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4.7. La claridad del mundo

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Es cierto que en épocas extremas de necesidad y de miseria, detrás del mundo, aparece la sombra de una finalidad ulterior que oscurece el mundo: la guerra, la violencia, los trabajos esclavizantes y las injusticias extremas condenan al hombre a una existencia en el mundo, dominada por la necesidad de no morir. Entonces, también el mundo se invierte, se va de cabeza abajo, absurdo... la historia sale de sus cuadros, y el ser va a su fin; en estos casos, el deseo ya no se basta a sí mismo. Puede acercarse al disgusto de la saciedad, o bien, a la mera necesidad, pero en la aventura ontológica, el mundo es un modo de ser que no puede definirse como caída. Posee su propio equilibrio, su armonía y su función ontológica positiva: la posibilidad de separarse de un «ser anónimo» y personalizarse. Todavía hay posibilidad de realizar gestos racionales, como ofrecer un manta en el terremoto, conservar una amistad en el desastre, asistir al que está desesperado, acompañar al emigrante desterrado, dar empleo al que sale de la cárcel. Tales gestos, en el lenguaje cotidiano, se juzgan inútiles o inauténticos, lo cual significaría ignorar la voz de las cosas.

Según Levinas, el éxito de las doctrinas marxistas se explica por evitar la hipocresía del discurso. Se sitúan, dice, en la sinceridad de la intención, en la buena voluntad, en el hambre y en la sed, el ideal de lucha y de sacrificio. La cultura, a la cual se llama, es solo la prolongación de estas «intenciones». Esta adhesión a la existencia respeta la esencial capacidad de estar en el mundo. No es que el mundo sea mera existencia: la vida en el mundo es también conciencia en la medida en que ofrece la posibilidad de «existir», al tomar uno su distancia en relación con la existencia.

El Acontecer. Metafísica

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