Читать книгу La microgimnasia - Antoni Munné Ramos - Страница 12
ОглавлениеTESTIMONIAL
Hace un puñado de años estaba restaurando con las manos el cuerpo de un cliente, que pasaba de los setenta años, para devolverle la plasticidad a sus músculos rígidos y acortados y al mismo tiempo para poderlos liberar de los sufrimientos celosamente guardados en el interior de los tejidos musculares.
Maniobrando cuidadosamente por el muslo derecho, encontré un dolor primitivo y anónimo, muy por debajo de las abundosas láminas de rigidez alojadas en el tejido muscular. Al emerger el dolor a la superficie, mediante la manipulación de mis manos y con la ayuda de su respiración hacia fuera, lanzó un fuerte grito, y entre sorprendido, alarmado y con cara de pocos amigos exclamó:
– ¡Me ha hecho daño!
Le contesté:
– Yo no le he hecho daño. El dolor lo tenía usted guardado y yo me he limitado a buscarlo y sacarlo a la superficie.
Él replicó enfadado:
– Pues, ¿qué es este dolor tan agudo y especial que he sentido?
Le miré directamente a los ojos y con mi suavidad habitual le respondí:
– Éste es un dolor diferente de los que conoce. Es un dolor silencioso y oculto del cual no se tiene conciencia. Es un dolor muy distinto de los que conocemos por golpes, lesiones o contracturas musculares. Es un dolor más visceral, más..... del alma.
Y añadí con voz un poco más alta:
– Además, este dolor misterioso es el dolor curativo, el dolor que puede resolver los problemas, siempre, claro está, que usted quiera.
Levantó las cejas, abrió un poco más los ojos y con cara de incredulidad y extrañeza me dijo:
– No sé si creerme que el insoportable dolor que he experimentado no me lo ha hecho usted y dudo que este tormento pueda curarme. Pero estoy de acuerdo que es un dolor distinto, especial, más..., cómo decirlo, más... de dentro, más... profundo. Como usted ha dicho, más del alma. Pero quiero saber qué dolencia tengo en los músculos o en el cuerpo, lo mismo da, y cuáles son las causas de este dolor tan punzante, inaguantable y raro.
Entonces le contesté sin rodeos:
– Lo que usted tiene son una multitud de pequeños y diabólicos demonios que, como garrapatas, clavan sus fuertes y afilados colmillos en forma de cepos, aprisionando sus músculos mediante contracciones musculares, quedando impunemente arraigados en los tejidos musculares. Como le digo, sus músculos están llenos de demonios malignos.
Quedó sumido en un mutis preñado de dudas y con los signos de interrogación gravados en el fondo de sus pupilas de un color azul claro.
Y seguí:
– Y las causas, de las que hemos hablado otras veces y que usted, por lo que parece, no puso suficiente atención, son consecuencia de los múltiples y desmesurados esfuerzos y de la exigencia y abusos desconsiderados que ha tenido toda la vida con su cuerpo, desde que, de muy pequeño, se vio obligado a trabajar duramente y en pésimas condiciones, para ayudar a mantener su nume-rosa familia, y que hoy, con unas circunstancias personales completamente distintas, con setenta años a la espalda, con mucho prestigio y muy bien situado económica, social y políticamente, aún mantiene para poder seguir conservando su estatus actual. Y por vez primera le diré, y ahora sí quiero que me escuche atentamente, que la muerte accidentada de su hermano, cuando los dos eran muy pequeños, y de la cual usted, después de transcurridos más de sesenta años, aún se siente responsable, y esta culpabilidad que aún hoy lleva guardada en el corazón, al poco tiempo se transformó en una hueste de malvados demonios que se adeñuaron de su cuerpo, incrustándose en los tejidos musculares. En estas circunstancias, se forja una auténtica componenda de dos clases de demonios, los demonios de los esfuerzos excesivos y los demo-nios de los traumas emocionales. Juntos, invaden con mucha fuerza, rabia y total desconsideración los músculos del cuerpo, lo bloquean y la persona queda estigmatizada con un comportamiento siempre extraviado.
En segundos, pasó de una expresión grave y confusa a una sonrisa franca, abierta y esperanzada, y me contestó:
– Ahora entiendo lo que tantas y tantas veces me ha explicado de los nudos musculares. De los millones de nudos que sin ningún miramiento ni compasión invaden el cuerpo, lo asedian y lo retienen prisionero, amordazado e indefenso.
Con voz emocionada, entre suplicante y esperanzada me pidió:
– ¡ Por favor Toni, se lo suplico, sáqueme de una vez todos los demonios del cuerpo!
Y le contesté, mirando sus ojos azules, libres ya de interrogantes:
– Lo haremos entre los dos, como siempre, con paciencia y consideración, para erradicar del todo y para siempre la rigidez muscular y los tormentos emocionales. Pero también debo decirle que, para conseguirlo, tiene que estar dispuesto a aceptar y asumir la auténtica y equilibrada persona que surgirá de su interior.
Otro mutis prolongado, impregnando de franqueza sus brillantes y húmedas pupilas, fueron su respuesta.
Seguidamente, le pedí que se colocara en la postura fetal, que cerrara los ojos y se quedara quieto un buen rato, reconciliándose con su cuerpo y con sus sentimientos.