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Prólogo

Contemplando el puerto de Valparaíso junto a mi padre, le asaltaban continuos recuerdos, cuando bajábamos los cerros o al ayudarle a reparar una vieja máquina. De noche en cambio, le asaltaban sueños perturbadores, lo otros recuerdos que oprimían su alma, no sé bien cuántos rostros asomaban a esa ventana.

¿Sería Elizabeth?

¿Serían su padre y su madre, mis abuelos?

¿Serían sus amigos, sus familiares y tantos otros que se desvanecieron en el tiempo?

El dolor, muchas veces, es sabiamente acunado por el olvido.

Pero en este caso, es imperativo para mí rescatar los recuerdos y los rostros principales que forman parte del relato. No merecen permanecer en el olvido, merecen vivir a través del recuerdo.

Sea este mi pequeño homenaje a un hombre inclaudicable.

Antonio Bezjak

Suelta cadenas

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