haber sido de la facción de los Verdes ni de los Azules [en las carreras], ni partidario de los parmularios ni de los escutarios [entre los gladiadores]; el soportar las fatigas y tener pocas necesidades; el trabajo con esfuerzo personal y la abstención de excesivas tareas, y la desfavorable acogida a la calumnia».[20]
En el año 127, a la edad de seis años, uno antes, probablemente, de iniciar su educación, fue inscrito en la orden de los equites por nombramiento del propio Adriano. Ello le daba derecho a llevar un anillo de oro y una túnica con un ribete estrecho. El honor no era del todo excepcional —se conocen otros casos de niños nombrados a una edad muy temprana—, pero Marco era insólitamente joven. Al año siguiente, cuando tenía siete, fue incorporado por Adriano al colegio sacerdotal de los Salios. Los requisitos para el ingreso eran ser de nacimiento patricio y tener ambos padres vivos. En el caso de Marco faltaba el segundo, pues su padre había fallecido, pero la adopción por parte de su abuelo satisfacía, quizá, las exigencias legales; no obstante, el hecho de haber sido inscrito por Adriano, y no cooptado por el método normal, da a entender la existencia de una irregularidad y un favor especial por parte del emperador.
El nombre de los Salios venía de la palabra salire, «saltar» o «danzar», lo que indica el carácter de las ceremonias realizadas por ellos: danzas rituales. Encontramos a estos sacerdotes en diversas localidades de Italia desde los tiempos más remotos. En Roma estaban asociados al culto de Marte, dios de la guerra. Había dos cofradías, los Collini y los Palatini, de doce miembros cada una. Su atuendo sacerdotal era el antiguo uniforme de guerra italiano, la tunica picta, con una coraza cubierta por una capa militar corta, y un sombrero de fieltro de forma cónica. Portaban espada y en el brazo izquierdo llevaban el ancile, un escudo en forma de ocho que, según se suponía, era copia de un original caído del cielo como don del dios Júpiter a Numa Pompilio, segundo rey de Roma. En la mano derecha blandían una lanza o una vara. Dos veces al año desempeñaban una función destacada en ceremonias religiosas que señalaban el inicio y el final de la temporada de campañas: en el Quinquatrus, 19 de marzo, y en el Armilustrium, 19 de octubre. Otros días de esos dos meses salían en procesión por la ciudad portando sus escudos. De vez en cuando se detenían para realizar sus complicadas danzas rituales, golpeando los escudos con las varas y cantando su himno, el Carmen Saliare, un críptico canto religioso en latín arcaico, cuyas palabras eran casi ininteligibles en la época aquí estudiada. Al anochecer, ayunaban.
Marco se tomó muy en serio sus deberes como miembro de los Salios. Cumplió sucesivamente varias funciones sacerdotales y fue primer danzante, vates (profeta) y maestro de la orden. Su tarea en esta última función consistía en iniciar a los nuevos miembros y despedir formalmente a quienes la abandonaban. Aprendió de memoria las fórmulas arcaicas de modo que, en su caso, nunca fue necesario que se las leyeran en alto para que él las repitiese. Durante el tiempo en que Marco fue sacerdote salio se produjo un presagio que fue recordado (mucho más tarde, sin duda) como signo de su futura función. Cuando, según la costumbre, los miembros del colegio arrojaban sus coronas sobre el lecho del banquete del dios, la de Marco cayó sobre la frente del dios Marte, como si este la hubiera colocado allí, mientras que las demás fueron a dar cada una por su lado.[21]
No constan más detalles sobre los primeros años de su educación. Poco antes de cumplir los doce estaba ya listo para comenzar la educación secundaria a cargo de los grammatici. En su caso se han documentado también los nombres de otros dos maestros. El primero, Andrón, era «geómetra y músico». La formación matemática de Marco no comenzó, probablemente, hasta que hubo cumplido los once. La enseñanza musical debió de consistir principalmente en aprender canto. Por aquellas mismas fechas se le asignó otro maestro, el profesor de pintura Diogneto, quien, sin embargo, fue para Marco algo más que eso. Al parecer fue el primero en mostrar a Marco los atractivos de la filosofía —al menos como modo de vida—. Marco recordó en sus Meditaciones las lecciones aprendidas de aquel hombre:
De Diogneto: el evitar inútiles ocupaciones; y la desconfianza en lo que cuentan quienes hacen prodigios y hechicerías acerca de encantamientos y conjuración de espíritus y de otras prácticas semejantes; y el no dedicarme a la cría de codornices ni sentir pasión por esas cosas; el soportar la conversación franca y familiarizarme con la filosofía; y el haber escuchado primero a Baquio, luego a Tandasio y Marciano; haber escrito diálogos en la niñez; y haber deseado el catre cubierto de piel de animal, y todas las demás prácticas vinculadas a la formación helénica.
Fue entonces, a punto de cumplir los doce años (en abril del 132), cuando Marco se entusiasmó con la idea de adoptar la austera forma de vida de los filósofos, según anota su biógrafo.
Comenzó a adoptar la vestimenta y, poco después, los hábitos de resistencia de los filósofos. Estudiaba vestido con un tosco manto griego. Se acostaba en el suelo, y solo ante la insistencia de su madre consintió, a regañadientes, en dormir en un pequeño lecho cubierto con pieles.[22]
Por entonces florecían como nunca lo habían hecho antes todo tipo de magos y milagreros, y todavía iban a florecer más. Siendo emperador, Marco iba a conocer a uno de aquellos charlatanes a lo grande: Alejandro de Abonutico. El modo de vida filosófico adoptado por Marco a los once años parece, según la descripción que se da de ella, un intento de imitar a los cínicos, que para la gente corriente eran los filósofos practicantes más reconocibles en su momento, pues cultivaban la vida sencilla hasta la agresividad. El sardónico ensayista Luciano retrató a uno de los que practicaban la filosofía cínica, Peregrino, con palabras casi tan mordaces como las que empleó para despedazar las falaces pretensiones de Alejandro, el falso profeta y milagrero.[23]
La dedicación solemne y seria del muchacho a sus estudios impresionó a Adriano, que se interesó vivamente por su educación desde una fase temprana. El emperador, jugando con su nombre de Verus («verdadero», «veraz» o «auténtico») le dio el apodo de Verissimus, «el más verdadero». El nombre cuajó y se ha encontrado incluso en monedas y en una inscripción. Sin embargo, es evidente que Adriano no pudo haber visto muchas cosas de Marco durante aquella época de su niñez. En el 121, año del nacimiento de Marco, se hallaba en las Galias y a orillas del Rin. En el 122 estaba en Britania; en el 123 atravesó Hispania de camino al este, y celebró conversaciones con el rey de los partos en la frontera. Los años 124 y 125 los pasó en territorios de habla griega —en realidad, Adriano no volvió, probablemente, a Roma hasta el 127—. En el 128 volvió a visitar África, y tras un breve regreso a Roma partió para Atenas, las provincias orientales y Egipto. En el 131 se hallaba de vuelta en Roma, pero la guerra judía, que estalló en el 132 y duró cuatro años, requirió su atención. En su visita a Egipto, Adriano había perdido a su favorito, el hermoso joven bitinio Antínoo. Durante un tiempo se mostró inconsolable, y el joven fallecido fue deificado —asunto que provocó considerables murmuraciones entre la aristocracia—. Adriano no estaba ya tan en forma como antes, aunque en el año 132 tenía solo cincuenta y seis años. Comenzó a plantearse la cuestión de la sucesión. En el 134, Adriano nombró cónsul por tercera vez a su cuñado, Serviano, un hombre entrado en años. Aquella distinción tardía llevó, quizá a Serviano a esperar algo más —a pesar incluso de que Annio Vero, el abuelo de Marco, había recibido un honor similar—. Pero Serviano tenía un nieto, Pedanio Fusco Salinátor, entonces joven. Como sobrino nieto de Adriano, Fusco debería haber sido su legítimo heredero.[24]
Adriano pasó sus últimos años en su palacio campestre de Tívoli, al pie de las colinas sabinas, a 32 kilómetros al este de Roma. Aquel enorme complejo de salas, baños, teatros, lagos, pórticos, templos y jardines ornamentales era el orgullo y la alegría de Adriano. Ocupaba más de cincuenta hectáreas, con una circunferencia de varios kilómetros. Adriano la había mandado construir personalmente —y, sin duda, había participado en el diseño arquitectónico—. La llenó de originales o copias de obras de arte de todos los lugares que había visitado en sus viajes o de copias de edificios —de Tesalia, Atenas y Alejandría.
Adriano comenzó a construirse también un mausoleo, pues las criptas imperiales edificadas por Agusto en el Campo de Marte estaban llenas para entonces. La tumba de Adriano se levantaría frente al nuevo puente que había dado a Roma, el Pons Aelius. Puente y tumba han acabado siendo más famosos con las denominaciones de Ponte y Castel Sant’Angelo. Es posible que fuera en aquellos años de Tívoli cuando Adriano conoció y sintió afecto por Lucio Ceyonio Cómodo, casado entonces con la hija de Avidio Nigrino, uno de los hombres ejecutados por el emperador al comienzo de su reinado.[25] Ceyonio Cómodo era un joven de buen gusto que pudo haberle parecido atractivo a Adriano. Su familia era una de las que se habían encumbrado hasta la eminencia social basándose en los meritorios servicios prestados bajo la dinastía Flavia. Su abuelo había sido cónsul el penúltimo año de la vida de Vespasiano y fue uno de los únicos cuatro hombres que tuvieron el honor de ejercer el consulado ordinario durante su reinado sin ser miembros de la familia imperial (los otros dieciséis puestos fueron cubiertos con regularidad por Vespasiano y sus hijos). Luego, fue gobernador de Siria. Esta distinción era suficiente para permitir a sucesivas generaciones acomodarse en una vida de desahogo confiado y opulento y disfrutar de los honores tradicionales del Estado romano como un derecho hereditario, sin tener que ingresar en el servicio imperial como soldados y administradores. El segundo Ceyonio Cómodo fue cónsul en el año 106; y el Cómodo de quien hablamos, el tercero de la serie, iba a serlo en el 136. Su colega fue su hermanastro Sexto Vetuleno Cívica Pompeyano —los padres de ambos habían sido colegas en el año 106—. El abuelo de Cívica Pompeyano, como el de Cómodo, había estado al mando de legiones —y padecido una muerte violenta debido a los celos de Domiciano—. Para entonces, aquellos días habían concluido. La madre de Cómodo debió de haber sido una mujer notable. Solo conocemos su nombre, Plautia, y ningún detalle acerca de su personalidad, pero tuvo tres maridos, de los que el padre de Cómodo fue solo el primero. Al morir este, se casó con Avidio Nigrino, por lo que la esposa de Cómodo, Avidia, fue durante un tiempo hermanastra suya. Finalmente, tras el desafortunado final de Nigrino, contrajo matrimonio con Cívica Cerial, padre de Pompeyano, de quien tuvo otro hijo, Cívica Bárbaro, nacido probablemente en torno al 124. Ceyonio Cómodo tuvo un hijo que nació en diciembre del 130, y dos hijas, Ceyonia Fabia y Ceyonia Plautia. En el año 136, Adriano dispondría el compromiso matrimonial de Marco con una de ellas, Fabia.[26]
Pero presentar en este momento a Lucio Cómodo y su familia significa adelantar, muy ligeramente, los detalles conocidos de la vida de Marco. Según hemos mencionado, era normal que, entre los once y los doce años, los muchachos pasaran de las manos del litterator a las del grammaticus. Ese fue, probablemente, el momento en que se planteó la cuestión de si Marco debía formarse en casa o asistir a la escuela. Al final, se optó por un número mayor de tutores: uno griego, Alejandro de Cotieo, y dos latinos, Trosio Apro, de Pola, en el extremo nordeste de Italia, y Tuticio Próculo, de Sica Veneria, en la provincia de África. Aquellas tres personas debieron de haberse encargado de la educación de Marco hacia el 132 o 133. La tarea del grammaticus consistía en transmitir a sus pupilos el conocimiento de la literatura. Los estudiantes debían leer en alto pasajes de autores clásicos y aprenderlos de memoria, y su maestro comentaba cuestiones de estilo y les inculcaba las lecciones morales o filosóficas que podían hallarse en ellos. Nuestro conocimiento de los dos maestros latinos es escaso. Trosio Apro es un mero nombre, pero Tuticio Próculo fue recompensado más tarde por Marco con el rango de senador y un proconsulado.[27]
Alejandro de Cotieo, el preceptor griego, fue, en cambio, una conocida figura literaria de comienzos del siglo II, la principal autoridad en Homero. Fue también maestro del orador Elio Arístides, quien escribió una rebuscada oración fúnebre en honor de Alejandro en forma de discurso dirigido al pueblo de Cotieo, ciudad frigia de la provincia de Asia. Marco tenía un recuerdo favorable de Alejandro cuando escribió en sus Meditaciones:
De Alejandro el grammaticus: la aversión a criticar; el no reprender con injurias a los que han proferido un barbarismo, solecismo o sonido mal pronunciado, sino proclamar con destreza el término preciso que debía ser pronunciado, en forma de respuesta o de ratificación o de una consideración en común sobre el tema mismo, no sobre la expresión gramatical, o por medio de cualquier otra sugerencia ocasional y apropiada.
En el griego de las Meditaciones del propio Marco se ha detectado algo de esa formación: la insistencia en el contenido más que en el estilo complicado, en la elección cuidadosa del lenguaje y en algún que otro empleo de expresiones homéricas.[28]
Al cumplir los catorce años, Marco tomó la toga virilis, el atuendo de la virilidad. En ese momento se habría desprendido del amuleto de oro y la toga franjeada de su niñez y habría vestido la toga blanca lisa de los hombres. A partir de entonces era ya un ciudadano pleno, listo para participar en la vida pública. Pero su educación debía proseguir —en realidad, continuaría durante muchos años más, por imposiciones del rango al que iba a acceder y por sus propias inclinaciones—. Poco después de aquello, Adriano expresó el deseo de que se efectuara el compromiso matrimonial entre Marco y la hija de Ceyonio Cómodo. Marco celebró su decimocuarto cumpleaños en abril del 135, pero no sabemos si fue prometido a Ceyonia Fabia ese mismo año o en el 136. Los esponsales se celebraron probablemente en esta última fecha, pues la asunción de la toga virilis solía llevarse a cabo por costumbre en la fiesta de los Liberalia, el 17 de marzo —por lo que no pudo ser en el año 135—.[29] Un motivo adicional es que, una vez celebrado el compromiso, se le concedió un nuevo honor: el de la prefectura de la ciudad durante las feriae Latinae. Estas «fiestas latinas» se celebraban anualmente en Albano el mes de abril en una fecha fijada por los cónsules, que debían hallarse presentes personalmente en las ceremonias. Como esto suponía su ausencia obligada de Roma, nombraban un prefecto de la ciudad para que se encargase de la administración en su lugar. Tras la institución por parte de Augusto de un cargo de prefecto de dedicación plena, aquella función arcaica perdió cualquier significado real, pero se mantuvo y fue ejercida habitualmente por jóvenes miembros de la aristocracia o la familia imperial. Como los que hacían el nombramiento eran los cónsules, parece probable que fuese Ceyonio Cómodo quien nombró a su futuro yerno. Según su biógrafo, Marco «se comportó con gran brillantez al actuar en sustitución de los magistrados y participar en los banquetes del emperador Adriano».[30]
El ingreso en el círculo familiar de los Ceyonio Cómodo tuvo otro efecto importante en la vida de Marco: el conocimiento de un filósofo estoico, Apolonio de Calcedonia, que había sido instructor de Cómodo. El estoicismo era en ese momento la escuela filosófica de moda, y Apolonio uno de sus principales exponentes. Es indudable que Marco fue enormemente influenciado por aquel hombre, a quien nombra junto con solo dos más como una de las personas cuyo conocimiento agradece a los dioses. Más tarde estudiaría de manera regular con Apolonio.[31]
Otro acontecimiento familiar —el matrimonio de Annia Cornificia, hermana menor de Marco, con Umidio Cuadrato, al parecer primo carnal suyo— debió de haber ocurrido por aquellas mismas fechas. Se supone que, coincidiendo con esta boda, Domicia Lucila preguntó a Marco si daría a su hermana una parte de la herencia que le había dejado su padre. Marco respondió que se la entregaría toda. Se contentaba con la fortuna de su abuelo (a pesar de que este seguía aún vivo), y añadió que su madre podía legar a su hermana todas sus propiedades para que no fuera más pobre que su marido.[32]
A finales del 136 se produjo un suceso que conmocionó a los círculos dirigentes de Roma. Adriano había enfermado, y casi muerto, debido a una hemorragia. La inseguridad acerca del futuro generada por su estado de salud dio pie a especulaciones sobre su sucesor. Mientras Adriano se hallaba postrado en cama en las primeras fases de su enfermedad, pensó primero en Serviano, su nonagenario cuñado, a quien, a pesar de todo, había nombrado recientemente cónsul por tercera vez. La gente recordaba cómo Adriano había pedido en cierta ocasión a sus amigos con motivo de un banquete que le dieran los nombres de diez hombres competentes para ser emperadores, y luego añadió: «No, solo necesito saber nueve, pues ya tengo a uno: Serviano». Pero a continuación sufrió la hemorragia en Tívoli, y en medio de su enfermedad, ciertos actos de Serviano le parecieron sospechosos: «Había dado un banquete a los esclavos imperiales, se había sentado en la silla imperial junto a su lecho y a pesar de tener noventa años, solía marchar erguido al encuentro de la guardia pretoriana cuando estaba de guardia». Entretanto, Adriano oyó también informaciones de que ciertas profecías y augurios habían inducido a Pedanio Fusco Salinátor, nieto de Serviano, a esperar conseguir el poder imperial. Pero Adriano pensaba en otra persona y Serviano no pudo ocultar su disgusto. La desafortunada pareja fue obligada a suicidarse. Serviano, mientras ofrecía incienso a los dioses justo antes de fallecer, afirmó su inocencia y maldijo a Adriano: «Que suspire por la muerte y no pueda morir». En aquel momento, según el biógrafo de Adriano, se quitó la vida a muchos otros abiertamente o mediante engaños; y cuando falleció la emperatriz Sabina, quizá también en el año 136, se rumoreó que había sido envenenada por Adriano.[33]
Al final, Adriano anunció públicamente su elección de heredero y adoptó a Ceyonio Cómodo como hijo. Según el biógrafo, su único mérito era su belleza. Tras el asunto de Antínoo, los gustos de Adriano en esta materia eran demasiado conocidos, y el motivo aducido era también demasiado obvio (e improbable).[34]
La adopción pudo haber sido por parte de Adriano un acto de conciencia moral destinado a corregir lo que se había hecho a Avidio Nigrino, suegro de Ceyonio Cómodo. Se decía que en los meses iniciales del reinado de Adriano se había pensado en Nigrino como sucesor suyo, hasta que fue ejecutado en el 118 por «haber conspirado contra la vida del emperador». Por lo demás, pudo haberse tratado de un gesto de mera perversidad —un afán de Adriano de enfurecer a otros aspirantes—. La adopción tuvo, desde luego, ese efecto. Se realizó invitis omnibus, «contra la voluntad de todos». A ello pudo haberse añadido el deseo, conocido entre los grandes personajes, de ser sucedido por alguien de menor categoría, para que su propia reputación quedara realzada comparativamente ante la historia. Algunos creían que Adriano había pronunciado algún juramento de adoptar a Ceyonio Cómodo, aunque no se documenta ni cuándo ni por qué.[35] Sin embargo, ninguno de esos motivos parece verosímil. Tiene más sentido suponer que Cómodo fue adoptado por sus orígenes familiares y sus vínculos. La futura relación con Marco, a la que el propio Adriano había dado pie, era una parte importante de esos vínculos. Pero también había otros: Libón, tío de Marco, estaba casado con Fundania, prima de Cómodo; y Aurelia Fadila, prima de Marco, había contraído matrimonio con Lamia Silvano, primo de Cómodo. El gran favoritismo mostrado por Adriano a Annio Vero y la probabilidad de que el propio Adriano estuviera ligado a los Annio a través de los Dasumio y, quizá también, de Matidia, da a entender que Marco, nieto de Vero, formó parte del plan dinástico de Adriano desde el primer momento. Cómodo tenía un hijo joven, pero en el mejor de los casos no pasaba de los cinco años en el momento de su adopción. De ahí que, a largo plazo, el quinceañero Marco debiese parecer el probable sucesor. El biógrafo de la Historia Augusta afirma que Adriano sabía, por el horóscopo de Cómodo, que este no viviría mucho; y, desde luego, no disfrutaba de buena salud. Las intenciones de Adriano permanecen envueltas en un misterio que un estudioso moderno ha intentado disipar sosteniendo que Cómodo era hijo ilegítimo de Adriano. Pero faltan pruebas.[36]
La adopción constituyó la culminación de la creciente impopularidad de Adriano en el Senado. Las muertes de Serviano y su nieto habían causado una profunda impresión. Los círculos cultos de la capital recordaron, quizá, una carta de Plinio:
Me agrada oír que tu hija ha sido prometida a Fusco Salinátor, y te felicito por ello. La familia pertenece al patriciado, su padre es un hombre sumamente honorable, y su madre igualmente digna de elogio; él mismo es una persona estudiosa y erudita y hasta elocuente. Combina una sencillez infantil y un encanto juvenil con la seriedad de un hombre de edad madura... Te puedo asegurar que será un yerno mejor de lo que podrían imaginar tus deseos. Solo le queda darte lo antes posible nietos iguales a él...[37]
La adopción se celebró públicamente con espectáculos de juegos en el Circo Máximo y un reparto de presentes al pueblo de Roma y a los soldados. Cómodo tomó el nombre de Lucio Elio César y fue designado cónsul por segunda vez para el año 137; a finales del 136 se le concedió también el honor tribunicio —el summi fastigii vocabulum, «el título del más alto rango», según definió Tácito unos años antes aquella dignidad creada por Augusto—.[38] Adriano había decidido que el nuevo César marchara al ejército. Al iniciar sus nuevas obligaciones, no había causado buena impresión —la enfermedad le había impedido comparecer ante el Senado para pronunciar el discurso de agradecimiento a Adriano por su adopción—. Adriano consideró, sin duda, que una gira de servicio militar podría tener un efecto beneficioso. Elio fue enviado al Danubio, a Carnunto, con poderes de procónsul sobre las dos provincias panónicas. Entre las tribus germanas de Eslovaquia se había producido cierta agitación. La presencia de un miembro de la familia imperial habría sido un gesto calculado para recomponer la lealtad de las tribus del otro lado del Danubio, en particular los cuados, una poderosa tribu sueva que los emperadores romanos habían procurado mantener sometida a su protectorado por todos los medios. Los cuados fueron asentados en el valle del río March o Morava, que desemboca en el Danubio kilómetro y medio, aproximadamente, aguas abajo de la fortaleza de la legión XIV Gémina de Carnunto. El gobernador de Panonia Superior tenía su residencia en la ciudad, fuera de la fortaleza, y fue allí donde Elio César instaló su cuartel general. El valle del Morava formaba parte de una importante ruta comercial que corría en dirección norte-sur entre el Báltico y el Adriático, la Ruta del Ámbar. Carnunto y su provincia de Panonia Superior, que se extendía a ambos lados de dicha ruta, eran el gozne de unión entre las zonas occidental y oriental del imperio.[39]
En el invierno del 137, Elio César regresó a Roma. Tenía que pronunciar un importante discurso en el Senado el primer día del año 138. Pero durante la noche cayó enfermo. El medicamento que se le administró empeoró su estado, y Elio falleció aquel mismo día. Las referencias a que tosía sangre antes incluso de ser adoptado y a que su muerte fue causada por una hemorragia hacen pensar que era tuberculoso. Adriano prohibió la celebración de actos de duelo público, pues habrían impedido que se pronunciaran los importantes votos solemnes formulados por el Estado con motivo del año nuevo.[40]
En ese momento pareció cumplirse la maldición de Serviano. Adriano se sentía cansado de vivir y padecía hidropesía; deseaba morir, pero no podía. En enero del 138, aquel hombre perspicaz y supersticioso observó ya ciertos presagios de su muerte (o afirmó posteriormente que los había notado). El día anterior al de su cumpleaños, el 23 de enero, alguien entró en el Senado sollozando. El emperador se sintió visiblemente afectado. Al parecer, habló de su propia muerte, pero sus palabras resultaron ininteligibles. Luego tuvo un lapsus; quiso decir: «tras la muerte de mi hijo» (Elio César), pero dijo: «tras mi muerte». Era también obvio que tenía sueños inquietantes. Soñó que había pedido a su padre una pócima para dormir, y que había sido vencido por un león. Al día siguiente, 24 de enero, en su sexagésimo segundo aniversario, puso fin a las especulaciones sobre su sucesor. Convocó en su casa una reunión de los senadores más eminentes y respetados, es decir, una reunión del consilium, y acostado en su lecho les pronunció un breve discurso, cuyo contenido general fue registrado por Casio Dión:
La naturaleza, amigos míos, no me ha permitido tener un hijo, pero vosotros lo habéis hecho posible por medio de la ley. Entre estas dos clases de hijos se da la siguiente diferencia: el engendrado por uno mismo acaba siendo la clase de persona que quiere el cielo; el adoptado es el que alguien toma para sí como resultado de una elección deliberada. Un hijo natural puede ser mentalmente defectuoso o inválido. Uno elegido será, sin duda, sano de cuerpo y mente. Ese fue el motivo de que eligiera antes a Lucio [Ceyonio Cómodo], una persona como no podría haber esperado que llegase a ser un hijo mío, entre todos los demás. Pero como el cielo me lo ha arrebatado, he encontrado para vosotros como emperador en su lugar al hombre que ahora os doy, alguien noble, afable, compasivo y prudente, que no es ni lo bastante joven para obrar con precipitación ni demasiado viejo para ser negligente; alguien que ha sido educado según las leyes y ha ejercido la autoridad de acuerdo con nuestras costumbres ancestrales. De modo que no ignora ningún asunto concerniente al poder imperial, sino que puede abordar bien todos ellos. Hablo de Aurelio Antonino, aquí presente. Sé que no siente la menor inclinación a verse implicado en asuntos de gobierno y no desea ni de lejos tal poder; sin embargo, no creo que vaya a ignorarnos deliberadamente a vosotros o a mí, sino que aceptará el mando, incluso contra su voluntad.
Así fue como se anunciaron las intenciones de Adriano, quien encomendó formalmente a Antonino a los dioses.[41]
CUADRO II: Acontecimientos en la vida de Marco Aurelio | |
121 d. C. | 26 de abril: Nacimiento de Marco (Roma); su abuelo Vero es cónsul por segunda vez y prefecto de la ciudad |
c. 122 | Nacimiento de Cornificia, hermana de Marco |
c. 124 | Muerte del padre de Marco en el cargo de pretor |
126 | El abuelo de Marco es cónsul por tercera vez |
127 | Marco ingresa en el orden de los equites a los seis años de edad |
128 | Marco es nombrado salius Palatinus a los siete años. Comienza su educación primaria |
132 | Marco se siente atraído por primera vez por la filosofía a los once años |
133 | Comienza su educación secundaria |
135 | Adriano empieza a vivir en Tívoli |
136 | Marco toma la toga virilis a los catorce años (quizá, el 17 de marzo). Es designado prefecto honorario de la ciudad durante las fiestas Latinas |
Tras su decimoquinto cumpleaños, es prometido a Ceyonia Fabia, hija de L. Cómodo, cónsul de aquel año. Conoce a Apolonio el Estoico | |
L. Cómodo, adoptado por Adriano, pasa a ser L. Elio César. Cornificia, la hermana de Marco, se casa con Umidio Cuadrato | |
Suicidio de Serviano, cuñado de Adriano, y de Fusco Salinátor, nieto de Serviano | |
137 | L. Elio César, en Panonia |
138 | 1 de enero: Muerte de L. Elio César |
25 de febrero: T. Aurelio Antonino, tío materno de Marco, es adoptado por Adriano. Marco, de dieciséis años, y L. Cómodo el joven (Lucio) son adoptados por Antonino. Faustina, hija de Antonino, es prometida a L. Cómodo el joven. Marco se traslada a la casa de Adriano en Roma. Marco es designado cuestor para el 139. Antonino es designado cónsul para el mismo año | |
10 de julio: Muerte de Adriano (en Bayas); Antonino accede al trono. Se cancelan los esponsales de Marco con Ceyonia Fabia y de Lucio con Faustina | |
Marco es prometido en matrimonio a Faustina. Apoteosis de Adriano. Antonino recibe el nombre de Pío | |
139 | Pío es nombrado cónsul, y Marco cuestor (a los diecisiete años). Marco es designado cónsul para el año 140. Marco cumple funciones de sevir turmarum equitum Romanorum; adquiere el rango de princeps iuventutis; recibe el nombre de César; es cooptado a los principales colegios sacerdotales. Se traslada al palacio. Ha dado comienzo su educación superior, y su profesor más conocido es M. Cornelio Frontón |
140 | Marco es cónsul por primera vez a los dieciocho años, junto con Pío. Estudia con Frontón y asiste a los consejos imperiales |
142 | Frontón, tutor de Marco, cónsul (julio) |
143 | Herodes Ático, tutor de Marco, cónsul (enero) |
145 | Marco es cónsul por segunda vez, junto con Pío |
Final de la primavera: Marco, de veinticuatro años, se casa con Faustina | |
146-147 | Marco se vuelca con entusiasmo en la filosofía |
147 | 30 de noviembre: Faustina da a Marco una hija (Domicia Faustina) |
1 de diciembre: Marco recibe la tribunicia potestas; Faustina obtiene el nombre de Augusta | |
148 | 900 aniversario de la fundación de Roma |
149 | Faustina da a luz dos hijos gemelos: ambos mueren antes de haber cumplido un año |
150 | 7 de marzo: Faustina da a luz una segunda hija (Lucila) |
152 | Muerte de Cornificia, la hermana de Marco. Lucio es designado cuestor |
153 | Lucio ocupa el cargo de cuestor |
154 | Lucio es nombrado cónsul |
155 | Victorino, amigo de Marco, es nombrado cónsul |
151-160 | Marco y Faustina tienen más hijos |
155-161 | Muere Domicia Lucila, madre de Marco |
161 | Marco desempeña el consulado por tercera vez, junto con Lucio |
7 de marzo: Muerte de Antonino Pío. Marco, de treinta y nueve años, se convierte en emperador con los nombres de Imperator Caesar M. Aurelius Antoninus Augustus, junto con Lucio, que pasa a ser Imperator Caesar Lucius Aurelius Verus Augustus | |
31 de agosto: Faustina da a luz a dos gemelos (Antonino y Cómodo) | |
Crisis militar en Oriente. Inundación y hambruna en Roma | |
162 | Lucio es enviado al este |
Faustina da a luz un hijo (Annio Vero) | |
163 | Victorias romanas en Armenia |
194 | Lucio se casa con Lucila (en Éfeso) |
165-166 | Muerte de Antonino, hijo de Marco |
Victorias romanas contra Partia | |
166 | Regreso de Lucio a Italia |
Octubre: Celebración de un triunfo por las victorias en Oriente | |
c. 166 | Muerte de Frontón |
167 | Se propaga la peste en Roma |
Amenaza militar contra las fronteras del norte | |
168 | Marco y Lucio parten para el norte. Invernan en Aquilea |
169 | Enero: Muere Lucio a los treinta y nueve años de edad |
Marco (que tiene en ese momento cuarenta y siete años) regresa a Roma. Lucila contrae matrimonio con Pompeyano | |
Annio Vero, hijo de Marco, muere a los siete años | |
Otoño: Marco regresa con los ejércitos del norte | |
c. 170 | Nacimiento de la hija menor de Marco (Sabina) |
170-171 | Fracaso de la ofensiva romana. Invasión de Grecia e Italia |
172 | Marco derrota a los invasores. Comienza la ofensiva romana. Marco establece su base en Carnunto |
173 | Marco mantiene su base en Carnunto |
174 | Faustina y Sabina se unen a Marco en Sirmio |
175 | Sublevación de Casio en el este. Marco establece un armisticio con los sármatas |
Cómodo es llamado para acudir al frente desde Roma. Marco y la corte marchan al este | |
Muerte de Faustina a los cuarenta y cinco años de edad, aproximadamente | |
176 | Finales de otoño: Marco y Cómodo regresan a Roma |
23 de diciembre: Marco y Cómodo celebran un triunfo | |
177 | 1 de enero: Cómodo es nombrado coemperador a los quince años y desempeña el consulado junto con su cuñado Quintilo |
178 | Cómodo, de dieciséis años, contrae matrimonio con Crispina |
3 de agosto: Marco y Cómodo marchan al frente del norte | |
179 | Victoria de Roma sobre las tribus del norte |
180 | 17 de marzo: Muerte de Marco (cerca de Sirmio) a los cincuenta y ocho años de edad |
Luego, varios de los presentes debieron de haber relatado diversas anécdotas acerca de la ocasión. Una versión, en concreto, registra el efecto producido por la aparición de Antonino en una reunión del Senado en algún momento de aquel mismo mes de enero. Antonino había entrado sosteniendo por el brazo a su venerable suegro Marco Annio Vero. Adriano consideró aquella escena tan conmovedora que decidió adoptar a Antonino. Pero esa misma historia se aduce también como el motivo de que Antonino recibiera más tarde el nombre de Pío (Piadoso). Otros contaron también que, cuando Adriano estaba encomendando a Antonino a los dioses, su toga ribeteada había resbalado sin motivo aparente dejando al desnudo su cabeza, que, según la costumbre romana, se había cubierto para orar. Y el sello de anillo con un retrato suyo tallado en él se le deslizó súbitamente del dedo. Ambos hechos eran presagios de su cercano final, según dijo la gente.[42]
El motivo de la elección de Antonino no fue un impulso súbito. El biógrafo ofrece una descripción suficientemente detallada de su personalidad como para que aparezcan otras razones palmarias. Era muy rico. Poseía un carácter sosegado y benevolente. Era una persona culta y un buen orador, un hombre ahorrativo y un terrateniente consciente. Poseía todas estas cualidades en una proporción adecuada y sin ostentación. Sin embargo, sus cargos públicos no le habían dado una experiencia muy amplia. Aparte de la cuestura, la pretura y el consulado en Roma, solo había recibido dos nombramientos: el de miembro del grupo de cuatro consulares nombrados por Adriano para administrar justicia en Italia, y el de procónsul de Asia por el plazo de un año, probablemente del verano del 135 al del 136. La asignación de consulares a Italia fue una innovación de Adriano vista con malos ojos por el Senado —violaba una prerrogativa senatorial (la de administrar Italia mediante magistrados urbanos), y constituía un indicio de que el país iba camino de ser considerado una mera provincia—. Antonino fue destinado a la zona «donde se hallaban la mayoría de sus posesiones», es decir, Etruria y Umbría, probablemente. Más tarde se dijo que durante el desempeño de su cargo se produjo un presagio de su futuro reinado. Al subir al tribunal para impartir justicia, alguien exclamó: «Que los dioses te guarden, Augusto» —dándole, por tanto, el nombre imperial en vez del suyo—. Su proconsulado en Asia estuvo también marcado por un presagio. La sacerdotisa de Tralles le saludó con la expresión: «Salve, emperador», en vez de: «Salve, procónsul», su fórmula de saludo normal en las visitas que los procónsules le hacían, al parecer, con regularidad. En Cízico, otra ciudad de la provincia de Asia, se trasladó por inadvertencia la corona de la estatua de un dios a una estatua de Antonino. Para agradar a los crédulos se pudieron aducir, incluso, presagios anteriores. Tras haber servido como cónsul, en el año 120, se encontró en su jardín un toro de mármol que colgaba de un árbol por los cuernos. Su casa fue alcanzada por un rayo caído de un cielo sin nubes —pero no sufrió daño alguno—. En Etruria, unas tinajas que habían sido enterradas reaparecieron sobre el suelo. Enjambres de abejas se instalaron en estatuas de Antonino por toda Etruria. Finalmente, recibió frecuentes avisos en sueños de que, entre sus dioses domésticos, debía incluir una estatua de Adriano.[43]
Al margen de los presagios, Antonino era un hombre afable y acaudalado que había desempeñado un papel honroso, aunque no notable, en la vida pública. En realidad, parece ser que solo había pasado fuera de Italia el año de su proconsulado. Aparte de eso, no conocía las provincias, por no hablar del ejército, pues no hay constancia de que hubiese desempeñado ningún servicio militar y, en realidad, no es probable que lo hiciera. Un hombre de su posición, cuyos dos abuelos habían sido cónsules por partida doble, no necesitaba demostrar su valía de ese modo si no se sentía inclinado a hacerlo. Y Antonino no sentía tal inclinación: era un hombre pacífico. Este fue, probablemente, un factor nada trivial en la elección de Adriano, pues toda la política de su reinado había sido un programa de paz ligada a la seguridad. Es probable que a Adriano no le apeteciera ver como sucesor suyo a un hombre con ambiciones militares latentes.
Hasta aquí hemos hablado de la personalidad y cualidades del propio Antonino. Pero había otro factor. Una de las condiciones de su adopción fue que adoptara, a su vez, al joven hijo que había sobrevivido a Lucio Elio César, entonces de siete años, y a su propio sobrino Marco. La adopción de Antonino provocó resentimientos, como los había provocado la de Ceyonio Cómodo. «Todos se habían opuesto» a la adopción de Cómodo. La de Antonino «resultó dolorosa para muchos» —en especial para el prefecto de la ciudad de Roma, L. Catilio Severo, colega de Antonino en el consulado del año 120 (pero de más categoría, pues Severo era en ese momento cónsul por segunda vez)—. Era evidente que Catilio Severo estaba haciendo planes para asegurarse el trono. Sus planes, o al menos su reacción ante la elección de Adriano, fueron descubiertos. Fue retirado del cargo y le sucedió un patricio poco distinguido con los aristocráticos nombres de Servio Cornelio Escipión Órfito.[44]
El comportamiento de Catilio Severo es un indicio más de que la intención de Adriano había sido en todo momento garantizar la sucesión a Marco, su favorito «Verísimo» —y de que tales intenciones eran conocidas, o sospechadas, en los círculos gobernantes de Roma—. Catilio Severo era «bisabuelo» del joven Marco, quien, siendo un muchacho, había incluido en su nomenclatura los nombres de «Catilio Severo». Es sumamente verosímil que Catilio Severo se considerase a sí mismo un candidato más adecuado que Antonino, el tío de Marco, para el cometido de guardarle el puesto. Esta consideración estaba justificada desde el punto de vista de la categoría y la experiencia administrativa. Severo, cónsul en dos ocasiones y prefecto de la urbe, había sido también procónsul de África, y había ejercido previamente una notable carrera civil y militar. Había comandado una de las legiones de Germania, había servido en no menos de tres prefecturas en Roma, había sido gobernador de Capadocia y, a continuación, de Armenia durante la guerra contra Partia (era la única persona que había gobernado Armenia, una nueva provincia cedida por Adriano en el 117) y, luego, había sido condecorado por Trajano. En los días críticos de su acceso al trono, Adriano lo había trasladado al ejército de Siria, un puesto de máxima importancia.[45]
Es posible que Catilio Severo contara con aliados en su apuesta por el poder. La caída en desgracia de Umidio Cuadrato —otro tío de Marco, probablemente, y suegro de su hermana— está vinculada a la de Catilio, junto con un tercer nombre, el del antiguo prefecto pretoriano Q. Marcio Turbón. Un miembro joven de la familia de Turbón había sido elegido para ocupar el cargo de cuestor de L. Elio César en su consulado del año 137; pero no se conoce la función desempeñada por el antiguo prefecto en aquellos meses críticos. (Quizá murió algo antes, y la vinculación de sus nombres a los de Severo y Cuadrato pudo haber sido mera casualidad).[46]
En cualquier caso, la elección había recaído en Antonino, quien pidió tiempo para meditar su respuesta, lo que confirmó la opinión de Adriano de que no era ambicioso. Su abuelo Arrio Antonino no había encontrado motivos para envidiar o felicitar a su amigo Nerva cuando fue hecho emperador en el año 96. Por otra parte, si su respuesta hubiese sido negativa, su posición habría sido casi intolerable en cualquier régimen futuro, por no mencionar lo que quedaba del reinado de Adriano. Alguien a quien Adriano hubiese señalado como futuro emperador y que hubiera desdeñado la oferta, habría sido objeto de resentimiento y sospecha durante el reinado de cualquier otra persona.[47]
No consta cuánto tardó Antonino en aceptar el ofrecimiento. Pero la ceremonia de adopción no se produjo hasta cuatro semanas después, el 25 de febrero. De acuerdo con los deseos de Adriano, Antonino, que en ese momento pasó a ser Imperator T. Aelius Aurelius Caesar Antoninus, adoptó a su vez a su sobrino Marco y al joven Lucio Cómodo. Los dos muchachos pasaron a ser entonces M. Aelius Aurelius Verus y L. Aelius Aurelianus Commodus, respectivamente. Además, a petición de Adriano, Faustina, la hija superviviente de Antonino, fue prometida a Lucio.
Antonino recibió poderes y títulos acordes con su nueva dignidad. Se convirtió en Emperador y pudo anteponer a su nombre ese título, aunque todavía no el de Augusto. Recibió la potestad tribunicia y el imperium proconsular.[48]
La noche de su adopción, Marco soñó que tenía hombros de marfil, y cuando se le preguntó si podía soportar una carga, descubrió que eran mucho más fuertes que antes. Se había sentido «aterrado al saber que Adriano lo había adoptado». Se mudó a regañadientes del hogar materno del Monte Celio a la casa particular de Adriano (aunque todavía no, evidentemente, a la «Casa Tiberiana», nombre por el que se conocía la residencia imperial situada sobre el Palatino). «Cuando algunos miembros de su hogar le preguntaron por qué le apenaba ser adoptado por la familia del emperador, él enumeró los males que podía conllevar el poder imperial», relata el biógrafo, que ofrece una descripción atrayente y verosímil de los hábitos de Marco en el momento de su adopción:[49]
Era tan complaciente que se dejaba llevar a veces a cazar, al teatro o a los espectáculos. Le gustaban el boxeo, la lucha, las carreras y la caza de aves. Jugaba bien a la pelota y era igualmente buen cazador. Pero su fervor por la filosofía le apartó de todas esas actividades e hizo de él un hombre serio y reservado. Esto, no obstante, no echó a perder en él la simpatía que mostraba a los miembros de su hogar y a sus amigos e, incluso, a quienes conocía menos. Era austero, pero no irracional; modesto, pero no inactivo; reservado, pero no sombrío.
En otro pasaje, el biógrafo hace un comentario revelador sobre los hábitos del joven Marco tras su adopción:
Tenía, además, una consideración tan elevada de su reputación que, incluso de muchacho, solía advertir a sus procuradores —las personas encargadas de sus propiedades y sus asuntos económicos— que no hicieran nada con prepotencia. También rechazó a menudo herencias que se le legaban, devolviéndolas a los parientes más próximos.
No deseaba obtener ventajas injustas de su posición. En el Museo Capitolino hay un busto de Marco que lo retrata como hombre joven. Muestra a un muchacho imberbe con la cabeza girada ligeramente hacia su derecha y levemente inclinada. La barbilla es firme, los labios gruesos, un poco separados y serios y hasta solemnes; tiene los ojos muy abiertos y una mirada intensa. Su cabeza aparece coronada por un pelo abundante y rizado que, según la costumbre, le cuelga sobre la frente y las orejas. Es, sin duda, el retrato de un joven serio.
Con la primavera llegó el momento de la designación previa de los magistrados para el siguiente año 139. Antonino iba a ser cónsul por segunda vez. Es posible que Adriano pensara en ser su colega. El emperador había pedido en el Senado que Marco quedara exento de la ley que le impedía ocupar el cargo de cuestor antes de haber cumplido los veinticuatro años, y fue designado cuestor de Antonino, que era ahora su padre legal. En abril, Marco tenía diecisiete años y, si las cosas hubiesen seguido su curso normal, no habría iniciado la vida pública hasta el año siguiente, cuando podría haber sido nominado para uno de los puestos menores reservados a futuros senadores, un grupo de cargos conocidos como «vigintiviratos». El origen familiar de Marco le habría garantizado, sin duda, la función de triumvir monetalis, el puesto disponible de mayor consideración, que implicaba la administración simbólica de la ceca estatal. A continuación habría podido prestar servicio durante un año o más como tribuno de una legión, su segundo comandante nominal. Es improbable que Marco hubiese elegido este servicio militar. Los años intermedios los habría dedicado a viajar y ampliar su educación. Pero esto no iba a ocurrir. Su carrera transcurriría a partir de ese momento al margen de la de sus contemporáneos. No obstante, su carácter no se vio afectado por el cambio.
Siguió mostrando a sus parientes el mismo respeto que cuando era un ciudadano corriente, y era parco y diligente con sus posesiones como lo había sido cuando vivía en un hogar particular; quiso además actuar, hablar y pensar de acuerdo con los principios de su padre [es decir, de Antonino].
La actitud del propio Antonino aparece ejemplificada en su respuesta a su esposa, Faustina la mayor, que le había reprendido por no ser suficientemente generoso con su familia en cierto asunto de menor importancia poco después de su adopción: «Mujer necia, ahora que hemos conseguido un imperio, hemos perdido incluso lo que teníamos antes». Antonino se daba cuenta de que, para un hombre de su posición como ciudadano particular —uno de los más ricos del imperio, sin duda—, la posesión adicional de fondos imperiales quedaba contrapesada con mucho por los gastos exigidos por su nuevo rango —para empezar, por los donativos al pueblo de Roma para festejar la ocasión y por los espectáculos públicos.[50]
Adriano se sentía ahora asqueado de la vida, relata el biógrafo, y ordenó a un esclavo que le diera muerte clavándole una espada. Al oírlo Antonino acudió ante Adriano acompañado de los prefectos y le suplicó que soportara con valentía la inevitable dureza de la enfermedad: en cuanto a él, no sería mejor que un parricida si, en su condición de hijo adoptivo de Adriano, permitiera que lo mataran. La revelación del secreto irritó a Adriano, que ordenó ajusticiar al esclavo, pero Antonino lo protegió. Casio Dión cuenta la misma historia con unos pocos detalles añadidos. El esclavo era un cautivo bárbaro, un yázige, de nombre Mástor. Adriano lo había empleado como cazador por su fuerza y su audacia. El emperador había planeado su propia muerte con cierto cuidado trazando una línea de color en torno a un punto situado debajo de la tetilla según le había mostrado su médico, Hermógenes, para que a Mástor le resultara difícil fallar en su tarea. Al fracasar su intento, Adriano redactó testamento, pero siguió participando en la administración del imperio. Luego probó a acuchillarse a sí mismo, pero le arrebataron el puñal. Se volvió violento y pidió un veneno a su médico, pero este prefirió suicidarse.[51]
A continuación se produjeron dos curiosos episodios. Apareció una mujer a la que, según afirmaba ella misma, se le había dicho en sueños que convenciese a Adriano para que no se suicidara, pues iba a recobrar la salud. Al no haber cumplido el encargo, había quedado ciega; se le repitió la orden y se le dijo que besara las rodillas del emperador, tras lo cual recuperaría la vista. La mujer hizo lo que se le había mandado y, tras haberse lavado los ojos con el agua del templo de donde venía, volvió a ver. (Al parecer, había estado realizando una «cura mediante sueños»). Luego, un anciano ciego de Panonia se presentó ante Adriano mientras este ardía de fiebre; al tocar al emperador, el anciano recuperó la vista y Adriano dejó de tener fiebre. El cínico Mario Máximo, fuente del biógrafo para esta anécdota, declaró que ambos episodios eran patrañas.[52]
Adriano partió finalmente para su residencia de Bayas, a la orilla del mar, en la costa de Campania, dejando a Antonino en Roma al cargo de las tareas de gobierno. Pero no mejoró, y lo llamó a su presencia. En el lecho de muerte, aquel emperador de aficiones literarias escribió el breve poema, exasperantemente intraducible, que podría servir a modo de epitafio para su espíritu inquieto:
Animula vagula blandula,
hospes comesque corporis,
quo nunc abibis? in loca
pallidula, rigida nubila -
nec ut soles dabis iocos.
[Almita errante y melosa,
huésped y compañera del cuerpo,
¿a dónde irás ahora? A un lugarcillo
lívido, gélido, neblinoso;
y ya no retozarás como acostumbras.]
Había abandonado la dieta prescrita por sus médicos y, según Dión, se daba el gusto de tomar comidas y bebidas inadecuadas. Al final, mientras yacía moribundo, «pronunció en voz alta el conocido dicho popular: “Muchos médicos han matado a un rey”». Falleció en presencia de su hijo adoptivo el 10 de julio del año 138.[53]
Adriano no fue nunca popular en el Senado. Las circunstancias de su acceso al trono y las ejecuciones de senadores ocurridas poco después hicieron casi imposible el establecimiento de buenas relaciones entre ellos. De ahí que el feo asunto de Serviano, cuando la enfermedad llevó a Adriano a actuar de manera suspicaz y autoritaria incluso con sus viejos amigos —«a pesar de que había gobernado con la máxima benignidad», según admite Dión—, no hiciera sino confirmar las opiniones de los círculos dirigentes de Roma. Pero esto no debe ensombrecer el hecho de que los logros de Adriano como gobernante fueron colosales. Sus viajes de una punta a otra del imperio dieron a las provincias un nuevo sentimiento de pertenencia a Roma, y su reorganización del sistema de fronteras romanas confirió una base sólida a las defensas del imperio. Casio Dión, que escribió casi un siglo más tarde, no era admirador suyo —su descripción de las sospechosas circunstancias de su ascenso al trono en el año 117 muestra que no estaba predispuesto a su favor—, pero su veredicto sobre la política militar de Adriano constituye un notable homenaje:
Resumiendo, adiestró con su ejemplo y sus órdenes las fuerzas armadas de todo el imperio hasta el punto de que las medidas introducidas por él constituyen todavía hoy las normas de combate del ejército. Esta es la razón de que su reinado fuera de paz con los pueblos extranjeros, pues la mayoría de ellos, al ver su estado de preparación y que no estaban sujetos a agresiones (y que incluso recibían ayuda económica), no causaron problemas. En realidad, sus tropas estaban tan bien entrenadas que la caballería bátava, según se llama, atravesó a nado el Danubio portando todas sus armas. Los bárbaros, al ver cómo estaban las cosas, mantuvieron un saludable respeto hacia los romanos; se dedicaron a sus asuntos internos y hasta utilizaron a Adriano como mediador en sus disputas.
«Otros defectos que la gente encontraba en él», dice Dión en otro pasaje, tras describir las discusiones de Adriano con un arquitecto, «fueron su gran rigor, su curiosidad y su entrometimiento en los asuntos de los demás. Sin embargo, compensó y remedió esos fallos con su atenta administración, su prudencia, su generosidad y su capacidad; aparte de lo cual, no provocó ninguna guerra» —a diferencia, se sobreentiende, del militarista Trajano—, «y no desposeyó a nadie injustamente de su dinero y, en cambio, concedió a muchos municipios e individuos particulares, como senadores y caballeros, grandes sumas de dinero, sin esperar a que se las pidieran». Trajano había sido también un protector de la cultura helénica, pero bajo Adriano —apodado burlonamente «el grieguillo»—, la mitad del imperio que hablaba griego dio un gran paso adelante. No fue casual que su nieto adoptivo, Marco, escribiera sus Meditaciones en esa lengua.[54]