Читать книгу Suelta cadenas - Antonio Bezjak - Страница 11
ОглавлениеCapítulo 2 Elizabeth mía
Ayer el destino no quiso que conociera a Elizabeth, pero no pierdo las esperanzas, hoy fui nuevamente a la plaza, después de todo si ayer no vino es porque tuvo algo más importante que hacer y a mí no me conoce aún, pero pronto pasaré a ser importante para ella, de eso estoy seguro.
Luego a medida que pasaba el tiempo, y ella no llegaba mis pensamientos empezaron a traicionarme, ¿pero por qué ayer no vino?, ¿será que se está burlando de mí?, en la fiesta estaba un poco ebria y además es bastante mayor que yo, por lo menos debe de tener unos veinticinco, y yo solo dieciocho, ¿pero la edad no debería tener mucha importancia?
Miraba a las mujeres al pasar, la reconocería desde lejos, lo sé.
Es tan diferente, recordaba su baile, su mirada, sus palabras… ¿ya te vas? Y yo que quería conocerte, ¿pero por qué ayer no vino?
Mi madre dijo que hoy la veré, ella es intuitiva y siempre acierta, en cambio a mí me traiciona la mente.
Mis pensamientos fueron interrumpidos por las primeras campanas de la iglesia llamando a los fieles a la misa de las siete de la tarde, otra vez había pasado el tiempo en angustiante espera, ¿pero qué hizo esta mujer para meterse tanto en mi cabeza?, si no sé nada de ella. Pero existe el destino, es por eso que yo estoy aquí, y esperaré hasta el atardecer, hasta que vea renacer la primera estrella de la noche, no hoy no me iré, esperaré que llegues. No me iré.
De pronto un perro vago, chascón y sucio con la chasquilla que le cubre los ojos, olfateó la pata de la banca en la que estaba sentado, la bordeó y se dio vueltas para orinar, luego lanzando el chorro me mojó el pantalón y el zapato, yo salté y lo correteé, «¿no podías apuntar a otro lado», le grité al perro cuando sentí una risotada de mujer que había visto la escena, mientras yo golpeaba el pie contra el piso para eliminar las gotas de orina de mi brillante zapato, y ella seguía riendo. ¡Era Elizabeth! Parecía gitana húngara con su rojo vestido ajustado a las caderas y su escote que deja entrever sus blancos pechos. Me quedé paralizado, rojo y mudo, mientras ella se acercó, me abrazó y besó en la mejilla. Yo sentí el aroma de su perfume y el calor de su cuerpo que traspasaba su ligera ropa y provocaba placer en mí al sentir su contacto.
—¿Qué pasa? ¿No te alegra verme? —dijo mirándome a los ojos.
—¡Sí! —respondí abrazándola—. Te esperé ayer horas. Y no viniste.
—Es que pensé que tú no vendrías.
—Pero cómo no iba a venir si yo… —Y me quedé mudo otra vez.
—¿Tu qué? —dijo sonriendo con su mano en la cadera y su ceja levantada, mirándome fijamente a los ojos y dominándome como la primera vez que se acercó a mí.
Después de un instante sin decir palabras, la abracé y nuestras bocas se unieron en un largo beso, muy suave y delicado. No existía nadie a nuestro alrededor y parecía que el tiempo se había detenido para que disfrutásemos de ese momento. Aquel beso casi eterno me pareció que estaba sellando un compromiso hasta la eternidad con ella, y así fue, porque ese primer beso permaneció para siempre en el recuerdo, durante toda mi vida. Luego nos separamos y nuestros ojos quedaron clavados casi sin parpadear en un largo éxtasis de embobada contemplación, el dorso de mi mano se deslizaba en la suavidad de su rostro sonriente. Se cumplía la fantasía de cuando yo era adolescente y quería tener a la más bella mujer en mis brazos. No sé cómo describir este momento, para mí el mundo se había transformado, me sentía muy feliz. Pero no duraría mucho. La quietud de la tarde que se había confabulado para que fuéramos el uno para el otro fue interrumpida.
A lo lejos empezaron a oírse gritos, bombos y platillos que fueron aumentando en estridencia al aproximarse. Era un grupo de manifestantes que agitando las manos con los puños cerrados gritaban consignas contra los alemanes y los italianos. Hicieron que volviéramos a la realidad que Europa estaba viviendo, de la que yo, al igual que los inocentes que jugaban en los columpios del parque, no era muy consciente. Y menos aún en este momento en que se había apoderado la magia del primer amor marcado por ese tierno sentimiento y el sabor de aquel beso. No éramos más que Elizabeth y yo.
—¡FUERA LOS ALEMANES! ¡FUERA LOS FACISTAS ITALIANOS!
—¡NO A LA OCUPACIÓN DE NUESTROS TERRITORIOS!
La manifestación aumentaba.
—¡BASTA DE ABUSOS NAZIS! ¡VIVA TITO! ¡VIVA TITO!
Elizabeth dijo:
—Ese bullón de Tito, está a favor del estado Yugoslavo y no de una Croacia libre, es un mal croata, pero pronto dejará de serlo. Ya no bastan las guerrillas y las incertidumbres en este país, además todos los países fronterizos nuestros están a favor de Alemania, Croacia se unirá a Alemania y seremos libres, ¡ya lo verás!
—¿Cómo lo sabes? —le pregunté.
—Estás un poco joven para entenderlo. Pero fíjate. Italia, Hungría, Austria, Rumanía y Bulgaria unidos con Alemania. Falta reconstruir el reino de los croatas, ¡no escuches a los bullones! Muy pronto estaremos en guerra. ¡Abrázame y bésame otra vez! No pierdas el tiempo.
Nuevamente se juntaron nuestros labios, pero la estridencia de los alborotadores nos separó otra vez. Los manifestadores reunidos en la plaza habían aumentado en número y un dirigente se subía a una banca dirigiéndose a la muchedumbre reunida.
—COMPATRIOTAS… No negociaremos con fascistas ni con nazistas. —El orador hace una pausa y un gesto y se acercan tres partidarios disparando una seguidilla de tiros al aire—. ¡A LAS ARMAS! Sin asco repeleremos a los invasores —y un grito eufórico salió de sus entrañas—: ¡A LAS ARMAASS!
Yo me quedé atónito contemplando la escena y en ese momento Elizabeth se despidió:
—Anda a tu casa pensando en mí, mañana nos volveremos a ver en este mismo lugar y haremos planes para nuestro futuro —dijo marchándose.
—Espera, ¡te acompaño a tu casa!
—No, ve a tu casa ahora —dijo y rápido se marchó.
Un escalofrío recorrió mi cuerpo, no se presagiaba nada bueno.
Quedaron en mí el sabor de sus labios y la calidez de su cuerpo, me sentía muy feliz y a la vez un poco triste, el bienestar que me había producido la proximidad de su cuerpo iba desapareciendo y aumentando la preocupación.
La tarde empezaba a enfriarse, ¿entraremos en guerra? ¡Oh, no! No nos separaremos, siento que me perteneces, mil pensamientos perturbadores pasaban por mi mente.
De pronto me detuve contemplando la catedral y ya imaginando a ella vestida de blanco y al sacerdote preguntándome «¿Aceptas a esta mujer como tu legítima esposa?». Y yo respondiendo mil veces que sí, después de todo ella al despedirse dijo que mañana haríamos planes, ¿qué otros planes podían ser?
Me marché a mi casa rezando y pidiendo en silencio que pronto la volviera a ver, no quería que ese sentimiento que había brotado en mi se desvaneciera, quería que creciera día a día y durase hasta la eternidad.
Cuando llegué a casa, mis padres estaban muy atentos escuchando las noticias de la guerra en la radio.
¿Por qué Inglaterra y Francia luchaban contra Alemania? No lo entendía, solo sabía que Alemania había atacado a Rusia porque quería recuperar territorios que le pertenecieron en un lejano pasado y ahora Rusia lo estaba pasando muy mal. Alemania era muy poderosa y avanzaba dominando y conquistando territorios. ¿Pero por qué las manifestaciones de hoy en Yugoslavia? No me interesaba, solo me interesaba Elizabeth.
Dos días después se habían roto los acuerdos diplomáticos, Alemania había solicitado libre tránsito por fronteras de Yugoslavia y no se había respetado el primer tratado por parte de Yugoslavia. Alemania invadía Yugoslavia. Ese fue el comienzo del cambio de curso de Croacia. La guerra pronto comenzaría, y sería como dijo Elizabeth: Croacia se uniría a Alemania.