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Introducción

El ensayo que tienes en tus manos, junto con los dos anteriores: Interpretación del éxito y Del hechicero a la medicina actual, forma parte de la trilogía en la que expreso mis conocimientos y saberes experimentados desde mi doble vertiente de enfermo, que fui atendido por los clínicos con un evidente éxito, y la de consultor en management, donde desarrollé la actividad con unos conocimientos contrastados de más de treinta años.

El estudio y consecuente análisis se desarrolla dentro de una de las vertientes de mi especialidad, el intentional management system, como son: «La actitud y la comunicación, en este caso de los sanitarios y, más particularmente de los médicos, cuando se relacionan con los enfermos y sus familiares». También incluyo; «qué es y cómo se desarrolla la empatía, especial capacidad para ponerse en el lugar de los demás». Quiero insistir en estos dos conceptos, por considerarlos capitales en la exposición del trabajo que ofrezco; más adelante los desarrollaré junto con el resto que componen el ensayo.

Primordialmente, la finalidad que busca este compendio de información, que se plantea dentro del estudio, es evidenciar los posibles errores que se cometen de forma continuada dentro de la labor sanitaria, especulando fórmulas para ofrecer las consecuentes soluciones. Ayuda que va particularmente dirigida a cualquier profesional de la medicina, dado que, como es sabido, en los centros de enseñanza específicos —universidades— continúan ignorando las consecuencias que tienen en los enfermos,1 ciertas actitudes invariables, así como determinadas palabras.

Desconozco los motivos que puede argüir la medicina de esta parálisis, por expresarlo de alguna manera. Pues estoy en la seguridad que cualquier profesor en activo no puede alegar desconocimiento de lo que está sucediendo en la actualidad, en el momento que el médico inicia una interrelación en el desarrollo de su labor con el enfermo.

No obstante, por si pudiera haber un malentendido a lo que me refiero, seré más concreto, lo que describo: «Es la escasa capacidad de comunicación generalizada, donde ineludiblemente he de destacar las palabras, los tonos de voz, los silencios y, en conjunto, las actitudes en su relación cotidiana con el enfermo y los familiares. Como es no solo la información de una noticia que puede afectar de una forma importante a su seguridad física o, en el peor de los casos, al presagio de una muerte próxima, sino también a toda una serie de comportamientos».

No es que dentro de esta generalización que denuncio se hallen todos los clínicos sin excepción, pues los hay que sí que poseen una gran «capacidad de empatía» con los enfermos, familiares y los propios compañeros. Aun con todo, estas apreciables aptitudes de ninguna manera fueron planteadas en el ámbito universitario, pudieron ser adquiridas en la infancia inspiradas por sus mayores o en otros casos, los menos, por algún maestro que conoció el residente en sus años de MIR.

Ahora, con el fin de expresarme con más propiedad, voy a descubrir uno de los secretos de mi persona. Sí, soy consciente que con esto dejo que me puedas enjuiciar, lector. Ahora bien, lo que me empuja a hacerlo no es ninguna pretensión exhibicionista, ni tampoco un modo de llamar la atención. La realidad es que durante muchos años «Yo no fui quien quería ser, sino que era de la manera que me habían hecho».2

Cuando tuve más de lo que podía o sabía gastar, me sentí dentro de un gran vacío interior. Por explicarlo de una forma simple, puesto que sabido es que siempre hay un conjunto de motivos difíciles de concretar, al menos para el que los sufre directamente. Esta falla existencial me comportó una insatisfacción absoluta. Tenía éxito, sí, y, sin embargo, interiormente me encontraba en el más grande de los fracasos. Situación que conllevó precisamente una de las adicciones propias de esta época: «el alcoholismo».

Quizás ahora, lector, puedas pensar que esto no es una buena referencia para ponerse a leer este libro. Pero a quien pueda estar en esta creencia, le puedo asegurar que se equivoca. Como ejemplo, aunque soy agnóstico, permíteme que elija una historia de la Biblia, el que considero un buen libro de referencia y eso me faculta a seleccionar lo que se cuenta del apóstol Pablo, el cual, además de ser ciudadano romano, era un importante comerciante miembro de la comunidad política y religiosa de los fariseos.

Pues bien, al tener conocimiento de la existencia de una secta de seguidores de alguien que se permitía poner en duda las creencias de su religión, se volvió el más enconado enemigo de los cristianos, persiguiéndolos con la espada allí donde los encontraba.

Hasta que sucedió. Cuenta la historia que mientras montaba su corcel, un rayo de luz le cegó los ojos, era «El Señor de los cielos», quien le dijo que se arrepintiera y con eso se volvió un converso, pasando de perseguidor a perseguido por aquellos de su anterior religión.

Si te estás preguntando, lector: por qué te explico esta historia, en la que evidentemente considero que es una de las tantas leyendas que se vierten para gozo de los creyentes del cristianismo, he de decir que a modo de metáfora me parece muy interesante, ya que alguien, para hablar con propiedad, debe ser conocedor de los dos lugares.

Resulta bastante habitual encontrar personas que emiten su opinión solo por sus creencias, sin más. Pero jamás se molestan, además de no estudiar la otra opción, en investigar las razones o motivos que pueden empujar a alguien al mundo de las adicciones.

Un buen ejemplo de ello son los médicos, cuando conocen que el enfermo sufre una o más adicciones, ciertamente tratan de disuadirle para que deje la mencionada dependencia, incluso le ofrecen medicamentos para evitar que continúe con ella o ellas. O también, como mucho, lo derivarán a un psicólogo o psiquiatra, según crean. Pero, para el médico, eso solo se quedará dentro de la anécdota. Pues al considerar que esta no es su especialidad, lo que atenderán será el problema concreto que el enfermo le plantea.

En consecuencia, lo que en ningún momento harán es investigar por qué el enfermo padece la intoxicación de la que por más que lo intenta, es incapaz de escaparse. «Este, aunque no es el único, es precisamente uno de los motivos que me ha empujado a desarrollar el ensayo». Evidentemente, no es que el clínico no esté interesado en poder ayudar al enfermo, solo es que no sabe cómo. Puesto que, dentro de su preparación, esta particular cuestión jamás se planteó. Para concretarlo en una sola frase, eso es propio de la «medicina mecanicista que se practica y que, a lo largo de este estudio, surge como un impedimento».3

En la medida que el médico va adquiriendo experiencia, su criterio se refuerza con sus creencias, entiende al enfermo como lo que es, un enfermo, pero difícilmente se le ocurre preguntarse: «¿Qué motivos le han llevado a esa situación?». Y obsérvese que hablo de «autopreguntarse», no de consultar al enfermo, puesto que, de hacerlo, de poco le valdría. Las personas que se encuentran secuestradas por las adicciones mienten por principio y no solo lo hacen a los demás, también a sí mismas. De esta manera resulta muy difícil, por no decir imposible, descubrir las verdaderas causas, porque siempre son un cúmulo de motivos.

Reflexionando en todo lo anterior, la pregunta que surge es: «¿Cómo conjeturar el móvil responsable?». Y esa será precisamente otra de las partes que se desarrollan dentro de este estudio.

No obstante, antes de profundizar más en mi particular historia, creo necesario afirmar que estamos rodeados de alcohólicos y también de personas que habitualmente consumen cocaína, anfetaminas o heroína para enfrentarse a la cotidianidad. No quisiera dejarme otra droga, con la que se coquetea, desde algunos ámbitos, usándola como medicina terapéutica, me estoy refiriendo al cannabis, también conocida popularmente como yerba. Pero esto no acaba aquí, como se podría presumir. Los psiquiatras, o cualquier médico en el ejercicio de su labor, cuando alguien que los visita debido a que ha recibido un revés de la vida, en lugar de inhibirse, al menos como clínico, la solución que encontrarán será recetarle uno o más psicotrópicos.

Lo peor es que esta solución también la toman los propios médicos para enfrentarse a las distintas situaciones que tanto personal como profesionalmente se encuentran, solo que esta decisión la deciden ellos sin ningún consenso, aunque eso tampoco cambiaría nada. Podría ser que la adicción, de una forma u otra, forma parte del mundo del Homo sapiens moderno.

Precisamente por eso, cuando se piensa en drogas, hay una tendencia a excluir la ingesta de cualquier pastilla que actúe como estimulante o relajante del cerebro y, dentro de este apartado, a no ser que sea muy evidente, el alcohol también se encuentra eximido, ya que esta droga tiene un antiguo reconocimiento dentro de la sociedad. Ahora bien, los otros drogadictos —de los que no excluyo las sustancias artificiales que no he mencionado— son imaginados como individuos que están dentro de un desastre social, aunque esto no siempre sea así. O, al menos, no siempre acaban mal, sea porque al adicto le sucede algo que le hace tomar consciencia de lo que le ocurrirá en un futuro próximo o lejano según como sea cada caso. O porque una enfermedad, que no tiene una relación directa con su adicción, le obliga a hospitalizarse y, con ello, se da cuenta de la realidad de su situación.

No, no digo que en el centro hospitalario tengan la capacidad para convencerle que debe dejar su dependencia. Y esta afirmación la hago con total conocimiento de causa. Pero ese es el momento que la vida le muestra en directo y de forma propia algo que solamente había escuchado siempre acompañado de recriminaciones. Sin embargo, la respuesta que se daba a sí mismo de: «¡yo controlo!», si no fuera por la tristeza que entrañan estas palabras, podría resultar hasta jocosa.

Volviendo nuevamente a hablar en primera persona. Pudiera ser «Que si mi hígado no hubiera tirado la toalla» tal vez me hubiera podido ocurrir el gran desastre —me estoy refiriendo a la muerte—. Pero mi estado entonces, aunque no dudo en absoluto que afectaba a mi cerebro, nunca me impidió que tuviera ideas creativas para resolver los problemas que habitualmente me planteaban mis clientes, y que, en la mayoría de las ocasiones, ellos mismos eran incapaces de localizar.

Resulta como mínimo sorprendente que yo estuviera solventando los problemas de las distintas organizaciones que me contrataban, dando consejos en la forma de cómo tenían que proceder sus dirigentes y algunas veces ejecutándolas y, aun así, fuera incapaz de corregir que el más importante «indudablemente era el mío». El motivo fue que en ningún instante me sentí mermado en mis capacidades, tanto de seguridad, como de locuacidad. Puedo añadir más, esa cierta inhibición me permitía expresar las cosas de «una manera directa». Y eso era algo que, de otra forma, las buenas costumbres no me lo hubieran permitido.

La suma de estos conceptos, pero particularmente este último, hizo que ganara en credibilidad entre mis clientes y estos se abrieran a contarme detalles de su persona que en buena medida me eran muy útiles para entender lo que estaba ocurriendo en su organización y a ellos mismos.

Esa fue mi receta, que podía explicar ese mal entendido éxito profesional. Ahora que lo contemplo desde la distancia que me dan los años transcurridos, reconozco que no era querido por nadie, ya que unos estaban a mi lado por lo que pudiera ofrecerles, otros, porque les era muy cómodo dejarse llevar por una vida aparentemente fácil y bien renumerada, y los demás, los amigos de copas, duraron el tiempo que estuve en activo. Hasta que bruscamente por un motivo sin relación se descompensó mi «hepatopatía crónica» y tuve que ser ingresado y ahí se acabó todo.

En los próximos capítulos, coincidiendo con las distintas situaciones que se plantean dentro del ensayo, volveré a ser protagonista de algunos escenarios que se presentaron y que viví en una experiencia directa. Todo sea, aunque a costa de mi intimidad, para que mejoren ciertas prácticas. También es un toque de atención para la medicina de este país, donde al natural agradecimiento que le debemos a los clínicos, no nos turbe la imprescindible crítica, por el bien de la sociedad y de esta profesión. Dedicación que no me cabe ninguna duda, debido a su trascendencia indiscutible, influye, además de en la salud, también en el bienestar de todas las personas.

Ahora, en el momento que estoy escribiendo esta reflexión, ha transcurrido más de una década de mi recuperación. Si bien, mi vida ha cambiado totalmente en cómo me cuido. El paso por el hospital me dejó unas enseñanzas muy claras en la manera que debía combinar mis alimentos. Ciertamente, no recuerdo a nadie que explícitamente me dijera de qué modo se debían armonizar, quizás, más que nadie, diría que fueron todos; médicos, enfermeras, dietistas, etc.

Hoy, para mí, la enfermedad solo es un recuerdo que se reaviva con los controles periódicos a que me someto, pero poco más. Se me hace difícil fijar la fecha en que comencé a relacionarme con los médicos, enfermeras y personal de la organización sanitaria con la perspectiva que lo hago actualmente. No obstante, todo este espacio transcurrido me ha dado mucho tiempo para recordar. Y tengo que decir que no ha sido fácil, ya que a las lógicas interpretaciones de lo que me ocurrió se crearon otras lógicas distorsiones de lo sucedido. Todo ello, junto con los consejos de lo que tenía que haber hecho. O incluso, lo peor, cuál debería ser mi comportamiento a partir de ahora. «Todos sin saber, ya lo sabían todo». Pero, sin embargo, a día de hoy, esta es la primera vez que hablo abiertamente de aquellos ya lejanos tiempos de hará ahora más de treinta años, donde mis actitudes y estilo de vida fueron las que labraron mi enfermedad.

Como conclusión diré que al finalizar el libro: Del hechicero a la medicina actual, tuve la sensación de que debía continuar con otra publicación para contestar algunas de las preguntas que vertí en él. «Eso provocó que comenzara a investigar en lugares que, a pesar de estar desarrollados por hombres de ciencia, la medicina mecanicista que se practica hoy por hoy jamás se ha interesado por estos asuntos». Aun con todo, no por eso hay una práctica reconocida por una gran cantidad de profesionales donde se incluyen los distintos colegios profesionales, que niegan tácitamente cualquier propuesta que no provenga de lo que se imparte en las aulas médicas, eso pese a no ser conocedores de esas sapiencias. Por ello considero que para una mejor comprensión de este libro es conveniente haber leído el primero que escribí de esta trilogía; Interpretación del éxito.

Dentro de este ensayo, una de las cosas que se plantean es la relación directa que hay entre «política y medicina», cuestión que incide en los profesionales de la salud, pretendiendo tornarlos meros funcionarios, y precisamente ha sido ahí cuando he tenido la oportunidad de plasmar las actitudes de todos los sanitarios con la reciente aparición de la pandemia COVID-19. También «se evidencia, con cierta crudeza, qué es el Homo sapiens sapiens y su relación con el entorno que le rodea». A la vez, se hace una incursión en los «campos morfogenéticos» y la aplicación que pueden tener en medicina. En otro espacio, se desarrolla dónde nace y por qué la «capacidad de empatía». Por el contrario, estudia a los «seres narcisistas», que es el antagonismo natural de ser empático. Después, ahonda en lo que motiva la «salud del Homo sapiens», haciendo un especial énfasis en la importancia de la meditación. Profundiza en una serie de aspectos que pueden ser «el miedo, desmitificando a la muerte». No sin antes analizar las «contradicciones que se evidencian, dentro de la profesión médica». Y finaliza el análisis planteando las «nuevas expectativas» que este siglo nos reportará, no tan solo en la medicina, sino en algo que se suele confundir con ella, el bienestar.

Y a todo eso hay que añadirle las conferencias que he tenido ocasión de impartir con motivo de la presentación de mi último libro. Si a eso le sumamos las largas conversaciones que he mantenido con algunos médicos, esta vez, a diferencia de las anteriores oportunidades, sin ningún tipo de coartada. Es lo que me ha permitido que tanto las opiniones como las preguntas pudieran ser más directas.

Como conclusión diré que, después de muchas cavilaciones, decidí que el título tenía que mostrar en este ensayo dos consideraciones. Una, que fuera la mezcla de mis experiencias, donde no he dudado ni por un momento confesarme y decir toda la verdad de lo que me ocurrió, aunque, esta sinceridad, sea a costa de violar mi intimidad. Y, por otra parte, las contradicciones que experimenté en mi relación con los sanitarios, partiendo de mis conocimientos del management:

¡Hablando claro!

Filosofía general aplicada para médicos, enfermos y otros

También quisiera añadir que en la búsqueda de un personaje que pudiera englobar las características que en mi opinión debería poseer el médico, encontré los valores que se recogen en el antiguo samurái, no creo necesario destacarlos aquí, si bien, más adelante, expondré algunas de sus facultades.

Como lo prometido es deuda, vuelvo a incidir sobre mi más profunda contrariedad hacia la palabra habitualmente usada en medicina: «paciente», de acuerdo con lo desarrollo ampliamente en mi último libro. No obstante, y visto la dificultad para que sea aceptado el trato de «cliente», tengo que añadir una propuesta que estoy seguro podría ser aceptada por el profesional. Se trata de situar al sujeto, en este caso —al definido paciente en la actualidad— con lo que en aquel instante se esté practicando con él; me refiero, como ejemplo; «cuando haya sido operado, sería “el intervenido”, en otro, si se le hubiera practicado un análisis o cualquier otra prueba, “el analizado” o, si fuera objeto de un diagnóstico, “el diagnosticado”, quien estuviera inmerso en un tratamiento, lo denominaría “el tratado”, mientras que quien hubiera sufrido un traumatismo, “el accidentado” y así cualquier denominación que especificara la situación en este caso ya del cliente». Todo menos esa forma despectiva y subordinada que tiene la expresión de paciente.

Sin embargo, en este estudio y de una manera excepcional, dada la dificultad que algunas veces puede plantear la comprensión de los significados que aporto, cada vez que use la palabra cliente añadiré, también, el término cuestionado paciente entre rayas.

Finalmente, voy a aportar un nuevo razonamiento a la palabra que estoy debatiendo. Hoy los médicos, además de esto son funcionarios, y eso se desprende de algunos comportamientos que detallo en este estudio. De cualquier modo, de una u otra forma, el profesional percibe su peculio del departamento de sanidad y, como tal, él es su empleador, trabajando, pues, por delegación con los enfermos que le asigna este. De ninguna forma entiendo que persista en el tiempo la palabra paciente, que no quiere decir otra cosa que «paciencia y, por derivación sufrimiento». Solo añadir una cosa más, estoy en la seguridad que el médico descubre lo que implica ser paciente en el instante que deja de estar en vertical ante una camilla o cama para estar echado en ella. Ahí desvela todo el abanico de particulares negativos que tiene ser, eso que hasta hoy se denomina: paciente.

1. Obsérvese que evito el nombre en boga —de pacientes—, por no considerarlo adecuado. Asunto que se explica convenientemente en: Del hechicero a la medicina actual, capítulo 3: «Una cuestión de interlocutores». Dada la trascendencia que estimo que posee esta palabra en la relación del sanitario con el enfermo, más adelante incluiré una breve reseña para reincidir en este asunto.

2. Expresión que desarrollo dentro del libro: Interpretación del éxito, y más concretamente, en los capítulos 15; «El inconsciente y el modelo mental» y 16; «El carácter o el modelo mental», que hacen referencia a la construcción del carácter.

3. En Del hechicero a la medicina actual, capítulo 5: «El mecanicismo», se explica ampliamente lo referido a la medicina mecanicista.

Hablando claro

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