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4.5 Las formas protectoras del yo

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Lo contrario de las formas es la desnudez del cuerpo: esta se puede encontrar, pero no quita la universalidad del vestido. Toda la gente es tratada como un «material humano», algo que es usable, revestido de formas. La belleza es la forma por excelencia: se busca la belleza para tener una cara. Por la forma, uno entra al esplendor, tiene una cara, esconde la desnudez. En este esconderse, es como si el «ser» desnudo se retirara del mundo: «Como si su existencia estuviera en otra parte» (loc. cit., p. 61). Por esto, la experiencia de verdad es una relación con el ser desnudo, como de algo que va más allá del mundo, más allá de la otredad del «otro». La vida social en el mundo trata de eliminar la pura otredad, la que produce escándalo e inquietud. En la sociabilidad no hay pena, no hay sorpresa por el ser del otro. Un ser delante del ser del otro implica inseguridad, a veces cólera, indignación, odio, amores que se insertan en la sustancia del otro. La alteridad del otro es desconocida, eliminada del mundo. La timidez e inseguridad frente al otro es eliminada por el interés social, así como por las formas de comunicación.

El eclipsarse y escurrirse detrás de las formas es como confesar que no tenemos nada en común. El contacto se establece mediante un acto social, una conversación, una invitación. Y el prójimo es cómplice de la convención. Entonces, mi propio yo no pierde nada de sí, conserva intacta su ipseidad. La civilización, como una relación entre los hombres, es la presentación de formas convenientes y decentes: no alcanza al mero individuo, aquel permanece fuera, es plenamente «ego». Cada persona mantiene su contacto con los demás hombres a través de un punto común de referencia: las formas de conducta, los signos de la cultura; una estructura de actos superficiales, puramente convencionales, falsos. Al contrario, si nos referimos a un hombre como de verdad, de carácter, alguien muy especial, apelamos a un criterio más profundo, algo sólido, una sanidad esencial. Apuntamos a una autenticidad de relación entre él y lo que se propone, a ese movimiento sincero hacia lo deseable, a la buena voluntad, que es «la medida de lo real y de lo concreto del ser humano» (ibid., p. 62).

Entonces, el yo es la sede de esta buena voluntad y sus actos no esconden un ser incapaz de mostrarse al desnudo, no necesitan camuflarse detrás de las formas comunes. Solo entonces se nos da un ser en el mundo, hecho de sinceridad y de intención. No podemos pensar el mundo como Aristóteles, un mundo hecho de formas que visten un contenido, como una superficie iluminada por una luz que pone de relieve sus perfiles y define sus contornos. Objetos demarcados por una forma estable y definida: lo finito que es también definido, y así se convierte en el contenido de una aprehensión. La filosofía contemporánea, en cambio, ve el acontecer debajo de la capa de formas superficiales, detrás de una expresión negativa como es el inconsciente; descubre lo esencial que rechaza la hipocresía y rescata la intención que revela simplemente el destino del mundo. En ese momento, el hombre se abandona a la aventura «ontológica». Y busca esta aventura en el interior del hombre mismo.

Con la epojé, Husserl ha separado netamente este destino del hombre en el mundo, en el cual siempre se encuentran objetos que se dan como seres y obras a realizar; de la posibilidad de superar esta actitud natural, con una reflexión donde esta actitud, en sí misma, es decir, el sentido de mundo, ha sido recuperada: «No se puede decir “mundo”, permaneciendo dentro del mundo» (ibid., p. 64). La noción profunda de «mundo» ha sido separada de la noción de un «conjunto de cosas». No obstante, la filosofía alemana ha puesto el acento en una «finalidad ontológica» del ser, a la cual los objetos del mundo están sometidos. Las cosas incorporadas a la «preocupación» por el existir son instrumentalizadas para el problema ontológico. Sin embargo, con esto se tergiversa el sentido del «ser en el mundo» y la sinceridad de la intención.

No todo lo que se da en el mundo es simplemente un ser útil; por ejemplo, un ladrillo, un martillo, un carro, una cocina, un puente. Hay cosas que no son utilizables, sino que simplemente son, como partes integrantes de este mundo; no se «usan» en vista de un fin, sino que son ellas mismas fines: el respirar, el alimento, el vestido, el movimiento, el crecimiento, el gesto y la voz no son medios útiles, son nuestro mundo, son lo que constituye el ser en el mundo. El comer por comer, el vestir por vestir y el estar en el hogar en cuanto hogar son nuestro estar en el mundo, son lo que establece la relación auténtica del deseo y la satisfacción. El deseo sabe exactamente lo que quiere: el deseo de comer tiene su satisfacción, al haber comido está satisfecho, al estar vestido ya está seguro, al estar en su casa se siente protegido... se ha realizado la intención.

El Acontecer. Metafísica

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