Читать книгу Apologética en diez respuestas - Antonio Cruz Suárez - Страница 10
ОглавлениеCAPÍTULO 2
A Dios por el ADN
Entonces Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente. (Gn 2:7).
Según el escritor del libro bíblico de Génesis, Dios creó al ser humano del polvo de la tierra. En el año 1929, el astrónomo norteamericano, Harlow Shapley, dijo que los seres humanos estábamos hechos de la misma materia que las estrellas. De ahí que otro astrónomo, mucho más famoso, Carl Sagan, pronunciara años después aquella frase tan poética de que “somos polvo de estrellas”. ¿Qué quiso decir Sagan con esto? Pues que los elementos químicos que componen nuestro cuerpo y el del resto de los seres vivos se encuentran también en las rocas de la tierra, en el polvo y en los astros del universo.
Hoy, la astronomía y la cosmología creen que las estrellas son las fábricas de todos los átomos que constituyen la materia. Se sabe que cada segundo el Sol produce 695 millones de toneladas de helio a partir del hidrógeno. Otras estrellas más grandes que el Sol generan carbono (C), silicio (Si), aluminio (Al) o hierro (Fe), en función de los miles de millones de grados de temperatura que pueda alcanzar su núcleo. Cuando se quema (o fusiona) todo el combustible de una estrella, ésta puede quedarse simplemente como una masa inerte (enana blanca) o bien puede estallar violentamente (supernova) y expulsar al espacio todos los elementos químicos que contenía.
Se cree que tales elementos pudieron agruparse después y formar planetas como la Tierra. Y del polvo de la Tierra surgieron nuestros propios cuerpos. Este sería pues, según la ciencia actual, el origen del oxígeno, el carbono, el hidrógeno, el nitrógeno, el fósforo o el azufre que forman la materia viva. De manera que cuando tomamos una lata de cualquier refresco, podemos pensar que los átomos de aluminio que la componen se formaron en el interior de una antigua estrella gigante, a 1.500 millones de grados de temperatura. Y lo mismo se puede decir de los átomos de hierro que hay en la hemoglobina de nuestra sangre, o del flúor de nuestros huesos y dientes, o del fósforo que forma parte del ADN, etc. Es decir que Dios nos formó del polvo de la tierra.
2.1. Dios y el origen de la materia
Sin embargo, muchos se refieren hoy a este popular dicho: “somos polvo de estrellas” con la intención de negar la realidad de un Dios creador y la dimensión trascendente del ser humano. Como si el Sumo Hacedor no hubiera podido crear los átomos de la materia por medio de los hornos naturales que hay en los núcleos de las estrellas. Así lo hacía en su tiempo Carl Sagan, y así lo siguen haciendo hoy muchos otros, que piensan que el origen del materia es fruto del azar ciego. Sin embargo, cuando se analiza detalladamente la estructura íntima de un simple átomo sorprenden el orden, la precisión, la previsión y el designio que evidencia. Según la teoría del Big Bang, los primeros átomos de hidrógeno y de helio fueron creados a partir de la nada y posteriormente, al agruparse en estrellas, dieron lugar a todos los demás elementos químicos. Pero todo eso no fue al azar, como creen algunos, sino exquisitamente programado.
El término “Big Bang” o “Gran Explosión” puede inducir a error en este sentido. No fue una explosión caótica y destructiva, como las que se producen cuando estalla una bomba, sino todo lo contrario. Fue la creación de complejidad y orden meticulosamente calculados por una Mente inteligente. Si nos maravilla la física cuántica, al mostrar que a partir de unas pocas partículas subatómicas (electrones, protones, neutrinos, quarks, etc.) salen todos los elementos químicos que forman la inmensa variedad de las moléculas del universo, desde los silicatos de las rocas a las proteínas de los seres vivos, ¿qué diremos de la información y programación que hay en el ADN, que es capaz de convertir una célula microscópica en un ser humano? Un montón de ladrillos no es una casa. Una agrupación de protones y neutrones no es un átomo de carbono. Un puñado de átomos no es una persona.
Es evidente que la simple acumulación de partículas no es lo que les da a los seres su identidad y sus propiedades. Se necesita una información, una orientación, una coordinación, una mente inteligente que ordene y acople todos los elementos de la manera adecuada, siguiendo un plan previo. Pues bien, todo esto muestra la inteligencia del Creador, que ha programado y diseñado todas las partículas elementales para formar átomos, moléculas, células, órganos, plantas, animales y seres humanos.
Tal como escribe el salmista: Oh Señor, cuán numerosas son tus obras! ¡Todas ellas las hiciste con sabiduría! ¡Rebosa la tierra con todas tus criaturas! (Sal. 104:24). Hace muchos años que empecé a interesarme por estos temas científicos, desde la perspectiva apologética. Recuerdo a mi antiguo pastor y maestro, Samuel Vila, cuando nos hablaba de estas cosas, en la escuela bíblica infantil. Él escribió un librito a finales de los 50 que se titulaba así: “A Dios por el átomo”, del que se hicieron después muchas ediciones. Confieso que hoy, casi 60 años después, ese título me ha inspirado, el de mi último libro: “A Dios por el ADN”, saltando así de la física a la biología.
En aquella obra, Vila se preguntaba: “¿Cómo podemos imaginarnos el origen de los átomos? ¿Qué fuerza impulsa a los electrones alrededor de su núcleo de neutrones? ¿Por qué razón se han agrupado de formas diferentes para formar diversas clases de materia física?” Hoy sabemos que los átomos son verdaderos sistemas planetarios en miniatura, pero ¿por qué razón son diversos estos núcleos y los electrones que los circundan?1
Y respondía: cuanto más profundizamos en el conocimiento de la materia (…) más y más admirable se hace el Creador, mostrándonos una Ciencia previsora desde el fundamento mismo de todas las cosas.2 Además de la singular estructura electrónica de los átomos, lo que más maravilla hoy a muchos científicos y pensadores es cómo un puñado de tales átomos son capaces de constituir moléculas como el ADN o el ARN, que contienen los planos (o la información necesaria) para producir todos los seres vivos de este planeta.
2.2. La singularidad de la molécula de ADN
El filósofo británico de la Universidad de Oxford, Antony Flew (1923-2010), quien fue el representante principal del ateísmo filosófico anglosajón de la segunda mitad del siglo XX, anunció en el año 2004 su conversión intelectual al deísmo. Es decir, a la idea de que la razón y su experiencia personal le habían conducido a creer en la existencia de un Dios sabio que ha creado el universo y la vida. A los 84 años escribió el libro Dios existe (Trotta, 2013), en el que explica las razones de su cambio de postura.
En esta obra escribe: La cuestión filosófica que no ha sido resuelta por los estudios sobre el origen de la vida es la siguiente: ¿cómo puede un universo hecho de materia no pensante producir seres dotados de fines intrínsecos, capacidad de autorreplicación y una “química codificada”? (p. 110). Y dos páginas después responde: La única explicación satisfactoria del origen de esta vida “orientada hacia propósitos y autorreplicante” que vemos en la Tierra es una Mente infinitamente inteligente. (p. 115).
¿Qué es lo que llevó a este ateo famoso a creer en Dios? Entre otras cosas, la existencia de una “química codificada” en los seres vivos. Es decir, una química como la de la molécula de ADN. A principios del siglo XX, se creía que estas cuatro bases nitrogenadas (adenina A, timina T, citosina C, y guanina G) se daban siempre en cantidades iguales en el interior del ADN, por lo que la estructura molecular debía ser repetitiva, constante y sin interés. No cabía la posibilidad de que dicha molécula fuera la fuente de la información necesaria para ser la portadora de la herencia.
Sin embargo, a finales de los 40 estas ideas empezaron a desmoronarse con los trabajos de Erwin Chargaff,3 de la Universidad de Columbia, quien demostró que las frecuencias de las bases nitrogenadas podían diferir entre las especies. Chargaff se dio cuenta de que el número de timinas era siempre igual al de adeninas, de la misma manera que el de citosinas es igual al de guaninas. Lo que cambiaba en las diferentes especies era la proporción entre los grupos timina-adenina (T-A) y citosina-guanina (C-G). Y esto le proporcionaba a la molécula el alto grado de variabilidad, aperiodicidad y especificidad necesario para poseer la información genética de la vida. De la misma manera que las letras de cualquier texto literario comunican la información impresa que su escritor ha querido darles, o las notas de una partitura contienen la información musical que el compositor ha creado, también las cuatro bases del ADN contienen la información biológica necesaria para formar cualquier especie, desde los microbios a las ballenas azules.
El ADN se utiliza en las células como código para producir proteínas, y estas proteínas son vitales para respirar, alimentarse, eliminar residuos, reproducirse y todas las demás actividades que caracterizan a los seres vivos. De manera que las cuatro bases nitrogenadas actúan como las letras de un alfabeto. En vez de formar palabras con significado, forman genes con significado. Los humanos heredamos de nuestra madre más de 3.000 millones de bases y otro tanto de nuestro padre.
Si suponemos que la molécula de ADN que existe en el núcleo de cada célula de una persona es como una escalera en la que cada dos bases representan un travesaño o peldaño, y que el siguiente está a unos 25 cms. Esta escalera tendría unos 75 millones de kilómetros, aproximadamente la distancia que separa la Tierra de Marte. ¿Es razonable creer que dicha escalera -con toda la información biológica para hacernos como somos- se ha formado por casualidad? ¿Qué toda esa información codificada ha sido creada por el azar ciego y sin ninguna planificación previa inteligente? Esta es precisamente la visión naturalista que se enseña hoy a millones de alumnos por todo el mundo. No hay peor ciego que el que no quiere ver y no hay peor sordo que el que no quiere oír. O, como escribió el profeta Isaías (43:8): el pueblo ciego que tiene ojos, y los sordos que tienen oídos.
2.3. El mal llamado ADN basura
Durante el siglo XX, los científicos pensaban que había dos clases de ADN en nuestras células. Uno bueno, con función conocida, que era muy importante para la vida puesto que contenía la información para producir las proteínas, y otro malo, aparentemente sin función. Tan malo que se le llamó “ADN basura” ya que, al no producir proteínas, se pensó que tampoco servía para nada más. Algunos decían que se trataba de trozos de ADN antiguo, que quizás habían tenido alguna función en nuestro pasado evolutivo, pero que en el presente ya no servían para nada. Cuando se completó la secuenciación de genoma humano, en el año 2001, se descubrió que más del 98% de nuestro ADN era “basura” que no formaba proteínas. Solo el 2% restante servía para fabricar todas nuestras proteínas. Esto era algo que resultaba notablemente sorprendente. Era como si en una pequeña fábrica de automóviles, que tuviera cien empleados, solo trabajaran dos personas montando los autos, mientras las 98 restantes estuvieran sentadas mirando sin hacer nada.
Hoy sabemos, no obstante, que aunque el “ADN basura” no codifique proteínas hace, sin embargo, mil cosas diferentes y necesarias para el buen funcionamiento celular. Los 98 operarios no están inactivos. Es verdad que no montan coches, pero hacen otras muchas cosas para que la fábrica funcione bien. Cosas como, por ejemplo, obtener financiación, llevar la contabilidad, promocionar los autos, tramitar los salarios de los empleados, limpiar la fábrica y los aseos, vender los coches, etc., etc. Algo parecido a esto es lo que hace el “ADN basura” en nuestro genoma.
Continuamente se le están descubriendo nuevas funciones. No forma proteínas pero tiene importantes funciones de regulación: impide que el ADN se deshilache y dañe; forma estructuras de anclaje en los cromosomas durante la división celular; ayuda a fabricar el ARN; también posee aspectos negativos. Algunos ADN basura son intrusos genéticos de virus que están dormidos pero pueden despertar y producir cáncer (las células han desarrollado mecanismos para mantenerlos en silencio, pero con la madurez pueden romperse tales mecanismos). También regulan la expresión de los genes (interruptores). Algunas enfermedades genéticas están causadas por mutaciones en el ADN basura (distrofia miotónica, etc.).
Es curiosa esa actitud, demasiado común en biología, de pensar que si no se conoce algo es porque no hay nada que conocer. Hoy se ha descubierto que el mal llamado ADN basura juega un papel vital e inesperado en el control de la expresión génica. Muchos genetistas creen que es, ni más ni menos, la fuente de la complejidad biológica humana. Si existe un Dios sabio que nos ha creado en base a un plan inteligente, lo lógico sería esperar que el 98% de nuestro ADN sirviera para algo y que, de ninguna manera, fuera “basura genética”. ¡Y esto es precisamente lo que se ha descubierto! Cada vez son más los genetistas que piensan que la singularidad biológica humana reside precisamente en nuestro ADN basura.
2.4. ¿Es posible explicar el origen de la información del ADN desde el naturalismo?
No, no es posible. Aunque desde el naturalismo científico se ha intentado, y se sigue intentando todavía hoy, dar una respuesta que no involucre la necesidad de un Diseñador.
2.4.1. Solo el puro azar:
Durante bastante tiempo, los estudiosos del origen de la vida en la Tierra creyeron que éste debió ser un acontecimiento extraordinariamente improbable que ocurrió una sola vez como consecuencia del azar. En este sentido, el premio Nobel de Fisiología y Medicina, Jacques Monod, escribió en 1970 aquella famosa frase: El Universo no estaba preñado de vida, ni la biosfera del hombre. Nuestro número salió en el juego de Montecarlo. ¿Qué hay de extraño en que, igual que quien acaba de ganar mil millones, sintamos la rareza de nuestra condición?.4
Hoy, sin embargo, la mayor parte de los estudiosos del origen de la vida creen que resulta matemáticamente imposible que ésta se originara exclusivamente como consecuencia de la casualidad. Ya que, si se tiene en cuenta que hay 20 aminoácidos distintos en las proteínas, la probabilidad de obtener por azar una proteína funcional pequeña de cien aminoácidos sería de una entre diez elevado a ciento treinta (10130). Semejante cantidad se convierte en una imposibilidad real cuando se compara con el número total de átomos que posee nuestra galaxia, la Vía Láctea, que, según estimaciones cosmológicas, es aproximadamente de diez elevado a sesentaicinco (1065).
Obtener una pequeña proteína natural por casualidad sería el doble de difícil que hallar un minúsculo átomo de hidrógeno, teñido de rojo, en un imaginario bombo de la lotería, constituido por todos los átomos materiales que hay en la galaxia. Algo completamente absurdo. Por eso, la mayor parte de los científicos especializados en el tema abandonaron el azar como explicación para el origen de la información biológica.
2.4.2. Selección natural prebiótica:
Aparte del azar, muchos investigadores han venido creyendo en misteriosas fuerzas de la naturaleza que hubieran podido ejercer una selección natural de los compuestos químicos favorables a la vida. En este sentido se han propuesto numerosas hipótesis para el origen natural de la vida. Algunas de las más famosas son:
1)Los coacervados proteicos de Oparin (década de los 20): que habrían originado las primeras células.
2)El caldo primordial de Haldane (década de los 20): que habría formado las primeras macromoléculas.
3)El experimento de Miller-Urey (1952): en el que se obtuvieron algunos aminoácidos.
4)Los proteinoides y microsferas de las fuentes hidrotermales de Fox (principios de los 60): estas microsferas se habrían convertido en células junto a los volcanes y fuentes calientes.
5)La teoría de que “primero fueron los genes” de Muller generó mucha polémica por parte de quienes creían que “primero fue el metabolismo”.
6)La teoría de las fumarolas abisales (Wächstershäuser, años 80).
7)La teoría de la playa radiactiva, formulada por Zachary Adam: las fuertes mareas concentrarían el uranio radiactivo en las playas y allí surgió la vida.
8)La teoría de la arcilla (Graham Cairns-Smith, en 1985): las moléculas orgánicas pudieron desarrollarse a partir de un molde como los cristales de silicato del barro arcilloso.
Hoy, podemos decir que todas las hipótesis sobre el origen natural de la vida se encuentran en un auténtico callejón sin salida. Es una cuestión que la ciencia no ha podido responder. Además, tal como señaló en su día el gran genetista ruso, Theodosius Dobzhansky, uno de los fundadores de la teoría sintética de la evolución: la selección natural prebiológica es una contradicción de términos.5 Puesto que solo se pueden seleccionar aquellas entidades que se reproducen, no las moléculas que no lo hacen. Ante este dilema fundamental, muchos investigadores consideran hoy que la selección natural prebiótica es tan inadecuada como el azar para explicar el origen de la vida.
2.4.3. Enigmáticas leyes de autoorganización en las moléculas:
Algunos científicos (Prigogine, Kauffman, Kenyon, etc.) pensaron, más tarde, que quizás existía algún tipo de enlace, o determinada tendencia no descubierta, entre los átomos que constituyen los aminoácidos, o en el enlace peptídico, o entre los nucleótidos del ADN y ARN, que les obligara a unirse de manera no solo compleja sino también específica. Sin embargo, después de mucho estudio, los actuales conocimientos de la bioquímica demuestran que no existen fuerzas autoorganizativas misteriosas en las moléculas de los seres vivos, que sean capaces de explicar la notable especificidad y complejidad que poseen el ADN, el ARN y las proteínas.
2.4.4. El mundo de ARN:
Como se comprobó que la molécula de ADN no era una buena candidata para generar originalmente la vida, -puesto que requiere de las proteínas para duplicarse y éstas necesitan de la información del ADN para formarse-, se pensó en el ARN como posible candidato. Se propuso así la hipótesis de “el mundo del ARN”. Sin embargo, esta teoría presenta también numerosos inconvenientes. ¿Cómo pudieron formarse por primera vez las moléculas del azúcar ribosa, el ácido fosfórico y las bases nitrogenadas (adenina, citosina, uracilo y guanina) que constituyen el ARN? ¿Cómo han podido ordenarse los nucleótidos a sí mismos para lograr tales estructuras moleculares tridimensionales que determinan su funcionalidad? ¿Cómo a partir del ARN hubieran podido surgir las sofisticadas células actuales que requieren, casi exclusivamente, de las proteínas para funcionar adecuadamente?
La teoría del mundo de ARN no responde a nada de esto. Es más, incluso aunque se consiguiera alguna vez crear una molécula de ARN replicante en el laboratorio, lo que se demostraría en realidad es que se necesita un diseño inteligente previo para lograrlo. El azar por sí solo no es suficiente. En resumen, la hipótesis del mundo de ARN es un intento desesperado de salvar la teoría de la evolución química de la vida. Lo intenta, sí, pero no lo consigue.
2.5. Hipótesis del Diseño inteligente
Después de repasar los diferentes intentos por explicar el origen de la información biológica, desde el naturalismo, es menester concluir que ninguno de ellos lo consigue. Sin embargo, nuestra experiencia humana nos sugiere que la creación de información está siempre relacionada con la actividad de la conciencia inteligente. Por ejemplo, la música que hace vibrar nuestros sentimientos nace de la sensibilidad consciente del músico. Todas las obras de arte, tanto pictóricas, como escultóricas o de la literatura universal se gestaron en la mente de sus autores. De la misma manera, las múltiples habilidades de las computadoras fueron previamente planificadas por los ingenieros informáticos que realizaron los diversos programas. La información, o la complejidad específica, hunden habitualmente sus raíces en agentes inteligentes humanos.
Pues bien, al constatar el fracaso de las investigaciones científicas por explicar, desde las solas leyes naturales, el origen de la información que evidencia la vida, ¿por qué no contemplar la posibilidad de que ésta se originara a partir de una mente inteligente, como la del Dios creador de la Biblia? Si el origen del ADN y de la vida fue un milagro de creación a partir de la nada, entonces estaría fuera de las posibilidades de la ciencia humana. Aparte de la revelación bíblica, yo creo que también desde la razón se puede concluir que, en efecto, se trata de un acto de creación divina. ¿Por qué lo creo? Porque los seres vivos muestran evidencias claras de haber sido diseñados por una mente sabia. Veamos solo cuatro de tales evidencias: el ajuste fino, los sistemas integrados, los códigos bioquímicos y la convergencia molecular.
2.5.1. El ajuste fino:
Igual que las máquinas diseñadas por ingenieros requieren de un elevado grado de precisión para funcionar correctamente, también las biomoléculas y el metabolismo celular dependen del ajuste fino y la orientación precisa de los átomos en el espacio, para su actividad fisiológica. Semejante ajuste fino molecular refleja un diseño inteligente y no el azar.
2.5.2. Los sistemas integrados:
A los diversos sistemas de computadora diseñados para llevar a cabo alguna función específica, como medir el tiempo, hacer cálculos matemáticos, perfilar una ruta, transmitir la voz o las imágenes, etc., se les denomina “sistemas integrados”. Todos ellos están formados por componentes que se requieren mutuamente y fueron colocados juntos para funcionar correctamente.
En los seres vivos existen sistemas parecidos, que vulgarmente podrían denominarse del tipo “huevo y gallina” (¿qué fue primero?), ya que ambas cosas se necesitan desde el principio. Muchos sistemas bioquímicos de los organismos están también integrados porque requieren de partes interrelacionadas que debieron formarse al mismo tiempo para poder funcionar bien (irreductiblemente complejos). Semejante interdependencia implica diseño inteligente en vez de evolución gradual.
2.5.3. Los códigos bioquímicos:
Igual que se traducen las palabras de un idioma a otro diferente, también en los sistemas bioquímicos existen códigos que permiten traducir la información. Ejemplos de ello son el código genético, el código de las histonas o el código neuronal. Los códigos solo los puede diseñar la inteligencia. Toda esta información codificada de la célula no ha podido producirse por casualidad sino que apunta a un diseñador inteligente.
2.5.4. La convergencia molecular:
Es sorprendente constatar que varias moléculas y sistemas biológicos de diferentes organismos son idénticos. Esto no es lo que cabría esperar desde el darwinismo gradualista. Si se supone que estos sistemas tienen orígenes diferentes, ¿cómo explicar dicha convergencia molecular? Teniendo en cuenta la elevada complejidad que muestran tales sistemas, resulta injustificado concluir que fueron los procesos naturales ciegos quienes llegaron a resultados idénticos, partiendo de orígenes completamente diferentes. Una explicación más lógica es pensar que esta convergencia molecular pone de manifiesto la acción de un único Creador que empleó el mismo modelo para realizar su obra.
Conclusión
Es evidente que existe una analogía real entre los diseños humanos y los que se observan en las células. Esto es lo que explico en mi libro: A Dios por el ADN (Clie, 2017). Y esto me hace pensar que existe cierta resonancia entre la mente humana y la mente que creó el universo. A esto se refiere también el texto bíblico cuando afirma que los seres humanos estamos diseñados a imagen y semejanza de Dios. Y, si esto es así, la implicación resulta fundamental: las personas estamos hechas para vivir en comunión con nuestro Creador. Sin embargo, aquí se detiene la ciencia ya que su método la hace incapaz de escudriñar la identidad del Diseñador. Para seguir por este camino, hay que darle la mano a la revelación de la Biblia y a la teología.
1. Vila, S. 1959, A Dios por el átomo, Clie, Terrassa, pp. 33-34.
2. Ibid., p. 35.
3. Chargaff, E., 1963, Essays on Nucleic Acids, Amsterdan, Elsevier, p. 21.
4. Monod, J., 1977, El azar y la necesidad, Barral, Barcelona, p. 160.
5. Dobzhansky, T., 1965, “Discussion of G. Schramm’s Paper”, The Origins of prebiological Systems and of Their Molecular Matrices, ed. S. W. Fox, New York: Academic Press, p. 310.